jueves, 20 de marzo de 2014

CAPITULO 133



Pedro me retiró la silla de la mesa y me ayudó a levantarme.
—Quiero enseñarle a Paula el jardín —anunció.
—Pero ¿no deberíamos ayudar a recoger la mesa? —pregunté.
—No, por favor, querida, deja que Pedro te enseñe el precioso jardín de
su madre. Quiero que lo veas. —El tono de Horacio era contundente. Ni
siquiera me planteé discutirlo.
Miré a Pedro y le agarré la mano.
—Bueno, de acuerdo, si no te importa. El salmón y la bearnesa estaban
deliciosos. Estoy asombrada con tus dotes para la cocina, Horacio. —Le
guiñé un ojo a Maria—. Sabía que mi tía era la reina de la cocina, pero tú
me sorprendes.
Horacio se encogió de hombros.
—Tuve que aprender. —Al instante me sentí mal por recordarle a todo
el mundo la pérdida de la madre de Pedro. Él había perdido a su madre
cuando era un niño, pero Horacio había perdido a su mujer y a su alma
gemela. Era algo muy triste, pero Horacio había tenido muchos años de
práctica lidiando con momentos incómodos como este y no le dio ninguna
importancia—. Maria y yo hemos sido un gran dúo esta noche, creo. Yo
hice el pescado y el arroz y ella la ensalada y el postre. —Horacio le guiñó
un ojo a mi sonriente tía. Me pregunté si estaban… saliendo; era una idea
rara que estuviesen teniendo una relación de pareja, pero me haría feliz si
fuese cierta. Tal vez fueran solo amigos, pero desde luego se les veía muy
tiernos juntos. Me pregunté qué opinaría Pedro de ver a su padre con una
mujer.
Pedro me colocó la mano en la espalda y me guio al exterior. Soot iba
delante de nosotros antes de saltar a la base de ladrillo de una enorme
jardinera que flanqueaba un apartado banco rodeado de consueldas de un
morado intenso y lavanda azul claro.
—Esto es precioso, justo como un jardín inglés sacado de una postal. —
Me encogí de hombros hacia Pedro, al que notaba muy tenso para una
simple visita al jardín. Tenía la mandíbula apretada y la mirada fija—. ¿Te
resulta duro ver a tu padre con Maria? —pregunté con tacto.
Negó con la cabeza.
—En absoluto. Maria es muy atractiva —dijo sonriendo—. A por ella,
papá.
—Bueno, es un alivio. Estaba un poco preocupada. Parecías… tenso
durante la cena.
Me llevó hacia el banco del jardín y me envolvió con sus brazos,
enterrando su cabeza en mi cuello.
—¿Parezco tenso ahora? —murmuró entre mi pelo.
—No tanto —contesté mientras le acariciaba el cuello—, pero tus
músculos están muy tensionados. ¿Cuándo se lo vamos a decir? Pensé que
a estas alturas ya lo habríamos hecho.
—Lo haremos cuando regresemos dentro. Necesito un momento a solas
contigo primero.
—Me tomaré ese momento a solas contigo. —Sonreí a su hermosa cara,
que me miraba intensamente; la iluminación de las luces del jardín se
reflejaba en sus ojos azules como diminutas chispas. Se acercó a mí y me
besó y me devoró con su experta técnica. Noté un pequeño cosquilleo en el
estómago y me sentí tan afectada como durante el momento en que nos
miramos por primera vez a los ojos aquella noche en la Galería Andersen a
principios de mayo.
Pedro me besó en el jardín de su padre durante mucho más que unos
segundos, pero yo podría haber estado toda la noche. Sus labios y su lengua
seguían siendo igual de mágicos que el primer día. Pedro me hacía sentir
especial cuando me besaba. Ningún otro hombre me había hecho sentirme
tan amada en mi vida.
Poco después se retiró y me sujetó la cara entre sus manos. Me acarició
los labios con el pulgar y me deslizó el labio inferior lo bastante como para
enviarme un mensaje. Un gesto que decía «eres mía» y que despertaba
sensaciones extrañas en mi interior. De todos modos, el simple roce de
Pedro lo conseguía y ya estaba familiarizada con esa sensación. Tan solo
me hacía quererle más, si es que eso era posible.
—Te compré una cosa cuando estábamos en Hallborough. Lo encontré
en una tienda de antigüedades cuando recorrí el pueblo y supe que era para
ti. He esperado hasta el momento adecuado para dártelo. —Sacó un
pequeño paquete rectangular del bolsillo de su chaqueta y lo depositó en
mi regazo.
—Oh… ¿Tengo un regalo? —Cogí el paquete y le quité el bonito papel
azul. Era un libro. Un libro muy viejo y muy especial. Mi corazón se
aceleró al darme cuenta de lo que Pedro me había dado—. Lamia, Isabella,
la víspera de santa Inés y otros poemas de John Keats… —Me impactó
tanto que me atraganté.
—¿Te gusta? —La expresión de Pedro era vacilante y me di cuenta de
que tal vez tenía dudas sobre el regalo, de si me gustaría o no. Una primera
edición de Keats debía de costar una fortuna, y esta lo era. Tenía la
cubierta de piel verde y todavía se veían las letras doradas en relieve en el
lomo. Para mí era una obra de arte.
—¡Oh, Dios mío! Sí, puedes estar seguro, cariño. Es precioso, un regalo
maravilloso. Lo querré siempre. —Lo abrí con cuidado y lo acerqué a una
de las lámparas del jardín para poder verlo—. Hay una dedicatoria. «Para
mi Marianne. Siempre tuyo, Darius. Junio de 1837». —Me llevé la mano al
cuello y miré a Pedro—. Era el regalo de unos enamorados. Darius amaba a
Marianne y le dio el libro.
—Como yo te quiero a ti —dijo él suavemente.
—Oh, Pedro. Me harás llorar otra vez si sigues haciendo estas cosas.
—Bueno, no me importa que llores, de verdad. Nunca me ha importado.
Especialmente si no son lágrimas de tristeza. Puedes llorar de alegría
siempre que quieras, nena. —Se inclinó y posó la frente en la mía—.
Adoro el sabor de tus lágrimas —dijo antes de apartarse.
—Yo también te quiero —susurré al tiempo que le acariciaba la mejilla
—. Y me haces regalos demasiado caros.
—Nunca, nena. Te daría el mundo si pudiese. Nunca me has pedido
nada. Eres muy generosa y me haces mejor persona con tu espíritu. Me
maravillas la mayor parte del tiempo. De verdad —asintió para enfatizar
sus palabras—. No miento.
—Ahora me toca a mí preguntar si eres real.
Su mirada me recorrió asintiendo de nuevo.
—Creo que me volví real cuando te conocí.
Se me cayó el corazón a los pies en el momento en que Pedro se levantó
del banco y se arrodilló frente a mí. Me cogió la mano.
—Sé que soy un poco bruto a veces y que he irrumpido en tu vida, pero
te quiero con todo mi corazón. No lo dudes nunca. Eres mi chica y te
quiero y te necesito conmigo para siempre. Habría querido un futuro
contigo independientemente de las circunstancias. El bebé es tan solo una
señal más de que es lo correcto. Estamos haciendo lo correcto, preciosa.
Estamos bien juntos.
No podía hablar, pero coincidía con él. Estábamos bien juntos.
Todo lo que podía hacer era mirar sus preciosos ojos y enamorarme más
de todo lo que representaba Pedro Alfonso. Mi increíble hombre.
Los caminos que tomamos en la vida nunca están claros y nadie puede
predecir el futuro, pero la noche en que vi a Pedro supe que había algo
especial en él. Cuando fui a su piso la primera vez para estar con él, lo
supe. También supe que la decisión me cambiaría la vida. Para mí lo había
hecho. Él era todo lo que podía soñar en un compañero, e incluso más de lo
que nunca pude haber imaginado. El momento nunca es bueno. Uno tiene
que lidiar con lo que viene cuando entra en tu vida.
Pedro era sencillamente… la persona adecuada para mí. Le apreté la
mano. Era la única respuesta que podía darle teniendo en cuenta que mi
corazón latía tan deprisa que estaba segura de que podría salir volando si él
no me sujetase.
—Paula Chaves, ¿me harías el hombre más feliz de la Tierra
casándote conmigo? Sé mi mujer, la madre de nuestro hijo. —Inclinó la
cabeza y susurró el resto—: Hazme real. Solo tú puedes hacerlo, nena. Solo
tú…
—Sí —asentí con rapidez.
No sé cómo me las ingenié para decirle siquiera esa única palabra. Me oí
hablar en alto, pero lo único que podía hacer era mirarle. Mirarle
arrodillado ante mí y sentir el amor que me brindaba. Había muchas otras
cosas que podía haber dicho, pero no lo hice. Quería disfrutar del momento
para después recordar cómo me sentí cuando Pedro me pidió que le hiciese
real.
Entendía lo que quería decir con eso. Lo entendía porque yo sentía lo
mismo. Él me sacó de la oscuridad y me llevó a la luz. Pedro me había
devuelto mi vida.
Algo frío y pesado se deslizó por mi dedo. Cuando bajé la mirada para
ver lo que era me encontré con que tenía el anillo más bonito del mundo
colocado en el cuarto dedo de mi mano izquierda. Una amatista enorme,
antigua y hexagonal, de color morado oscuro e incrustada en platino con
diamantes, brillaba hacia mí. Lo llevé hacia la luz del jardín para poder
verlo bien. Era imponente, precioso y demasiado lujoso para mí, pero me
encantaba porque lo había elegido Pedro. Me tembló la mano y las
lágrimas comenzaron a brotar. Era incapaz de contenerlas. Estaba bien que
me acabara de decir que no le importaban mis lágrimas porque caerían
sobre él en cuestión de segundos.
Esas eran definitivamente lágrimas de felicidad.
—Quie… quiero ca… casarme contigo. Lo quie… quiero. Te quiero
muchísimo, Pedro. —Mis palabras salieron entre sollozos. Estaba tan
abrumada que no podía asimilarlo todo, y estoy segura de que mi estado
hiperhormonal tampoco ayudaba.
Pedro me agarró la mano y la besó, y el familiar roce de su perilla unido
a sus cálidos labios me consolaron de una manera que no podría describir
con palabras. Simplemente me hizo sentir querida, tal y como siempre
hacía. Ahora era suya, y recibí ese hecho con los brazos abiertos. Me había
llevado un tiempo conseguirlo, pero había llegado hasta aquí. Había
aceptado el amor de Pedro y le había ofrecido todo mi ser a cambio. Por
fin.
Nunca creí que fuese posible ser tan feliz en la vida.

3 comentarios: