domingo, 14 de septiembre de 2014

CAPITULO 203



Mucho frío. Registré la temperatura helada, pero no tenía idea de cuánto tiempo había pasado. Podrían ser minutos. U horas. Probablemente no horas, sin embargo. Estar horas aquí me mataría de hipotermia. ¿Estaba muriendo?


No. ¡No! Me negué a creer que lo estaba. Mi cuerpo podía soportar más que esto, lo había hecho en el pasado. Era fuerte. No podía morir. Tenía que volver a Paula... y nuestro bebé. No podía dejarlos solos. Ambos me necesitaban. Le prometí que volvería. No iba a morir aquí.


Todo lo que necesitaba era entrar en calor. Calidez. Paula era cálida. El lugar más cálido que podía imaginar era a Paula envuelta a mí alrededor cuando estaba haciendo el amor con ella. Paula era mi lugar cálido y seguro, desde el primer momento. Y aunque mi mente consciente no lo supo en ese momento, mi corazón ciertamente lo hizo.


Fui a donde yo podía sentir su calidez…


...Lo supe en el momento en que entró a la habitación. La verdadera Paula Chaves era aún más cautivante en carne y hueso que en su retrato, el que gratamente, ahora me pertenecía. Ella tomó un sorbo de una copa de champán y estudió su imagen en la pared de la galería. Me pregunté cómo se veía a sí misma. ¿Era confiada? ¿Implacable? ¿O algún punto intermedio?


—Ahí está mi chica —dijo Oscar, abrazándola por detrás—. ¿Es imponente, no? Y tienes los pies más bellos que cualquier mujer en el planeta.


—Todo lo que haces se ve bien, Oscar, hasta mis pies. —Se dio la vuelta y le preguntó—: ¿Así que, ya vendiste algo? Permíteme parafrasear. ¿Cuántos has vendido?


Podía oír todo lo que se decían el uno al otro.


—Tres hasta ahora y creo que éste se irá muy pronto —dijo Oscar—. No seas obvia, ¿pero ves al tipo alto en traje gris, de cabello negro, hablando con Carole Andersen? Es interrogado. Parece que ha sido atrapado por tu maravilloso y desnudo ser. Probablemente se irá para una buena sesión de palma tan pronto como pueda conseguir el lienzo para él solo. ¿Cómo te hace sentir eso, Paula cariño? Algún rico majo jalándosela ante la vista de tu belleza sobrenatural.


Malditamente lo deseaba. Se quedarían con él durante seis largos meses.


—Cállate, eso es desagradable. No me digas cosas como esa, o voy a tener que dejar de tomar trabajos. —Ella sacudió la cabeza hacia él como si estuviera chiflado—. Es una malditamente buena cosa que te quiera, Oscar


—Es cierto, sin embargo —divagó Oscar—, y ese tipo no ha dejado de mirarte desde que llegaste aquí. Y él no es gay.


—Te irás al infierno, Oscar, por decir esas cosas —le dijo mientras levantaba la vista y me revisaba. Podía sentir sus ojos en mí, pero seguí mi conversación con el director y aparenté indiferencia.


—Estoy en lo cierto, ¿eh? —Le preguntó Oscar.


—¿Sobre lo de masturbarse? ¡No es posible de ninguna manera, Oscar! Es demasiado hermoso para tener que recurrir a su mano para tener un orgasmo.


Oh, mierda. No pude evitar mirarla entonces. Era imposible apartar la vista cuando acababa de oír esas palabras salir de su boca. A ella le gusta lo que ve. Las referencias a mi pene y masturbarme —por ella— y un plan de juego totalmente nuevo se reorganizó en ese momento. Tenía que conocerla esta noche, y eso era todo lo que había.


Pero ella se asustó, se bebió su copa de champán, y se despidió de su amigo.


Espera, no te vayas todavía.


La vi contemplar la posibilidad de llamar a un taxi o caminar. 


Sus piernas eran largas y jodidamente magníficas, cualquiera podía ver eso, y cuando se volvió hacia la estación, supe que había tomado su decisión. No podía permitirlo. Si alguien estaba detrás de ella, tendría la oportunidad perfecta mientras caminaba sola, y el pensamiento de que alguien quisiera hacerle daño hizo algo a mi interior que nunca había sentido antes.


—Es una muy mala idea, Paula. No te arriesgues. Déjame llevarte.


Se quedó inmóvil en la acera, y se volvió rígidamente para enfrentarme.


—No te conozco en absoluto —dijo.


Lo harás, hermosa chica americana… lo harás.


Le sonreí e hice un gesto hacia el Rover, ni siquiera muy consciente de qué carajo estaba haciendo. Solo necesitaba estar más cerca.


Pero ella tragó profundamente y tomó una postura defensiva, y llamó mi atención.


—Incluso me llamas por mi nombre, y… ¿y esperas que me meta en un auto contigo? ¿Estás loco?


Casi loco. Me acerqué y le ofrecí mi mano.


—Pedro Alfonso.


—¿Cómo es que siquiera sabes mi nombre? —Dios, amaba el sonido de su voz... sexy como el infierno.


—Acabo de comprar el Reposo de Paula de la Galería Andersen por una buena suma no hace ni quince minutos. Y estoy bastante seguro de que no estoy mentalmente deteriorado. Suena más PC Acrónimo para Políticamente Correcto. que loco ¿no crees?

Ella tentativamente alargó la mano. La tomé. Me agarré de ella y cubrí su mano con la mía. En el instante en que nuestros cuerpos se tocaron algo pasó dentro de mi pecho. Una chispa, calor… no sé qué, pero era algo. Dios, sus ojos eran inusuales. No podía decir cuál era precisamente su color. No me importaba, sin embargo, solo quería mirarlos durante un jodidamente largo tiempo y averiguarlo.


—Paula Chaves.


—Y ahora que nos conocemos, como Paula y Pedro—Hice un gesto con la cabeza hacia el Rover—. ¿Me permitirás llevarte a casa?


Tragó saliva de nuevo, su adorable cuello moviéndose en un tirón lento.


—¿Por qué te preocupas tanto?


Respuesta fácil, esa.


—¿Porque no quiero que nada te suceda? ¿Porque esos tacones se ven encantadores al final de tus piernas, pero será un infierno caminar con ellos? ¿Porque es peligroso para una mujer estar sola durante la noche en la ciudad? —No pude evitar mirarla, de la cabeza a la punta de los pies, para justificar mi punto. Ella debía saber lo jodidamente caliente que era—. Especialmente una que luzca como tú, Señorita Chaves.


—¿Qué pasa si tú no eres seguro?


Si ella supiera por qué estaba aquí. Me pregunto qué me diría entonces.


—Todavía no te conozco, o alguna cosa de ti; o si Pedro Alfonso es tu verdadero nombre.


La Señorita Paula Chaves era una chica inteligente. 


Admiraba su honestidad y reticencia en no ceder a subirse al auto de un completo desconocido, sin tener ningún problema con ello. Era la hija de Miguel Chaves después de todo.


—Hay un punto en eso. Y es uno que puedo corregir fácilmente. —Le mostré mi carné de conducir y le entregué una tarjeta de negocios—. Puedes conservarla —le dije—. Estoy muy ocupado con mi trabajo, Señorita Chaves. No tengo absolutamente nada de tiempo para una afición como ser un asesino en serie, se lo prometo.


Ella se echó a reír.


Era el sonido más jodidamente hermoso que había escuchado alguna vez.


—Bien hecho, Señor Alfonso—Apartó mi tarjeta, y luego dijo algo que realmente me complació—. Bien. Puedes darme un aventón.


Oh sí, nena, puedo. Los pensamientos de cómo podría darle un aventón hizo que mi pene se levantara y tomara nota. No pude evitar mi sonrisa. La Señorita Chaves no tenía absolutamente ninguna idea de lo que estaba haciéndome con sus comentarios inocentes. Si alguna vez tenía la oportunidad de darle un aventón en mi cama, sería uno largo y memorable con seguridad, porque no llevaba mujeres a mi cama. Creía que ella podría ser la excepción a mi regla, sin embargo.


¡¿Qué en la puta madre está mal contigo?! Pensé, mientras ponía la mano en su espalda y la llevaba hacia el Rover. Me gustó cómo me permitió hacerlo. Y por fin pude olerla. Florido, femenino y malditamente increíble. Me pregunté si el olor era perfume o algo que usaba en su cabello. Fuera lo que fuera, quería enterrar mi nariz contra su cuello y obtener una bocanada de ello… olía tan bien para mí.


La acomodé en su asiento, y sentí emoción una vez que me encerré con ella. Tenía a esta hermosa chica sola en mi auto, conmigo. Estaba a salvo y nadie iba a llegar a ella mientras caminaba sola en la oscuridad. También podía hablar con ella y escuchar su voz. Podía olerla, y mirarla, admirar sus largas piernas dobladas en el asiento de al lado, e imaginar cómo sería tener esas hermosas piernas divididas a ambos lados de mi pene...


Le pregunté dónde vivía.


—Plaza Nelson en Southwark.


No la mejor locación, pero podría ser peor.


—Eres americana —dije, sin pensar en nada mejor.


—Estoy aquí con una beca de la Universidad de Londres. Programa de postgrado.


Sabía eso, por supuesto, pero realmente quería saber acerca de su otro trabajo.


—¿Y el modelaje?


Mi pregunta la aturdió. Comprensible, supuse. Sabía cómo se veía desnuda. Jodidamente espectacular.


—Um, yo… posé para mi amigo, el fotógrafo, Oscar. Él me lo pidió, y ayuda a pagar las cuentas, ¿sabes?


—En realidad no, pero amo ese retrato tuyo, Señorita Chaves—Mantuve mis ojos en el camino.


No le gustaba que la interrogara. La ponía a la defensiva. Lo juro, literalmente chisporroteaba en su asiento antes de dejarme tenerlo.


—Bueno, mi propia corporación internacional nunca llegó como la suya, Señor Alfonso. Recurrí al modelaje. Me gusta dormir en una cama en lugar de un banco del parque. Y el calor. ¡Los inviernos aquí apestan!


Oh, mierda, sí, ella es increíble.


—En mi experiencia, he encontrado muchas cosas aquí que apestan. —Miré y fijé sus relucientes ojos, bajando a sus labios, imaginándolos envueltos alrededor de mi pene, disfrutando profundamente agitarla por mi respuesta.


—Bueno, estamos de acuerdo en algo, entonces. —Se frotó la frente y cerró los ojos.


—¿Dolor de cabeza?


—Sí. ¿Cómo lo supiste?


Tuve la oportunidad de tomar otra mirada larga y pausada de ella.


—Simplemente una suposición. Sin cena, solo el champán que te tomaste en la galería, y ahora ya es tarde y tu cuerpo se está levantando en protesta. —Incliné la cabeza—. ¿Cómo lo sabría?


Ella me miró como si se le hubiera secado la boca.


—Solo necesito un par de aspirinas, un poco de agua y estaré bien.


Eso no era bueno en absoluto.


—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo, Paula?


—Así que, ¿volvemos a los primeros nombres de nuevo?


Sí, lo estamos, nena. No me gustaba que ella no cuidara de sí misma. Tenía que comer como todos los demás. Después de un momento, dijo algo acerca de preparar comida cuando llegara a casa. ¿A esta hora de la noche? Por el amor de la mierda, eso simplemente no iba a suceder, Paula.


Entré en una tienda de esquina y le dije que se quedara en el auto, que estaría de vuelta. Le conseguí una botella de agua, un paquete de Nurofen y una barra proteínica que parecía agradable al paladar. Solo esperaba que los aceptara de mí.


—Qué necesitabas conseguir en la tienda…


Sin preocuparse. Tomó el agua tan pronto como la vio y empezó a beber. Quité las píldoras del paquete para ella y las sostuve en mi mano abierta. Tomó esas también y las tragó, drenando la botella rápidamente. Dejé la barra proteínica en su rodilla.


—Ahora cómelo… por favor.


Ella suspiró un largo y estremecedor aliento, que hizo que mi pene se contrajera de nuevo, y abrió la barra lentamente. Pero algo cambió en su actitud cuando le dio un mordisco y comenzó a masticar. Sentí la melancolía en ella cuando bajó la cabeza y susurró:
—Gracias.


—El gusto es mío. Todo el mundo necesita lo básico, Paula. Alimentos, agua... una cama.


No respondió a mi sutil reprimenda.


—¿Cuál es tu dirección real? —pregunté.


—La 41 de Franklin Crossing.


Me dirigí de nuevo a la carretera y en un momento, oí su móvil chirriar. Respondió a un texto y pareció relajarse un poco después de eso. Algunos momentos más tarde, cerró los ojos y se durmió.


Tenerla cómoda y sintiéndose a salvo conmigo, volcó una especie de interruptor en el interior de mi cabeza. No podría decir qué exactamente, porque era algo que nunca había experimentado antes. Solo sabía me gustaba malditamente ese sentimiento. Hice algo imprudente entonces. No estaba orgulloso de lo que hice, pero eso no me impidió hacerlo. 


Tomé cuidadosamente el móvil de su regazo y llamé a mi número con él.


Paula, despierta. —Me incliné y toqué su hombro, hablándole lo suficientemente cerca como para oler su aroma natural. Sus párpados temblaron erráticamente, las largas pestañas barriendo sobre la piel cremosa con una pizca de aceite de oliva en ella. ¿Estaba soñando? Sus labios eran llenos y de un rosa oscuro, apenas se separaban cuando respiraba. Unos mechones de su largo cabello castaño caían sobre una mejilla. Quería levantar a mi nariz y olerlo.


Sus ojos se abrieron, abriéndose amplios cuando fue consciente de mí.


—¡Mierda! Lo siento, yo… ¿me quedé dormida? —Forcejeó con el pestillo de la puerta frenéticamente, el sonido del pánico en su voz.


Cubrí su mano con la mía y le calmé.


—Tranquila. Estás a salvo, todo va bien. Solo te quedaste dormida, es todo.


—Está bien... lo siento. —Ella jadeó profundamente, miró por la ventana, y luego de nuevo a mí con cautela.


—¿Por qué sigues pidiendo disculpas? —Parecía muy sacudida, y no quería nada más que calmar sus temores, pero al mismo tiempo… estaba molesto con la extraña sensación de que no tenía absolutamente ninguna razón intencionada de estar sintiendo eso.


—No lo sé —me susurró.


—¿Estás bien? —Sonreí, esperando no estar asustándola. No me gustaba la idea de ella teniendo miedo de mí, pero quería que me recordara después de esta noche. Quería que confiara en mí, también.


—Gracias por traerme. Y el agua. Y el otro…


La interrumpí, sabiendo que tenía que hacerme cargo para que hubiera una nueva oportunidad para encontrarme con ella otra vez.


—Cuídate,Paula Chaves —Abrí la puerta—. ¿Tienes tu llave lista? Voy a esperar hasta que estés dentro. ¿Qué piso es?
Sacó la llave de su bolso y puso su móvil dentro.


—Vivo en el estudio del apartamento superior, quinto piso.


—¿Compañero de cuarto?


—¿Compañero de cuarto?


—Bueno, sí, pero ella probablemente no está adentro.


¿Qué estaba pensando? Quería saber lo que ella pensaba de mí, si estaba interesada en saber algo más acerca de mí.


—Esperaré a que la luz se encienda entonces —dije.


Ella abrió la puerta y salió.


—Buenas noches, Pedro Alfonso —me dijo antes de cerrar la puerta.


La seguí con la mirada mientras se dirigía a la puerta, usó su llave y entró. Esperé hasta que vi la luz encenderse en su apartamento del quinto piso antes de arrancar.


No sabía exactamente lo que sentía, o lo que podría suceder mientras me alejaba de su casa. Pero sabía esto: Vería a Paula Chaves de nuevo. Más que definitivamente. No había otra opción que aceptara al respecto…


Sonreí para mí mismo, porque ya no me sentía el frío. Mi pierna dolía, pero sabía que realmente no importaba ahora. 


Me sentía cálido, y estaba en mi lugar seguro con mis recuerdos de Paula, donde todo era bueno y correcto. Ella era mi luz y lo había sido desde el primer momento en que miré en su belleza. Me había amado y mantenido entero, cuando yo no creía que fuera posible para alguien lograr ese milagro. Íbamos a tener un bebé pronto. Pensar en nuestro bebé me ponía feliz, pero muy triste al mismo tiempo. No podría ver a mi hijo en el lugar al que iría. Él o ella nunca me conocerían. Pero Paula le contaría a nuestro hijo o hija acerca de mí. Sería una madre maravillosa. Ya lo era. Paula era buena en todo lo que hacía y la maternidad no sería diferente. Sabía que no había mucho tiempo para mí. No podría mantener mi promesa. Eso arrancó a mi corazón, peor de lo que cualquier cosa podía. Le había prometido que volvería a ella. Había dicho que nunca nada podría evitar que volviera a ella.


Desesperadamente quería decirle lo mucho que la amaba, y lo feliz que me había hecho en nuestro tiempo juntos. 


¿Cómo podría desaparecer, sabiendo que había sido amado por la mujer más perfecta del mundo? Que ella era la única persona que realmente vio dentro de mi oscura alma para encontrarme… y todavía me hacía sentir como si hubiera ganado la jodida lotería nacional de la vida. No me dolía tanto saber que mi vida iba a ser corta. La plenitud estaba en saber que Paula había sido una parte de ella.


Paula era mi vida. La última pieza de mi rompecabezas, que finalmente me había completado.


Solo necesitaba una forma de decírselo, de alguna manera, para que no se preocupara por mí. Quería que supiera lo feliz que fui al final de mi vida... porque había sido bendecido con el raro y precioso regalo... de amarla.

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