jueves, 13 de marzo de 2014

CAPITULO 109




—Oh, hola. —Sonreí a Pedro y me pregunté por qué me miraba como si
me hubiese salido una segunda cabeza—. ¿De qué están chismosiando aquí,
chicos? ¿Cosas de hombres?
Pedro soltó una risita nerviosa y estaba un poco pálido. De hecho parecía
aterrorizado. Eso es muy raro.
—¿Va todo bien? ¿Te ha llamado Pablo? —pregunté, mientras empezaba
a sentirme intranquila yo también—. ¿Ha averiguado quién mandó el
mensaje anoche? —Me puse la mano que tenía libre en el cuello y traté de
detener el pánico que empezaba a invadirme de repente.
Lo que pasa con Pedro es que él es el que nos mantiene con los pies en la
tierra. Él es el seguro, rebosa confianza a cada paso. Me hace sentirme a
salvo, así que verle de la forma en que estaba entonces… me preocupó…,
bueno, me asustó muchísimo.
Vino hacia mí y me estrechó fuerte contra su pecho.
—No. Nada de eso. —Me besó en la frente y me agarró la cara, lo que le
hacía parecerse mucho más al Pedro que conozco y quiero—. Aún está
trabajando en tu teléfono. —Negó con la cabeza—. Ni se te ocurra pensar
en ese maldito mensaje, ¿vale? ¿Tienes sed? ¿Quieres agua? ¿Por qué no te
sientas y descansas los pies? —Nos llevó hasta el sofá y prácticamente me
sentó de un empujón.
—Esto…, vale. —Negué con la cabeza y le miré con los ojos
entrecerrados, mientras articulaba—: ¿Qué diablos te pasa?
—Nada, cariño. Es que pareces cansada. ¿Qué tal la siesta? —Su voz
sonaba extraña.
Fruncí el ceño.
—La siesta genial, pero no ha sido muy larga. —Delfina se subió en mi
regazo y comencé a acariciarle sus largos rizos—. Mientras estaban fuera
tomando un helado he hecho un tour por Hallborough y algunas fotos del
retrato de Mallerton de sir Jeremy y su Georgina para Gaby… y se las he
enviado.
—Qué bien —dijo Pedro, mientras se pasaba la mano por el pelo.
—Sí…, qué bien. —Eché una ojeada a Angel y noté algo extraño en él
también. Habíamos tenido una buenísima conversación antes mientras los
demás no estaban y me había enseñado la casa. Ahora parecía que solo
quería largarse de la habitación—. ¿Qué pasa? ¿Por qué actuan los dos de
una forma tan extraña?
Pedro se encogió de hombros y levantó las manos con impotencia.
—Cariño…
Angel vino adonde yo estaba y extendió los brazos hacia Delfina.
—Ven con papá, pequeña. El tío Pedro quiere hablar con Paula.
—Oh, vale —dije, y se la entregué de mala gana—. Quería que me
contaras qué tal fue tu excursión a comprar helado con el tío Pedro. —Le
puse una cara triste a la niña.
—El helado estaba bueno —respondió desde los brazos de su padre—.
Mami le contó al tío Pedro que se apostaría su casa a que tú estás muy
embarazada y van a ser padres te guste o no. —Sonrió con dulzura—.
Compartí el helado con Rags para que el tío Pedro y mamá pudiesen gritar
sobre tu embarazo.
Varias cosas sucedieron al mismo tiempo. Estaba de pie en vez de en el
sofá, pero no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. Podía verme a
mí misma de pie, justo en el centro del precioso salón georgiano de
Hallborough, con sus elegantes muebles y cuadros y alfombras. Podía ver
la hermosa cara de Pedro y el sol de la tarde filtrándose por los ventanales.
Y esas partículas que se arremolinan en el aire, las que suelen ser
invisibles pero que cuando la luz del sol les da de la forma adecuada
puedes verlas flotar perezosamente, suspendidas como por arte de magia.
Ahora que lo pienso, yo también estaba flotando. El techo impedía que me
fuese a la deriva por el cielo y probablemente llegara hasta el espacio
exterior. Habría seguido flotando y alejándome. Sé que lo habría hecho de
no haber sido por el techo.
Pedro soltó una palabrota y dio un traspié hacia mí. No paraba de oír mi
nombre. Una y otra vez escuchaba decir mi nombre. Podía verlo todo.
Estaba allí de pie. Pedro volaba hacia mí. Angel salía de la habitación tan
rápido con Delfina que parecía una película borrosa a cámara rápida. La
temperatura de la habitación subió de repente, hacía mucho calor. Como un
horno. Miré hacia abajo desde el techo y vi a Pedro precipitarse hacia mi
«yo» que estaba de pie en el salón. Extendió los brazos, pero luego todo se
ralentizó. Muy lento. Pedro siguió moviéndose pero su velocidad se redujo
aún más. No pensé que fuera a alcanzarme. Parpadeé e intenté entender lo
que Delfina había dicho. Pero Angel ya se la había llevado de la habitación,
así que no podía preguntárselo. Incluso escuché una vocecita preguntarle a
Angel:
—Papi, ¿qué es embarazada?

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