lunes, 10 de febrero de 2014

CAPITULO 7





 He trabajado con Marcos en otra ocasión y me gustó
mucho.  le gustaban las poses clásicas con una
reminiscencia de los años treinta y cuarenta.
—Te ves magnífica en estás, bella —dijo Marcos con ese bonito
ronroneo italiano—, la cámara es tu amiga.
—Fue lindo. Gracias, Marcos.
Todavía tenía que prepararme y me dirigí al vestidor. Traté de no
preocuparme por mi apariencia, pero Pedro
 era condenadamente guapo.
Yo era... sólo yo. Sabía que tenía un cuerpo decente. Lo mantenía de esa
manera, y mi cuerpo era mi vida en este momento, así que me cuidaba. Y
recibía mucha atención por parte de adolescentes. Demasiada atención.
Pero no era hermosa. Tenía el pelo largo, recto, de color marrón claro,
nada especial. Mis ojos eran probablemente la cosa más singular de mí. El
color era extraño —una especie de mezcla de marrón, gris, azul y verde.
Nunca supe que poner en la casilla de mi licencia de conducir. Lo dejé
en... marrón.
Abrí la bolsa y me deslicé fuera de la bata. Era casi verano, y asumí
que esta noche sería casual al final de un día de trabajo, elegí ropa que
sería indulgente con el tipo de clima —pantalones de lino con cordón, un
top negro sin mangas de seda y zapatos de cuero negro. Me colgué en los
hombros mi chaqueta de punto verde favorita y le presté un poco de
atención al resto de mi cuerpo. Me cepillé el pelo y me decidí por una cola
de caballo envuelta con un mechón de pelo alrededor de la goma elástica.
A continuación, maquillaje, lo cual no me tomó mucho tiempo. Rara vez
uso poco más que rímel y colorete. Algo de brillo de labios y un rocío de mi
perfume me completa. Lista para salir, Paula.
Pulsé el botón de llamada en los ascensores y esperé. Pedro
no había dicho exactamente dónde nos reuniríamos e imaginé que el vestíbulo
estaría bien. Parecía conocer la ciudad como la palma de su mano.
Marcos se acercó y me dio un abrazo de despedida. Era un tipo
demostrativo, siempre abrazando y besando dos veces en la mejilla, de esa
manera europea tan característica de él —y hacía que yo, la americana,
apestara para eso. Podía admitir estar completamente encantada por este
tipo de comportamiento caballeroso que rara vez aparecía en mi tierra
natal.
Le devolví el abrazo y le ofrecí la mejilla. Marcos apretó los labios
contra mi mandíbula derecha mientras las puertas del ascensor se
abrieron y Pedro apareció frente a nosotros, su mandíbula en una línea
dura.
Tropecé hacia atrás del abrazo de Marcos y sentí las manos de Pedro
agarrarme, pegándose a mi cintura. —Paula, cariño, aquí estás —quitó
sus brazos de mi cintura para envolverlos alrededor de mis hombros, y
efectivamente me alejó de Marcos para que yo pudiera pegarme a su
cuerpo. Su muy duro y musculoso cuerpo. Pude sentir la mirada de Pedro
sobre Marcos y sabía que debía hacer algo antes de que la situación se
pusiera más tensa de lo que ya era—. Preséntanos, Paula —dijo en mi
oído, el roce de su barba picando mi mandíbula y debilitando mis rodillas.
—Pedro Alfonso, Marcos Carvaletti, mi… mi fotógrafo de hoy —
¡Mierda! ¿Realmente soné tan vacilante y débil? Juro que estaba en serios
problemas con este hombre. Me afectaba de una manera tan
desconcertante pero excitante al mismo tiempo, una mezcla tentadora
gritando: ¡Peligro! en mi cabeza.
Pedro le tendió la mano y le ofreció un saludo al italiano con
expresión perpleja a nuestra situación. —¿Cómo estuvo mi chica hoy, Sr.
Carvaletti? —Pedro arrastró las palabras con su voz elegante.
Marcos dio apenas la insinuación de una sonrisa. —Paula hizo su
trabajo a la perfección, Sr. Alfonso. Siempre —el ascensor sonó de
nuevo y Marcos puso su brazo para detenerlo—. ¿Van a la planta baja?—
preguntó Marcos, entrando.
—Lo haremos pero todavía no —respondió Pedro, colocando una
mano sobre mis dos brazos y sosteniéndome firme. Nos enfrentamos a las
puertas del ascensor a punto de cerrar. ¿Lo haremos? No se me escapó la
sugerencia en ese comentario. La imagen de su hermoso cabello negro
moviéndose lentamente sobre su cabeza, flotando entre mis piernas era
más de lo que mi libido podía soportar en ese momento.
—Adiós, Marcos, ¡gracias por contratarme! —logré balbucear,
levantando una mano en una despedida.
—Gracias a ti, bella, las fotos son preciosas, como siempre —Marcos
besó sus dos dedos y me los lanzó cuando las puertas del ascensor se
cerraron delante de él, dejándome segura en el agarre de Pedro y
totalmente a solas con el hombre que tenía una erección presionada contra
mi trasero y la promesa de saber exactamente cómo usarlo.
—¡¿Qué estás haciendo?! —escupí, apartándome de él— ¿Qué pasa
con mi chica y ese comportamiento territorial, Pedro? —me volví a su
hermoso rostro, muy consciente de que yo respiraba fuerte y con cada
inhalación saboreaba más de su delicioso aroma en mi interior.
Se acercó a mí, apoyándome contra la pared en el pasillo. Su enorme
cuerpo cerniéndose mientras que muy deliberadamente bajó su boca a la
mía. Los labios de Pedro eran suaves en contraste con su barba de
candado, y su lengua, como el terciopelo, se reunió con la mía en un
instante; acariciando cada parte de mi boca, enredándose con mi lengua,
succionando mi labio inferior, llegando a mi interior. Presionando su
cuerpo con más fuerza contra mí, sentí la longitud de su miembro sólido
golpear mi vientre. Pedro Alfonso tomó el control de mi cuerpo y lo
dejé.
Gemí en sus besos y enterré las manos en su pelo. Lo acerqué más,
mis pezones rozando contra los músculos de su pecho fuerte y masculino.
Apenas podía creerlo. Excepto que esto no era ficción, él me besaba
apasionadamente en un vestíbulo público, en el décimo piso del Edificio
Shires, en frente de la Agencia Lorenzo. Vino aquí para encontrarme a mí.
Sostuvo ambos lados de mi rostro, así no podría alejarme de la
embestida de su lengua. Yo estaba abierta para él y para cualquier cosa
que quisiera conmigo. Mi reacción ante Pedro era una debilidad. Lo supe
todo el tiempo, aunque no lo había aceptado. Lo real era devastador.
Quitó una mano de mi cara y la llevó a descansar en mi cuello. Su
beso desaceleró, convirtiéndose en mordiscos suaves hasta que apartó sus
labios y sentí el aire frío sobre la humedad que dejó en mí.
—Abre los ojos —me dijo. Los abrí para ver el rostro de Pedro a un
solo centímetro de distancia, sus ojos azules ardiendo de lujuria.
—Yo no soy tu chica, Pedro.
—Lo fuiste durante ese beso, Paula —sus ojos parpadeando, me
leía, y luego inhaló. Yo era un desastre húmedo entre mis piernas y me
pregunté si podía olerlo—. Hueles tan bien... y malditamente sexy.
¡Dulce Jesús! Su pulgar frotaba sobre mi clavícula, donde su mano
todavía descansaba sobre mi cuello. Y no hice absolutamente nada para
detenerlo. Disfrutaba demasiado de la vista. Había revuelto su pelo con
mis manos. Él todavía lucía hermoso y probablemente aún lo hacía
cuando se levantaba de la cama por las mañanas. Cama. ¿Había una
cama en nuestro futuro inmediato? Tomaría casi nada de mi parte llevar a
este hombre a la cama. No hacía falta ser un genio para saber que quería
sexo. La verdadera cuestión aquí era ¿yo lo quería?
—Pedro —empujé la pared de acero que era su cuerpo y no logré
nada—. ¿Por qué yo? ¿Por qué estás actuando así?
—No lo sé. No puedo estar lejos de ti y no estoy actuando. He tratado
de dejarte sola, pero no puedo hacerlo —pasó suavemente su otra mano
sobre mi pelo y la bajó hasta que estuvo descansando en el otro lado de mi
cuello—. No quiero estar lejos de ti —frotó lentos y eróticos círculos con
sus pulgares hasta que bajaron por mi garganta—. Tú también me
deseas, Paula, sé que lo haces.
Acercó sus labios contra los míos de nuevo y me besó suavemente.
Yo apenas podía mantenerme en pie por mi cuenta cuando conquistó mi
cuerpo. El punto era discutible, no tenía necesidad de estar de pie. Él me
había apoyado contra la pared a mi espalda y sus caderas pegadas en mi
entre pierna. El ascensor paró en el piso en el que estábamos y él dio un
paso atrás. Tropecé hacia adelante con su pecho. Me sujetó cuando una
familia salió y se dirigió por el pasillo.
—No podemos… estamos en público. Yo no hago este tipo de cosas…
no puedo estar aquí contigo como…
Se movió con rapidez. Cubriendo mis labios con un par de dedos
para hacerme callar y llevando mi mano a su boca para un beso. —Lo sé
—dijo suavemente—. Todo está bien. No entres en pánico.
Sólo podía mirarlo embelesada mientras presionaba sus suaves
labios contra la palma de mi mano. La barba que enmarcaba su boca me
tocó ahora más suavemente, pero segundos antes yo ni siquiera lo sentí
un poco áspero.
Pedro me miró con cierta nostalgia antes de tomar la mano que
acababa de besar y entrelazándola con una de las suyas. Agarró mi bolso
de lona del suelo con la mano libre y me llevó al ascensor abierto. —Cena
primero y luego podemos hablar de cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario