viernes, 21 de marzo de 2014

CAPITULO 136



No pude resistirme a mandarle un mensaje a Pedro a la hora del almuerzo.
Parecía disfrutar de nuestras bromas y solía contestar si no se encontraba
en una reunión, e incluso a veces aunque estuviera en una. Mensajes
traviesos también. Sonreí según tecleaba. Es posible q tenga q ir desnuda
xa casarme contigo. Aún no tengo vestido. Estás comiendo? ».
No tuve que esperar mucho antes de que mi móvil vibrara.
«No, nena. No lo entendiste. Vale a lo de ir desnuda SOLO en la luna de
miel. Vestido indispensable xa la boda. Xx».
Me reí en alto y llamé sin querer la atención de mis amigos. Intenté
disimular revolviendo la ensalada.
Era imposible que funcionase.
—¿Mensajes guarros otra vez? —preguntó Oscar con una sonrisa.
—Lo siento. Sale espontáneo. —Me encogí de hombros y ladeé la
cabeza—. ¿Culpa de las hormonas? —Merecía la pena utilizar en mi
defensa la excusa de las hormonas al menos una vez.
—Te pillé, querida —dijo Oscar con una risita y el radar de cotilla
encendido. Estoy seguro de que podría engatusar a una monja para que se
quitara la ropa si quisiera. Daba miedo el modo en que conseguía las cosas.
—Solo tenían que mirarse el uno al otro para hacer que la sala entrara en
combustión espontánea —añadió Gaby burlonamente mientras le daba un
buen sorbo a su copa de vino.
Me dio rabia no poder unirme a ella con otra copa y decidí que no
pasaba nada si sentía celos inhumanos por ella en ese momento.
—No seas mala, Gaby, ya me estás dando bastante envidia con el vino.
No puedo evitar que Pedro consiga que entre en combustión espontánea.
Gaby se echó a reír y volvió a llenar su copa de Chardonnay.
—No me sorprende que Pedro te dejara embarazada. Imagino que al
principio apenas comían o bebían. Todo lo que hacían era darle como
conejos.
La miré con cara muy seria. Aguanté unos diez segundos antes de
romper a reír.
—Es cierto, es totalmente cierto.
Estábamos bromeando, haciendo el bobo cuando me sonó el teléfono.
¿Mamá? ¿A estas horas? Nunca me llama por la mañana.
—¡Mierda! Me está llamando mi madre. ¿Creén que ha notado que
hablaba mal de ella? —Decidí dejar que saltara el buzón de voz.
—¿La melodía de Psicosis es el tono para tu madre? —preguntó Gaby,
que se había quedado con la boca abierta.
Me encogí de hombros.
Pedro fue quien lo puso. —Silencio incómodo—. Siempre está
jugueteando con aplicaciones y esas cosas. —El silencio se hizo aún más
evidente—. Quiero decir que quien se pica… —Intenté zanjarlo con algo
ligero y gracioso.
Oscar me salvó cuando empezó a reírse y me lo contagió. Dios, si tenía
que aguantar el terrible resentimiento de mi madre, también podía intentar
encontrarle la gracia a hacerlo. Oscar la había conocido y había sobrevivido
para contarlo. Mi madre le toleraba, pero ella adoraba a Gabriela, así que
estoy segura de que Gaby pensaba que estaba siendo muy dura. No lo era.
Oscar era testigo de ello.
Un minuto más tarde vi que tenía un mensaje de voz, lo que no era una
sorpresa. Mi madre me dejaba mensajes de voz todo el tiempo. Sabía que
no le cogía el teléfono y eso le molestaba aún más de lo que ya lo estaba
conmigo. De pronto me sentí cansada. Era agotador mantener esta guerra
entre nosotras. Deseé que hubiese paz. Me pegaría un tiro si tuviese una
relación así de tortuosa con mi hija o hijo.
Mientras me bebía mi limonada me quedé pensativa un rato, contenta de
oír a Gaby y Oscar hablando sobre distintos estilos de velos y los pros y los
contras del blanco y el crema para una novia embarazada. Hasta que me
empezó a invadir la culpa.
¿Qué decía esto de cómo estaba manejando la situación? ¿Y si algún día
mi hija no quisiera hablar conmigo? ¿O si no aguantara estar cerca de mí?
¿O si pensara que era una perra hipócrita?
Me quedé hecha polvo.
Cogí mi móvil y pulsé el buzón de voz.
Paula, necesito hablar contigo. Es…, es… una emergencia. Intentaré
llamar a Pedro y ver si puedo dar con él.
Un miedo helador me atravesó al instante. Si mi madre se dignaba
llamar a Pedro, entonces se trataba de algo realmente malo. ¡No! No dejes
que se trate de papá. No dejes que se trate de él. Ni podía pensar en eso.
Me quedé congelada mirando el teléfono. Su voz no era normal. Sonaba
como si estuviese llorando. Mi madre nunca lloraba.
Me tembló la mano al apretar las teclas de su número. Me di cuenta de
que Pedro acababa de mandarme un mensaje de texto, pero lo ignoré. Y
entonces el móvil de Oscar se encendió como un árbol de Navidad.
—¿Qué ocurre, Pau? —Gaby se acercó y me tocó el brazo.
—No lo sé. Mi madre… dice que es una emergencia…, estaba llorando.
Las ideas se agolpaban en mi cabeza, mi corazón latía tan fuerte que
podía sentir mi cuerpo temblar. Oscar contestó a su llamada. Su mirada se
cruzó con la mía y dijo:
—Está aquí mismo. Llamando a su madre.
Sabía que Oscar estaba hablando con Pedro, y sabía que eran malas
noticias. Mi mente estaba aturdida cuando escuché la voz de mi madre al
otro lado de la línea. Todo se movía tan rápido que no podía hacer nada por
pararlo. Quería parar el tiempo. Párate. Por favor, para todo esto… No
quiero saber lo que sea que tiene que decirme.
—¿Paula? Cariño, ¿estás con alguien? —Mi madre nunca me llamaba
«cariño» y nunca sonaba como lo hacía ahora mismo.
—¡Mamá! ¿Qué ocurre? Estoy con Oscar y Gaby. Estamos buscando mi
vestido de novia… —Podía oír cómo mi voz se empezaba a quebrar—.
¿Por qué has llamado a Pedro?
El silencio de mi madre fue como la hoja de un cuchillo clavándose en
mi corazón. Sabía que no estaba callada por mi comentario sobre el vestido
de novia. Quería pensar que esa era la razón, pero sabía que no era así.
—Paula…, es tu padre.
—¿Qué le ocurre a papá? ¿Está… bien? —Apenas podía preguntar. Miré
a Oscar y vi su gesto de sincero dolor. Entonces empezó a hablar bajito
por su propio teléfono. No me miraba, mantenía la vista baja. Sabía lo que
estaba haciendo. Oscar estaba hablando con Pedro y diciéndole en qué
restaurante estábamos para que pudiese venir a por mí.
¡Noooooooooo! Eso significaba que algo muy malo había ocurrido.
—Paula, cariño, tu padre se ha ahogado en la piscina. Lo encontró el
servicio de mantenimiento. —Mis oídos escuchaban las palabras, pero mi
cerebro se rebelaba. No podía aceptarlo. No podía.
—¡No! —la interrumpí.
—Paula…, es cierto. Ojalá no lo fuese…, pero lo es.
—Pero no puede ser, mamá. No puede estarlo… ¡No! ¡No, no me digas
eso! Mamá… ¿Mamá?
—Cariño, estuvo en el agua mucho tiempo. Probablemente fue un ataque
al corazón.
—N… no… —gimoteé—. No puede ser cierto. Papá va a venir a
Londres a visitarme. Vendrá a mi boda…, me va a llevar al altar. Él me lo
dijo. Me dijo que estaría aquí…
—Paula…, se ha ido, cariño. Lo siento tanto. —Estaba llorando. Mi
madre estaba sollozando por teléfono y yo estaba estupefacta porque nunca
la había visto u oído llorar antes.
Se me cayó el teléfono y terminó en mi plato de sopa, que salpicó todo
lo que tenía enfrente. Yo solo me quedé mirándolo y lo dejé en el fondo de
la sopa de pollo. Pedro me conseguiría otro. Ese teléfono ya era parte del
pasado. No volvería a tocarlo.
De algún modo me puse en pie, pero no tenía adónde ir. No había ningún
sitio bueno al que ir, estaba atrapada. Así que empecé a flotar como hice
aquella otra vez. Solo yo me di cuenta de lo que me estaba ocurriendo en
ese momento. Agradecí la sensación. La ligereza resulta agradable cuando
tu corazón es tan pesado que te quiere arrastrar hasta la boca del infierno.
Sí, salir de tu cuerpo es mucho más agradable.
Floté más alto hasta que pude verme ahí abajo. Vi a Oscar abrazarme y
arroparme en su regazo. Se sentó en el suelo del restaurante sin soltarme.
Gaby estaba a su lado hablando con alguien por teléfono. El camarero se
apresuró para echar una mano.
Pero era todo tan absurdo…
¿Por qué estaban todos en el suelo de un restaurante lujoso londinense
cuando deberíamos estar comiendo? Teníamos que salir de ahí. Tenía que
encontrar un vestido y organizar mi boda. Mi padre iba a llevarme al altar
dentro de siete semanas. La reina de Inglaterra había recibido nuestra
invitación. ¡Santo Dios! ¡No teníamos tiempo de hacer el idiota así!
Finalmente me di cuenta. La ligereza que sentía tan agradable
desapareció y el peso del dolor y la pena volvieron a su lugar.
No quería regresar a la Tierra. Quería quedarme justo donde estaba.
Eso no era cierto. Quería seguir flotando hacia arriba hasta
desintegrarme. Eso sonaba agradable. Desintegrarme…
Lo único que sentía era un odio absoluto hacia el techo. Ese maldito
techo traidor estaba evitando que siguiera flotando.
¡Deja que me vaya! Deja que me vaya flotando…

4 comentarios:

  1. Wowwwwwwwwwwwww, buenísimos los 3 caps!!!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar
  2. me gustaron los 3 cap pero mas me sorprendi este ultimo, muy en shok quede bueno espero el siguiente besos

    ResponderEliminar
  3. No puedo creer lo que pasó este último capítulo! cuánto dolor para Pau! Pobrecita! Me encantaron igual!

    ResponderEliminar