jueves, 27 de marzo de 2014

CAPITULO 156


—¿Dónde está? ¿¡DÓNDE COJONES ESTÁ!? —grité a ninguna persona en
concreto. Tenía a Tomas, Pablo, Leo y a mi padre de pie mirándome a la
espera de pautas. Sin embargo, no sabía por dónde empezar. Necesité todas
mis fuerzas para no romperme en pedazos y temblar como un flan por
culpa del miedo y la desesperación.
—Hijo, mira esto. Creo que Paula te ha dejado un mensaje oculto. —
Mi padre sostenía mi móvil y lo estaba estudiando.
—¿Qué? ¡Qué pasa! —Le cogí el teléfono y leí de nuevo el mensaje.
—Las mayúsculas —dijo mi padre por encima de mi hombro—, solo
están en mayúsculas algunas palabras. Mira el resto.
Las palabras «Pedro», «Mi», «Antigua», «Teléfono», «Busca» y «Lo»
eran las únicas que empezaban por mayúscula. Mi padre tenía razón. No
podía creerlo. Mi chica me había dejado con éxito un mensaje en código a
pesar de la coacción del secuestro. Cerré los ojos y recé para que ocurriese
otro milagro.
—Y otras palabras que deberían estar en mayúscula las ha dejado en
minúscula, como tu nombre…
—¡Sí, papá, lo he cogido! —le corté y corrí hacia el cajón de mi mesa,
en el que hurgué hasta que localicé su móvil antiguo. Lo enchufé al
cargador y lo encendí. La espera mientras se ponía en funcionamiento fue
una tortura.
No había nada nuevo en él. Mi excitación se vino abajo, pero al menos
ahora surgía algo de esperanza. Una pequeña probabilidad por la que
apostar. Un hilo del que podía tirar y ver las cartas que había debajo.
Entendía ese tipo de probabilidades. Un mensaje significaba esperanza. Un
mensaje significaba que estaba viva. Y si tenía que apostar por Paula,
estaba seguro de que ella lucharía hasta su último aliento para ganar. Mi
chica era así, y ahora mismo no había nadie en quien tuviera más fe que en
ella.
—Me ha enviado un mensaje cifrado —dije otra vez, a nadie en
particular, todavía anonadado de que hubiera reaccionado tan rápido en una
situación terrible.
Subí el volumen y dejé su precioso móvil cargándose en la mesa de mi
despacho. Me senté y observé cómo su luz parpadeaba de forma
intermitente. Tenía que hacerlo. Mi chica iba a llamarme y a decirme
dónde estaba para que pudiera ir a por ella y traerla de vuelta. Vamos,
nena…
Cada hora que pasaba era un siglo para mí. Después me vino a la mente
que no me habían entrado ganas de fumarme un cigarrillo mientras
esperaba a que mi chica me enviara un mensaje desde dondequiera que
estuviese. No pensaba en coger uno, ni en su sabor, ni siquiera sentía el
mono de nicotina. Nada de eso. Jamás en mi vida volvería a coger un
cigarro si eso me devolvía a Paula sana y salva. No era prometer mucho,
lo sé. En realidad era patético. Pero era todo lo que tenía para apostar.
Recé a mi ángel y le pedí otro milagro y esperé que me escuchara por
segunda vez en mi vida. Mamá, necesito otra vez tu ayuda…
Y entonces llegó una foto en un mensaje que emitió el sonido más
maravilloso que jamás había escuchado. Abrí el mensaje y me quedé
mirándolo, asimilando lo que acababa de enviarme.
Paula estaba jugando sus cartas en una situación de vida o muerte y
había aumentado la apuesta poniendo sobre la mesa una cantidad enorme
que podía acabar de cualquier forma. La quería muchísimo por hacerlo y
sentí que mi corazón podía estallar en cualquier momento. Mi chica había
jugado sus cartas con el instinto de una jugadora experta. Por supuesto que
lo hacía, ella era mi chica.
—¿Papá? —Le tendí el móvil con la mano temblorosa—. ¿Dónde está
ese campanario? Debes saber dónde está. Llévame ahí ahora mismo.
Paula puede verlo desde donde acaba de hacer la foto.

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