martes, 18 de febrero de 2014

CAPITULO 31




mi mano palpitó junto al latido de mi corazón. Todo lo
que pude hacer era respirar hacia las puertas del
ascensor y pensar en qué hacer. Seguirla no era una
opción, así que dejé el vestíbulo y fui hacia la sala de
descanso. Eliana estaba ahí preparándose un café. Ella
mantuvo su cabeza agachada y pretendió que yo no estaba ahí. Mujer
inteligente. Espero que esos idiotas en el piso hagan lo mismo o ellos
necesitarían encontrar nuevo empleo.
Tiré algo de hielo a una bolsa de plástico y empujé mi mano dentro.
¡Joder, ardió! Había sangre en mis nudillos y estoy seguro en la pared a
lado del ascensor. Caminé de regreso a mi oficina con mi mano en el hielo.
Le dije a Francisca que llamara a mantenimiento para que vinieran y
arreglaran el jodido timbre en la pared.
Francisca asintió sin perderse el momento y miró a la bolsa de hielo al
final de mi brazo. —¿Necesitas un rayos X para eso? —preguntó, su
expresión como la de una mamá. O lo que yo imaginaba como luciría una
madre al menos. Apenas recuerdo a la mía, por lo que probablemente solo
estaba proyectándolo con ella.
—No. —¡Necesito a mi chica de regreso, no un jodido rayos x!
Fui hacia mi oficina y me encerré. Saqué una botella de Van Gogh
del mini-bar y la destapé. Abrí el cajón de mi escritorio y hurgué por el
paquete de cigarrillos y el encendedor que me gustaba guardar ahí.
Había estado surcando a través de las nubes de humo en un paso record
desde la reunión con Paula. Tendría que recordar reabastecerme.
Ahora todo lo que necesitaba era un vaso para el vodka, o tal vez no.
La botella estaría bien para mí. La levanté con mi destrozada mano y le di
la bienvenida al dolor. Joder, mi mano; Mi corazón está así de roto.
Observé su fotografía. La que le tomé en el trabajo cuando me
mostró la pintura de Lady Percival con el libro. Usé mi celular para tomar
la fotografía porque tenía que tenerla. No importaba si era sólo la cámara
de mi celular, Paula se veía hermosa a través de cualquier lente.
Especialmente las lentes de mis ojos. La imagen había salido tan bien que
la había descargado y ordené una impresión para mi oficina.
Recordé esa mañana con ella. Sólo podía verla con el ojo de mi
mente y cuán feliz estaba cuando le tomé la foto sonriendo a esa pintura
antigua...

**********

Aparqué en el estacionamiento de la Galería Rothvale y apagué el
motor. Era un día gris, con llovizna y frío, pero no dentro de mi auto.
Teniendo a Paula sentada a mi lado vestida para el trabajo, luciendo
hermosa y sexy, sonriéndome, me tenía por lo alto, pero saber que solo
compartiríamos juntos esta mañana era una jodida bomba. Y no hablaba
sobre sexo. Recordando la ducha y lo que habíamos hecho ahí me
apaciguaba durante todo el día, muy apenas, pero era sabiendo que la vería
otra vez esta noche, que estaríamos juntos, que ella era mía y que podría
llevarla a la cama y demostrarle todo otra vez. Estaba también la
conversación que habíamos tenido. Sentí que ella finalmente me había
dejado entrar un poco. Que se preocupaba por mí de la misma forma que yo
lo hacía por ella. Y era tiempo para empezar a hablar de un futuro nosotros.
—Pedro, ¿alguna vez te he dicho lo mucho que me gusta cuando me
sonríes?
—No —contesté disminuyendo la sonrisa—, dime.
Ella sacudió su cabeza con mis tácticas y miró fuera de la ventana, a
la lluvia —Siempre me he sentido especial cuando lo haces porque creo que
no sonríes mucho en público. Te describiría como reservado. Entonces,
cuando me sonríes como que… me dejo llevar.
—Mírame. —Esperé a que respondiera, sabiendo lo que vendría. Esta
era otra cosa que todavía teníamos que discutir, pero que estaba claro como
el cristal desde el comienzo. Paula era naturalmente sumisa a mí. Acepta
todo lo que yo quiero darle, la dominación y eso era sólo una razón más de
que éramos perfectos juntos.
Levantó sus ojos cafés verdosos, grisáceos, hacia mí y esperó. Mi
pene se lanzaba contra mis pantalones. Podía tomarla justo aquí en el auto
y seguir deseándola minutos después. Ella era mi adicción. —Dios, eres tan
hermosa cuando haces eso.
—¿Hacer qué, Pedro?
Metí un mechón de su sedoso cabello detrás de su oreja y le sonreí de
nuevo. —No importa. Me haces sentir feliz, eso es todo. Amo traerte a tu
trabajo después de haberte tenido toda la noche.
Se sonrojó hacia mí y yo deseaba follarla otra vez. No, hacerle el amor
era lo que realmente quería justo ahora. Quería tomarla lento, ese hermoso
cuerpo desnudo para mí, para un placer en todas maneras que pudiera
manejar. Mía. Ella era para mí y sólo para mí. Paula me hacía sentir todo...
—¿Te gustaría entrar y ver en qué estoy trabajando? ¿Tienes tiempo?
Llevé su mano a mis labios e inhalé la esencia de su piel. —Pensé que
nunca lo preguntarías. Condúzcame, Profesora Chaves
Ella rió. —Algún día, tal vez. Usaré una de esas túnicas negras y daré
conferencias sobre correctas técnicas conservativas. Y tú podrás sentarte en
la parte de atrás y distraerme con inapropiados comentarios y miradas
lascivas.
—Ah, ¿Y después me citarás en tu oficina clandestinamente? ¿Me
castigarás, Profesora Chaves? Estoy seguro que podemos negociar un trato
por mi comportamiento irrespetuoso. —Bajé mi cabeza hacia su regazo.
—Estás loco —dijo, con una risita y empujándome—. Vamos a entrar.
Corrimos a través de la lluvia, con mi paraguas protegiéndonos, su
delgada figura apretándose contra mí, oliendo a flores y sol y haciéndome
sentir el hombre más suertudo del planeta.
Me presentó al guardia de seguridad quien estaba claramente
enamorado de ella, y me llevó de regreso a un gran estudio, parecido a una
sala. Grandes mesas y caballetes estaban organizados con buena
iluminación y abundante espacio libre. Ella me llevó a una pintura grande
de aceite de una mujer solemne de pelo oscuro con llamativos ojos azules,
sujetando un libro.
—Pedro, por favor saluda a Lady Percival. Lady Percival, mi novio,
Pedro Alfonso. —Ella sonrió a la pintura como si fueran las mejores
amigas.
Le ofrecí una media reverencia a la pintura y dije—: Mi Lady.
—¿No es ella asombrosa? —preguntó Paula
Estudié la imagen pragmáticamente. —Bueno, ella es una figura
llamativa a decir verdad. Parece como si tuviera una historia detrás de sus
ojos azules —Miré más de cerca para ver al libro que sostenía con la portada
visible. Las palabras eran difíciles de leer pero una vez que me di cuenta
que eran francesas, eso era de alguna forma más fácil.
—He estado trabajando en restaurar la sección del libro. Ella sufrió
algunos daños por el calor en un incendio décadas atrás y ha sido un
problema conseguir el barniz y descubrir el libro. Es especial, sólo lo sé.
Miré otra vez y formé la palabra Chrétien. —Es en Francés. Ese es el
nombre, Christian, justo ahí. —Señalé.
Sus ojos se abrieron grandes y su voz emocionada —¿Lo es?
—Sí. Y estoy seguro que dice, Le conte du Graal. ¿La Historia del
Grial? —Miré a Paula y me encogí de hombros—. La mujer en la pintura es
llamada Lady Percival, ¿cierto? ¿No es Percival quien encontró el Santo Grial
en las leyendas del Rey Arturo?
—¡Oh mi Dios, Pedro! —Agarró mi brazo por la emoción—. ¡Claro!
Percival es su historia. ¡Lo descifraste! Lady Percival está sosteniendo
ciertamente un libro muy raro, Pedro. ¡Sabía que lo era! Una de las primeras
historias del Rey Arturo que alguna vez se ha escrito; De regreso en el
doceavo siglo. Ese libro es “Chrétien de Troyes”, La Historia de Percival y el
Grial. —Miró fijamente la pintura, su rostro resplandeciendo con felicidad y
alegría pura, y yo alcancé mi celular y tomé una imagen de ella. Una foto del
perfil de Paula sonriendo a Lady Percival.
—Bueno, estoy feliz que pude ayudarte, nena.
Ella saltó sobre mí y me besó en los labios, sus brazos se envolvieron
con fuerza a mí alrededor. Era el más increíble sentimiento en el mundo.
—¡Lo hiciste! Me ayudaste tanto. Voy a llamar a la Sociedad Mallerton
hoy y decirles lo que descubriste. Ellos estarán interesados, estoy segura.
La exhibición de su cumpleaños viene en un par de semanas… Me pregunto
si querrán incluir esto…
Paula divagó emocionadamente, diciéndome todo lo que pude alguna
vez haber querido conocer sobre libros raros, pinturas de libros raros, y la
conservación de pinturas de libros raros. Su rostro se sonrojó por la emoción
de resolver un misterio, pero esa sonrisa y ese beso valía su peso en oro
para mí.

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