domingo, 16 de marzo de 2014

CAPITULO 119



Mientras bajaba las elegantes escaleras respiré tranquilo por primera vez
en horas. Bueno, tal vez tranquilo no era la palabra más indicada, pero el
terror que me había estado presionando como un yunque en el pecho se
había aliviado lo suficiente como para permitirme respirar sin dolor físico.
Por un lado, ella había vuelto al mundo de los vivos. Por otro, éramos de
la misma opinión en cuanto a embarazos no planeados. Del resto
tendríamos que encargarnos paso a paso.
El primer paso era encontrar el otro test de embarazo.
No estaba en el baño donde lo había visto por última vez y eso tenía
sentido, ya que esta casa funcionaba como un hotel la mayor parte del
tiempo. Luciana no dejaría algo así en una habitación donde los huéspedes
pudieran encontrarlo. No esperaba que estuviese allí de ninguna forma.
Lo siguiente fue la cocina. Tenía una idea de dónde podía haberlo
puesto, así que encendí las luces. La despensa era enorme, con una pared
entera dedicada a artículos no comestibles y suministros para el negocio.
Examiné cada estante y entonces, bingo, ahí estaba. La caja que había
comprado en la farmacia de Kilve ese día se encontraba en la repisa con los
jabones. Leí el paquete otra vez. «Fiabilidad superior al 99 por ciento» y
«Tan preciso como una prueba médica» tenían que significar algo, ¿no?
Cuando me volví para salir de la cocina pasé por la estantería donde
estaba la fotografía de mi madre con Luciana y conmigo. Me detuve y la
cogí. Mientras estudiaba la imagen, me di cuenta de que esta era la forma
en que siempre la imaginaba. Su belleza había sido capturada en esa foto
por última vez antes de que se marchase y se convirtiese en otra cosa. Miré
la imagen de mí mismo con cuatro años, cómo me apoyaba en ella y cómo
ella me tocaba, mi mano en su pierna, y me pregunté si alguna vez le dije
que la quería. Lo había hecho en mis sueños y en mis rezos, por supuesto,
pero me preguntaba si en alguna ocasión le había dicho a ella esas palabras
para que las escuchara de mi boca. Pero no había nadie a quien se lo
pudiera consultar. Y aunque lo hubiera, no creo que pudiera hacerle esa
pregunta. Sería cruel obligar a mi padre o a Luciana a recordar algo así.
Pensé hacia dónde me dirigía y lo que Paula y yo estaríamos haciendo
dentro de unos minutos y deseé con todas mis fuerzas que mi madre
hubiera podido vernos juntos. Que pudiera llamarla y decirle: «Tengo
noticias, mamá, y espero que te alegres al escucharlas».
Acaricié con el dedo la imagen de su preciosa cara y la volví a dejar en
la estantería. De alguna forma sentía que la conexión estaba ahí y que era
posible que ella supiera todo sobre mí. Guardé esa esperanza cerca de mi
corazón mientras apagaba la luz y regresaba al piso de arriba con mi chica.
Paula estaba sentada en la cama, preciosa y nerviosa, y el impulso
protector que emanaba de mí era tan intenso que me obligó a hacer una
pausa. Y me di cuenta de algo importante. Supe en ese momento que
cualquiera que se atreviera a intentar hacerle daño a ella o a nuestro
posible hijo tendría que matarme a mí primero para llegar a ellos. Guau.
No le di importancia porque de todas formas me daba igual. Si alguna vez
le pasaba algo yo estaría acabado. Esa era mi verdad.
—¿Lo has encontrado? —preguntó ella con su dulce voz.
Agité la caja con la mano delante de mí mientras me acercaba.
—El test desaparecido.
—Vale, estoy preparada —dijo en voz baja, y alargó la mano.
Puse la caja en su regazo y le cogí la mano derecha. En vez de besarle el
dorso, le di la vuelta y presioné mis labios en su muñeca. Podía sentir latir
su pulso. Sus ojos se llenaron de lágrimas, así que sonreí y le dije la
verdad:
—Todo saldrá de la forma en que tenga que ser, cariño. No tengo
ninguna duda.
—¿Cómo puedes no tener dudas?
Me encogí de hombros.
—Solo sé que vamos a estar juntos, y si esto es parte de nuestro futuro,
entonces mejor será que sigamos adelante con ello. —Aparté las mantas y
la ayudé a salir de la cama.
—Puedo andar —me dijo—. Y te prometo que esta vez saldré por la
misma puerta por la que entre. —Miró al suelo, avergonzada.
En ese momento podía permitirme ponerme chulo, así que aproveché la
oportunidad aunque me convirtiese en un cretino.
—Sí, estoy bastante seguro de eso, preciosa. Me temo que te costaría
mucho bajar las escaleras con ese aparato sin que yo me diera cuenta.
Perdió la vergüenza de inmediato y me miró con sus preciosos ojos
enfurecidos.
—Se me está ocurriendo un buen uso para ese aparato.
—Esa es mi chica. —La llevé hasta el baño, ayudándola con el aparato
del suero, incapaz de cerrar la bocaza—. En realidad es un aparato muy
fino, ¿sabes? Probablemente tiene bastantes usos prácticos…
Ella me cerró la puerta del baño en la cara y me dejó de pie al otro lado
por segunda vez, a la espera de una información que ahora deseaba que
fuese positiva. Es raro, pero desde el principio acepté la idea, casi desde
que la insinuaron. La idea de un bebé era una perspectiva abrumadora,
claro, pero éramos personas inteligentes y teníamos más a nuestro favor
que la mayoría de la gente cuando empieza una familia. Nuestro hijo nos
afianzaría de una forma más sólida, y eso era algo precioso a mis ojos.
Sabía lo que me decía, aunque no pudiese admitírselo a una sola persona en
este mundo. Si he dejado embarazada a mi chica y hemos hecho un bebé
juntos y está creciendo dentro de ella ahora mismo, entonces nunca la
perderé, nunca me dejará, nada podrá alejarla de mí.
No concebía que nada ni nadie pudiese cuestionar mi lógica. Una vez
más, tenía mucho sentido para mí.

3 comentarios:

  1. oh muy buenos los 3 pense que se venia el resultado bueno abra que esperar al siguiente besos

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  2. que nerviossss! jajajajajaj estará o no estará embarazada ? que amor Pedro, como la cuida ♥

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  3. buenísimos los capítulos,me muero por saber si esta embarazada!!!

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