domingo, 9 de marzo de 2014

CAPITULO 95




Me reí por lo que acababa de decir y me gustó su honestidad de
inmediato mientras nos dábamos la mano de manera efusiva.
—Lo mismo digo, Luciana. Llevo mucho tiempo deseando hacer este
viaje. Pedro habla con tanto cariño de ti. Conocí a vuestro padre. Es todo
carisma, como seguro que sabes.
—Sí, la verdad es que sí. Ese es mi padre sin duda alguna. —Me señaló
una taza de café y extendió la mano hacia la mesa donde estaban el azúcar
y la leche—. Pepe me contó lo mucho que te gusta el café. —Sonrió y le guiñó
el ojo a Delfina.
—Gracias. —Inhalé profundamente el delicioso aroma del café y le
guiñé también el ojo a la niña—. Tu hija me ha dicho que ahora Pedro bebe
cerveza mexicana por mi culpa.
Ella abrió la boca fingiendo estar enfadada con Delfina.
—¡No me digas que ella…! —La niña se rio—. Mi hermano está
prácticamente irreconocible, Paula. ¿Cómo narices lo has hecho y dónde
está, por cierto?
Le eché azúcar y leche al café.
—Bueno, puedo decir con toda la sinceridad del mundo que no tengo ni
idea. Pedro…, ah…, está siempre tan concentrado… Salvo ahora. —Me reí
—. Estaba destrozado y le dejé dormir. Entre el viaje de ayer y lo… rara
que terminó la noche… —Miré a Delfina, que estaba asimilando cada palabra
de nuestra conversación, y pensé que cuanto menos dijera, mejor. Los
oídos pequeños pueden ser muy grandes, y la verdad era que no les
conocía, a pesar de lo encantadores que se mostraban conmigo.
—Sí, me lo contó cuando me llamó. —Se encogió de hombros y negó
con la cabeza—. Está claro que hay mucho loco ahí fuera. Y sobre lo de la
concentración de Pepe, no es nada nuevo. Siempre ha sido así. Mandón,
testarudo y un poco insufrible de niño.
Sonreí y me apoyé en la encimera que tenía enfrente, donde parecía que
estaba haciendo pan. Así que Luciana era cocinera.
—La casa… es increíble. Justo acabo de hablar con mi compañera de
piso sobre el Mallerton que está colgado en las escaleras.
—Has encontrado a sir Jeremy Greymont y a su Georgina, los
antepasados de Angel… Y estás en lo cierto, el artista es Mallerton.
Afirmé con la cabeza y le di un sorbo al café.
—Estudio restauración de arte en la Universidad de Londres.
—Lo sé. Pedro nos lo ha contado —Luciana hizo una pausa antes de
añadir—. Para nuestra sorpresa.
Ladeé la cabeza de forma interrogante y acepté el desafío.
—¿Sorprendida de que les hablara de mí?
Asintió poco a poco con una ligera risita.
—Ah, sí. Mi hermano nunca me ha hablado de ninguna chica ni ha traído
a alguien a mi casa un fin de semana. Todo esto es —hizo un gesto con las
manos— muy diferente para Pedro.
—Mmmm, para mí también es muy diferente. Desde el momento en que
le conocí fue muy difícil llevarle la contraria. —Di otro trago—.
Imposible, en realidad.
Me sonrió.
—Bueno, me alegro por él, y me alegro de haberte conocido por fin,
Paula. ¿Siento que nos quedan muchas cosas por vivir?
Luciana lo formuló como una pregunta y tenía que reconocer que era
muy intuitiva, pero desde luego no iba a contarle la locura de pedida de
matrimonio que Pedro me propuso la noche anterior. Ni de broma. Todavía
necesitábamos una larga charla sobre esa idea. Así que me encogí de
hombros.
—Pedro está muy… seguro de las cosas que quiere. Nunca ha tenido
problemas en decírmelo. Creo que a mí me cuesta más escucharlas que a él
decirlas. Tu hermano puede ser muy duro de pelar.
Se rio de mi afirmación.
—También lo sé. La palabra «sutileza» no está en su vocabulario.
—Ni que lo digas. —Mis ojos percibieron una foto en un estante del
armario. Una madre con dos niños, un niño y una niña. Me pregunto si…
Me acerqué más y miré durante largos segundos a quienes no tenía duda de
que eran Pedro y Luciana con su joven y preciosa madre, sentados sobre un
muro como si estuvieran casi posando, aunque lo más seguro es que fuera
la magia de haber capturado el instante perfecto—. ¿Son ustedes dos con
su madre?
—Sí —respondió Luciana con suavidad—. Justo antes de que falleciera.
El momento fue un poco extraño. Sentía mucha curiosidad mientras me
impregnaba de la imagen de Pedro con cuatro años y de la mujer que le
había dado la vida, pero no quería ser maleducada y traer tristes recuerdos.
Aun así, la curiosidad impedía que apartara la mirada. La señora
Alfonso era increíblemente hermosa, de una manera aristocrática,
elegante pero con una sonrisa cálida. Llevaba el pelo recogido y un vestido
muy elegante de color burdeos y unas botas altas negras. Tenía un estilo
increíble para la época. No quería dejar de mirar. En la foto Pedro estaba
apoyado sobre ella, acurrucado en su brazo y con la mano en su regazo.
Luciana estaba sentada al otro lado, con la cabeza inclinada hacia el
hombro de su madre. Era un momento dulce y cariñoso congelado en el
tiempo. Había muchas preguntas que quería hacer, pero no me atrevía. Eso
me parecía inoportuno e indiscreto.
—Era muy guapa. se parecen mucho. —Y la verdad era que Luciana se
parecía a la mujer de la foto, pero a quien yo quería mirar era al pequeño
Pedro, durante mucho, mucho tiempo. Su carita redondeada e inocente y su
cuerpecito en esos pantalones cortos y jersey blanco me daban ganas de
abrazarle.
—Gracias. Me gusta cuando la gente dice eso de mí. Nunca me canso de
escucharlo.
—Los dos se parecen a ella —dije, mirando todavía la fotografía;
deseaba cogerla con la mano pero no quería arriesgarme a pedírselo.
—Nuestro padre nos dio una copia de la foto a cada uno. —Luciana me
miró dubitativa—. ¿No la habías visto antes?
Negué con la cabeza.
—No, no está enmarcada en su casa. Tampoco la vi cuando fui a su
oficina.
Sentí una punzada al mencionar su oficina; la última vez que puse un pie
en ese lugar no terminó nada bien. Me enfadé y le dejé, reacia a escuchar
nada de lo que tuviera que decirme. Incluido su «te quiero». Podía recordar
la expresión de su cara herida fuera del ascensor cuando las puertas se
cerraron. Recuerdos dolorosos y desagradables . Pedro no me había pedido
que me pasara por ahí desde que habíamos vuelto y yo tampoco me había
ofrecido. Era raro. Como si estar los dos en su oficina fuera una herida que
todavía estaba abierta. Pero, bueno, quizá con el tiempo podríamos volver
a sentirnos cómodos en las oficinas de Seguridad Internacional Alfonso,
S. A.
—Mmm…, interesante…, me pregunto dónde la tendrá. —Luciana
volvió a su pan y levantó un paño de un cuenco. Yo le di un sorbo al café y
seguí estudiando la foto—. Pedro estuvo sin hablar casi un año después de
su muerte. Un día de repente dejó de hablar. Creo que fue la conmoción de
ver que ella no volvía…, y le llevó tiempo aceptarlo, incluso a pesar de ser
un niño de tan solo cuatro años —dijo Luciana con suavidad mientras
amasaba el pan.
Guau. Mi pobre Pedro. Me dolía solo escuchar esa historia. La tristeza
de las palabras de Luciana era enorme y luché para no decir nada que
sonara estúpido. Ojalá supiera de qué había muerto su madre.
—No puedo ni imaginarme lo duro que debió de ser para todos Ustedes.
Pedro habla con tanto cariño de ti y de tu padre. Me contó que cuando
su madre falleció se unieron más y lo apoyaste mucho.
Luciana asintió mientras seguía amasando.
—Sí, así fue, es verdad. —Dio un golpe a la bola de masa y cubrió el
cuenco con el trapo de nuevo para dejarlo crecer—. Creo que al fin y al
cabo ayudó que fuera así de repentino. No fue una larga enfermedad o
tristes angustias sobre algo que no se puede cambiar, y con el tiempo Pedro
volvió a hablar. Nuestra abuela fue maravillosa. —Sonrió con tristeza a
Delfina—. Falleció hace seis años.
No sabía qué decir, por lo que me quedé en silencio y le di un sorbo al
café, esperando que me contara más sobre la historia familiar.
—Accidente de coche. De madrugada. Mi madre y mi tía Rosario
regresaban a casa del funeral de su abuelo. —Luciana se volvió hacia Delfina
que se había bajado de su silla y estaba saliendo de la cocina—. No
despiertes al tío Pedro, cariño. Está muy cansado.
—No lo haré —le contestó Delfina a la vez que me miraba y se despedía de
mí con la manita. Se me derritió el corazón mientras me despedía y me
guiñaba un ojo.
—Tienes una niña encantadora. Es tan independiente. Me encanta.
—Gracias. A veces es un poco difícil, y es más curiosa de lo que resulta
recomendable. Sé que tratará de sacar a Pedro de la cama para conseguir
sus chucherías.
Me reí con la imagen de esa escena. Ojalá pudiera verlo.
—Y tienes dos hijos más, dos niños, he oído. No sé cómo te las apañas
con todo.
Sonrió, como si pensar en sus hijos le despertara sensaciones bonitas.
Me daba cuenta de que Luciana era una gran madre y la admiraba por eso.
—Tengo mucha suerte de tener a mi marido y disfruto de contar con
huéspedes aquí. Conocemos a gente muy interesante. A algunos nos
encantaría no volver a verles nunca, pero en general está muy bien —dijo
bromeando—. Y a veces no sé cómo me las apañaría sin Angel. Se ha
llevado a los niños como voluntarios a un desayuno benéfico con los boy
scouts. Vendrán en un ratito y conocerás al resto del clan.
—¿No tenes más huéspedes?
—Este fin de semana no. Mi hermano y tú. Por cierto, ¿qué puedo
ofrecerte para desayunar?
Me acerqué más y miré el pan.
—Oh, por ahora estoy bien con el café. Esperaré a Pedro. Hasta
entonces, ¿puedo echarte una mano con el pan? Me encanta hornear. Me
servirá como terapia después de la locura de anoche.
Sonrió y se apartó un mechón de pelo de la cara con la muñeca.
—Estás contratada, Paula. Los delantales se encuentran detrás de la
puerta de la despensa y quiero oírlo todo sobre la locura de anoche.
—Eso está hecho —dije mientras iba a por el delantal.
—No soy estúpida. He aprendido con los años que la ayuda es siempre
buena. —Me miró con sus dulces ojos grises—. No me lo preguntes dos
veces.

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