viernes, 12 de septiembre de 2014

CAPITULO 196




PAULA



SALIENDO del consultorio de Doctor Burnsley, me dirigí a los elevadores. Todavía nada de Pedro, y solo podía imaginar cuan disgustado estaría por haberse perdido mi chequeo. Tendría que molestarlo —recordándole todo el tiempo de vinculación emocional geek con el Doctor B y los aburridos chistes sexuales que él había empleado.


No le presté atención a la persona que entró en el elevador conmigo porque estaba ocupada revisando mis mensajes sin respuestas y escribiendo un mensaje a Leo para hacerle saber que había terminado con el doctor. No hasta que él dijo mi nombre.


—Paula.


Sin embargo sabía quién era. Alcé la vista lentamente, comenzando desde el piso. Vi sus piernas, ambas, la de prótesis y la real, sus musculosos muslos, el bajo cuerpo y los anchos hombros, los muy oscuros ojos, el atractivo rostro que ahora me parecía tan diferente.


—Facundo. ¿Qué… qué estás haciendo aquí? —Mi voz se quebró.


—No te molestes, por favor, pero te vi yendo a tu cita, así que esperé a que salieras.


—¿Estás… estás siguiéndome por todo Londres?


—No. —Sus ojos parpadearon por un instante pero luego sacudió su cabeza—. Estaba con mi propio doctor, sacando medidas para una prótesis permanente.


—Oh. —No sabía que decirle. Facundo había perdido su pierna, y a pesar de nuestra dolorosa historia, todavía sentía compasión por lo que le había sucedido. Fue como si mi cerebro no pudiera apagar la parte “empática” por completo. 


Todavía estaba conectada, funcionando, removiendo emociones y recuerdos de hace mucho tiempo. Facundo Pieres acaba de seguirme al elevador y me dijo como ha estado esperando a que saliera. Mi cita había durado una hora y media con toda la espera en el vestíbulo, y después más espera en la sala de análisis ¿Por qué había esperado por una hora y media? Dije un mental mierda y pregunté:
—Así que, ¿por qué me estabas esperando, Facundo?


—Te lo dije antes, en el hospital, pero tú no regresaste. —Bajó la mirada al piso y luego de regreso a mí—. Sé que es mucho pedir, pero Paula, realmente necesito hablar contigo. La pregunta es ¿hablarás conmigo?


—Escuché lo que me susurraste antes en tu cama del hospital, pero no sé si pueda. —Y realmente no lo sabía.


Parte de mí estaba curiosa en cuanto a por qué quería decirme que estaba arrepentido de lo que había hecho. 


Honestamente, estaba completamente confundida por el giro de toda la cosa. Facundo viniendo a pedir perdón nunca estuvo en el menú de posibilidades dentro de mi mente. Nunca jamás. Así que cuando él apareció ante mí, como lo hizo en el elevador, luciendo muy sincero, estaba realmente debatiéndome el verlo otra vez. Instintivamente puse mis manos sobre mi vientre.


La puerta del elevador sonó y se abrió. Salí y él me siguió hasta el vestíbulo, su andar cojeando muy pronunciado por su lesión, haciéndome sentir incómoda y completamente confundida sobre qué hacer.


—Entiendo —asintió tristemente—. S-sé que estás embarazada… y no quiero molestarte ni mucho menos, pero… —Dejó de hablar y levantó una mano en señal de derrota.


—¿Pero qué Facundo? —No iba a dejarlo librarse tan fácilmente. Se acercó a mí, así que pensé que debería explicarlo.


—Tú no me debes nada, Paula. No quiero lastimarte o perturbar tu vida, pero realmente me molesta que no sepas la verdad sobre mí, sobre qué pasó esa noche.


—Mmm… bueno, sé lo que me pasó a mí, Facundo. Lo vi en un video. —Miré hacia otro lado, incapaz de mirarlo cuando dije la última palabra.


—Lo sé —dijo suavemente—. Siento mucho el haberte lastimado y me gustaría tener la oportunidad de explicarme. 


—Dejó salir un profundo suspiro—. Sé un poco de lo que has pasado. Tu madre me contó algo de ello cuando intenté ponerme en contacto contigo, pero tu padre no me permitió verte en absoluto, y luego te fuiste a Nuevo México. Acepté que probablemente no podías verme, así que permanecí alejado de ti a propósito. De todas maneras estaba en Irak —dijo amargamente. Después de un momento de silencio continuó—. Y-yo… escuché sobre la muerte de tu padre. 
Recuerdo que cercana fuiste a él. Lamento mucho tu perdida.


Mis malditas lágrimas serán mi muerte. Me limpié los ojos y traté de reponerme, así podría lograr salir de este edificio y no lucir como si hubiera estado llorando por si Pedro aparecía. O Leo.


De hecho ahora, Leo estaba caminando hacia mí, con una expresión en su rostro que significaba que mi encuentro con Facundo había llegado a su fin.


Facundo también lo vio.


—L-lo siento, tengo que irme ahora. Facundo, buena suerte —dije débilmente. No tenía nada más que darle. Me sentía vacía y confundida. Quería a Pedro.


—Está bien. —Me miró estoicamente, y asintió una vez. Luego presionó una tarjeta en mi mano—. Por favor, piénsalo —susurró, antes de darse la vuelta y alejarse, su desigual andar era un signo tangible de lo mucho que Facundo Pieres había cambiado en los últimos siete años.



****


Le dije a Leo que me dejara en Knightsbridge, así podría hacer mis compras. No había forma de que pudiera ir a casa en este punto. Necesitaba despejar mi cabeza y procesar mis sentimientos. Una cosa era cierta —no quería compartir con Pedro mi encuentro con Facundo. Solo lo molestaría y lo haría territorial, y eso no le haría a él, o a mí, ningún bien. 


Sin embargo, debería llamar al Doctora Roswell y conseguir una cita lo más pronto posible. Necesitaba un consejo imparcial, y Pedro sería cualquier cosa menos imparcial. 


Todavía no sabía dónde estaba o por qué se había perdido mi chequeo hoy, pensé con tristeza, sintiendo lástima por mí misma.


Fui a través de los movimientos de seleccionar regalos para la gente, enfocada con determinación en una simple tarea que completar. Una bata de seda para mi madre en un amarillo traicionero parecía apropiada. Era realmente muy hermosa y ella probablemente la amaría. Si pudiera enviarlos directamente desde la tienda, quizás incluso podría llegarle a tiempo para Navidad. Ahora no sabía cómo me sentía acerca de mi madre, especialmente después de la confesión de Facundo de que había hablado con ella sobre mí hace años. Me preguntaba cómo habría sido esa conversación ¿Ella sabía algo que yo no? La exasperante duda raspó en mí como una picazón persistente. Su tarjeta estaba en mi bolsa. Su número estaba ahí. Podría llamarle y preguntarle, y él probablemente me lo diría.


Solo habíamos hablado una vez desde nuestra explosiva conversación. Me preguntaba cuán decepcionada estaba ella de que el padre de mi antiguo novio fuera ahora el vicepresidente, y podría de una manera realista ser el presidente algún día. Debía ser un trago amargo para ella. 


Si había tenido que soportar lo que Facundo me había hecho durante todos estos años, supongo que ella esperaba que pudiéramos reconciliarnos en algún momento. Creía que esa era la razón por la que resentía tanto a Pedro. 


Sabía que sus planes se arruinaron y que no habría ningún tipo de fiestas en la Casa Blanca para que ella asistiera. Fui raptada por un británico que no daba una jodida mierda por la reina —directo de su boca— si el padre de Facundo Pieres era emperador del maldito mundo, ni hablar de una figura política EE.UU. Pedro me había embarazado y se había casado conmigo; incluso mi madre podía ver que su fantasía no era más que polvo en el viento. Esos dos eran como gasolina y fósforos listos para arder cuando se vieran obligados a estar juntos de alguna manera. Tan triste para mí. Ella sería la abuela de mi hijo y no podía estar del lado de mi esposo.


Mi teléfono sonó. Finalmente, pensé mientras rebuscaba en ni bolso ¿Número desconocido?


Nena, lamento mucho haberme perdido nuestra cita. Larga historia. Estoy sin mi teléfono en este momento. Es el teléfono de Sarah Hasting el que estoy usando ¿Dónde estás ahora? P.


¿Sarah Hasting? Sabía exactamente quién era ella. Y parecía muy extraño que Pedro estuviera con ella cuando debería haber estado conmigo. Recordé cuan terrible había sido para él su presencia en la boda, por consiguiente me preocupaba que ella tratara de clavarle las uñas para calmar su dolor. Respetaba la lealtad militar, pero no era justo para Pedro sufrir más por su perdida. Si ella estaba culpándolo al hablar de su esposo, tendría que poner en su lugar a esa mujer. Me sentía enfurecida mientras contestaba su mensaje, pero recordé que no era el teléfono de Pedro el que recibiría mi mensaje, así que me mantuve neutral. Pero me aseguré de agregar el número de Sarah a mis contactos, antes de contestarle.


Está bien. Estoy de compras navideñas en Harrod. Leo está aquí conmigo. P.


Me contestó inmediatamente.


Estoy en camino a encontrarte. ¿Nos vemos en Sea Grill? P.


Bien, si tú lo dices, Sr. Alfonso, pensé, mientras respondía con un brusco: Está bien.


Traté de moderar mi irritación pero algo se sentía fuera de mí, y una vez más, mis inseguridades salieron a la superficie para llenarme de dudas.


Pagué por mis compras y las entregué a Leo para que las llevara a casa por mí. Luego me las arreglé con las envolturas de los regalos y la entrega para los presentes para mi madre y Frank con el conserje, y me dirigí hacia el See Grill para esperar a Pedro.


Tomé mi té de arándano en el restaurante y reflexioné sobre mi extraño día. Recordando la tarjeta que Facundo había presionado en mi mano; la saqué y la estudié. Teléfono celular y correo electrónico en la parte de enfrente junto con su nombre y su información de contacto del ejército de Estados Unidos. Le di vuelta y vi un mensaje escrito a mano que no había notado antes.


Por favor déjame hacer lo correcto, Paula.


Levanté la mirada y vi que Pedro había llegado y estaba haciendo su camino hacia mi mesa, un enorme ramo de flores lavanda en sus manos. Empujando rápidamente la tarjeta de Facundo a un lado, me pregunté cuánta culpa estaba sintiendo mi esposo, decidiendo que necesitaba traer flores como ofrecimiento de paz.


Debería apreciar su gesto, me regañé a mí misma.


Excepto que no lo hacía.

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