jueves, 4 de septiembre de 2014

CAPITULO 172




PEDRO


4 de Octubre

Londres

—Aquí estamos. ¿El bebé se ve bastante diferente esta vez, verdad? Es aproximadamente del tamaño de un plátano ahora, y a las veinte semanas, habrán pasado oficialmente la mitad del recorrido. Las medidas parecen estar bien para un embarazo saludable. Cordón umbilical, perfecto. Latidos, fuertes. —El Dr. B narró los detalles sobre lo que estábamos viendo en la pantalla. La mágica visión de nuestro bebé moviéndose irregularmente por todos lados, piernas y brazos empujando y tirando con una claridad impresionante. 


Ni siquiera pude apartar mis ojos por un instante para preguntarle algo al buen doctor. El realismo había mejorado notoriamente desde el último escaneo, no lo podía creer. Estaba viendo a una pequeña persona de forma plena, sin duda alguna sobre la humanidad de lo que habíamos creado.


Paula se quedó mirando la pantalla conmigo, en completa admiración, observando un pequeño pulgar dentro de una diminuta boca siendo succionado. Tan rápido cono fue succionado, el pulgar fue liberado.


—¿Viste eso? —Pregunté.


—Oh. —Paula rió suavemente, sin dejar de mirar—. Succionando su pulgar… Pedro, él estaba succionando su pulgar… o ella estaba. —Apretó mi mano, la tímida emoción en su expresión la hizo brillar de una forma que era nueva para mí. Se veía como… una madre.


—Lo sé. —Momentos como este demostraban lo buena que Paula sería como mamá. No había dudas. Froté mi pulgar en su palma.


—Ahh, sí, puedo intentar averiguar el sexo del bebé para ustedes…


—¡No! No lo quiero saber, Dr. Burnsley. No… me lo diga, por favor. —Paula sacudió la cabeza hacia él. Su decisión era definitiva. Cualquier tonto lo podría ver, y el doctor no era un tonto.


El Dr. B lanzó una mirada en mi dirección, y luego inclinó la cabeza preguntando si yo lo quería saber. Pensé por un instante en decir sí, pero en su lugar sacudí mi cabeza en un no.


—Está bien, Pedro, si quieres saber. Me daré vuelta y el Dr. Burnsley podrá mostrarte.


La tranquila belleza y absoluta confianza en su firme decisión de ser sorprendida sobre el sexo de nuestro hijo, era cautivante. Estaba tan segura sobre la manera en que quería descubrirlo. Paula no lo quería saber hasta que el bebé naciera, y eso era todo lo que había. Mientras que yo me hubiera simplemente encogido de hombros y dicho, “Claro, dígame.” Hubiera averiguado si teníamos una hija o un hijo en camino, y eso habría sido emocionante para mí. ¿Tomas o Laura?


—No, seré sorprendido contigo —le dije, sacudiendo mi cabeza hacia el Dr. B de nuevo, transmitiéndole la negativa.
Nada más que respeto absoluto para mi chica. Llevé su mano a mis labios y la besé. Compartimos una mirada sin palabras. Ninguna era necesaria.


El doctor interrumpió:
—Bien, entonces. La sorpresa será para ambos. —Imprimió algunas fotos para nosotros, y limpió la gelatina del vientre redondeado, antes de apagar la máquina que gestionaba el notable negocio de tomar fotografías ultrasónicas de nuestro bebé no nacido. Buen Dios, el hombre era más fuerte que yo. No había suficiente dinero en el jodido mundo que me tentara a hacer su trabajo—.Bueno, les diré esto con completa certeza —dijo el Dr. B secamente—, su bebé, será niño o niña.


—A mitad de camino de la línea final, nena. —Al terminar nuestro almuerzo en Indigo, acepté que estaba tratando de hacer demasiadas cosas a la vez, y fracasando en todas. Revisando mensajes en mi teléfono, viendo las noticias destacadas del fútbol en la TV en el bar del piso debajo de nosotros, y haciendo conversación con Paula. Mejor dicho, siendo un idiota.


Dejé mi teléfono, paré de ponerle atención a lo que el comentarista deportivo estaba diciendo sobre Manchester United contra Newcastle, y le di a Paula mi completa atención. Tenía esa media sonrisa que hacía a la perfección, la tranquila observación que me dijo que se estaba divirtiendo con mi falta de modales.


—¿En qué estás pensando ahora? —Pregunté.


—Hmmm, solo disfrutando de la vista. —Levantó su agua y le dio un sorbo, sus ojos asomándose por el borde del vidrio—. Viéndote trabajar, pensar en el Plátano Alfonso, preguntándome cuándo te darías cuenta de que no te estaba respondiendo.


—Perdón. Estaba distraído por mierda que no importa demasiado. Entonces, aquí está una mejor pregunta, ¿cómo te estás sintiendo sobre lo que dijo el doctor?


—¿Que necesito caminar en vez de correr?


Asentí. Algunas veces Paula no mostraba mucha reacción ante las cosas. Sabía que ella había oído lo que el doctor había dicho sobre sus hábitos de ejercicio, pero no sabía lo que pensaba sobre eso.


Se encogió de hombros hacia mí.


—Puedo hacer un poco de caminata. Además, te tengo a ti para que me des el montón de ejercicio para compensar lo que me estaré perdiendo. Estoy segura de que estaré bien. —Su media sonrisa se convirtió en una completa, con una pequeña risa sexy al final de ésta.


Ella no estaba bromeando sobre el sexo, tampoco. El embarazo elevaba la libido en una gran cantidad de mujeres, y yo estaba real y jodidamente agradecido de que mi mujer tuviera uno intenso ahora mismo. El médico había dado su bendición, así que estábamos follando casi como locos. Y amando cada minuto de ello.


—Entendiste bien eso. El Dr. B es mi nuevo mejor amigo.
Ella rodó los ojos.


—¿Es así? Cosas típicas del club de hombres con "el coito es perfectamente seguro, siempre y cuando estés dispuesta a ello —se burló del discurso elegante del médico con un movimiento de su cabeza—, con la insinuación del pene deslizando dentro”. Tan inteligente y original del Dr. Burnsley. Me pregunto cuántas veces ha dejado caer esa línea.


—No me importa cuántas veces lo ha dicho. Dar la luz verde en el sexo es todo lo que importa, nena. —Levanté una ceja—. Y siempre estoy ahí.


—Sé que lo estás —susurró sensualmente, un ligero rubor expandiéndose por su hermoso cuello, haciéndome desear tener mi boca sobre ella.


La mirada que me estaba dando en este momento... Una hermosa, fugaz y sensual mirada, de ella para mí, sobre una mesa finamente vestida. Y yo estaba deshecho, en un restaurante al mediodía, almorzando, deseando poder comerla en su lugar. No se necesitaba nada más que eso con nosotros. Una mirada, una caricia, un comentario en voz baja, y estaría al instante atrapado en los pensamientos de cuándo y dónde.


Así que traté de cambiar de tema a algo un poco más apropiado para el consumo público.


—También me gustó lo que dijo sobre las hemorragias nasales. —Ella había estado en lo cierto. Nada de qué preocuparse, solo normales efectos colaterales—. Lo siento por exagerar.


Inclinó la cabeza y me lanzó un beso al aire, pronunciando las palabras:
—Está bien.


Paula aguantaba mi mierda con la paciencia de un santo. 


No estaba bajo ningún concepto erróneo acerca de que mi rampante idiotez era fatigosa la gran parte del maldito tiempo. Y tampoco lo estaba Paula. Ella me hacía saber que me estaba comportando como un idiota, pero sobre todo me amaba, y calmaba todas mis asperezas. Una hacedora de milagros. Incluso estaba haciéndolo bien en disminuir la cantidad de humo. Realmente me había estado presionando a mí mismo para finalmente hacerlo. Terminar mi adicción a la nicotina era simbólico en varias cosas. Una ruptura con el pasado, una resolución de vivir una vida más sana, y un compromiso a que al menos dos personas necesitaban que me quedase allí durante otros sesenta años más o menos.
Había bajado a solo un cigarrillo por día. Casi todos los días, en la noche, justo antes de dormir. El simbolismo de esa costumbre era algo que deseaba que no fuera tan obvio, pero cualquier cosa que pudiera hacer para ayudar a mantener lejos los sueños y algún recuerdo era útil para mí.
Paula se excusó para ir al baño de damas, y yo volví a deslizar mi atención a los resultados del fútbol y los mensajes en mi teléfono móvil. Todo indicaba que estaría dirigiéndome a Suiza para los Juegos de Invierno de Europa XT en enero. Normalmente, saltaba por un trabajo como ese, pero este tenía algunas preocupaciones. La calificación del Príncipe Christian de Lauenburg en snowboard emocionaba al joven príncipe, sin duda. A su abuelo, el Rey de Lauenburg, no tanto. La realeza era difícil, y en esta situación, más aún. El nieto era el único heredero. Los herederos lo eran todo para la realeza. Si ése muchacho resultaba herido, mi reputación se dispararía al infierno. Y no podíamos olvidar la amenaza de terrorismo que ganaba impulso como un aparato de relojería en cualquier evento internacional de alto perfil que se realizara. Habría una ronda de amenazas veladas puestas al respecto, predije. Los locos no podían resistir la oportunidad de alguna prensa fiable en todo el mundo.
Me resigné a hacer funcionar el trabajo como siempre lo hacía, pero la chispa de interés no estaba realmente allí para mí. Siempre que mi agenda de viaje estuviera limpia para febrero, estaría bien, decidí. El bebé no debía llegar hasta el final del mes, pero no tomaría el riesgo de estar fuera del país cuando llegara el momento de Paula. Sentí mi estómago apretarse de sólo pensarlo. Si era honesto, estaba jodidamente aterrado por el nacimiento. Hospitales,
médicos, sangre, dolor, Paula sufriendo, el bebé luchando. 


Existía una puta infinidad de cosas podrían ir mal.


Un texto de Pablo me alertó de que algo requería mi atención inmediata y total. Teníamos tonos sincronizados de alerta para las emergencias. Leí su texto.


Y sentí que se me heló la sangre.


El centro de las noticias en la televisión había cambiado el deporte por la política.


No. Oh, mierda no.

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