martes, 18 de febrero de 2014

CAPITULO 32



Abrí mis ojos y traté de enfocarme. Mi cabeza se sentía como si
hubiera sido golpeada con una tabla. La botella de Van Gogh estaba casi
vacía a la mitad y las colillas de cigarillo esparcidas encima de mi escritorio
donde mi mejilla estaba entumida, llenando mi nariz con clavos de olor
rancio y tabaco. Levanté mi cara de la cima del escritorio y acuné mi
cabeza en mis manos, sostenidas en los codos firmemente plantados.
El mismo escritorio donde la había puesto y follado sólo una pocas
horas antes. Si, follado. Eso había sido sexo puro y sin remordimientos, y
tan bueno que mis ojos picaron por el recuerdo. La luz en mi móvil
parpadeó locamente. Me voltee para no tener que ver. Sabía que ninguna
de esas llamadas sería de ella, de todas formas.
Paula no me llamaría. Ciertamente no. La única pregunta era,
¿cuánto tiempo pasaría antes de que yo tratara de llamarla?
Era de noche ahora. Oscuro afuera. ¿Dónde estaba ella? ¿Estaba
horriblemente herida y enojada? ¿Llorando? ¿Siendo reconfortada por sus
amigos? ¿Odiándome? Si, probablemente todo eso, y no podía ir con ella y
hacerla sentir mejor tampoco. Ella no te quiere.
Así que así es como se siente. Estar enamorado. Necesitaba
enfrentar algunas verdades sobre Paula y lo que le había hecho. Así que
me quedé en mi oficina y lo enfrenté. No podía ir a casa. Había tanto de
ella allí todavía, y ver sus cosas solo me volvería loco. Me quedaría aquí
esta noche. Tal vez para siempre.
Saqué mi culo fuera de la silla y me puse de pie. Vi un trozo de tela
rosa en el piso y supe lo que era. Sus bragas de encaje. Era agonizante
recogerlas. Las puse dentro de mis bolsillos y fui hasta la puerta trasera
hacia la suite adjunta.
La suite tenía una cama y una ducha, una televisión y una pequeña
cocina, todo con lo más alto de la línea. El departamento de soltero
perfecto para el hombre profesional ocupado quien trabaja hasta tarde y
no tiene motivo para manejar hasta casa.
O más como un departamento para follar. Aquí es donde traigo
mujeres si quiero follarlas. Claro, siempre después de la jornada laboral y
ellas nunca se quedan toda la noche. Despido a mis “citas” mucho antes
del amanecer.
Todo antes de que encontrara a Paula. Nunca quise traerla aquí.
Ella era distinta desde el comienzo. Especial. Mi hermosa chica americana.
Paula ni siquiera sabía de esta suite. Ella lo habría averiguado en
apenas dos segundos y me odiaría por traerla aquí. Froté mi pecho y traté
de mantener calmado el dolor que me quemaba. Abrí la regadera y me
desvestí.
Mientras el agua caliente caía sobre mí, me incliné contra el azulejo
y enfrenté exactamente donde me encontraba. Lo jodiste de nuevo y ella no
te quiere ahora.
Era tiempo de aceptar el hecho de que mi hermosa chica americana
me había dejado por segunda ocasión. La primera vez lo hizo a hurtadillas
a la mitad de la noche porque estaba aterrorizada por un mal sueño. Esta
vez, solamente se dio la vuelta y huyó de mí sin mirar atrás. Pude verlo en
su cara y no fue miedo lo que hizo que se fuera. Era total devastación por
la traición al descubrir que le había ocultado la verdad. Había roto su
confianza. Aposté muy alto y perdí.
La urgencia de jalarla y hacerla quedarse era tan grande que golpee
la pared y probablemente rompí algo para impedir que se fuera. Me dijo
que nunca más la contactara de nuevo.
Cerré la regadera y salí, el sonido desolado del goteo del agua
drenándose hizo que mi corazón doliera más del vacío. Desdoblé una toalla
afelpada y empujé mi cabeza en ella. Me quedé observando mi imagen en
el espejo mientras mi rostro se revelaba.
Desnudo, mojado y miserable. Solo. Me di cuenta de otra verdad
mientras me miraba a mi mismo, un hijo de puta.
Nunca es un muy largo tiempo. Tal vez pueda ser capaz de darle un
día o dos, pero nunca estaba totalmente fuera de cuestión. Estaba también
el hecho que ella seguía necesitando protección de una amenaza que podía
ser peligrosa. No podía permitir que algo le pasara a la mujer que amo.
Nunca. Sonreí en el espejo, mi inteligencia me divierte aun en mi estado de
pena; porque había encontrado un ejemplo perfecto del uso correcto de la
palabra nunca.

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