domingo, 7 de septiembre de 2014

CAPITULO 179




Mis piernas me impulsaron hacia delante. 


No sé cómo.



Sentía la sensación de estar fuera de mi cuerpo para ser honesta, pero de alguna manera me moví en lentos pasos cortos que me llevaron a su habitación privada de hospital. 


No sabía lo que esperaba. Sabía que Facundo había sido horriblemente herido y que su pierna había sido amputada debajo de la rodilla derecha, pero la persona acostada en la cama era casi irreconocible para mí.


El Facundo Pieres que recordaba era un chico de preparatoria, la costa oeste de la sociedad de chicos. Limpio y ambicioso. Había sido un estudiante en Stanford encabezado por el título de abogado cuando estábamos juntos.


Él no se veía como el estudiante de Derecho de Stanford ahora.


Los tatuajes cubrían sus brazos como mangas hasta los nudillos de sus manos. Su cabello castaño estaba corto como el de un oficial militar, pero mezclado con la barba sin afeitar, parecía tosco e inquieto. Tenía un gran cuerpo, musculoso y firme, vestía una bata de hospital y yacía en la cama, con la mirada fija hacia el frente en la pared. No a mí. 


Se veía despojado, y en absoluto como el misógino frío que había llevado en mi cabeza en estos largos años.


Debo de haberme detenido, porque la mano de Pedro en mi espalda presionó con más firmeza.


Di otro paso, acercándome. Él levantó la vista. Los oscuros ojos marrones como los recordaba. Ya no estaba aplomo arrogante que también recordaba.


Ahora, veía en él algo que nunca había visto antes. Había arrepentimiento, pesar, y vergüenza por la forma en que se presentaba ante mí, en la camilla, sin una de sus piernas. 


En algún momento de los últimos siete años, quizá solo desde su lesión, Facundo Pieres había encontrado su conciencia.

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