domingo, 9 de febrero de 2014

CAPITULO 4



Una cama. La tensión sexual regreso, o quizá nunca se había ido.
Pedro parecía tener el don de hacer que una palabra inocente sonara
como el sexo apasionado, alucinante y acalorado que recuerdas durante
mucho, mucho tiempo. Estuvo sentado a mi lado y no arrancó hasta que
me terminé toda la barrita de proteínas.
—¿Cuál es tu dirección? —preguntó.
—Franklin Crossing, número 41.
Pedro salió del estacionamiento de la tienda y volvió a la carretera
que me acercaba a mi piso con el girar de las llantas. Mi teléfono vibró
dentro de mi bolso. Lo saqué y vi que me llegó un mensaje de Oscar.


Oscar Clarkson: llegast bien a ksa?


Le respondí un rápido «Sí» y volví a cerrar los ojos. Sentía como la
jaqueca empezaba a remitir. Me encontraba más relajada de lo que había
estado en horas. El agotamiento ganó, imagino, porque de lo contrario
nunca me habría permitido quedarme dormida en el coche de Pedro Alfonso 

alguien olía muy bien mientras ellos me tocaban. Podía
oler la sal y sentir el peso de una mano en mi hombro.
Pero el miedo creció todas maneras. La explosión de
terror me llevó de vuelta a la conciencia justo a tiempo.
Conocía lo que era, pero sentir el pánico me gobernó.
Debería haberlo sabido. El sentimiento había estado conmigo por años.
—Paula, despierta.
Esa voz. ¿De quién era? Abrí mis ojos y me enfrenté a la intensidad
azul de Pedro Alfonso a no más de diez centímetros de distancia. Me
eché hacia atrás en el asiento para tomar más distancia ese hermoso
rostro y yo. Ahora lo recordaba. Él compró mi fotografía anoche. Y me
había traído a casa.
—¡Mierda! Lo siento, yo... ¿Me he quedado dormida? —juguetee con
la manilla de la puerta pero no reconocí el coche. Luché ciegamente para
salir, para alejarme.
La mano de Pedro se disparó sobre la mía y la cubrió, calmándome
con un toque firme. —Tranquila. Estás a salvo, todo está bien. Solo te has
quedado dormida.
—De acuerdo... lo siento. —Jadeé algunas respiraciones profundas,
miré hacia fuera, y luego me volví hacia él, que continuaba mirando cada
uno de mis movimientos.
—¿Por qué sigues pidiendo disculpas?
—No lo sé. —Murmuré. Lo sabía, pero no podía pensar acerca de eso
en este momento.
—¿Estás bien? —Sonrió lentamente con una inclinación de cabeza.
Juro que le gustó el hecho de que me sacudiera. No estaba muy
segura si no lo había hecho. Realmente necesitaba alejarme de esta
situación ahora mismo, antes de que estuviera de acuerdo de todas las
maneras posibles. Algo parecido a las líneas de: «Quítate la ropa y tírate en
el gran asiento trasero de mi Range Rover, Paula». Este hombre tenía una
forma de control que en serio me ponía nerviosa.

—Gracias por el paseo. Y por el agua. Y por las otras co...
—Cuídate, Paula Chaves—presionó el botón y la cerradura
chasqueó—. ¿Tienes tu llave lista? Esperaré hasta que estés dentro. ¿Qué
piso es?
Saqué las llaves de mi bolso y las remplacé con mi teléfono que
todavía se mantenía en mi regazo. —Vivo en el estudio del quinto piso.
—¿Compañera?
—Bueno, sí, pero probablemente no esté —de nuevo,
preguntándome por qué mi lengua está compartiendo información con un
desconocido.
—Miraré hasta que enciendas la luz, entonces. —La cara de Pedro
era ilegible. No tenía idea de qué estaba pensando.
Empujé la puerta y salí fuera. —Buenas noches, Pedro Alfonso.
—Dejé su coche en la acera y me dirigí hacia mi edificio sintiendo su
mirada sobre mí mientras caminaba. Poniendo las llaves en la puerta, me
volví sobre mi hombro para ver el Rover. Las ventanas eran tan negras que
no podía ver el interior, pero él estaba ahí, esperando a que entrase para
poder irse.
Abrí la puerta del vestíbulo, delante de mí,los cinco pisos de
escaleras. Me quité los tacones y subí descalza. En el segundo en que
entre a mi apartamento, encendí las luces y cerré con llave. Colapsé,
literalmente, sobre la puerta de madera buscando apoyo. Mis tacones
cayeron al suelo con un estruendo, y exhalé un largo suspiro. ¿Qué
demonios acababa de pasar?
Me tomé un minuto para alejarme de la maldita puerta y apoyar la
cabeza sobre la ventana. Corrí la cortina con el dedo para encontrar que el
coche se había ido. Pedro Alfonso se había ido.


~*~

Una carrera de ocho kilómetros era solo una manera para ayudar a
borrar de mi cabeza la niebla de la última noche —al puro estilo Alicia en
el país de las Maravillas cayendo en un maldito agujero. En serio, siento
como si hubiese vivido todo lo de del "Cómeme" y "Bébeme" también.
Jesús, ¿El champán tendría alguna droga? Actúo como si lo hubiese sido.
¿Permitir que un hombre desconocido me lleve en su auto, me deje en casa
y tome el control de mi comida? Bueno, fue estúpido y me dije a mí misma
que debía olvidarlo tanto eso, como a él. La vida era lo suficientemente
complicada sin tomar prestados más problemas.
Eso es lo que la tía Maria siempre dice. Imaginando su reacción por
mis modales, sonreí. Sabía a ciencia cierta que mi tía abuela estaba menos
interesada en fotos de desnudos que mi propia madre. Ella no era ninguna
mojigata. Preparé la lista de reproducción de mi iPod y me fui.
Muy pronto, el encuentro incómodo de la última noche quedó
olvidado en la acera del Puente Waterloo de Londres. Se sentía bien el
presionarme a mí misma físicamente y sólo correr. Tenían que ser las
endorfinas. Maldiciendo interiormente por otra referencia al sexo, me
pregunté si ese era mi problema y la razón por la que Pedro había estado
mucho más flexible la última noche. Tal vez, yo necesitaba un orgasmo.
Estás muy jodida. Sí, y solo podía imaginar versiones literales y figurativas
de esa declaración.



~*~


Ser modelo no era mi único trabajo. Todos los alumnos matriculados
en el programa de postgrados para la Conservación del Arte en la
Universidad de Londres debían hacer una pasantía en La Galería Rothvale
de Winchester House. El duque de Winchester del siglo XVll se había
alojado en el departamento de arte de la Universidad de Londres durante
casi cincuenta años y, en mi opinión, era una de las más hermosas
localizaciones para estudiar, ciertamente no existía en ningún otro lugar.
Accediendo por la entrada de empleados, enseñé mi credencial a
seguridad y lo hice de nuevo en los estudios de conservación.
—Señorita Paula, buen día para usted. —. Tan correcto y
formal. El guardia del salón trasero me saludó de la misma manera como
lo hacía siempre que vengo. Mantuve la esperanza de que alguna vez el
dijese algo distinto. ¿No atrapaste ningún frikie millonario controlador la
última noche, Señorita Paula?
—Hola, Romina. —Le di mi mejor sonrisa mientras me dejaba pasar.
Me mantuve enfocada y firme durante mi trabajo. La pintura era una
maravilla, uno de los primeros trabajos de Mallerton, titulado
sencillamente, Lady Percival. Una absolutamente cautivante mujer de cabello negro, vestido azul que combinaba con sus ojos, un libro en su
mano y una de las más magníficas figuras femeninas que alguna vez se
podría tener, ocupaba la mayor parte del lienzo. Ella no era tan bonita
como expresiva. Me hubiese gustado conocer su historia. La pintura había
sufrido algunos daños con el incendio en los sesenta y nunca había sido
tocada desde entonces. Lady Percival necesitaba un poco te atención y
cariño y yo sería una de las afortunadas que se lo daría.
Justo cuando iba a tomarme un descanso, mi teléfono sonó.
¿Llamada desconocida? Se me hizo extraño. No di mi número. La Agencia
Lorenzo que me representaba tenía unas estrictas reglas de divulgación.
—¿Hola?
—Paula Chaves. —La sexy cadencia de una voz inglesa se apoderó
de mí.

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