viernes, 28 de marzo de 2014

CAPITULO 158



Los acontecimientos y las secuencias se habían unido en perfecta armonía,
pero cerca no era suficiente para lo que necesitaba ahora mismo y no lo
sería hasta que la tuviera a salvo y de nuevo en mis brazos.
Mi padre había sabido exactamente dónde encontrar el campanario en el
instante en que le enseñé la foto de Paula, como intuí que lo haría. Nadie
conocía la ciudad de Londres mejor que él. En la iglesia parroquial de San
Juan de Notting Hill se alzaba la torre que ella veía por la ventana. Mi
padre me dijo que debía de haber hecho la foto desde Lansdowne Crescent.
Eliana llamó a Pablo en el coche mientras circulábamos a toda pastilla
por calles laterales y confirmó la ubicación de Paula en Notting Hill… y
quién se la había llevado. ¿Bruno Westman? Eso no me lo esperaba, y tuve
que luchar contra el pánico que crecía en mi interior. Lo único que me
ayudaba a seguir en pie en ese momento era saber que Westman antaño se
había sentido atraído por Paula. Si la quería para él, entonces había más
probabilidades de que aún estuviese con vida. Al menos ahora rezaba por
eso con todas mis fuerzas.
Eliana también me reenvió el mensaje que Paula escribió en su
Facebook y tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no derrumbarme. Voy 
por ti, nena. Una vez más, la genialidad de Paula para resolver problemas
me deslumbró. Eso sí que era eficacia bajo presión. Puede que se hubiera
equivocado de vocación y debiera estar trabajando para el Servicio Secreto
de Inteligencia en lugar de restaurando arte.
Incluso la divisé saliendo del edificio mientras derrapábamos. Corrió
hacia mí y gritó mi nombre. Mi chica se encontraba viva y corría a mis
brazos. Estaba a punto de recuperarla, de poder volver a tocarla, de besarla
de decirle que ahora ella lo era todo para mí.
Pero ese chupapollas de mierda apareció y le puso las manos encima. La
agarró y le puso un cuchillo afilado en su precioso e inocente cuello. No
había peor horror para mí que ver a mi chica con un cuchillo amenazando
su garganta. Amenazando su vida.
Bruno Westman era hombre muerto. Mi misión en la vida era ver eso
hacerse realidad, incluso si tenía que morir yo con él para conseguirlo.
Mientras Paula saliera ilesa podría vivir con mi decisión. O morir con
ella.
—Sabes que no puedes hacerle daño, Westman. Sea lo que sea lo que
quieres, lo tendrás. ¿Dinero? ¿Una forma segura de salir de Gran Bretaña?
¿Ambas cosas? Puedo conseguírtelo, pero tienes que soltar a Paula.
Qué pena que esté mintiendo y planeando tu muerte, hijo de puta.
—¡No tengo por qué hacer nada de lo que tú me digas, Alfonso! —
chilló.
—El mundo no es lo bastante grande como para que te escondas si le
haces daño. Ya está fuera de tu alcance, Westman. Es intocable para ti. Si
la matas te reunirás con ella en cuestión de segundos. No creas que mis
amenazas no son reales. Mira a tu alrededor. Estás rodeado. Te están
apuntando…
Westman fue preso del pánico tal y como yo esperaba y comenzó a
estirar el cuello frenéticamente para girar la cabeza en busca de
francotiradores preparados para derribarlo. Era la oportunidad que
necesitaba, una distracción lo bastante prolongada como para restablecer el
orden.
Se presentó mi ocasión, y la indecisión estaba descartada. No aparté los
ojos de Paula mientras me abalancé para derribarlo. Si este era mi final,
quería que la última imagen que me llevara de este mundo fuera de ella.
Sentí un silbido y una ráfaga de aire junto a mi mejilla. Un destello de
luz se propagó hacia fuera en mi visión periférica izquierda. Tenía una idea
de lo que era lo primero. No quería imaginar lo que era lo segundo. O de
quién.
Se escuchó el sonido metálico del cuchillo al caer al empedrado del
patio. El ruido sordo de un impacto sobre alguien. Un gemido involuntario.
Un grito. Luego los tres caímos al suelo en una maraña de cuerpos. Solo
tenía un propósito y era coger a mi chica, y no tardé más de un instante en
hacerlo. Me alejé rodando con ella y miré a nuestro alrededor y arriba. No
vi a ningún francotirador en ninguna de las pasarelas, pero si eran
profesionales no debería verlos.
Westman estaba tendido boca arriba en los adoquines y le salía sangre
de un lado de la cabeza. Esperaba que la bala que acababa de recibir en el
cráneo hubiese sido dolorosa, pero probablemente ni se habría enterado.
Qué pena no poder darle las gracias a la persona que le disparó.
—¿Estás bien, nena?
—¡Sí!
Fue suficiente. Me llevé a Paula conmigo y salí en desbandada del
patio. Simplemente corrí con ella, sin molestarme en preguntarme cómo
era posible que no me hubiesen dado o que mi cuerpo estuviera intacto.
Estaba bastante seguro de que acababa de esquivar una bala y por poco no
me había alcanzado la flecha lanzada con el arco de Tomas. Pero ¿de dónde
había venido la bala? ¿Había eliminado el Servicio Secreto a Westman en
una operación secreta? Ahora no era el momento de especular, eso ya
llegaría después, y sabía que mis chicos averiguarían todo lo que hubiera
que saber. Tenía una preciosa mercancía en mis brazos y ella era todo lo
que me importaba.
Corrí con ella hasta mi coche la metí en el asiento de atrás y entré tras
ella. Mi padre nos esperaba allí preparado, gracias a Dios. No, gracias a
mamá. Le dije a mi padre que nos sacara de allí y nos llevara a casa.
Eché una ojeada a Paula en el asiento de atrás. Le miré el cuello,
mientras le agarraba la cara con las dos manos, y no vi sangre.
—Estás bien…, de verdad estás bien, ¿a que sí? —balbuceé como un
idiota y seguro de que no estaba siendo coherente. Quería quedarme
mirándola para siempre y no alejarme de sus ojos nunca. Sus ojos me
decían que estaba viva. ¡Paula estaba viva!
Ella asintió con la cabeza con mis manos aún en las mejillas, mientras
sus ojos húmedos me miraban con preciosas lágrimas vidriosas.
—Me has en… encontrado —tartamudeó—, estoy bien, Pedro…
—Te dije que siempre te encontraría… y esta noche tú lo has hecho
posible —susurré contra sus labios—. Lo has hecho tú.
Primero le di las gracias al ángel que tenía en el cielo y luego abracé
fuerte a Paula y la apreté contra mi corazón. Su corazón y el mío latían
juntos, en el asiento de atrás de mi Range Rover, el mismo sitio donde
empezamos la noche que nos conocimos a principios de mayo cuando la
convencí de que me dejara llevarla a casa. Y menudo viaje habíamos
realizado en los últimos meses. Lleno de baches y de giros inesperados,
pero al final todo había merecido la pena por este momento y por donde
nos dirigíamos ahora mismo, hacia un futuro juntos.
Me aferré a ella todo el camino de vuelta a casa. Mi gran amor, que casi
perdí, estaba a salvo en mis brazos y simplemente no podía soltarla.
No hablé mucho durante el trayecto. Cuando mi padre se metió en el
aparcamiento del edificio le di las gracias por su ayuda y le dije que le
llamaría más tarde. Llevé a Paula en brazos a la entrada del ascensor del
garaje.
—Puedo andar —dijo apoyada contra mi pecho.
—Lo sé. —La besé en la parte de arriba de la cabeza—. Pero ahora
mismo necesito llevarte en brazos.
—Lo sé —susurró ella, y luego juntó su mejilla con la mía, cerró los
ojos y respiró hondo. Estaba inhalando mi aroma. También entendía su
necesidad de hacerlo.
La parte acerca de protegerla y estar alerta seguía siendo verdad. Tendría
que hacer esto por ella siempre, mientras mi cuerpo tuviera fuerzas para
ello. Sujetar a Paula cerca de mi corazón era necesario para mi…
existencia. Esto sí que era necesitar a otra persona. Para mí no podía ser
más fuerte. Si las cosas hubiesen sido distintas, si las consecuencias se
hubiesen vuelto trágicas, entonces mi tiempo en este mundo habría tocado
a su fin… y lo demás ya no importaría. Y no querría que fuese de ninguna
otra manera. Paula era mi vida. Adondequiera que fuera, necesitaba estar
allí con ella.
Aún no habíamos hablado mucho, pero a ninguno de los dos nos
molestaba lo más mínimo. La llevé hasta el baño y abrí la ducha. La dejé
en la encimera y le quité primero los zapatos y luego la camiseta, y seguí
prenda a prenda hasta que se quedó desnuda, preciosa y perfecta. La
examiné de forma minuciosa y lo único que vi fue su maravillosa piel,
afortunadamente sin señales de maltrato. Luego hice lo mismo con mi ropa
y metí a Paula en la ducha.
Simplemente nos quedamos de pie bajo el agua, nos abrazamos el uno al otro… y dejamos que el agua se llevara todo.

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