sábado, 8 de febrero de 2014

CAPITULO 2



que mi madre no pudiera ver esto ahora mismo era algo
verdaderamente bueno. Le daría un infarto. Vine a la
exposición de Oscar esta noche porque le dije que lo haría
y porque sé lo importante que es para él. También es
importante para mí. Yo solo deseo lo mejor para mi amigo,
del mismo modo que él solo quiere lo mejor para mí. En los últimos tres
años Oscar ha estado a mi lado para consolarme, beber conmigo,
compadecerse de mí e incluso para ayudarme a pagar el alquiler de vez en
cuando dándome trabajo. Bueno, por eso y por el hecho de que él me hizo
la fotografía del cuadro que estoy mirando en este momento. Y es una foto
de mi cuerpo desnudo.
Posar como modelo de desnudos no es lo que siempre había soñado
que sería el trabajo de mi vida ni mucho menos, pero es una manera de
ganar un poco de dinero extra para pagar mis préstamos universitarios. Y
últimamente me han estado haciendo ofertas otros fotógrafos. Oscar me
había dicho que me preparara porque despertaría más interés por la
exposición de esta noche. «La gente preguntará por la modelo. Dalo por
hecho, Paula». Ese es mi Oscar, siempre tan optimista.
Di un sorbo a mi champán y contemplé la enorme fotografía colgada
en la pared de la galería. Oscar tiene talento. Para ser hijo de refugiados
somalíes que empezaron con menos que nada en Reino Unido, él sabía
cómo hacer una foto. Me hizo posar boca arriba con la cabeza girada a un
lado, el brazo sobre el pecho y los dedos de la mano entreabiertos entre las
piernas. Quiso que tuviera el cabello alborotado, las piernas en posición
vertical y mi sexo cubierto. Me puse un tanga para la foto, pero no se ve.
No se muestra nada que pudiera clasificar la imagen como porno. El
término correcto en cualquier caso es «fotografía de desnudo artístico». O
me fotografiaban con clase o yo no lo hacía. Bueno, lo cierto es que
esperaba que mis fotos no fueran a parar a webs porno, pero hoy en día
nadie lo puede saber con certeza. Yo no hacía fotos porno. Apenas tenía
sexo.
—¡Aquí está mi chica! —Los grandes brazos de Oscar me abrazaron
y apoyó la barbilla encima de mi cabeza—. Es increíble, ¿no? Y tienes los
pies más bonitos del planeta.
—Todo lo que haces se ve bonito, Oscar, hasta mis pies. —Me giré y le
miré—. ¿Y has vendido algo ya? Deja que reformule la pregunta: ¿Cuántos
has vendido?
—Por ahora tres y creo que éste se venderá muy pronto. —Oscar me
guiñó un ojo—. No seas obvia, pero ¿ves al tipo alto con el traje gris y pelo
negro que está hablando con Carolina Smith? Ha preguntado por él.
Parece que está maravillado con tu espectacular cuerpo desnudo.
Seguramente ejercitará mucho la mano en cuanto tenga el cuadro para él
solito. ¿Cómo te hace sentir eso, Paula, cariño? Un tipo rico haciéndose
una paja mientras contempla tu imponente belleza.
—¡Cállate! —le puse mala cara—. Eso es asqueroso. No me digas
cosas así o tendré que dejar de aceptar trabajos. —Incliné la cabeza y
negué con ella—. Menos mal que te quiero, maldita sea, Oscar Anderson.
—Oscar podía decir la cosa más grotesca del mundo y conseguir que sonara
educada y refinada. Tenía que ser su acento inglés. Dios, hasta Ozzy
Osbourne sonaba educado a veces gracias a ese acento.
—Pero tengo razón —replicó Oscar mientras besaba mi mejilla—, y lo
sabes. Ese hombre no ha parado de mirarte desde que entraste
contoneándote. Y no es gay.
Me quedé mirando a Oscar boquiabierta.
—Que bien saberlo, gracias por la aclaración, Oscar. ¡Y yo no me
contoneo!
Soltó esa risita pícara y juguetona tan típica de él.
—Créeme, si a mí me mirara así ya me habría ofrecido para hacerle
una mamada en el cuarto de atrás. Está buenísimo.
—Irás directo al infierno, ¿lo sabes? —eché un vistazo
disimuladamente y miré al comprador. Oscar tenía razón; ese hombre
estaba buenísimo desde las suelas de sus zapatos Ferragamos hasta la
punta de su cabello oscuro ondulado. Casi metro noventa, musculoso,
seguro de sí mismo, rico. No podía verle los ojos porque platicaba con la
dueña de la galería. ¿Sobre mi foto tal vez? Difícil de decir, pero de todas
maneras daba igual. Aunque la comprara yo no iba a volver a verle.
—¿Tengo razón, eh? —Oscar me pilló mirándole y me dio un codazo en
las costillas.
—¿Sobre lo de las pajas? ¡Ni de broma, Oscar! —Sacudí la cabeza
lentamente—. Es demasiado atractivo como para recurrir a su mano para
tener un orgasmo.
Y entonces, ese hombre tan atractivo se giró y me miró. Sus ojos
atravesaron la sala y se clavaron en mí como si hubiera escuchado lo que
acababa de decirle a Oscar. Eso era imposible, ¿no? Me siguió observando
y al final tuve que bajar la mirada. De ninguna manera podía competir con
su nivel de intensidad, o con lo que demonios fuera eso que llegaba hasta
mí desde donde él se encontraba. Sentí de inmediato la necesidad de huir.
La seguridad era lo primero.
Terminé mi champán de otro trago. —Me tengo que ir. Y la
exposición es fantástica —Abracé a mi amigo—. ¡Vas a ser famoso en el
mundo entero! —le dije sonriendo—. ¡Dentro de unos cincuenta años!
 se rió mientras yo me dirigía a la puerta.
—¡Llámame, reina!
Le dije adiós con la mano sin darme la vuelta y salí. La calle estaba
abarrotada para ser Londres un día de diario. Los inminentes Juegos
Olímpicos habían convertido la ciudad en una absoluta maraña de
personas. Tardaría años en encontrar un taxi. ¿Debería arriesgarme y
caminar hasta la estación de metro más cercana? Me miré los tacones, que
quedaban geniales con mi vestido, pero que claramente estaban muy lejos
de ser lo más cómodo para andar. Y si cogía el metro todavía tendría que
caminar un par de manzanas en mitad de la oscuridad hasta llegar a mi
piso. Mi madre me diría que no lo hiciera, por supuesto. Pero, de nuevo,
mi madre no estaba en Londres. Mi madre vivía en San Francisco, donde
yo no quería estar. Que le den. Empecé a caminar.
—Es una malísima idea, Paula. Ni lo consideres. Déjame que te de
un aventón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario