jueves, 4 de septiembre de 2014

CAPITULO 171




PAULA


—¿Qué? ¿Lo estoy? —Me erguí para encontrarme con la expresión aterrada de Pedro, con la sangre en su mano suspendida entre nosotros mientras resbalaba por su piel. Llevé la mano a mi nariz, entendiendo rápidamente lo que había sucedido—. Está bien, Pedro. Estoy bien —dije, viendo claramente cómo mi sangrado de nariz lo había enloquecido.


—Eso es un montón de puta sangre —ladró—. Llamaré a Angel —dijo, tomando su teléfono de la mesita de noche.
Incliné mi cabeza hacia atrás y apreté el puente de mi nariz.


—Es solo una pequeña hemorragia, Pedro. No llames a Angel por esto, por favor. —Me levante de él y me bajé de la cama. Y no fue fácil mientras trataba de evitar todo el goteo del sangrado.


Entré al baño y encontré un paño que usar. Ahora estaría arruinado, pero no tenía opción. Lo sostuve contra mi nariz con una mano y abrí el grifo del agua fría con la otra.


Pedro estaba justo detrás de mí, aún asustado con ojos como platos.


—Aquí, déjame hacerlo. —Inclinó mi cabeza y me revisó—. Sigue saliendo —dictaminó, su cara pálida.


Presioné la prenda de vuelta en mi nariz.


—Cariño, esto no es algo por lo que preocuparse. Es solo un sangrado de nariz. No es el primero que he tenido.


—¿No lo es? —Gritó—. ¿Cuándo? ¿Cuáles otras veces? —Una expresión enfadada se mostró en su hermoso rostro. Mi dulce hombre bromista de hace unos momentos se había ido.


—Tranquilo macho, tienes que relajarte… no son nada serio. Tuve uno ayer mientras estabas en el trabajo.


—¡¿Por qué no dijiste algo?! Mierda, Paula —Pasó una mano por su cabello despeinado, agarrando la parte de atrás en un puño apretado.


—Bien. —Levanté una mano, empezando a molestarme ante su reacción exagerada—. Quiero que respires profundamente, y luego vayas al sitio web y busques por “dieciocho semanas de embarazo”.


Con una mirada penetrante, sacudió la cabeza hacia mí, pero retrocedió para buscar su teléfono. Las manchas de sangre en su mano lucían espantosas, mientras entraba al sitio y revisaba la información. Sus ojos se movieron rápidamente mientras leía la sección de “Síntomas del embarazo”. Su cuerpo perdió algo de tensión y se sentó en un lado de la cama. Después de un momento de silencio, lo leyó en voz alta para mí, su voz plana:—Aumento de la presión en las venas de su nariz podría causar sangrados nasales. —Él estaba claramente enojado—. ¿Estás segura que no es nada de lo que preocuparse?


Cuando Pedro levantó la mirada hacia mí, la expresión en su rostro hizo que mi corazón se parara. Estaba triste, molesto, frustrado y preocupado, todo al mismo tiempo. Pobre chico, iba a necesitar tranquilizantes cuando entrara en labor de parto.


—Estoy bien, realmente lo estoy. —Me giré hacia el espejo y quité el paño. El sangrado se había detenido. Mi labio y mejilla eran un desastre, pero mi nariz estaba seca ahora.


Pedro saltó y vino hacia mí.


—Déjame hacerlo. —Sabía que no debía discutir con él. Me quedé quieta para que suavemente limpiara la sangre, mojando el paño y lavando cuidadosamente parte por parte hasta que ya no hubo nada.


Cerré mis ojos y dejé que trabajara, sintiéndome muy amada y apreciada a pesar del “trauma” que mi pobre Pedro había soportado.


—¿Cómo mierda voy a sobrevivir el nacimiento de este bebé, Paula?


Sostuve su rostro en mis manos y lo hice enfocarse.
—Lo harás. Puedes hacerlo. Minuto a minuto, como yo. —No sabía que más decirle. También estaba asustada.
Me atrajo a sus brazos y me abrazó contra él, besando la parte superior de mi cabeza y alisando mi cabello. Nos bañaríamos y estaríamos limpios para mi cena de cumpleaños con su familia en un momento, pero ahora los dos necesitábamos esto.


Él solamente me abrazó.


—Así que tuvimos un pastel. Lo que fue realmente delicioso, gracias, Luciana —Pedro le dio una inclinación de cabeza en agradecimiento—. Hemos tenido regalos… excepto por uno. —Rió disimuladamente a todos, luciendo demasiado engreído para mi gusto. ¿Qué demonios tenía planeado? Imaginé que podría ser algo grande, y eso me hizo ponerme ansiosa. No necesitaba regalos extravagantes de él. Ni siquiera los quería. Me conocía a mí misma. Era una chica simple.


—Quiero ver el regalo de la tía Paula —Delfina alzó la voz. 


Mi sobrina de cinco años no tenía problemas expresando sus opiniones sobre la vida en general. Era seguro decir que los regalos extravagantes no molestaban a Delfina ni un poco. Pedro la adoraba, y yo la adoraba. De hecho, ella había venido a vernos bastante seguido. Uno de sus hermanos mayores la acompañaba si el clima era agradable y ella corría por la casa y jugaba con sus Barbies. Delfina era graciosa.


—Bien, vayamos a verlo —dijo Pedro, con aire de suficiencia—. Ahora, Delfina, necesito tu ayuda. Tu trabajo es asegurarte de que Paula no abra sus ojos hasta que yo diga que puede. —Delfina lo miró, su pequeño cuello inclinado sobre su columna vertebral.


—Está bien —dijo, tomando mis manos en las suyas—. No puedes mirar, Tía Paula.


—Trato —dije—. Cuando dices, “vamos a verlo”, ¿dónde es eso exactamente?


Pedro rió y los otros sonrieron misteriosamente.


—Vamos al frente de la casa. —Me ofreció su brazo y lo tomé, dejando que me llevara con la pequeña Delfina en el otro.


Antes de que pasáramos las puertas frontales, hice un gran espectáculo cerrando mis ojos y les permití que me llevaran. No tenía que preocuparme por tropezar, porque Pedro me sostenía firmemente, dirigiendo cada paso. Claro que él se aseguraría de que no cayera. Tenía mucho sentido para mí como el rubro que había elegido para su carrera. Mi hombre había nacido para proteger y servir, y esos cargos eran demostrados en todo lo que hacía.


El sonido de la grava resonó bajo los pies de todos mientras caminaban, y seguía sin tener idea qué clase de regalo tenía para mí.


Nos detuvimos.


Escuché susurros, y luego Delfina dijo con su adorable voz de niña:


—¡Puedes ver tu auto blanco ahora, Tía Paula!


¿Un auto? Abrí mis ojos, para encontrar un nuevo y sorprendente Range Rover HSE Sport blanco. El trato completo, conducción zurda y todo. Sagrada mierda.
Me volví hacia Pedro.


—¡¿Me compraste un auto?!


La sonrisa en su rostro era peor que tener que aprender a conducir zurdamente.


—Lo hice, nena. ¿Te gusta?


—Amo mi Rover. —Estoy tan intimidada por este Rover. Puse mis brazos a su alrededor y susurré en su oído porque teníamos audiencia—. Estás jodidamente loco por comprar un regalo tan extravagante para mí. Debes detenerte.


Se retiró un poco y sacudió la cabeza lentamente.


—Totalmente loco por ti… y nunca me detendré.


Sabía que no lo haría, tampoco. La firme mirada en sus ojos me lo dijo.


Quería golpearlo y besarlo al mismo tiempo. Gastaba demasiado dinero en regalos para mí. No tenía que hacerlo, pero siempre había sido demasiado generoso conmigo desde el principio. Me mimaba y disfrutaba hacerlo.


Miré a mi nuevo auto y tragué. Tenía una idea de su precio y sabía que era un montón de dinero Jesucristo, ¿qué si destruyo la cosa? Mejor aún, ¿cómo manejaría esa maldita cosa?


—¿Qué voy a hacer contigo, Alfonso?


—No vas a hacer nada conmigo, pero creo que vas a hacer algo con tu nuevo auto. —Lucía preocupado, como si tal vez yo no estuviera feliz con mi regalo. No podía herirlo, sin embargo. Estaba fuera de cuestión alguna vez hacerle eso a Pedro. Además, seguía un poco asustado por mi problema del sangrado. Podía decir que había provocado algo en él. No estaba segura de qué era, pero sentí que tenía un poco que ver con mi embarazo, y más que ver con su pasado traumático. Suspiré internamente y guardé eso por ahora. Este no era el momento para adentrarse en eso.


Lo miré. Luego a Angel y Luciana, a Andres y Teo, quienes esperaban con una sonrisa que tomara posesión de mi regalo.Delfina, bendita sea, rompió la tensión saltando arriba y abajo.


—Quiero un viaje en él. Vámonos, Tía Paula.


Reí nerviosamente por un momento, y luego pensé: ¿por qué demonios no? Estaba casada con Pedro ahora. 


Inglaterra era mi hogar, y teníamos una casa en el campo. No podía tomar un tren hasta la ciudad. Necesitaba salir y conseguir cosas como la gente normal lo hacía cada día. Sería madre pronto, y tendría que ir a lugares con mi bebé. Mejor aprender ahora que tarde.


Les di a todos mi mejor sonrisa confiada y fui a por ello.
Sintonizando al Hombre del Clima por aquí, gente.


—Bien… realmente despacio por el camino. Soy una conductora excelente.


—¿Quién va primero? —Preguntó Pedro.


Delfina y Teo se ofrecieron y saltaron a la parte trasera. Fui al lado del conductor y abrí la puerta, oliendo el aroma a auto nuevo y encontrando difícil de creer que esta hermosa pieza de maquinaria ahora me pertenecía, junto con todo lo demás.


Pedro, la casa, su familia, el bebé… todo era difícil de asimilar con mi lastimero ser, especialmente en mi estado hormonal.


Me metí adentro, el cinturón de seguridad siendo el menor de mis problemas en cuanto miré al tablero. Más como un panel de control de una bomba. Miré hacia Pedro en el asiento de pasajero y extendí mi mano.


—¿La llave?


Me sonrió.


—Presionas aquí para encenderlo. —Se inclinó hacia delante y apuntó hacia el botón redondo.


—¡¿Me estás jodiendo?!


Teo rió disimuladamente.Delfina gorjeó. Pedro mordió sus labios como si estuviera conteniéndose de decir algo que lamentaría después. Esposo inteligente. Presioné el maldito botón.


Sólo dejé salir una bomba más con “j”, y dos o tres “mierda” en el transcurso de mi primera conducción zurda, con Pedro como mi paciente instructor.


Los niños en la parte de atrás estaban divirtiéndose, y amaban recordarme que debía “mantenerme en la izquierda” en el camino, lo que era estúpido porque era la única en la vía.


Pedro, como el sabio hombre que es, mantuvo su boca cerrada.


Le di una verdadera muestra de agradecimiento por mi generoso y hermoso regalo de cumpleaños, tan pronto como estuvimos solos.

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