viernes, 21 de febrero de 2014

CAPITULO 44

Ella envolvió sus piernas alrededor de mis caderas y enterró su cara
en mi cuello. Gemí en voz alta y empecé a caminar. Cuando llegamos a la
habitación, la vista de la cama hecha con sábanas limpias nunca había
sido más bienvenida. ¡Lunes! ¡Maria había llegado, gracias a los
benditos dioses! Si esas sabanas hubiesen seguido todavía allí con la
evidencia de mi sesión de mi lamentable masturbación por todos lados no
sé lo que habría hecho. Hice una nota mental para dar a Maria una —
gracias por ser discreta— propina.
Puse a Paula yaciendo en su espalda y sólo la miré por un
momento. La necesidad de ir lento era importante en este momento.
Quería amarla y aceptar este regalo que me estaba dando. Necesitaba su
sabor.
Su cabello oscilaba sobre los hombros y sus ojos brillaban de un
tono verdoso por la blusa turquesa que todavía vestía. No la usará por
mucho tiempo.
Empecé con sus zapatos de deporte. Luego los calcetines. Cogí sus
pies y los masajee antes de deslizarme hacia arriba de la pierna a la
cadera, a la pretina de sus pantalones cortos. Mis dedos se deslizaron por
debajo y se apoderaron de ellos. Llegaron más abajo. Mis ojos vieron
pedazos de su piel mientras la tela se deslizaba lejos del ombligo, caderas,
estómago, coño, y largas piernas. Piernas que se envolvían alrededor de mí
cuando yo estaba en el interior de ese hermoso y desnudo coño. Dulce
Cristo.
Había una razón para que mi chica fuera modelo. Modelo de
desnudos. Poseía un cuerpo que tenía el poder de hacer que me quedara
sin habla. Sin embargo, todavía no había terminado de revelar mi obra
maestra. Cogí su camiseta. Era una parada rápida también. Nada debajo.
Quería gritar un triunfante SÍ. Sus pechos se derramaron hacia el lado tan
pronto como saqué esa camisa fuera por la cabeza.
—Paula... hermosa. —Escuché el sonido de su nombre viniendo de
mis labios, pero no podía recordar mi intención de decirlo. Tenía que verla
desnuda de nuevo, recordar cómo se veía, saber que tenía derecho de
tocarla y que ella me aceptaría. Tenía que tener una pequeña parte de ella
dentro de mí antes de que pudiera hacer otra cosa también, estaba tan
desesperado.
Poco a poco llevé mi boca desde el ombligo hasta un pecho perfecto,
cubriendo todo el pezón y chupándolo profundamente. Lo puse en el
interior de mi boca y acaricie la parte inferior con los dedos. Tan suave.
Floreció hasta que quedo apretado y duro debajo de mi lengua y tenía que
darle la misma atención al otro para ser justo. Esas bellezas merecían una
participación absoluta de igualdad.
Se veía tan dispuesta y sensual yaciendo allí para mí que llené mis
ojos con su imagen. Como un retrato. Pero uno que sólo yo podía ver. Eso
no es cierto. La irritación persistente fue fugaz mientras empujaba la idea
de que otros la vieran desnuda, en el fondo de la mazmorra de mi mente.
En este momento tenía un festín delante de mí. Era el momento de
participar.
Necesitaba sentir su carne contra mi lengua y labios. Necesitaba
tanto de ella que yo temblaba mientras me quitaba los zapatos y cogía el
cinturón. Me quité mi ropa rápidamente, muy consciente de que Paula
observaba cada movimiento que hacía, sus ojos viajando por todo mi
cuerpo. Su mirada admirada me puso tan duro que mis pelotas dolieron y
mi polla ardió. Sólo por ella.
Bajé de la cama con mis rodillas guiándome, totalmente distraído
acerca de dónde ir primero. Era un banquete ante mí, toda extendida en
mi cama, con las piernas ligeramente flexionadas pero sin revelar lo que
quería ver. Mi urgencia creció y las palabras salieron de mi boca. —Abre y
muéstrame. Quiero ver lo que es mío, nena.
Poco a poco, sus pies se deslizaron hacia arriba, hasta que se
apoyaron sobre las sabanas mientras doblaba las piernas por las rodillas.
Contuve el aliento y sentí el golpe de mi corazón en mi pecho. Movió una
pierna y luego la otra. Simplemente así. Ella hizo lo que yo le pedía. Una
presentación perfecta, en un movimiento elegante que envió una oleada de
lujuria a mi polla solo por el espectáculo que me estaba dando. Me sentía
muy lejos de estar satisfecho. Quería un buen vistazo antes de empezar a
entrar en lo que me ella había sido negado durante muchos días.
—Pon tus manos sobre tu cabeza y aférrate a la cama.
Sus ojos parpadearon un poco y se centró en mi boca.
—Confía en mí. Voy a hacerlo bueno para ti, nena. Déjame hacer
esto a mi manera...
—Pedro —susurró, pero hizo lo que le pedí, lentamente llevando sus
brazos para cruzar las muñecas por encima de su cabeza y agarrarse al
borde del colchón. Dios, me encantaba cuando decía mi nombre durante el
sexo. Me encantaba cuando lo decía, y punto.
—Nena —Sus pechos se desbordaron a los lados y un poco hacia
arriba con el levantamiento de sus brazos. Los pezones de frambuesa con
puntas perfectas rogaban por más de mi lengua. Fui de nuevo a ellos,
chupando y pellizcando la piel sensible, amando cómo se movía debajo de
mi boca. Corría al ritmo conmigo.
Llevé mis labios a los de ella. Mis dedos se extendieron a un pezón y
lo enrollaron alrededor antes de tirar de la punta en un pequeño pellizco.
Ella gimió y se arqueó para mí, pero mantuvo sus brazos. Pellizqué el otro
y la vi flexionar las caderas un poco, sus piernas cada vez más abiertas,
mostrando aún más esa parte de ella que necesitaba conocer más.
—Eres tan hermosa en está posición —dije contra su estómago
mientras besé mi camino hasta el lugar en el que tenía que tener mi boca.
La besé primero y me encantó su respuesta. Ella tembló bajo mis caricias.
Corrí mi lengua por los pliegues, presionándola abierta como una flor. Mía.
Ella flexionó sus músculos y gimió. Pequeños sonidos suaves de placer y
necesidad. Necesidad de lo que yo podía darle. Necesidad de mí.
—Eres... tan jodidamente hermosa, Paula —murmuré contra su
carne.
—Me haces sentir hermosa —tartamudeó ella en un susurro y se
abrió un poco más debajo de mí.
—Eso es todo... entrégate a mí, nena. —Besé sus labios vaginales al
igual que lo haría con su boca—. Voy a hacer que te corras tan fuerte, y no
vas a pensar en otra cosa salvo en mi cuando lo hagas —dije.
—Por favor, hazme...
Gruñí contra su carne. —Hacerte correr con mi lengua es la cosa
más sexy del mundo. Cómo te mueves. Cómo sabes. Cómo suenas cuando
llegas allí...
—Ahhh... —Gimió y se movió debajo de mí. Ese magnífico sonido. Me
puse a trabajar en ella en serio mientras gritaba, arqueando las caderas
para encontrarse con mi boca. La sostuve abierta y devoré la suavidad
temblorosa. No podía parar y no pude frenar. Su coño contra mis labios,
mi lengua donde podría encontrar su camino dentro de ella una y otra vez,
era todo lo que importaba. No me detuvo, continué acariciado su clítoris
hasta que la sentí correrme.
—Oh, Dios, ¡Pedro! —Exclamó en voz baja, convulsionándose
mientras su clímax se hacía cargo.
—Umm —gemí, casi sin poder hablar—. ¡Ahora, vamos a hacer eso
otra vez! —Le dije mientras me levantaba y alineaba mi polla. Me estremecí
cuando nuestras pelvis se tocaron, como si una descarga de electricidad
me estuviese cargando. Nuestros ojos se encontraron y los suyos se
ampliaron en ese instante antes de que yo la tomara.
Enterré mi polla en un fuerte empuje, incapaz de negármelo a mí
mismo por un segundo más. Ella gimió el más sexy de los sonidos que he
escuchado cuando me dejé caer en ella. Mierda, se sentía bien —apretada
y caliente y tragándome, sus músculos internos comprimiéndose a mi
alrededor a través de la fuerza de su clímax en curso. Era algo tan
cautivante que me asustó saber el poder que tenía sobre mí. Paula me
mantuvo cautivo como lo había hecho desde el principio. El sexo no fue
diferente. Me mantuvo cautivo todo el tiempo.
Se movió conmigo, aceptando cada golpe como si lo necesitara para
vivir.
—¡Te voy a follar hasta que te corras otra vez!
Y lo hice.

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