martes, 16 de septiembre de 2014

CAPITULO 208



PAULA



15 de enero


PEDRO estuvo muy callado en el viaje de regreso a casa desde el hospital. Nos sentamos en el asiento trasero juntos mientras Leo conducía. Me cogió la mano con fuerza, agarrándola tan duro que en realidad se sentía incómodo, pero no estaba dispuesta a apartarme de él. Pedro necesitaba tocarme, aunque fueran solo nuestras manos.


Su papá me había llamado y me había preguntado acerca de tener una cena para celebrar su regreso a casa, pero había dado una excusa para posponerla para la siguiente semana. Pedro no estaba para socializar, y francamente, yo tampoco. Su accidente me había hecho paranoica, y si me permitía pensar en lo cerca que había estado de morir, era probable que tuviera un ataque de pánico. Sabía que no sería bueno para el bebé, así que me negué a que aterrador pensamiento entrara en mi mente. Por ahora, solo lo quería cerca de mí, donde pudiera cuidar de él y donde pudiera sanar.


Pedro entró al apartamento el mismo usando las muletas, pero en su propio poder. Cerró y bloqueó la puerta detrás de él y lo seguí a la habitación principal.


Se detuvo en medio y se quedó justo allí, con sus ojos sobre mí, una crudeza brutal en su expresión ahora que estábamos los dos solos.


—Ven aquí —dijo en un áspero susurro.


Fui hacia mi Pedro.


Me alzó en sus brazos de inmediato, sujetándome tan fuerte contra su cuerpo, que me quedé sin aliento por la sorpresa. 


Sus muletas cayeron al suelo con una explosión cuando las soltó para aferrarse a mí. La desesperación de Pedro me llevó cerca, gobernado por el momento, y entendí el por qué. Mi hombre había sido traumatizado, una vez más, por el peligro inminente de la muerte. Había estado seguro de que moriría en la montaña, sin siquiera conseguir una oportunidad para verme de nuevo, o para conocer a nuestro bebé, o para decirnos que nos amaba, o para despedirse apropiadamente. Recuerdos de mí habían sido su consuelo para ayudarlo a atravesar la experiencia, y entonces cuando él no murió, fue empujado de regreso a la realidad y obligado a procesar que había sobrevivido. Una completa jodida de mente para él.


Pedro. Estoy aquí, cariño. Déjame ayudarte.


—Necesito… necesito estar contigo —dijo con voz ronca en mi cuello, su barba picando mi piel mientras se presionaba más profundamente.


Me aparté, forzándolo a mirarme y a concentrarse en mis palabras.


—Vamos a ir a nuestra cama y a olvidarnos de todo lo demás por el momento. Solo tú y yo juntos. —Una expresión de dolor se extendió por su rostro—. Y luego, más tarde, podemos hablar de las cosas que necesitábamos decirnos el uno al otro antes de que te fueras a Suiza. Pero ahora mismo, los dos necesitamos estar cerca y sentir por un momento.


Él cerró los ojos por un segundo y luego los abrió de nuevo, una mirada de total alivio en sus ojos.


—Sí… por favor. —Bajó la mirada hacia el suelo donde yacían las muletas. Me incliné para recuperarlas y se las entregué una a la vez. Su endurecida y herida expresión se suavizó mientras tomaba las muletas—. Me gustaría poder decirte lo mucho que te amo… pero no hay suficientes palabras para jodidamente expresarlo.


—Lo sé.


Me siguió hacia el interior de nuestra habitación y se sentó en el borde de la cama. Esta vez, colocando las muletas donde fuera capaz de alcanzarlas cuando quisiera levantarse de nuevo. Me puse de pie entre sus piernas y sentí sus manos levantarse inmediatamente para acercarme.


 Su rostro enterrado justo debajo de mis pechos, sus manos ahuecando mi trasero y su nariz inhalando mi olor natural.


Pedro estaba intentando desesperadamente trepar sobre mí.


Sabía que lo que él realmente necesitaba era una follada dura y salvaje de mi parte, pero también sabía, tal como él lo hacía, que yo no le daría nada más de que lo que fuera capaz de darme. Tendríamos que encontrar otra manera.
Di un paso hacia atrás hasta que estuve fuera de su alcance, pero aun así cerca.


Pateé fuera mis sandalias y mantuve mis ojos en él.


—Quiero recordarte la primera vez que estuve aquí en esta cama contigo —la primera vez que estuvimos juntos.


Desabroché mi chaqueta de punto y la dejé caer en el piso. Sus ojos la siguieron hasta donde la dejé caer, y luego los levantó de nuevo para encontrarse con los míos.


—Lo recuerdo —dijo.


—Entonces vamos a volver a ese momento juntos —le dije—. Fuimos cuidadosos con el otro porque no estábamos seguros de lo que la otra persona podría querer o necesitar.


Sus ojos azules se oscurecieron.


—Apenas podía creer que hubieras accedido a venir a casa conmigo. Estaba muriendo por ti esa noche, Paula. Nunca había deseado a alguien como te deseaba a ti.


Tragué profundamente y me moví de nuevo entre sus piernas. Cogí el dobladillo de su camisa y la saqué por su cabeza.


Él hizo lo mismo con mi vestido gris oscuro —solo lo sacó por mi cabeza cuando me incliné por la cintura para ayudarlo.


Me enderecé.


—Te deseo tanto como la primera vez, Pedro. Tanto así. —Desabroché mi sostén y lo dejé caer. El casi inaudible sonido de éste golpeando el piso incrementó la tensión.


Sus ojos se ensancharon mientras echaba un vistazo de mis mucho más pesados pechos, y extendió la mano para tocar uno. Trazó la carne con la punta de un dedo en un amplio círculo, haciéndolo cada vez más pequeño con cada rotación hasta que terminó en mi pezón.


Deslizó sus ojos hasta los míos.


—Quería complacerte más que nada. Quería hacerte venir y escuchar los sonidos que hicieras cuando llegaras.


Me agaché en el suelo y desaté su zapato derecho. Se recostó en sus codos y estiró su largo cuerpo, levantando sus caderas hacia mí para que pudiera bajar los sudados pantalones por sus piernas y sacarlos.


Mi hombre se veía absolutamente precioso, con las piernas abiertas, desnudo con su pene completamente erecto. 


Sabía lo que haría primero.


Me arrodillé en el piso justo en el borde de la cama, entre sus piernas. Le pregunté en un susurro:
—¿Y qué dije cuando me hiciste venir? —Tomé su duro pene como una roca en mi mano y la acaricié de la base hasta la punta, poniéndolo completamente erecto arriba de sus abdominales.


Él contuvo el aliento y bajó los párpados en placer, pero respondió a mi pregunta:
Pedro… dijiste… Pedro.


Cubrí la cabeza de su pene con mi boca y lo deslicé hasta la parte posterior de mi garganta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario