domingo, 16 de marzo de 2014

CAPITULO 118



Abrí los ojos y encontré a Pedro dormido en el sillón que estaba junto a
la cama. Tenía los brazos cruzados y las largas piernas estiradas en la
otomana a juego. Era tan guapo que casi me dolía mirarle mucho rato. Aún
estaba asombrada de que hubiese venido a buscarme. ¿Cómo podía querer
esto? ¿Cómo era posible? ¿Por qué no estaba huyendo a toda prisa?
Sentí algo raro en el brazo izquierdo y averigüé por qué en cuanto vi que
tenía un tubo que llevaba directo a la bolsa de suero que colgaba de uno de
esos aparatos con ruedas.
Me senté en la cama y miré el reloj para ver la hora. ¿Cuánto tiempo
había estado dormida? En el reloj eran poco más de las diez y media. Los
acontecimientos de la tarde se me vinieron encima en una repentina oleada
y me preparé para más dolor y sufrimiento, pero nunca llegó. Supongo que
tanto correr, llorar y vomitar me había dejado sin capacidad de reacción.
En su lugar, estaba calentita en una cómoda cama con Pedro cuidándome y
con una vía en el brazo. Bueno, eso daba un poco de miedo. Mi estado
cuando Pedro me trajo aquí debía de ser horrible si necesitaba suero
intravenoso.
Me acomodé bajo las mantas y me di el gusto de mirarle dormir en el
sillón. No podía ser muy cómodo para él. Pobrecito. Debía de estar
exhausto por todo lo que había pasado y todo lo que habíamos hecho en el
último día y medio.
Aún no estaba preparada para enfrentarme a todo, pero me sentía mucho
mejor de lo que lo había estado en horas y… a salvo. Muy a salvo con los
cuidados de Pedro, de la forma en que me había hecho sentir desde la
noche que le conocí y me llevó a casa en su coche. Me dejé llevar por el
sueño otra vez, contenta de saber que, al menos por ahora, no estaba sola.
La siguiente vez que me desperté, el sillón de Pedro estaba vacío. El
reloj de la mesilla marcaba poco más de la una y cuarto de la madrugada,
así que supuse que debía de haberse ido a la cama. Otra cama. En algún
otro lugar. Respiré hondo y traté de aguantar el tipo. Ponerme a llorar
como una magdalena no iba a ayudarme. Pero qué bien sentaba a veces
derrumbarse, sobre todo si tenías a alguien que te recogiera. Como Pedro
Me di cuenta de que necesitaba ir al baño, así que aparté las mantas y me
bajé con cuidado de la cama. Me temblaban un poco los pies y tenía los
músculos muy doloridos, sobre todo los de las piernas y los abdominales,
pero tuve que sonreír por los calcetines que llevaba. Pedro debía de
habérmelos puesto. Realmente tiene que quererme. La verdad es que creía
que me quería, pero supongo que me asustaba que un embarazo acabara
con nuestro amor, tan nuevo y frágil. Estábamos avanzando demasiado
deprisa para que esto pudiese funcionar. ¿Verdad?
Tuve que llevarme el aparato del suero conmigo, o me arriesgaba a
arrancarme la aguja que llevaba en la muñeca. Me estremecí al mirar esa
cosa tan fea y me alegré de no recordar el momento en que me la clavaron.
El aparato era un poco incómodo, pero me las arreglé para entrar y
ocuparme de mis asuntos.
Lo primero que hice después fue lavarme los dientes. Incluso gemí al
sentir el divino sabor de la pasta de dientes y la sensación de una boca
fresca y mentolada después de tantos asquerosos ataques de vómitos. Son
las pequeñas cosas…
Lo siguiente fue ocuparme de mi pelo, tengo que decir que lo tenía
espantoso. No quería ni pensar en lo que podía tener ahí dentro. La verdad
es que quería una ducha, pero sabía que no había manera de poder dármela
yo sola mientras siguiera enganchada a un gotero. Cepillarme el pelo y
hacerme una larga trenza a un lado en cierto modo mejoró las cosas, pero
aún estaba horrorosa. Miré de arriba abajo la bañera.
—¿Qué haces fuera de la cama? —vociferó Pedro desde la puerta, con el
ceño fruncido en su preciosa cara.
—Tenía que ir al baño.
—¿Y has terminado?
Asentí con la cabeza y miré con anhelo la magnífica bañera de mármol.
Sus ojos siguieron a los míos hasta la bañera.
—Ni lo pienses. Te vas a la cama —señaló, aún con la mirada asesina.
Levanté las cejas.
—¿Me estás diciendo adónde tengo que ir?
—Sí. Y es en esa dirección. —Movió el pulgar para darle énfasis, vino
hacia mí y me levantó los pies del suelo sin ningún problema—. Agárrate
al aparato, cariño, que también se viene con nosotros.
Di un grito y agarré el suero. Su ropa estaba fría cuando me estrechó
contra él.
Pedro no perdió el tiempo: me volvió a meter en la cama y me colocó
bien el gotero.
—De todas formas, ¿por qué necesito esto? —pregunté.
Él se inclinó hacia mí y puso sus labios muy cerca de los míos.
—Porque según Angel estabas tan deshidratada cuando te encontré que
era para ingresarte en el hospital. —Sus ojos eran serios y su voz suave
cuando me dijo la cruel verdad.
—Oh… —No sabía qué más decir y estaba empezando a sentir
emociones que amenazaban con superar mi precario control de la
situación. Llevé la mano que tenía libre a su mejilla y la acaricié, y pude
sentir su barba de varios días, suave y áspera al mismo tiempo, algo que a
estas alturas ya me resultaba muy familiar. Pedro cerró los ojos como si
estuviera saboreando mis caricias y eso me entristeció. Él también
necesitaba consuelo.
—Estabas fuera fumando, ¿a que sí?
Asintió con la cabeza y vi sus ojos vacilar mostrando arrepentimiento o
puede que incluso vergüenza. Me sentí aún peor. Definitivamente ahora
mismo no necesitaba mis críticas. Al pobre le había hecho sudar la gota
gorda en el último día y la última noche, y aún estaba aquí a mi lado. Había
venido a por mí, me había dicho que me quería y me había cuidado cuando
estaba enferma. Había hecho todo eso y ¿qué había hecho yo? Había salido
corriendo sumida en la autocompasión y me había puesto tan enferma que
ahora mismo estaría en un hospital si Angel no fuese médico.
—Lo siento mucho… —susurré—. Te he vuelto a hacer daño…, siento
mucho, muchísimo haberlo hecho.
—Shhh. —Puso sus labios en los míos y me besó con dulzura, con olor a
menta y clavo, y me hizo saber que aún estaba allí conmigo. Mi pilar, mi
apoyo.
—Me alegro de que estés aquí. Me he despertado antes y te he visto
durmiendo en el sillón…, y la siguiente vez te habías ido…
—¿En qué otro sitio querría estar, cariño? —Me pasó el pulgar por los
labios.
—¿Lejos de mí?
Negó con la cabeza despacio.
—Nunca.
—Pero aún no sé lo que dice el test, porque no lo he mirado. —Empecé a
desmoronarme.
—Yo tampoco —respondió él mientras me acariciaba el pelo.
—¿Cómo puedes no saberlo?
—No lo sé —contestó bajito—. Cuando te quité los vaqueros se cayó al
suelo.
—¿Y no lo miraste? —pregunté incrédula.
Negó con la cabeza y sonrió.
—No. Quería esperarte y hacerlo juntos.
Lancé los brazos alrededor de su cuello y me derrumbé. Intenté al menos
no hacer mucho ruido.Pedro me abrazó y me acarició la espalda. Era
demasiado bueno conmigo y sinceramente me preguntaba qué había hecho
yo para merecer a alguien como él.
—Métete en la cama conmigo —dije pegada a su hombro.
—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
—¡Sí, estoy segura de que eso es lo que quiero! —contesté, balbuceando
entre más lágrimas sensibleras.
Pedro debió de gustarle mi respuesta porque no perdió un segundo en
prepararse para acompañarme.
Yo me dediqué a secarme los ojos mientras Pedro se quitaba los
vaqueros. Pero se dejó los calzoncillos puestos. No es que nunca hubiesen
tenido un efecto disuasorio cuando queríamos estar desnudos, pero no creo
que ninguno de nosotros fuese capaz de mucho más que dormir ahora
mismo. Los dos estábamos adentrándonos en un terreno por el que parecía
que teníamos que andar con pies de plomo.
Pedro se metió bajo las mantas y puso el brazo debajo de mí como hacía
a menudo. Yo me acomodé y me acerqué a su cuerpo para poder apoyarme
en su pecho. Mi mano izquierda tenía la vía, lo que me obligaba a
mantenerla encima, pero aun así tracé círculos sobre su pecho por encima
de su camiseta. Me acurruqué contra él y respiré su delicioso aroma.
—Hueles tan bien… Yo debo de oler a cerdo podrido.
—En realidad no te lo sabría decir, preciosa, porque nunca he estado lo
bastante cerca de un cerdo podrido para saber cómo huelen. —Notaba que
estaba sonriendo con suficiencia—. ¿Cuándo lo has estado tú?
Sonreí y murmuré:
—Digo cerdo podrido en plan metafórico, y para el caso es lo mismo.
Bueno, o incluso mejor.
—Estoy de acuerdo contigo en eso. Me quedo con el cerdo podrido
metafórico antes que con los de verdad sin pensarlo. —Me masajeó la nuca
y bromeó—: Si es cierto que hueles a cerdo podrido, entonces huelen
bastante bien, la verdad. De hecho, me atrevería a decir que me encanta el
olor a cerdo podrido.
Funcionó. Hizo que al menos me riera un poco y eso me ayudó a
encontrar el valor para decirle que estaba preparada para enfrentarme a lo
que me deparara el destino.
—¿Pedro?
—¿Sí, nena?
—¿Cómo supiste que volvería allí, al ángel sirena?
—Puse un GPS en tu móvil no hace mucho. —Sus músculos se
contrajeron y me apretaron un poco más—. A pesar de que no me gustó ver
la palabra «Waterloo» en ese mensaje —dijo, e hizo una pausa para
respirar—, me alegro de que hicieras lo que necesitabas hacer. —Me dio
un beso en la frente—. Y de que llevaras el móvil encima y encendido. Voy
a tener que insistir en que siempre lo lleves contigo cuando estemos
separados. También tenemos que volver a hablar sobre tu seguridad.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
Desestimó mis preguntas con más besos y luego murmuró un muy firme
«Luego» contra mis labios.
Noté por su tono de voz que tenía que ver con algo de trabajo y lo dejé
ahí. De todas formas llevaba razón. Teníamos otras cosas de las que
encargarnos antes.
—Quie… quiero mirar ahora la prueba de embarazo.
—Antes de que lo hagas, necesito decir algo. —Ahora Pedro era el que
sonaba preocupado. Podía sentir cómo tensaba el cuerpo y no me gustó
nada ese cambio. Me daba miedo lo que pudiera decir. Y si decía lo que me
temía, entonces sería el final para nosotros. Había una cosa que
simplemente no podía hacer. Sabía que no sería capaz. Ya había pasado por
eso antes y no podría volver a hacerlo y sobrevivir.
—Está bien. Habla. —Se me encogió el estómago a causa de los nervios,
pero estaba decidida a escucharlo. Tenía que saberlo. Cerré los ojos.
—Mírame. —Me pasó el dedo por la mejilla y acabó en los labios—.
Necesito que me mires a los ojos cuando te diga esto.
Los abrí y me encontré con toda su atención centrada en mí. La
intensidad con la que me expresaba sus necesidades era casi cegadora.
—Paula, quiero que sepas… No, quiero que estés segura de que sea lo
que sea lo que diga el test, no cambiará mis sentimientos. Puede que ese no
sea el plan que tenía en mente contigo, pero si está en el camino…,
entonces no me voy a ir a ningún lado. Sé adónde quiero llegar y a quién
quiero conmigo. —Me puso la mano en el vientre y la mantuvo ahí—. A ti.
Y cualquier otra persona que hayamos concebido tú y yo se viene conmigo.
—Su expresión denotaba determinación, pero podía ver también algo de
vulnerabilidad en sus ojos, casi miedo.
Sus palabras fueron seguras, incluso un poco duras. Pensé que había
entendido lo que me estaba diciendo, pero quise asegurarme. Un rayo de
esperanza empezó a surgir en mi corazón y excavé hondo, más hondo de lo
que lo había hecho nunca, para encontrar el valor de preguntarle lo
siguiente:
—Entonces…, entonces no me pedirías que abor…
—¡Joder, no! —Me cortó—. No puedo permitir que abortes, Paula. Eso
estaría mal…, y de verdad espero que tú sientas lo mismo.
Me estremecí y exhalé un profundo suspiro.
—¡Oh, gracias a Dios! —Sentí las lágrimas brotar en mis ojos—. Porque
sé que yo no podría someterme a un aborto, aunque tú me lo pidieras. Mi
madre ya lo intentó conmigo y simplemente…, simplemente me volvió
loca. Sé que no sería capaz de…
Él silenció con besos el resto de mi respuesta y luego apoyó su frente en
la mía.
—Gracias —susurró, mientras sus suaves labios me acariciaban la cara.
Yo solo respiré un momento y le dejé abrazarme fuerte contra su cuerpo.
Necesitaba asimilarlo todo y entender sus sentimientos; y estaba tan
aliviada…
—Así que ¿te… alegrarías?
Él no lo dudó.
—No sé si «alegre» sería la palabra que utilizaría para describir cómo
me hace sentir la posibilidad de convertirnos en padres, pero sé lo que me
dicta mi conciencia, y si estamos embarazados…, entonces supongo que es
cosa del destino, y es lo que tenemos que hacer.
Los ojos de Pedro estaban tan azules en ese momento que estaba segura
de que podría ahogarme en ellos.
—¿Crees en el destino?
Él solo asintió con la cabeza. Sin palabras; en su lugar hizo un gesto que
fue mucho más íntimo que si lo hubiera pronunciado.
—Vale, ¿dónde está?
—Dónde está ¿qué?
—Mi prueba de embarazo. Estaba en el bolsillo delantero de mis
vaqueros.
Se quedó bloqueado durante un instante y luego se echó a reír. Era
bastante atípico incluso para Pedro, teniendo en cuenta las circunstancias.
—¿Dónde está la gracia? —exigí.
—Es que acabo de darme cuenta de que no la tengo. Es Angel el que
sabe el resultado. Él es el único que sabe la verdad.
—¿Cómo es que él lo sabe y tú no?
—Bueno, Angel tenía que ir a su clínica a por los suministros que
necesitaba para tu gotero y mientras estaba fuera, descubrí que se había
caído. —Me besó en la sien—. Yo estaba mirando el test en el suelo
cuando llegó. Me preguntó si lo iba a comprobar. Le dije que lo hiciera él,
pero que no me lo dijera. Y eso es lo que hizo. Lo miró y luego se lo metió
en el bolsillo de la camisa, creo. Estaba muy concentrado en
proporcionarte los fluidos, y francamente yo también. Estabas
completamente ida. No te despertaste ni cuando te desvestí. Estaba muerto
de miedo. —Me estrujó un poquito—. No vuelvas a hacer eso nunca, por
favor.
—Créeme, no quiero volver a ponerme así de enferma, muchas gracias.
Es horrible… —fui bajando la voz y me di cuenta de que aún no teníamos
respuesta a la pregunta y realmente la necesitaba—. Espera, la segunda
prueba de embarazo… —le recordé.
—Sí, eso mismo estaba pensando yo. Me pregunto si aún está en el baño
del piso de abajo. —Pedro se sentó en la cama y alcanzó sus vaqueros—.
De verdad espero que sí, por el bien de Angel, porque dudo que aprecie que
le despertemos a las dos de la mañana para que nos dé el resultado.
—¿Vas a bajar a buscarlo?
—Sí —contestó él—. Llevo horas esperando a saber la verdad y no
quiero esperar más. —Me dirigió otra intensa mirada mientras se ponía los
pantalones—. ¿Te parece bien?
Asentí con la cabeza y respiré hondo otra vez.
—Yo también quiero saberlo.
Se puso de pie y revisó mi bolsa de suero antes de agacharse para darme
un beso rápido en los labios.
—No te muevas de aquí, cariño.
—Oh, no lo haré —respondí con sarcasmo—. Quiero quitarme esto. —
Señalé mi muñeca.
—Por la mañana —dijo él—. Te lo quitarán entonces. —Me arregló el
pelo de esa forma suya tan dulce y relajante—. El gotero ahora va muy
lento. —Me dedicó una bonita sonrisa, que me encantó ver. Me encantaba
cuando Pedro sonreía, punto. Porque le cambiaba toda la cara y parecía
realmente… feliz.
—Entonces estaré aquí mismo esperándote. —Asentí con la cabeza.
Perdió la sonrisa, se puso serio otra vez y se giró hacia la puerta en
vaqueros y con los pies descalzos, el pelo alborotado y la barba con aspecto
desaliñado.
Me dejó sin aliento.

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