domingo, 23 de febrero de 2014

CAPITULO 50





Una sombra se movió a la luz tenue detrás de mí y me llamó la
atención. Volví la cabeza. Mi corazón dio un vuelco dentro de mi pecho al
ver a Paula de pie, mirándome, justo al otro lado de la corrediza de
cristal. Nos miramos el uno al otro durante un instante o dos, antes de
que ella deslizara la puerta abriéndola y saliera.
—Te levantaste —dije.
—Estás fumando fuera—dijo.
Puse el cigarro en el cenicero y sujeté mis brazos abiertos para ella.
—Me has pillado.
Vino directamente, luciendo decadentemente despeinada por dormir
con una camiseta turquesa y un par de mis boxers de seda. Y sin nada
debajo. La arrastré hacia mí y sonrió un poco, cruzando sus largas piernas
a cada lado de las mías, a horcajadas sobre mi regazo y agarrando mi cara
con sus dos manos.
—Estas arrestado, Alfonso.—Sus ojos se movieron
inmensamente, tratando de leerme. Sabía lo que hacía y deseaba poder
saber lo que realmente pensaba. Sólo el hecho de que ella se subiera en mi
regazo y tocara mi cara me emocionaba, pero verla relajada y feliz después
de despertarse en la noche me complació más.
—Umm, se cómo puedes castigarme si quieres —dije.
Ella se acurrucó en mí y puse mis brazos a su alrededor.
—¿En que estás pesando? Parecías lejano y furtivo con tu cigarrillo
fuera en la noche.
Hablé en su pelo y moví mi mano arriba y abajo en su espalda.
—Pensaba en… la suerte. En ser afortunado. En tener un poco de
suerte —Era la verdad y la razón por la que todavía respiraba incluso
aunque todavía no podía compartir esa parte con ella. Quería, pero no
sabía cómo empezar siquiera ese viaje con Paula. Ella no necesitaba más
mierda dolorosa de la que ya tenía que cargar en sus hombros.
—¿Y lo eres? ¿Afortunado?
—No solía serlo. Pero luego mi suerte cambió para mejor un día.
Tomé el regalo que me dio y empecé a jugar a las cartas.
Trazó mi pecho con sus dedos muy suavemente, probablemente
consciente de lo mucho que me tenía.
—Ganaste un montón de torneos. Papá me contó cómo te conoció.
Asentí contra su cabeza, con mis labios aún en su pelo.
—Tu padre me cayó muy bien el día que nos conocimos. Y todavía
me cae bien. hable con él.
Su mano en mi pecho se calmó por un momento, pero luego
continuó con el suave roce.
—¿Y cómo te fue?
—Fue casi como me imaginaba que sería. Dijimos lo que
necesitábamos decir y fuimos al grano. Él sabe lo nuestro. Se lo dije.
Quiere lo mismo que yo, mantenerte a salvo y feliz.
—Me siento segura contigo… siempre lo he hecho. Y sé que mi padre
te respeta mucho. Me dijo que tuvo que presionarte para que aceptaras el
caso. —Ella hizo un sonido en mi contra, su boca sobre mi pectoral. Un
sonido agradable; suave y bonito, y uno que me puso muy duro—. Pero
hubiera deseado que me contará lo que pasó. —Hizo una pausa y luego
susurró con nostalgia—. Tengo que saber que está pasando, Pedro. Nunca
podré volver a ser la victima inconsciente. Los secretos me destruirían, no
puedo manejarlos ahora. Siempre tengo que saberlo todo. Despertarme en
esa mesa, sin saber quién o qué… no puedo…
—Shhhh… lo sé. —Le detuve antes de que se exaltara—. Ahora lo sé.
Alcancé su cara. Quería ver sus ojos cuando le dijera la siguiente
parte. Ella era absolutamente hermosa mirándome a la luz de la noche
estrellada donde se apoyaba en mi pecho. Sus labios necesitaban besos y
yo quería estar dentro de ella de nuevo, pero en su lugar me obligué a
hablar.
—Lamento mucho haber mantenido esos secretos. Entiendo porque
necesitas saber la verdad. Lo entiendo, y prometo contarte todo a partir de
ahora, incluso si pienso que no te va a gustar oírlo. Y sé que anoche fue
difícil para ti contarme tu historia, pero quiero que sepas que estoy muy
orgulloso de ti. Eres tan fuerte… encantadora… y brillante, Paula Chaves. Mi hermosa chica americana. —Froté sus labios con mi pulgar.
Sonrió.
—Gracias —articuló.
—¿Y sabes cuál es la mejor parte? —pregunté.
—Dime.
—Que estás conmigo. Justo aquí, donde puedo hacer esto. —Bajé la
mano por debajo de su camiseta y le agarré un pecho, tan suave, llenando
mi mano con su peso liviano. Le sonreí. El tipo de sonrisa que puedo sentir
en mi cara, del tipo que sólo ella y un grupo muy reducido de personas
podía causar.
—Sí —dijo—, y me alegro de estar aquí contigo, Pedro. Eres la
primera persona que me hace… olvidar. —Su voz se hizo más suave, pero
extrañamente, más clara—. No sé por qué funciona contigo, pero lo hace.
Yo no, no pude… tener intimidad en mucho tiempo. Y luego seguía
siendo… difícil… esas veces que intenté…
—Ya no importa, nena —interrumpí. Odiaba incluso imaginar a
Paula con alguien más; otro hombre viéndola desnuda, tocándola,
haciendo que se corriera. Las imágenes me volvían loco de celos, pero al
mismo tiempo lo que me acababa de decir me hacía feliz. Yo era la primera
persona que la hacía olvidar. ¡Joder, sí! Y me gustaría hacerlo de manera
que fuera la última persona que también recordaría.
—Ahora te tengo, me estoy aferrando a ti y no quiero volver a dejarte
ir.

3 comentarios: