lunes, 17 de febrero de 2014

CAPITULO 29



Estaba sobre mí, absorbiéndome con sus manos, empujándome
sobre el escritorio y hundiéndose en mi centro. Lo dejé llevarme al límite,
mi cuerpo ya respondía a él calentándose suavemente. Sus largos dedos,
llenos de determinación, llegaron a mi ropa interior y se deshicieron de
ella, deslizándola por mis piernas, sobre mis botas y dejándola caer en
algún sitio sobre el piso de la oficina. Había descubierto que Pedro era un
completo oportunista cada vez que yo llevaba una falda.
―Estás loco ―murmuré, sin que realmente me importara ya el hecho
de que estábamos a punto de hacerlo sobre su escritorio, en medio de su
lugar de trabajo.
―Loco por ti ―dijo, masajeando mi clítoris y excitándome al punto de
mojarme. Escuché el sonido de su cinturón y luego la cremallera mientras
la abría; y entonces estaba hundiendo ese delicioso calor dentro de mí,
suave y profundamente.
Se inclinó sobre mí y tomó mi rostro entre sus manos. Me besó,
invadiendo mi boca con su lengua del modo en que le gustaba hacerlo.
Pedro dominaba durante el sexo, quería su lengua, sus dedos y su
miembro dentro de mí, todo al mismo tiempo, como si de ese modo pudiera
reclamarme completamente. No sé por qué, era sólo su manera de ser, y
me gustaba. Era honesto y directo, además, sabía lo que obtendría de
Pedro, y siempre terminaba con un orgasmo que me dejaba temblando.
Comenzamos a movernos de un modo salvaje, abandonados por
completo a la lujuria de tener sexo sobre su escritorio, cuando el teléfono
sonó. Pedro lo dejó en altavoz.
―No respondas ―jadee, cercana al orgasmo.
―Demonios, no ―gruñó, embistiendo con fuerza mi interior, su
miembro estaba hinchado y duro justo antes de correrse por completo.
Deslizó su dedo mágico sobre mi clítoris y terminé corriéndome,
mordiendo mi labio inferior para evitar un quejido de placer. Pedro no se
quedaba detrás, cubrió mi boca con la suya para evitar el grito y empujó
su orgasmo en mi interior.
La llamada perdida pasó al buzón de voz, aún en altavoz.
―Pedro Alfonso no se encuentra disponible. Por favor, deje un
mensaje y le responderé lo antes posible…
El beep sonó y ambos jadeamos, los rostros a escasos centímetros el
uno del otro. Le sonreí. Alisó mi cabello suavemente, besándome del modo
en que solo sabe hacerlo un amante. Me sentía valiosa para él, me hacía
sentir así.
«Eres un idiota Alfonso. ¡Te contraté para que protegieras a mi hija,
no para que te la tiraras! Ella ha pasado por un infierno, y lo último que
necesita es otra traición que le rompa el corazón. La manera en que habla,
creo que está enamorada de ti…»
Pedro dejó caer el aparato en un intento por silenciarlo, pero ya era
tarde, había escuchado la voz de mi padre en el teléfono. Él sabía… sobre
nosotros. Lo empujé, luchando por quitármelo de encima.
―¡Paula, no! Por favor, déjame explicarte…
Estaba pálido como el papel, totalmente petrificado, mientras me
mantenía bajo su cuerpo, todavía unido al mío.
―¡Déjame ir! ¡Saca tu miembro de mí y déjame ir, maldito hijo de
perra mentiroso!
Me sujetó con fuerza.
―Nena... escúchame. Te lo iba a decir. Estaba preparado para
hacerlo hace tiempo, pero no quería traerte malos recuerdos, no quería
hacerte daño…
―Suéltame. Ahora.
―Por favor, no te vayas. Paula, no quise hacerte daño, solo te
protegía de recordar. Hay una amenaza para tu seguridad ahí afuera…
entonces te conocí y no podía evitar desearte. No podía mantenerme
alejado de ti.
Intentó besarme.
Giré el rosto y cerré los ojos. Toda la confianza que tenía en él se
había esfumado. Sustituyéndola solo quedó un dolor que llenó mi corazón.
Él sabía sobre mí; sabía lo que me había sucedido, probablemente había
visto el vídeo. ¿Ahora había gente que quería hacerme daño? ¿Por qué?
Pedro había sido contratado por mi padre y todo este tiempo él lo sabía y
yo no. ¿Cómo podía ser el Pedro del que me había enamorado y al mismo
tiempo me traicionaba de este modo?
―Waterloo ―voltee y lo miré fijamente.
―No… no… no ―dijo―. Por favor, Paula, no ―movió la cabeza con la
mirada devastada.
―Water ―maldito― loo, Pedro. Si no me sueltas ahora mismo, gritaré
―Hablé con claridad y suavemente, tenía el corazón endurecido, sangrando
oscuridad, sangre Alfonso.
Se movió y me ayudó a sentarme. Bajé del escritorio, abalanzándome
sobre mi bolso. Pedro se cerró la cremallera y lo intentó nuevamente.
―Paula, nena, yo… yo te quiero. Te quiero mucho; haría cualquier
cosa para no herirte. Lo siento. Lo siento tanto.
Intenté salir, pero la puerta no cedió.
―Ábrela ―demandé.
―¿Me escuchaste?
Lo miré y asentí.
―Abre la puerta para poder irme ―dije, sorprendida de no haber
estallado en lágrimas. Necesitaba salir de allí y llegar a mi departamento,
tenía un solo propósito en mente: mi seguridad.
Pedro se frotó la cabeza y miró al piso, se movió hasta el escritorio y
alcanzó el botón o lo que fuera que me retenía allí. Escuché el click y me
largué.
―Gracias por el almuerzo, estaba delicioso ―dijo Francisca mientras
me marchaba.
Le hice un gesto con la mano al no poder hablar. Me marché de allí.
Llevaba mi bolso y ninguna ropa interior, pero no regresaría a buscarla.
Sólo salir aquí e iría a casa… Sólo salir de aquí e ir a casa… Sólo salir…
Oh por dios, estaba dejando a Pedro, habíamos terminado. Me había
mentido y no podía confiar más en él. Me había dicho que me quería. ¿Era
eso lo que hacían los amantes? ¿Mentir?
Al dirigirme a los ascensores tampoco hablé con Eliana. Apreté el
botón y entonces me di cuenta de que él estaba detrás de mí. Pedro me
había seguido y yo seguía sin dar mi brazo a torcer.
―Paula, nena, por favor, no me dejes. Dios, lo fastidié todo. Te
quiero. Por favor…
Puso una mano en mi hombro y me estremecí.
―No, no lo hiciste ―fue todo lo que pude decirle.
―¡Sí, sí que lo fastidié! ―gritó, comenzaba a enojarse―. ¡Puedes
dejarme, pero todavía te protegeré! ¡Velaré por ti y me aseguraré de que
estés a salvo y que nadie pueda herirte!
―¿Y qué hay de ti hiriéndome? ―le reñí―. Estás despedido, Pedro.
No vuelvas a llamarme.
El ascensor sonó y las puertas se abrieron. Entré y voltee a mirarlo.
Movió la cabeza e hizo un gesto de súplica con los labios, estaba
dolido, no tanto como yo lo estaba, pero lucía confuso y desesperado.
―Paula, no hagas esto ―me rogó mientras las puertas comenzaban
a cerrarse.
Escuché un sonoro porrazo acompañado con una muy comprensible
palabrota mientras bajaba a la calle, donde detendría un auto que me
llevaría a mi apartamento. Allí me derrumbaría tan pronto entrara; podría
meterme en mi cama y acurrucarme mientras intentaba olvidarlo. Pedro Alfonso. Estaba condenada a fallar. Lo sabía. Nunca sería capaz de olvidar a Pedro. Jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario