domingo, 9 de marzo de 2014

CAPITULO 94




Bajé la mitad de las escaleras y me paré en seco. En la pared estaba el
cuadro más impresionante del mundo. Lleno de vida y sin duda de un
artista que conocía bien. Un retrato pintado nada más y nada menos que
por la mano de sir Tristan Mallerton estaba colgado en la pared de esta
casa privada. Guau. Esta familia está tan fuera de mi liga…
Saqué el teléfono y llamé a Gaby.
—No te creerás lo que estoy mirando ahora mismo —le dije a un
adormilado «dígame» que solo podía ser de mi compañera de piso aunque
no desprendiera para nada la seguridad que le caracterizaba.
—¿Oh? ¿Qué puede ser? Y es un poco temprano, ¿no?
—Lo siento, Gaby, pero no podía resistirme. Se te caería la baba si vieras
esto…, oh…, un Mallerton de mitad de siglo a menos de treinta
centímetros de mis ojos. Podría tocarlo si quisiera.
—Es mejor que no hagas eso, Pau. Cuenta —me ordenó, y ya sonaba
más a ella misma.
—Bueno, debe de ser de unos tres por dos metros y es preciosísimo. Un
retrato familiar de una mujer rubia, su marido, y sus dos hijos, un niño y
una niña. Ella lleva puesto un vestido rosa y unas perlas que parecen de la
colección de joyas de la realeza de la Torre de Londres. Él parece tan
enamorado de su mujer. Dios, es precioso.
—Mmmm, ahora no lo ubico. ¿Puedes preguntar si te dejan hacerle una
foto para verlo?
—Lo haré en cuanto conozca a alguien al que le pueda preguntar.
—¿Ves su firma?
—Claro. Es lo primero que busqué. Abajo a la derecha, T. M ALLERTON
con esas mayúsculas tan distintivas suyas. Es sin lugar a dudas auténtico.
—Guau —soltó Gaby con voz neutra.
—¿Estás bien? Anoche fue una locura y no te volví a ver después de que
saltara la alarma. No me encontraba muy bien y Pedro estaba estresadísimo
por otras cosas que pasaron.
—¿Qué cosas?
—Hum, no sé muy bien todavía. Me llegó un mensaje muy raro a mi
móvil antiguo y Pedro lo tenía con él. La persona que fuera mandó una
locura de mensaje y la canción de…, eh…, ese vídeo que me hicieron.
—Mierda, ¿hablas en serio?
—Sí. Eso me temo. —Solo contarle eso hacía que se me revolviera un
poco el estómago. No quería enfrentarme a eso ahora. Ignorar las cosas me
había funcionado en el pasado y volvería a hacerlo ahora. Estaba segura.
—No me sorprende que Pedro estuviera estresado, Pau. ¿Por qué no lo
estás tú?
—No lo sé. Solo prefiero creer que nadie va detrás de mí y que es solo
una falsa alarma que desaparecerá cuando acaben las elecciones. Confía en
mí, Pedro está a cargo de todo.
—Sí, bueno, está bien que alguien lo haga —refunfuñó. Decidí en ese
momento que no iba a contarle lo de la «propuesta» que me hizo Pedro la
noche anterior. Necesitaba un café antes de afrontar algo de esa magnitud.
Mejor esperar antes de contarle el ultimátum de Pedro de que tenía que
irme a vivir con él. Gaby no tendría ningún problema en decirme lo que
pensaba. Y en este momento no necesitaba oír ninguna advertencia.
—Oye —le pregunté—, no me has contestado a mi pregunta. ¿Estás
bien? Anoche fue un caos. Sé que intercambiamos mensajes y que todo
estaba bien, pero aun así… —Silencio—. ¿Gabriela? —la llamé otra vez,
aumentando la intensidad al utilizar su nombre completo.
—Estoy bien. —Su voz sonaba plana y sabía que se estaba conteniendo.
—¿Dónde fuiste? Quería presentarte al primo de Pedro, pero eso nunca
pasó, obviamente.
—Me distraje… y entonces saltó la alarma esa y tuve que salir como
todo el mundo. Esperé en la calle durante un rato hasta que recibí tu
mensaje. Una vez que supe que estabas a salvo encontré un taxi y me fui a
casa. Lo único que quería era una ducha y meterme en la cama. Fue una
noche muy rara. —Sonaba más a como era ella, pero yo tenía que
preguntarme si me estaba poniendo alguna excusa—. Oscar  también
llamó. Lo vio todo en las noticias y estaba preocupado por nosotras. Hablé
con él durante un buen rato.
—Vale…, ya veo. —Gaby era muy cabezota y si no estaba de humor
para hablar sobre algo, el teléfono no ayudaba mucho. Tenía que verla en
persona.
—Pero quiero conocer al primo de Pedro y su casa llena de Mallertons
algún día. A lo mejor lo puedes organizar —dijo en lo que parecía una
ofrenda de paz.
—Sí, a lo mejor. Lo comentaré con Pedro.
En cuanto esas palabras salieron de mi boca me di cuenta de que ya no
estaba sola. Me giré y vi la cara solemne de la niña más guapa del mundo,
con unos ojos azules que me recordaban mucho a otro par que conocía
bien.
—Lo he pillado, Gaby. Te llamo luego y veo qué puedo hacer con lo de la
foto del cuadro. Besos.
Colgué y me metí de nuevo el teléfono en el bolsillo. Mi compañera de
carita seria seguía mirándome. Le sonreí. Me devolvió la sonrisa, con sus
largos rizos enmarcando una cara que estaba segura de que algún día se
convertiría en una gran belleza. Me moría de ganas de verla con Pedro.
—Soy Paula. —Saqué la mano—. ¿Cómo te llamas? —pregunté,
aunque lo sabía de sobra.
—Delfina. —Me cogió la mano y apretó—. Sé quién eres. El tío Pedro te
quiere y ahora bebe cerveza mexicana por ti. Le oí a mamá decirle eso a
papá.
No pude evitar soltar una risita.
—Yo también sé quién eres, Delfina. Pedro me dijo lo mucho que admira
que lidies así de bien con tus hermanos.
—¿Te dijo eso?
—Ajá —afirmé mientras ella me miraba asombrada—. ¿Dónde vamos?
Delfina no compartió esa información conmigo, pero le dejé que tirara de
mí de todas formas, y fuimos serpenteando por habitaciones y pasillos
hasta que vi las luces de una acogedora cocina y me invadió lo que era con
total seguridad un olor maravilloso a café.
—Mamá, la tengo —anunció Delfina mientras tiraba de mí hasta entrar en
la cocina.
—Ah, ya lo veo, cariño —contestó una mujer morena muy guapa que
solo podía ser la hermana de Pedro, Luciana. Esta me sonrió mientras
respondía a su hija y esa expresión me recordó a Pedro durante un segundo.
No había duda del parecido, pero ella se semejaba más a su padre, pensé,
que Pedro. Luciana tenía el mismo pelo y la piel oscura, pero sus ojos no
eran azules como los de Pedro. Tenía los ojos grises. Y era menuda
mientras que Pedro era musculoso y alto. Resultaba interesante cómo la
genética conseguía mezclar los genes según fueras hombre o mujer para
crear combinaciones que tenían todo el sentido del mundo—. Bienvenida,
Paula. Es un placer conocerte —dijo, al tiempo que se echaba hacia
delante y me analizaba rápidamente—. Luciana, madre de la
pequeña secuestradora que está ahí y hermana mayor de un hombre que
nunca imaginé que me pondría en esta situación. Me he dado cuenta de que
sigue siendo una caja de sorpresas.

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