jueves, 27 de marzo de 2014

CAPITULO 155





Sonó una campana. El profundo y sonoro «clong» de un campanario, en
algún lugar de Londres, sonó puntual. Conté siete «clongs» antes de abrir
los ojos y me encontré en una habitación extraña, rezando por haber
despertado de una pesadilla.
No fue así.
Estaba mareada después de haberme desmayado dos veces. La primera
vez no me quedé inconsciente, solo lo suficientemente atontada para que
mi secuestrador captara mi atención y me dijera qué tenía que hacer.
Me había obligado a hacerles cosas terribles y crueles a personas que me
importaban, a personas que quería. Pero había hecho esas cosas confiando
y rezando por poder salvarles la vida. Mi secuestrador no era un extraño
para mí. Le conocía desde hacía muchos años, y en todos los sentidos de la
palabra. Tampoco era ajeno al asesinato. Había asesinado a gente para
llegar a donde estaba ahora. No tenía motivos para pensar que a mí no me
mataría del mismo modo. No tenía nada más que perder.
—Mi preciosidad se despierta —susurró a mi lado; movía las manos por
mi cuerpo con determinación y podía sentir su aliento en mi cuello.
—No…, por favor, no hagas esto, Bruno. Por favor… —le rogué, tratando
de empujarle hacia atrás con las manos.
—Pero ¿por qué no? Follamos muchas veces en el pasado. Entonces te
gustaba. Sé que te gustaba —tarareó—, y entonces solo era un crío. Ahora
sé lo que hago.
Deslizó una mano bajo mi camiseta hasta llegar a mi pecho y apretó.
Arrastró su boca por mi cuello y trató de besarme, pero yo cerré los labios
y volví la cabeza.
Me agarró con fuerza la barbilla y apretó, girándome hacia él.
—No pienses que podrás hacerte de rogar conmigo, Paula —dijo con
voz cruel antes de estampar su boca contra la mía y meter a presión la
lengua, tratando de invadirme.
—Bruno, estoy embarazada…, no, por favor, ¡para, por favor! —rogué
respirando con dificultad.
—Arghhh…, ese engendro bastardo creciendo dentro de ti no es una idea
muy agradable, querida, sobre todo cuando estoy intentando follarte. Sabes
bien cómo cortar el rollo, desde luego —se quejó—, pero, bien, tú misma.
Puedo esperar.
Bruno se apartó de mí y se apoyó en la pared y sus ojos recorrieron mi
cuerpo con lascivia. Se ajustó el paquete y me sonrió sarcástico.
—¿Vas…, vas a matarme? —Traté de no pensar en sus motivos y en qué
sucedería si le salía bien. Luché para mantener la calma y no considerar
huir. Necesitaba que Bruno confiara en mí un poco para poder llevar a cabo
lo que tenía en mente. No huir de él sería el primer paso.
—No lo sé todavía. Quizá sí y quizá no. —Sonrió con maldad—. Si
decides que quieres follar más pronto que tarde, házmelo saber. Eso quizá
te beneficie, cariño.
Intenté ignorar su comentario.
—¿Te ha contratado el senador Pieres para matarme? —Mi corazón
latía con tanta fuerza bajo mis costillas que dolía.
Echó la cabeza hacia atrás en la pared y se rio.
—El senador es un pelele que no sabe hacer la o con un canuto. Mmm…,
no, querida, el senador Pieres no me ha contratado.
—Entonces ¿por qué? ¿Por qué me haces esto, Bruno? Tú siempre
fuiste… bueno conmigo.
—Que te jodan, perra. En siete años no has sabido nada de mí —contestó
con brusquedad, con cara de medio loco. O, mejor dicho, de auténtico loco
—. No soy el chico bueno que recuerdas del instituto —me dijo con aire
satisfecho, sonriendo mientras hablaba, cambiando su comportamiento por
completo, de loco a risueño en cuestión de segundos.
—Entonces dime qué te ha cambiado, Bruno. ¿Por qué no eres ya el buen
chico que recuerdo? —Hice la pregunta y después permanecí callada.
Estudié lo que me rodeaba lo mejor que pude e intenté no pensar en Pedro
ni en qué estaría haciendo en este momento. ¿Habría descifrado ya mi
mensaje? ¿O estaría aún en shock por el dolor de mis palabras, creyendo
que ya no le quería?
¡Como si eso pudiera ocurrir jamás!
Si Pedro había descifrado mi mensaje oculto, ¿tendría yo alguna
oportunidad de darle la única pista que poseía en este momento?
Bruno empezó a hablar. A divagar, en realidad. Se perdió en una diatriba
sobre cómo mató a Eric Montrose e hizo que pareciera una pelea de bar.
Apenas escuchaba. Traté de encontrar un modo de conseguir su móvil, y
sabía lo que haría con él en el momento en que lo tuviera. Solo necesitaría
un momento. Uno solo. Podría hacerlo en un minuto si surgía la
oportunidad.
—Nadie más tenía que morir, ¿sabes?, después de Montrose —dijo.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Es culpa tuya que tuviera que morir más gente. No me apasiona la
parte del asesinato, Paula. Me resulta muy desagradable. —Frunció el
ceño y examinó mi cuerpo de nuevo, pensando sin duda en algo con que
pasar el tiempo en esta habitación en la que me había encerrado.
—Bruno, no…, tú no eres como ellos. Tú no habrías hecho lo que esos
chicos me hicieron en la fiesta.
Entornó los ojos un segundo.
—Tienes razón. Fueron unos cerdos por hacerte eso. Violar a una chica
que está inconsciente no es mi estilo. —Se bajó de la cama, fue hacia la
ventana y miró el cielo oscurecido—. Con el tiempo habrías venido
suplicándome por ello.
Mmmm…, no lo habría hecho, maniaco hijo de puta.
Se giró y me miró como si fuese idiota.
—Estaba aquí, en Londres. Tenía todo planeado. Íbamos a quedar otra
vez y a empezar de nuevo justo donde lo dejamos hace todos estos años.
Habríamos hecho un pacto para hundir a Pieres con la historia de ese
vídeo que grabó el mierda de su hijo —explicó como si estuviera hablando
con un niño pequeño—. Entonces se lo habríamos vendido al equipo de
Pieres, y si no hubiera estado interesado, entonces al equipo rival, y nos
habríamos marchado para disfrutar de una vida feliz en algún lugar bonito
y tranquilo.
—Entonces ¿qué pasó para que cambiaras de opinión? —pregunté en
voz baja.
—¡Tu puto novio es lo que pasó! —gruñó—. De todos los tíos con los
que podrías haber empezado a salir, tuviste que elegir a un tipo de
seguridad con conexiones con la jodida familia real y la inteligencia
militar británica. Gracias por todo, Paula. ¡Qué bien!
—Pero yo no lo encontré, él me encontró a mí. Mi padre contrató a
Pedro para protegerme de… —En el momento en que las palabras salieron
de mis labios, la niebla comenzó a disiparse y la verdad sobre el
fallecimiento de mi padre me fue revelada.
—Lo sé —dijo Bruno sin más; sus ojos oscuros mostraban lo profundas
que eran las raíces de su locura.
—Tú mataste a mi padre, ¿verdad? —Luché por aferrarme a algún
resquicio de pensamiento o acto racional.
No lo conseguí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario