domingo, 23 de marzo de 2014

CAPITULO 140



Me sentí aliviada cuando Pedro vino a mi lado de donde quisiera que
hubiese estado. Lo necesitaba, y todo parecía más fácil de llevar cuando él
estaba cerca. Eso me hacía sentir muy débil, algo que yo aborrecía, pero no
podía evitarlo y estaba demasiado exhausta como para importarme. Él era
el único salvavidas que tenía aquí. Quería volver a casa. A Londres, a mi
casa.
Cuando subió llevaba consigo dos platos de comida.
—Te he traído un poquito de todo —dijo.
—Oh, gracias…, pero ahora no tengo nada de hambre. No puedo comer
eso —contesté mirando la fruta y el cruasán.
Frunció el ceño y apretó los dientes. Supe que estaba a punto de tener
una discusión.
—Tienes que comer algo. ¿Qué has tomado hoy además de un poco de
té? —musitó—. Piensa en el bebé…
—No puedes obligar a nadie a comer. Créeme, lo sé por experiencia —la
altiva voz de mi madre interrumpió nuestra discusión.
Nada de opiniones tipo: «Pedro tiene razón, Paula, tienes que comer
porque tu bebé necesita comida aunque tú no tengas hambre», o
comentarios como: «Ahora comes por dos, cariño». En fin…, ¿qué podía
esperar?
Vi a Pedro girar la cabeza y clavarle la mirada a mi madre. Creo que le
salía un poco de humo de las orejas, pero no perdió el control como
pensaba que podría hacer. Simplemente se quedó helado y la ignoró.
—Ven, siéntate conmigo y toma algo —me dijo con una voz delicada
acompañada de la firme intención de llegar hasta el final.
¿Cómo iba a decirle que no? No podría. Lo que hacía lo hacía porque se
preocupaba por mí. Yo necesitaba comer, a pesar de que mi apetito fuera
inexistente. Pedro tenía razón. Tenía alguien más en quien pensar además
de en mí. Sobre todo ahora.
Miré a mi madre y mis ojos deambularon a lo largo de su aspecto en ese
momento impecable, tanto el vestido como el peinado, para el funeral de
su exmarido. ¿Por qué demonios habrá siquiera venido a la misa? Apenas
había hablado con mi padre después de que me mudara a Londres. Puede
que hasta ni sintiera pena por él. ¿Podría? No tenía ni la más remota idea.
Me apenaba darme cuenta de que no podría jurarlo, porque no la conocía lo
suficiente para hacerlo. Mi madre y yo no estábamos tan unidas como para
eso. No compartíamos nuestros sentimientos o secretos. Nunca supe por
qué se divorció de pronto de mi padre, o si incluso alguna vez le había
querido. No sabía siquiera por qué se habían casado. ¿Cómo se habían
conocido? ¿Dónde le había pedido él matrimonio? ¿Anécdotas de sus
citas? No tenía nada.
Me giré y fui con Pedro hacia la mesa, con mi corazón cada vez más
lejos de ella a cada paso que daba.
—Eres tan guapa —dijo Pedro en voz baja mientras yo trataba
denodadamente de ingerir un poco de la comida que me había traído—, por
dentro tanto como por fuera.
Intenté tragar el melón dulce, que por cómo sabía en mi lengua debía de
ser seguro un trozo de serrín húmedo.
—Quiero irme a casa —le dije.
—Lo sé, nena. Yo quiero llevarte a casa. No hay muchas más cosas de
las que preocuparse. Dado que tu padre lo tenía todo en fideicomiso,
podemos volver en unos meses y ocuparnos de todo entonces. El señor
Murdock dijo que en cualquier caso lo mejor sería esperar un poco…, no se
deben tomar decisiones sobre algo tan personal así de primeras —explicó
poniendo su mano sobre la mía.
Sí. Hugo Murdock era el compañero de negocios de mi padre en la firma
de abogados. O… lo había sido. Lo mejor es un fideicomiso testamentario,
decía siempre mi padre. Ahora yo contaba con una casa en Sausalito, todo
el dinero y las inversiones de mi padre; todas las posesiones materiales que
había adquirido en sus cincuenta y un años ahora me pertenecían.
Yo no quería nada de eso. Solo quería que mi padre volviera.
Una voz amiga interrumpió mis pensamientos.
—Paula…, oh, cariño, estás aquí.
Me volví y vi a Jesica con los brazos abiertos. Fui hacia ella y abracé a
mi amiga con fuerza. Jesi y yo íbamos juntas al colegio. Primer grado, en
la clase de la señorita Flagler. Prácticamente inseparables curso tras curso
hasta el último año de instituto. Hasta las vacaciones del Día de Acción de
Gracias, para ser exactos.
Sí, Jesica había estado conmigo el día que me ocurrió eso. Había sido
una verdadera amiga cuando la había necesitado, pero después de lo
sucedido yo no había estado muy predispuesta a las amistades. Necesitaba
marcharme. Algo necesario en mi proceso de recuperación. Habíamos
seguido en contacto a lo largo de los años desde que estaba en Londres,
pero no nos habíamos visto desde hacía más de cuatro años. Ella seguía
estando bronceada y atlética, con su pelo rubio cortado como un hada como
complemento perfecto a su complexión pequeñita. Me emocionó que
apareciera aquí para darme el pésame.
—Lo siento muchísimo, Paula. Tu padre… era simplemente el hombre
más dulce del mundo… Me gustaban mucho nuestras conversaciones
siempre que nos veíamos en el gimnasio. Le encantaba hablar de ti.
—Oh, Jesi… —Sentí que se me humedecían los ojos y que mis
emociones se amontonaban—. Gracias por venir, significa muchísimo para
mí verte aquí. Él te tenía mucho cariño. Pensaba que eras muy dulce. —
Nos abrazamos otra vez y la contemplé bien—. Es maravilloso verte de
nuevo. —Me volví a Pedro—.Jesi, este es Pedro Alfonso, mi
prometido. —Alcé la mano y mostré mi anillo de compromiso—. Pedro,
esta es Jesica Vettner, mi amiga desde primer grado.
—Es un placer, Jesica—dijo Pedro mientras se estrechaban la mano.
Me pregunté si recordaría que Jesi era con quien fui a la fiesta aquella
terrible noche de mi vida. Si lo recordaba, no mostraba signo alguno de
ello. Pedro disimulaba muy bien en estas situaciones.
Entonces Jesica se giró hacia su acompañante e hizo las presentaciones.
Otra cara de mi pasado. Bruno Westman estaba junto a Jesi. Guau…,
demasiadas emociones. Necesitaba un momento para asimilarlo, estaba
demasiado abrumada. Ver antes al padre de Facundo Pieres había sido de
locos. Me había dejado tan desconcertada que apenas se me había quedado
nada de lo que me había dicho. Mi madre había pasado más tiempo
hablando con el senador que yo. ¿Y ahora Bruno estaba también aquí?
—Paula, siento muchísimo tu pérdida —dijo Bruno mientras daba un
paso para abrazarme.
—Hola, Bruno. Ha pasado mucho tiempo.
Me sentía incómoda, pero sabía que debía de estar siendo igual de
incómodo para él. Compartíamos una parte pequeña de nuestro pasado,
pero no era eso lo que hacía que a mi corazón hecho pedazos lo estuvieran
estrujando al máximo. Era por el hecho de que nosotros cuatro, que ahora
estábamos aquí de pie, lo sabíamos. Y también habíamos visto el vídeo o
teníamos conocimiento de su existencia.
Quería irme a casa ahora más que nunca.
—Gracias por venir hoy. Es muy amable por tu parte.
—Es un placer.
Bruno concluyó el abrazo y yo escudriñé dentro de sus ojos oscuros. No vi
nada dañino en ellos. Solo amabilidad y quizá algo de curiosidad. Eso
debía de ser normal, ¿no? Nos habíamos conocido en una competición de
atletismo cuando estábamos en mitad de secundaria y luego salimos juntos
al comienzo de mi último año de instituto. Habíamos tenido citas que
terminaban como solían hacerlo todas mis citas en aquellos tiempos: sexo
furtivo en lugares privados. Él me gustaba mucho. Bruno era entonces un
chico muy mono y ahora era un hombre atractivo. Ambos compartíamos
una pasión por Hendrix y habíamos tenido muchos debates sobre su
música. Jesi tenía toda la razón cuando me puso en un mensaje en
Facebook que Bruno seguía siendo «sexi». Siempre me había tratado bien.
Nada que ver con cómo me había tratado Facundo Pieres.
Facundo estaba en la universidad y yo era pequeña y estúpida. Hacía toda
una vida de eso. Hacía todo un mundo. ¿Sabía Bruno que él fue la causa de
que Facundo se enfadara tanto como para drogarme y después grabarme con
sus colegas aprovechándose de mí sobre una mesa de billar? Si yo no
hubiera salido con Bruno, quizá Facundo y sus amigos no habrían grabado ese
vídeo la noche de la fiesta. Las posibilidades eran infinitas. Y si hubiera…,
y si pudiera… Sí, no me hacía ningún bien seguir por ese camino.
—Me lo dijo Jesi, desde luego —dijo y me rodeó con el brazo en un
gesto cariñoso y familiar—, y quería darte el pésame en persona.
Jesica le miró y le hicieron chiribitas los ojos. No hacía falta ser un
genio para ver que mi vieja amiga se había enamorado profundamente de
Bruno Westman. Y a él también parecía gustarle. Esperaba de corazón que
les fuera bien. Hacían muy buena pareja.
Forcé una sonrisa y realicé la mejor actuación de mi vida.
—Me alegro un montón de veros. Ha pasado muchísimo tiempo.
Pedro me apretó contra su costado mientras charlábamos con ellos. Era
un gesto posesivo por su parte, que a estas alturas ya me resultaba muy
familiar. Me acariciaba el brazo arriba y abajo mientras ponía toda su
atención en Jesi y Bruno. Sobre todo cuando Bruno nos dijo que su empresa lo
iba a mandar a los Juegos Olímpicos para un viaje de negocios y que
deberíamos quedar cuando estuviera en Londres. Mmm …, me temo que eso
no sucederá, Bruno.
Pedro se aseguró de mencionar nuestra inminente boda, y la fecha,
mientras unía su mano a la mía y la alzaba hasta sus labios para besar la
parte posterior. Tenía el mismo efecto que un perro haciendo pis en una
farola, solo que hecho con mucha elegancia y siendo yo la metafórica
farola. Pedro se las apañaba para salirse con la suya con semejante
comportamiento y hacerlo parecer galante. Siempre lo hacía.
Y, otra vez, me preguntaba si habría sido capaz de sospechar mi
«pasado» con Bruno. Juraría que había podido imaginárselo. El sexto sentido
de Pedro era superagudo cuando se trataba de otros hombres y yo. Al
recordar su arrebato cuando me encontré con Luis Langley en la calle
frente a la cafetería, reconocí que los vívidos celos de Pedro se disparaban
respecto a mis relaciones pasadas con otros hombres. Yo por supuesto que
tenía un pasado, eso estaba claro. Había habido algunos hombres en mi
vida, y él debía aceptarlo. Aunque quisiera no podía cambiarlo. Pero Pedro
también tenía un pasado, y aceptar que había cosas que no se podían
cambiar era parte del aprendizaje para confiar en una relación. Ambos
tendríamos que dejar a un lado algunas cosas. Yo no iba a dejar de hablar
con gente como Luis y Bruno solo porque Pedro se pusiera celoso con
cualquier hombre que hubiera estado conmigo antes que él. Yo no estaba
con ellos ahora, estaba con él.
Traté de quitarle importancia. Daba igual. El pasado era simplemente
eso: pasado…, había terminado… de una vez por todas. E incluso aunque
sufría por dentro y estaba totalmente destrozada por la pérdida de mi
padre, aún entendía que había cosas muy importantes. Todo esto me había
abierto mucho los ojos, y así se quedarían. La pérdida de un ser querido te
hace cambiar al instante tus prioridades, eso había aprendido.
Mi padre se había ido, pero mi mente estaba bien.
Sabía qué importaba y qué no. Ahora mi mundo era la persona que me
apretaba contra su cuerpo vigoroso para protegerme con sumo cuidado y la
personita que estaba creciendo en mi interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario