domingo, 9 de febrero de 2014

CAPITULO 5



Era él. Pedro Alfonso. Cómo, no tenía idea. O por qué incluso,
pero era él, su acento sexy en vivo y en directo desde el otro lado del
teléfono. Reconocería esa voz de comando en cualquier sitio.
—¿Cómo conseguiste este número?
—Tú me lo diste la otra noche —su voz ardió en mi oído y supe que
mentía.
—No —dije lentamente, intentando frenar mis crecientes latidos del
corazón—. No te di mi número la última noche. —¿Por qué me llamaba?
—Puedo haber tomando por accidente tu teléfono mientras estabas
durmiendo… y llamar a mi celular con él. Me distrajiste por estar
deshidratada y hambrienta —escuché voces apagadas en el fondo como si
estuviese en una oficina—. Es muy fácil tomar el teléfono equivocado
cuando todos se ven iguales.
—Entonces, tomaste mi teléfono y marcaste al tuyo para tener mi
número dentro del historial de llamadas recibidas. Eso es algo raro, Sr.
Alfonso. —Estaba empezando a estar bastante cabreada con el Sr. Alto,
Oscuro y Bien Parecido con hermosos ojos azules, por su completa falta de
límites personales.
—Por favor, llámame Pedro, Paula. Quiero que me llames Pedro.
—Y yo quiero que tú respetes mi privacidad, Pedro.
—¿Es eso lo que quieres Paula? Pensé que estarías realmente
agradecida por el aventón de anoche —Habló con una voz demasiado
suave—, y lucías como si te hubiese gustado la cena también —hizo una
pausa por un momento—. Me lo agradeciste —más silencio—. En tu
condición nunca hubieras llegado a casa segura. —¿Enserio? Sus palabras
me hicieron regresar directamente de vuelta a la abrumadora emoción que
había sentido la última noche, cuando él me compró el agua y el Advil. Y
por más que lo odié, tengo que admitir que él tenía razón.

—De acuerdo… mira, Pedro, te debo el aventón de anoche. Fue
bueno llamar de tu parte y te agradezco por la ayuda, pero...
—Entonces, cena conmigo. Una cena adecuada, preferentemente no
algo cerrado en plástico o aluminio, y definitivamente no en mi auto.
—Oh, no. Perdón, pero no creo que eso sea una buena ide...
—Acabas de decir “Pedro, te debo el aventón”, y eso es lo que quiero,
a ti, cenando conmigo. Esta noche.
Mi corazón latió más fuerte. No puedo hacer esto. Él me afecta de
una manera extraña. Me conocía lo suficiente como para saber que Pedro Alfonso era terreno peligroso para una chica como yo —El gran tiburón
blanco tiene hambre de una solitaria nadadora en una desolada playa.
—Tengo planes para esta noche. —Solté en mi teléfono. Una total
mentira.
—Entonces, mañana por la noche.
—Yo… yo no puedo entonces. Estaré trabajando hasta tarde y las
sesiones de fotos siempre me dejan exhaust...
—Perfecto. Te recogeré de tu sesión, te alimentaré, y te dejaré en
casa temprano para que te metas a la cama.
—¡Continuas interrumpiéndome cada vez que hablo! No puedo
pensar cuando empiezas a hablar ladrando ordenes, Pedro. ¿Haces eso
con todo el mundo o solo yo soy especial? —No me gustó como la
conversación se había vuelto tan rápido a su favor. Era enloquecedor. Y lo
que sea que él dijera en relación con dejarme en casa temprano me dejó
imaginando todo tipo de cosas prohibidas.
—Sí… y sí, señorita Paula, lo eres —pude sentir el sexo goteando
de su voz a través de mi teléfono, y me asustó totalmente. Soy una
estúpida idiota por formular una pregunta como esa. Así se hace Paula.
Pedro dice que eres especial.
—Tengo que volver al trabajo ahora. —mi voz sonó ida. Sabía que lo
había hecho. Él solo me desarmó jodidamente fácil. Lo intenté de nuevo—.
Gracias por la oferta, Pedro, pero no puedo.
—Dime que no —me interrumpió—, y esa será la razón por la que te
recogeré de la sesión mañana para la cena. Has admitido que me debes un
favor, y he llamado por eso. Es eso lo que quiero, Paula.
Maldito, ¡lo ha vuelto a hacer de nuevo! Suspiré audiblemente en el
teléfono y me mantuve en silencio por un momento. No iba a caer tan
fácilmente.
—¿Sigues ahí, Paula?
—¿Entonces quieres que hable ahora? Seguro que cambias de
parecer rápidamente. Cada vez que hablo, tú me interrumpes. ¿No te ha
enseñado tu madre ningún tipo de modales, Pedro?
—Ella no pudo. Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años.
Mierda. —Ahh, bueno, eso lo explica. Reamente lo siento, mira
Pedro; realmente tengo que volver al trabajo. Cuídate. —Tomé el camino
cobarde y terminé la llamada.
Pedro me había agotado. No sabía como lo manejaba, pero lo hacía.

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