domingo, 23 de febrero de 2014

CAPITULO 49



Me quedé en mi escritorio un poco más, escribí algunas notas y
envié algunos emails antes de apagar el ordenador portátil. Cuando
apague la luz, Simba revoloteaba locamente en el acuario brillando detrás
de mi escritorio. Volví y le lancé una golosina antes de salir al balcón para
sentarme un rato.
Pasé por el dormitorio y no oí más que silencio. Quería que Paula
durmiera bien. No más pesadillas para mi chica. Ya había tenido
suficientes para una vida.
El cielo nocturno celebró millones de estrellas esta noche. No eran a
menudo tan brillantes y me di cuenta de que había pasado mucho tiempo
desde que me había sentado aquí. Encendí otro cigarrillo. Aunque este fue
despilfarrado. Si fumaba fuera nadie tenía que saberlo. No debería fumar
dentro con Paula, de todos modos.
Crucé mis pies sobre la silla y me recosté en la tumbona. Dejé mi
mente vagar en los pensamientos de hoy y todo lo que había pasado. Pensé
en la historia trágica de Paula y en cómo cambiaron las cosas ahora.
Para los dos. Sé… nuestros momentos de oscuridad habían sido como un
universo paralelo. Ella tenía diecisiete años y yo había tenido veinticinco.
Ambos en un lugar muy malo. Me sentí más conectado con ella que nunca,
sentado aquí solo, inhalando tabaco condimentado a mis pulmones.
Solía fumar Dunhills. Era mi marca preferida y la primera de la lista.
Me gustan las cosas finas así que no era una sorpresa. Pero todo cambio
después de Afganistán. Muchas cosas cambiaron después de aquel lugar.
Absorbí la nicotina que mi cuerpo ansiaba y miré a la multitud de
estrellas que brillaban por encima.


…Cada guardia fumaba tabaco de clavo. Cada maldito rebelde tenía
uno de esos encantadores e imperfectos cigarros liados a mano en sus
labios mientras llevaban a cabo sus tareas de torturas y lavados de cerebro.
¿Y el olor? Como ambrosía pura. Soñé con cigarrillos el primer día de
mi captura. Soñé con el dulce olor del clavo mezclado con tabaco hasta que
estuve seguro de que moriría antes de probar uno. Las palizas e
interrogatorios empezaron más tarde. No creo que supieran lo que habían
capturado a la primera. Aunque a su debido tiempo, al final, se lo figuraron.
Los afganos querían usarme para negociar la liberación de los suyos.
Recuerdo muchos de sus casi insensibles desvaríos. Sin embargo, eso
estaba totalmente fuera de mis manos. La política del gobierno es no
negociar con terroristas, así que sabía que se decepcionarían. Y sabía que
iban a sacar su frustración en mí. Lo que hicieron. A menudo me preguntaba
si sabían lo cerca que al principio estuve de romperme. Tenía una terrible
culpa por conocer la verdad, y sentí un gran alivio por nunca haber tenido
que elegir, pero había algunos interrogatorios (si se los puede llamar así)
donde hubiera cantado como un canario en una mina de carbón si me
hubieran ofrecido uno de esos hermosos y dulces clavos para fumar. Fue la
primera cosa que pedí cuando salí de ese montón de escombros. El infante
de la Marina de los Estados Unidos que llegó a mí primero, dijo que estaba
en shock. Supongo que lo estaba… y no. Yo creo que él estaba en estado de
shock de que nadie estuviera vivo de lo que quedaba de mi prisión después
de que ellos bombardearan esa mierda (cosa por la que amablemente le di
las gracias). Pero en realidad yo estaba en shock porque sabía que en ese
momento el destino había cambiado para mí. Pedro Alfonso era un
hombre afortunado.

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