sábado, 13 de septiembre de 2014

CAPITULO 200



PAULA



4th de Enero


Londres


La caridad que mi padre defendió cuando estaba vivo envió una notificación a donde sea que una donación hubiese quedado en su nombre. La cantidad de gifs en el mensaje que acababa de leer dejaron molestos a mis globos oculares. Lo revisé de nuevo, contando los dígitos para asegurarme. Todos los seis.


La segunda sorpresa fue el mensaje que quedó del donante en la sección de comentarios. 


Por favor déjame hacerlo bien, Paula.
Facundo.


No podía creer lo que estaba viendo. ¿Facundo había hecho esto? ¿Había hecho una obscenamente gran donación en nombre de mi padre a la Fundación Meritus College? ¿Asistencia desamparada, pero motivada para que los niños consigan una educación universitaria?


¿Por qué haría él eso?


En verdad no podía imaginar porque lo haría, pero sabía que necesitaba averiguarlo. Así que fui por mi monedero y rebusqué alrededor en el lado y en los bolsillos del exterior hasta que encontré la tarjeta que me había dado. Le di la vuelta y leí el mensaje que había escrito a mano con bolígrafo azul, solo para asegurarme.


Por favor déjame hacerlo bien, Paula.


Le envié un mensaje con las manos temblando y un corazón latiendo, por miedo a escuchar lo que él quería decirme, pero sabía que el momento de saberlo había llegado.


Pedro estaba en las oficinas, preparándose para su viaje a Suiza al día siguiente. Tampoco le había hablado sobre el intento de Facundo por intentar encontrarse conmigo, en su cama de hospital, y después de mi chequeo prenatal. Había encontrado que cuanto más tiempo pasase, simplemente no quería sacarlo a la luz. ¿A qué propósito serviría? 


Necesitaba continuar y lidiar con el aquí y el ahora en lugar de morar en la mierda que había ido mal hace años.


No se lo dije a Pedro, a pesar de que sabía que probablemente debería haberle dado una advertencia. No estaría cómodo conmigo viendo sola a Facundo, y sería excesivamente territorial hasta el punto de cualquier encuentro, incluyendo su presencia, esto lo haría inútil. No, necesitaba encontrar a Facundo por mi cuenta. Ese era mi territorio. Mi pasado. Y yo era la única que necesitaba enfrentarlo, y ponerlo a descansar.


Así que en su lugar le dejé una nota corta en el mostrador de la cocina. En caso de que llegase a casa antes que yo, encontraría mi nota diciendo que me fui a caminar.


En favor de algo de ejercicio, caminé hasta el Hot Java, la cafetería alrededor de la esquina del apartamento.


Facundo llegó antes que yo y estaba esperando en una ventana ladeada, en una mesa para dos. Se veía como lo hizo la última vez que lo vi —completa y totalmente diferente al chico que había conocido hace una eternidad. En tantas formas que era verdad. Ahora era una celebridad política, el tatuado, hijo-héroe de guerra del Vicepresidente Electo. 


También había tenido un escolta esperándole —mayormente del Servicio Secreto, considerando el riesgo terrorista. Para alguien como él, debía ser enorme.


Se veía miserable sentándose frente a mí, y me preguntaba si aún tenía algún dolor físico por su herida.


—Regresaré a los Estados Unidos muy pronto. Representación de orden por la inauguración. —Se dio golpes en la pierna con un dedo tatuado—. Pero extrañaré Londres. Es un buen lugar en el que desvanecerse.


Si, lo es.


—¿Por qué enviaste esa gran donación en nombre de mi padre? ¿Es de verdad algo en lo que quieres gastar tu dinero, Facundo? —pregunté, poniendo la bolsa de té de frambuesa en mi taza en un pequeño vértice de lo sobre-estimulante. Sin importar cuánto había pensado en ello, no podía por mi vida, ver su motivación por el dinero. Así que, todo con lo que me quedaba era la inimaginable idea de que él realmente podría estar arrepentido.


Importa. Mierda.


Facundo miró fuera de la ventana del café, mirando la concurrida calle con tráfico, y los igualmente ocupados peatones del tráfico, arreglándoselas con la llovizna invernal para ir a sus asuntos.


—Gracias por encontrarme, Paula. Esto es algo que he querido durante mucho tiempo… y además, temido. —Puso los ojos en negro al mirarme cuando terminó de hablar.


—Dijiste… dijiste que querías decirme lo que ocurrió en realidad en la fiesta. —Podía sentir a mi corazón latiendo erráticamente profundo en mi pecho.


—Sí. —Se movió en su asiento y pareció abrazarse a sí mismo por lo que quería decir—. Pero primero, quiero que tengas mis más profundas disculpas por cómo te traté, las cosas que te hice, por cuanto te herí. No tengo justificación por todo lo que hice, ni excusas, solo arrepentimiento.


Sus ojos me golpearon, un rastro de anhelo en su expresión —por qué, no estaba segura. ¿Anhelo por mí? ¿Por lo que podría haber ocurrido con nosotros?


—Así que, antes de que te cuente el resto, quería que al menos escuchases esa parte.


Sentí algo extraño más brillante en mi interior, como una grieta cortándose de un lago congelado. No podía siquiera hablar, pero me las arreglé para comprender sus disculpas al asentir con la cabeza.


—¿Viste el video, Paula?


Asentí de nuevo con la cabeza de nuevo y mantuve los ojos en mi taza de té de frambuesas.


—Una vez. Eso fue todo lo que pude ver… —Mi mente se puso en blanco ante las imágenes recordadas que destellaron en mi cabeza. Los otros chicos, yo siendo usada, la risa, la letras de la canción, el tormento de mi cuerpo con objetos, como me hablaban como si fuera una puta que quería todo lo que ellos me estaban haciendo.


—Lo siento mucho… no tenía intención de ir tan lejos —dijo.


—¿Entonces qué maldita intención tenías al filmarnos? —Espeté, levantando la cabeza—. ¿Siquiera recuerdas lo que ese video me hizo? ¿Cómo cambió mi vida? ¿Qué intenté matarme debido a eso? ¿Eres consciente de todo eso, Facundo?


—Sí. —Cerró los ojos y parpadeó—. Paula, si pudiese regresar… solo… estoy muy arrepentido.


Me senté ahí y lo miré, casi sin creer lo que estaba esperando. Durante tanto tiempo había entendido mi oscuro lugar por lo que era. Un hecho malvado, hecho para mí por gente malvada, desprovisto de arrepentimiento, o incluso humanidad por sus acciones. Pero con Facundo ante mí, disculpándose con tanta sinceridad, no parecía tan malo para nada… y era un concepto muy difícil de aceptar.


—Entonces… ¿cuál era tu intención esta noche, Facundo? Si sientes que debes hacer las cosas bien conmigo, entonces imagino que tendré que intentar escucharlo.


—Gracias —susurró, golpeando la parte superior de la mesa con la mano delicada, rítmicamente, solo sus dedos levantándose y bajando. Los tatuajes que le decoraban cubrían toda la superficie de su mano derecha —un esqueleto de huesos en la mano intercalado con telarañas entre los huesos individuales de los dedos.


Me preguntaba lo que Papi-P pensaba de toda la tinta en su hijo.


Después de un momento comenzó a hablar.


—Fui un completo idiota contigo —comenzó—, sé eso, y no tengo excusas, pero cuando salí de Stanford y averigüé que estabas con otros chicos cuando me fui, enloquecí de celos porque cualquier te tendría. Quería castigarte por ello ya que así es como mi mente funcionaba por entonces. —Comenzó a girar el pulgar al lado de su taza de café—. Me emborraché en la fiesta con la intención de filmarnos teniendo sexo, así te lo enviaría como un recordatorio de que eras mi novia, y nadie más se metía en lo que era mío cuando estaba lejos en la universidad. —Se aclaró la garganta y continuó—. Ese fue el alcance de lo que planeé para el video, Paula. Nunca lo habría publicado en algún otro lugar, o mostrárselo a otras personas. Era un recordatorio mío… para ti.


—Pero, esos otros… Luciano Fielding y Eric Montrose, estaban ahí. —No podía mirarle, así que en su lugar simplemente miré fuera de la ventana a la lluviosa acera y a las personas ocupadas.


Sin embargo, seguí escuchando.


—Sí —dijo con tristeza—. Te emborraché, pero estaba incluso más agotado hasta el punto de que pasé después de que… terminé. Esos dos habían venido a casa conmigo durante las vacaciones de fin de semana y sabían que estaba inclinado a enseñarle a mi novia una lección que ella nunca olvidaría. Les dije lo que iba a hacer con el video de sexo. Como un idiota. Era tan arrogante que nunca imaginé que intentarían entrar. Puedes ver con claridad en el video que después de que follo, después de que termino, no estoy de nuevo ahí en la pantalla. Hay un corte en la filmación, y ahí están solo Fielding y Montrose… y tú. Confía en mí, lo vi una y otra vez, horrorizado por lo que hicieron. 
—Aparté la mirada de la ventana y estudié su rostro. Encontró mi cabeza sin protegerse. Vi culpa y arrepentimiento en él—. Paula, yo… yo nunca quise…


Sabía que Facundo me estaba diciendo la verdad.


—Nos vieron… y entonces cuando me marché, se quedaron al cargo. Ni siquiera recuerdo dejarte en esa habitación de juego, Paula. Me desperté a la mañana siguiente en la parte trasera de mi coche. El video ya había sido posteado en una página de compartir y era demasiado tarde. Se distribuyó durante todo el fin de semana. —Se abrazó la cabeza y la sacudió con lentitud—. Y esa música que pusieron ahí…
Intenté recordar la secuencia de imaginería, pero había estado tan traumatizada por mi video visto una sola vez, que en realidad no podía sacar muchos recuerdos de la involucración de Facundo para nada. Sabía que había estado enfadado conmigo por salir con Bruno. Ser una inmadura zorra de diecisiete años no me había dejado con buenas habilidades en donde iba, lo que hice, o con quien lo hice. Tristemente, aprendí la lección de una forma dura, pero aún era remarcable a escuchar esta nueva información de Facundo.


—Entonces, ¿no lo hiciste porque me odiabas? —le hice la pregunta que siempre había querido que se respondiese. 


Era lo que nunca tuvo sentido para mí. Habíamos tenido problemas, pero nunca me había sentido odiada por Facundo antes de esa noche. El video se había sentido como odio hacia mí por todo el intermedio de siete años, y había sido difícil soportarlo porque era demasiado confuso.


—No, Paula. Nunca te odié. Creí que me casaría algún día contigo. —Sus oscuros ojos parpadearon hacia mí, la culpa y tristeza claramente legibles en ellos.


Jadeé, incapaz de responder a lo que acababa de decirme. No tenía opción, así que me senté ahí en silencio y lo miré, incapaz de hacer algo más.


Deslizó su mano hacia adelante como si fuese a coger la mía, pero la apartó a tiempo, dejando a sus dedos a unas pulgadas de distancia de la mesa. Era tan extraño que cogí mi taza de té y lo sostuve con ambas manos para que pudiese darles utilidad.


—Intenté llamarte y verte, pero tu padre y el mío, lo detuvieron. Mi padre me informó de que yo moriría antes de que él me permitiese destruir su carrera política. Me retiró de la universidad y me alistó en el Ejército en dos días. Fui enviado en barco hasta el Fuerte de Benning para Entrenamiento Básico, y no había nada que pudiese hacer. Ni siquiera podía llamarte para decirte que lo sentía, o averiguar cómo estabas. —Extendió la palma arriba en pregunta—. Y ahora con las aspiraciones políticas de mi padre… estoy atrapado en todo ello, realizado sin una forma de salir. Y con él en el Ala Este, estoy más atrapado que antes… —se detuvo con tristeza.


Guao. Solo Guao. Nunca en mis más salvajes sueños habría imaginado esta realidad. No sabía que decirle, o como responder así que nos sentamos ahí en silencio juntos durante un minuto. Él ni siquiera sabía sobre la otra sórdida historia que conectaba todo el desastre —el motivo detrás de las muertes de Montrose y Fielding, el intento de chantaje de Bruno, el asesinato de mi padre —todo era debido al video.Facundo no lo escucharía de mí, tampoco. Los eventos habían evolucionado, y era el momento de ponerlos en el suelo para bien. Nunca nada cambiaría mi más grande perdida, devolverme a mi padre.


Mecí mi estómago protectoramente, necesitando consuelo de algo puro e inocente. Con tanta maldad en mis veinticinco años —sin duda podía encontrar algo hermoso y pacífico moviéndose hacia adelante. Y como un mensaje desde arriba, fui recompensada con un pequeño empujón justo debajo de mis costillas como si dijese “aún estoy aquí y sé que eres mi mamá.” Sí, mi pequeño ángel mariposa, lo soy.


—Entonces, tu vida cambió después de esa noche… al igual que la mía, —dije después de un momento.


—Sí. Las elecciones que hice esa noche cambiaron todo.


NOS despedimos en la concurrida calle con más del medio circo que había experimentado antes, con seguridad, y conductores, y fotógrafos. En realidad necesitaba regresar al apartamento para comenzar la cenar para Pedro ya que esta era nuestra última noche juntos durante un fin de semana. Tenía que marcharse a Suiza muy pronto por la mañana.


Todo el encuentro con Facundo había sido un lado bizarro de las cosas, pero me sentí mucho más ligera de culpa después de escuchar su revelación. Aún avergonzada por mi conocimiento de lo que me llevó a estar en esa mesa de billar hace siete años, pero una gran auto carga me era liberada. Me sentí tremendamente aliviada, y por primera vez, sentí como la sensación en realidad podría quedarse conmigo.


—Gracias, Facundo.


Me miró con curiosidad.


—¿Por qué, Paula?


—Por hablarme de tu historia. Por algún motivo, me ayuda a dejar ir… eso. —Descansé la mano sobre mi vientre, incapaz de explicar tal pensamiento privado con algún tipo de comprensión clara, pero lo hacía sentir perfecto para mí—. Pronto seré madre, y quiero que mi bebé tenga una madre que pueda mantener su cabeza en alto, y que sepa que no hará nada malo, que es una buena persona, quien hizo estupideces a lo largo de una línea de estupideces.


—Eres una buena persona, Paula… y desafortunadamente todos hacemos estupideces. Y a veces las cosas malas nos ocurren sin ninguna intervención de las estupideces que hacemos. —Miró a su prótesis.


—¿Qué harás ahora, Facundo?


—Regresaré a casa e imagino que ahora puedo hacer lo que terminé con el Ejército. Aprender a vivir con una pierna. Tal vez regresar a la universidad y finalmente graduarme en un grado de derecho.


—Entonces deberías hacerlo, si eso es lo que quieres. —Sonreí—. Apuesto a que a los estirados profesores de derecho en Stanford les encantarán tus tatuajes.


Se rió.


—Sí, tanto como a las personas en D.C., pero es bueno sacudir las cosas una vez en un tiempo. —Su conductor abrió la puerta del coche, señalando que era el momento de irse.


—Creo que estás siendo convocado —dije, gesticulando hacia el coche.


—Sí. —Parecía que tenía más que decir mientras sus ojos me estudiaban—. ¿Paula?


—¿Sí, Facundo?


—Decirte que tú también me ayudaste. Más de lo que nunca sabrás. Merecías escucharlo de mi parte desde hace mucho tiempo. Así que de nuevo, gracias por verme. —Cogió un profundo respiro como si estuviera reuniendo fuerza—. Eres más hermosa ahora que antes, cuanto tenías diecisiete años, y estoy tan contento de verte embarazada. Vas a ser una maravillosa madre. Y quiero que recuerdes que eres preciosa a pesar de cómo nos vemos a veces. Voy a recordarte justo como eres ahora. —Finalizó con una sonrisa, pero podía ver como toda la confesión estaba comenzando a llegarle. Este encuentro había sido emocional para él, para mí, y ahora era el momento de despedirnos el uno del otro.


No estaba muy segura de cómo responder a sus cumplidos, pero de nuevo, eran alentadores al venir de él.


—Te deseo lo mismo, Facundo—Extendí la mano hacia él—. Espero que consigas la oportunidad de perseguir tus propios sueños ahora.


Tomó mi mano ofrecida y se inclinó hacia mí para un medio abrazo, incluso a presionar su mejilla contra la mía. 


Entonces regresó a la limusina, la ventana tintada tan negra que le hacía invisible para mí en el instante que la puerta se cerró detrás de él.


Y así, Facundo Pieres se fue.

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