jueves, 20 de marzo de 2014

CAPITULO 132




Me detuve ante la casa de ladrillo rojo en Hampstead donde había
crecido y aparqué en la calle.
—Esta es la casa de mi padre.
—Es preciosa, Pedro. Un elegante hogar inglés, justo como lo había
imaginado. El jardín es muy bonito.
—A papá le gusta trabajar la tierra con las manos.
—Siempre he admirado a las personas con mano para las plantas. Me
gustaría tener un jardín algún día, pero no sé demasiado sobre el tema.
Tendría mucho que aprender —dijo ella desde el coche con cierta
melancolía—. ¿Te sientes bien cuando vienes? ¿Lo consideras aún tu
hogar? —Me pareció que hablaba con nostalgia.
—Bueno, sí. Es el único que tuve hasta que conseguí el mío. Y sé que mi
padre estaría encantado de enseñarte lo que hiciera falta. El jardín de mi
madre está en la parte de atrás de la casa. Eso sí que quiero que lo veas. —
Recorrí con la mirada a Paula; estaba preciosa, como siempre, con un
vestido de flores y unas botas moradas. Dios, me encantaba que llevase
botas. La ropa se podía ir, pero las botas podían quedarse… siempre—.
¿Estás nerviosa?
Asintió.
—Lo estoy… y mucho.
—No tienes por qué, nena. Todos te quieren y piensan que eres lo mejor
que me ha pasado. —Le di un suave beso en los labios, saboreando su
dulzura antes de que tuviésemos que estar en público y de que la constante
necesidad de tener mis manos sobre ella hubiese de ser contenida durante
las horas siguientes. Es un asco ser yo en esos momentos—. Y lo eres —
añadí.
—Oh, vamos… Recuerdo cuando mi padre te interrogó… y cómo te
falló la voz —dijo riéndose—. Su cara no tenía precio, ¿verdad?
—Supongo. En realidad no recuerdo su cara. En lo único que podía
pensar era en lo agradecido que estaba por tener miles de kilómetros entre
nosotros, ya sabes, para evitar que me cortara las pelotas.
—Pobrecito mío —me consoló mientras se reía con una mano sobre el
estómago.
—¿Te encuentras bien? ¿Cómo se está portando nuestra frambuesa esta
tarde?
Paula me acarició la mejilla.
—La pequeña frambuesa está cooperando por ahora, pero nunca sé lo
que vendrá en un rato. Por alguna razón la noche es mi enemiga. Tan solo
tengo que tomármelo con calma.
—Estás preciosa esta noche. Mi padre va a estar entusiasmado. —Le
cogí la mano, le di un beso en la palma y después la presioné contra su
vientre.
—Vas a hacerme llorar si sigues por ese camino. —Me cubrió la mano
con las suyas.
—No. Nada de lágrimas hoy. Es un momento feliz. Piensa en lo feliz que
estaba tu padre anoche cuando se lo dijimos. Bueno, al menos lo estuvo
después de percatarse de que se hallaba demasiado lejos como para
castrarme. —Le guiñé rápidamente el ojo.
—Te quiero, Alfonso. Me haces reír, y eso es mucho. Terminemos
con esto.
—Sí, jefa. —Salí, di la vuelta al coche, saqué a mi chica y la acompañé
hasta la puerta. Llamé al timbre y esperé. Sentí un cálido roce en mi
pierna. El gato había crecido desde la última vez que vine.
—Soot, tío. ¿Qué tal estás? —Le cogí en brazos y le presenté a Paula
—. Este es Soot, el autoproclamado dueño de mi padre. Podría decirse que
él le ha adoptado.
—Ohh…, qué gatito tan lindo. Qué ojos más verdes. —Paula se acercó
a acariciarle cuando Soot agachó la cabeza hacia su mano—. Es muy
amistoso, ¿eh?
—Sí que lo es.
La puerta se abrió y se interrumpió ese momento que estábamos
viviendo. La tía de Paula, Maria, estaba en el porche de mi padre con una
sonrisa de bienvenida.
—Sorpresa —dijo Maria—. Me apuesto lo que sea a que no esperaban
verme aquí, ¿verdad?
Yo reí incómodo, en realidad me había pillado algo desprevenido, pero
me recuperé enseguida a pesar de mi asombro.
—Maria, si esta no es la sorpresa más agradable del mundo, no sé cuál
podría ser. ¿Estás ayudando a mi padre con la cena?
—Exacto —respondió ella—. Por favor, entren.
Nos saludó a los dos con besos y abrazos. Paula y yo intercambiamos
una rápida mirada. Apostaría todo mi dinero a que Paula estaba tan
sorprendida como yo de ver a Maria ahí.
En cuanto atisbé a mi padre, supe que ocurría algo. Se limpió las manos
con un trapo de cocina y nos saludó. Un cálido abrazo y un beso en la mano
para mi chica y un más bien frío gesto con la cabeza hacia mí. Soot saltó de
mis brazos y se marchó a alguna parte.
—Maria y yo ya habíamos quedado para cenar aquí esta noche antes de
que llamaran para venir —explicó mi padre.
¿De verdad?Paula y yo intercambiamos otra mirada y resultó obvio
que estábamos tratando de disimular. ¿Así que papá y Maria estaban…?
Bien. Seguía pensando que Maria era muy atractiva para ser una mujer
madura. La idea de que mi padre tal vez estuviese molesto por haberle
interrumpido su noche romántica cruzó por mi mente. Bueno, mierda.
—¿Por qué no lo dijiste entonces? —pregunté—. No teníamos por qué
venir esta noche.
Mi padre sacudió la cabeza hacia mí y se quedó en silencio. Si no le
conociese tanto, diría que me estaba ignorando. Pero solo a mí, no a
Paula. Le dirigió una cálida sonrisa y dijo:
—Creí que debían venir esta noche, hijo.
¿Qué demonios? ¿Sabía ya algo? Iba a partir un par de cabezas si mi
hermana o Luciana se habían ido de la lengua. Le miré fijamente. Él se quedó
impávido.
Maria rompió la tensión. Gracias, joder.
Paula, querida, ven a ayudarme con el postre. Bizcocho de
frambuesa, y va a estar de muerte.
Me entraron ganas de sonreír cuando dijo «frambuesa» y mi mirada se
encontró al instante con la de Paula. Me guiñó un ojo y siguió a Maria a
la cocina.
—¿Por qué estás así de seco, papá? ¿Hemos interrumpido tu noche o
algo? Podías haberme dicho que hoy no te venía bien, lo sabes.
Mi padre apretó la mandíbula y levantó ambas cejas, haciéndome saber
quién mandaba en esa pequeña discusión. Es increíble cómo un padre tiene
ese poder. Era capaz de llevarme a mi adolescencia y recordarme cuando
me sentaba y me echaba la bronca por meterme en algún lío.
—En realidad sí has interrumpido mi noche, pero eso no tiene nada que
ver. Siempre me alegro de ver a mi hijo. No, lo que no me puedo creer es
que tenga que esperar a que me llames, Pedro. —Me apuñaló con la
mirada.
—¿Podemos dejar de hablar en código? Obviamente estás molesto por
algo.
—Oh, sí, algo —respondió cortante.
—¿Qué quieres decir con eso? —solté un gallito. ¡Joder! Estaba metido
en un lío. ¿Lo sabía mi padre? ¿Cómo?
—Creo que lo sabes, hijo. De hecho, sé que lo sabes.
—¡Lo sabes! —Sí, mi voz seguía cambiando de tono como un cantante
de ópera en escena—. ¿Cómo es posible?
Suavizó un poco su expresión.
—Parece ser que un montón de cosas son posibles, hijo. Imagina mi
sorpresa cuando llamé a Luciana y mi nieta me contó alegremente que el
tío Pedro y la tía Paula están embarazados.
¡Oh, Dios! Me froté la barba de inmediato.
—Así que el pequeño monstruo te lo contó, ¿verdad?
—Desde luego. —Mi padre aún mantenía una expresión severa—. Delfina
tiene bastante que decir al respecto.
Me agarré las manos en señal de rendición.
—¿Qué quieres que diga, papá? Ha sucedido sin más, ¿vale? No fue
intencionado, ¡y te puedo asegurar que nos sorprendió tanto como al resto!
Se cruzó de brazos, sin parecer afectado por haberme pillado
desprevenido.
—¿Cuándo es la boda?
Miré al suelo, de repente avergonzado. No tenía respuesta para él.
—Estoy en ello —murmuré.
—Por favor, dime que te casarás enseguida. —Levantó la voz—. ¡No
puedes esperar a que nazca el bebé como hacen algunos famosos!
—¿Puedes bajar la voz? —le rogué—. Paula está…, bueno, se siente
recelosa con respecto al compromiso. Le da miedo… por su pasado.
Mi padre me lanzó una mirada que mostraba bastante bien lo que
opinaba de mi explicación.
—Demasiado tarde para eso, hijo —resopló—. Ya están todo lo
comprometidos que pueden estar. Tener a su hijo sin los beneficios de
un matrimonio legal será incluso más aterrador, te lo aseguro. Para ti y
para Paula. —Sacudió la cabeza—. Olviden el pasado, tienen que pensar
en el futuro. —Me miró como un perro miraría un filete—. ¿Le has
propuesto matrimonio siquiera? No veo ningún anillo en su dedo.
—Ya te he dicho que estoy en ello —le contesté. Y, joder, de verdad que
lo estoy, papá.
—El tiempo no espera, Pedro.
—¿De verdad, papá? Gracias por el consejo. —Mi sarcasmo me habría
supuesto un bozal en la boca durante mis años mozos. Ahora solo recibí
una mirada severa y más frialdad. De repente se me ocurrió que tal vez ya
había compartido nuestra noticia—. ¿También lo sabe Maria? —pregunté
altivamente.
—No. —Mi padre me regaló otra mirada hostil unida a una hacia el
cielo antes de dirigirse a la cocina con Paula y Maria.
Observé cómo se marchaba enfadado y decidí que poner algo de
distancia ahora sería lo mejor. Carecía de sentido tener una pelea familiar
y enfadar a todo el mundo. Mejor lo sufría yo solo. Planté mi culo en el
sofá y deseé un cigarro. O un paquete entero.
Es gracioso lo diferente que reaccionaron nuestros padres a nuestras
noticias. Miguel Chaves se alegró por nosotros, después del asombro inicial,
creo. No nos exigió una fecha de boda, sino que simplemente quería ver
que éramos felices y que yo quería a su hija y estaba dispuesto a cuidar de
ella y de nuestro hijo. Incluso sugirió venir a hacernos una visita a finales
de otoño, algo que entusiasmó a Paula.
La madre de Paula tampoco preguntó por la fecha de la boda. La
señora Shultz era otro cantar, de verdad, pero el caso es que yo no le
gustaba, y estoy seguro de que no le agradaba tampoco el hecho de
convertirse en abuela. Era su problema. Un silencio helador fue lo que
recibimos del otro lado de la línea cuando llamamos para darle la noticia.
Paula no había querido decírselo a su madre por Skype como había hecho
con su padre, y ahora entendía el porqué. Su madre nos habría dedicado un
par de miradas malvadas al oír nuestras noticias y mi dulce chica no
necesitaba verlas en absoluto. Ya había sido bastante malo consolarla
después de colgar el teléfono. Sí, había marcado los límites y le había dado
mi opinión. La madre de Paula era una amargada criticona que
claramente se preocupaba más de su posición social que de su hija. Por
suerte, nuestros encuentros serían mínimos.
Así que sí, la instantánea hostilidad de mi padre ante la falta de fecha
para la boda me había pillado por sorpresa. Sobre todo cuando un mínimo
de paciencia habría puesto fin a sus preocupaciones.
Tras unos momentos Soot encontró mi regazo y se puso cómodo. Se
quedó mirándome con sus ojos verdes mientras yo le acariciaba el brillante
pelaje y me preguntaba cómo era posible que en una noche agradable
hubiese acabado recibiendo la corona al rey de los idiotas en un cojín de
terciopelo.
—Tengo un plan —le dije al gato—. Lo tengo, solo que aún no se lo he
dicho a nadie.
Soot me guiñó uno de sus ojos verdes en señal de total entendimiento y
ronroneó.

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