lunes, 17 de febrero de 2014

CAPITULO 28




sorprender a Pedro en la oficina me pareció una buena
idea, pero no estaba dispuesta a hacerlo sin un poco
ayuda. Recluté la ayuda de Eliana primero. Realmente
me agradaba. Parecía honesta y sincera, algo que yo
respetaba en una persona. También estaba
comprometida con Pablo. Lo descubrí después de
comenzar a dormir en casa de Pedro. Una mañana cuando llegamos a los
ascensores para ir al trabajo vi a Eliana y a Pablo salir de uno de los pisos
en la otra ala, tomados de la mano. Pedro advirtió mi sorpresa y me dijo
que se casaban en otoño.
Estuve aliviada de que Eliana no se sintiera celosa por que su
prometido hacía de mi chofer por todo Londres. Creo que estaba feliz de
que Pedro tuviera una novia. Noté que a sus empleados realmente les
importaba él. Eso también me gustó.
―Hola, Eliana, es Paula.
―Hola, Paula. ¿Por qué no llamaste a su celular? ―Chica
inteligente, Eliana, siempre consciente de la logística.
―Pensaba en sorprenderlo con el almuerzo. ¿Puedes revisar su
agenda por mí?
Escuché cómo pasaba las páginas y luego me puso en espera.
―Está en su oficina hoy, ocupado con llamadas, pero ningún
compromiso programado.
―Gracias. Le preguntaría a Francisca, pero Pedro la tiene en altavoz y
escucharía cuando la llamo, así que no habría sorpresa. ¿Puedo llevarles
algo de King’s Delicatessen? Iré a recoger unos emparedados, pero pensé
que podrías pedirle a Francisca que le dijera a Pedro que era ella quién
ordenaba, él no sabrá que la chica del almuerzo hoy soy yo.
Eliana rió y me puso en espera mientras preguntaba a los demás lo
que deseaban para el almuerzo.
―Francisca me pidió que te dijera que le gusta tu estilo, Paula.
Mantener al jefe en ascuas es bueno para él.
―Yo también lo creo ―dije, mientras escribía las órdenes para los
emparedados―. Gracias por tu ayuda, estaré ahí dentro de una hora.
Colgamos y telefoneé al restaurante para ordenar la comida, y luego
a Pablo para el viaje. Limpié mi escritorio y organicé las cosas mientras
esperaba. Había terminado el día y no estaría de vuelta en casi una
semana. Los exámenes finales se acercaban y necesitaba estudiar. Mi plan
era esconderme en casa de Pedro y repasar los libros mientras él
trabajaba, usar su gimnasio y su magnífica cafetera, y básicamente
descansar por un tiempo. Mis notas y yo lo necesitábamos.
Eché un último vistazo a Lady Percival y sentí una explosión de
orgullo. Había quedado muy bien y la mejor parte era que ahora ya
conocía el nombre del libro que sostenía en la mano. Pedro me había
ayudado a resolver el misterio cuando me trajo una mañana y yo lo había
invitado a venir aquí.
El libro que mi dama misteriosa sostenía era de hecho tan especial y
raro que la Mallerton Exhibition quería incluirla en la presentación, aun
cuando ella no estaba ni remotamente cerca de estar conservada. Querían
exhibirla como un ejemplo de lo ambiguas que pueden revelarse las pistas
con la adecuada restauración y limpieza. La revelación de lo que llevaba en
la mano también aumentó la procedencia del artista en general. Sir Tristán
Mallerton disfrutaba ahora de un renacimiento de renovado interés y
exposición, aunque llevaba muerto mucho tiempo.
Mi teléfono vibró con un texto de Pablo. Había llegado, así que reuní
mis cosas y me marché, haciendo un gesto con la mano hacia Romy
mientras salía.
Pablo me ayudó con la comida y usó una tarjeta de crédito de la
compañía para pagar por todo, ganándose una mirada severa por mi parte.
―Bueno, él piensa que Francisca ordenó el almuerzo y así es como lo
hace. Si tú pagas, se enojará cuando lo averigüe ―dijo Pablo.
―¿Siempre ha sido tan controlador? ―pregunté, una vez que
estuvimos de vuelta en el auto y camino a la oficina. Pablo y yo habíamos
desarrollado una buena relación. Respetábamos nuestras respectivas
posiciones y necesidades, así que funcionaba.
―No ―Pablo sacudió la cabeza―. tuvo una vida muy dura cuando
salió de las Fuerzas Especiales. Bueno, la guerra cambia a todo el que se
acerca mucho a ella. se acercó lo más que se puede y salió vivo. Es un
milagro ambulante.
―He visto sus cicatrices ―dije.
―¿Te dijo lo que pasó en Afghanistán? ―Pablo me miró a través del
retrovisor.
―No ―respondí honestamente, mientras me daba cuenta de que la
información proveniente de Pablo se detendría, no estando más cerca de
comprender el pasado de Pedro más allá de lo que él conocería el mío.
Eliana nos ayudó a repartir la comida y Francisca me hizo pasar al
lugar sagrado de Pedro con una mirada muy engreída y cerró la puerta. Él
estaba al teléfono.
Mi guapísimo chico estaba ocupado con el trabajo, pero aun así
extendió su mano hasta mí. Puse los emparedados sobre el escritorio y fui
hacia él. Me rodeó con su mano y me atrajo sobre su regazo mientras
continuaba su llamada de negocios.
―Ahora mismo, lo sé. Pero le dices a esos idiotas que Alfonso
representa a la Familia Real, y cuando Su Majestad se presente para la
ceremonia de apertura a dar su bendición, no habrá una sola salida de
emergencia sin vigilancia. Punto final. No hay negociación…
Pedro continuó con su llamada y comencé a desempacar su
almuerzo. Movió la mano hacia mi nuca y la frotó. Se sentía divino su
toque, aunque cualquier idiota podía ver que estaba espantosamente
ocupado.
Organicé su comida en un plato y desenvolví la mía. Mordí mi
emparedado de pollo y pan de trigo mientras él masajeaba mi cuello. Una
chica podía acostumbrarse a esto. Pedro era muy cariñoso y amaba la
manera en que deseaba tocarme todo el tiempo. Mi chico sobón. Había
terminado con casi la mitad de mi emparedado antes de que él terminara
la llamada.
Sus manos me alcanzaron y me dieron la vuelta, aún sobre su
regazo. Me dio un beso muy agradable y gimió.
―Al fin. Es como hablarle a una pared de ladrillos algunas veces
―murmuró. Me sonrió y miró hacia el plato―. Me trajiste el almuerzo… y a
tu deliciosa persona.
Le devolví la sonrisa.
―Sí, lo hice.
―¿Qué debería devorar primero, el emparedado o a ti? ―movió las
cejas hacia mí, sus manos comenzaron a vagar por el costado de mi suéter.
―Creo que mejor devoras tu emparedado antes de que recibas otra
llamada ―dije.
El teléfono sonó.
Frunció el ceño y se resignó. La segunda llamada fue relativamente
rápida, y se las arregló para comenzar su emparedado de pan de centeno y
carne de res asada antes de que la tercera llamada entrara. La puso en
altavoz para poder comer y conversar al mismo tiempo. No muy elegante,
pero funcional.
Estaba satisfecha con sentarme con él y escucharlo en sus negocios
mientras deslizaba suavemente una mano por mi espalda. Pedro me hacía
sentir feliz de haberme pasado por allí, aun cuando no se tratara de un
almuerzo social. El momento era bastante alocado para nosotros. No podía
imaginar que su trabajo pudiera ser más complicado que ahora, con las
Olimpiadas tan cerca y Londres siendo anfitrión del evento. Él debería
haberme enviado una nota diciendo: «Acabo de comprar tu retrato y me
gustaría mucho conocerte, en algún momento, a mediados de agosto»
Mantuvo el teléfono en altavoz mientras nos besamos entre llamadas
y mordidas a la comida, pero pronto la excusa del horario de almuerzo se
hizo difícil de mantener.
―Debería irme, Pedro ―lo besé mientras comenzaba a levantarme.
―No ―me retuvo en su regazo―. No quiero que te vayas todavía. Me
gusta tenerte aquí, conmigo. Me tranquilizas ―descansó su cabeza sobre la
mía―. Eres mi rayo de luz en una niebla de ignorancia y frustración.
―¿De veras? ¿Te gusta que haya venido y complicado tu día, y te
haya obligado a comer? ―jugueteé con el alfiler de su corbata y la alisé―.
Estás ocupado con tu trabajo y te estoy interrumpiendo.
―No, no lo haces ―recorrió mi cuello con sus labios―. Esto solo me
dice que te importo ―dijo suavemente.
―Sí, lo haces ―murmuré en respuesta.
―Entonces, ¿te quedas un rato más?
¿Cómo podía decirle que no cuando era tan dulce conmigo?
―Está bien, sólo una hora más. Después tengo que irme. Necesito
pasar por mi apartamento y recoger algunas cosas. Tengo que estudiar
para los exámenes y además, quiero comenzar una rutina de ejercicios. No
eres el único por aquí que está ocupado ―pellizqué su barbilla y me sonrió.
―Quiero estar ocupado contigo aquí, sobre mi escritorio ―gruñó y
me alzó sobre su gran escritorio ejecutivo.
Chillé mientras él se abalanzaba, separando mis piernas para
posicionarse entre mis caderas.
―¡Pedro, tu oficina! ¡No podemos!
Se agachó bajo el escritorio y escuché el click de la puerta al
cerrarse.
―Te deseo ahora mismo. Te necesito tanto, Paula. ¿Por favor?

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