miércoles, 3 de septiembre de 2014
CAPITULO 165
PAULA
30 de Agosto
Riviera Italiana
El sol italiano brillando sobre la villa de Porto Santo Stefano me puso cálida y aunque la vista de las islas rocosas en la pequeña cubierta era impresionante, no quería abrir los ojos y verla, estaba demasiado cómoda y adormilada, demasiado perfectamente contenta para siquiera pensar en algo además de permitirme esta paz que por fin habíamos encontrado. Increíble la diferencia que podía hacer una semana.
Pedro y yo estábamos en un lugar perfecto en ese momento… donde no teníamos que entrar en pánico por lo que necesitamos hacer, o las cosas malas que nos podían pasar, o estar conmocionados por las cosas que ya nos habían pasado.
Sí, mi vida no se podía comparar con la que había sido hace solo cuatro meses, pero entonces otra vez, estaba felizmente enamorada de mi nuevo esposo y, después del choque inicial de saber que íbamos a ser padres, estaba enamorada de esa idea también. Alcancé mi barriga y la froté gentilmente. Tendríamos un durazno por dos días más, ¿después de eso? Estaríamos en el territorio del limón. No tendría mi próxima cita con el Dr. Burnsley hasta el próximo mes, y aunque en la ecografía podría mostrarnos el sexo del bebé ya mismo, estaba determinada a no saberlo. Quería ser sorprendida, y nadie me haría cambiar de opinión. Le dije a Pedro que podría averiguarlo si quería, pero que sería mejor que se guardara el conocimiento para sí mismo. Él solo me había dado una mirada desconcertada que probablemente significaba algo como, Te amo pero ahora mismo me estás asustando, nena, y había cambiado de tema. Qué hombre. Pero era mí hombre, y eso era lo más importante. Ambos íbamos a pasar por el proceso aterrador de convertirnos en padres juntos.
Entonces ahí estaba yo, tomando el sol en una playa privada italiana en una exclusiva villa, esperando a que mi hombre me trajera una bebida fría cuando terminara de nadar. Nada mal, Señora Alfonso. Aún me costaba creer que el nombre era real, la parte de Señora Alfonso era algo que Pedro se tomaba a pecho porque sin duda lo decía mucho.
Miré hacia mi anillo de bodas y lo giré alrededor de mi dedo. Estoy casada ahora. Con Pedro. Vamos a tener un bebe a finales de febrero. Me preguntaba cuándo, y si la incredibilidad nunca desaparecería.
Giré mi cabeza hacia el otro lado, reajustándome en mi lado, volviendo a cerrar los ojos, preparada para tomar más del glorioso sol italiano, tan abundante aquí, y tan escaso donde vivíamos. El otoño estaba a la vuelta de la esquina, y los días tristes del invierno Londinense llegarían rápido. El tiempo para disfrutar el sol maravilloso era ahora, así que eso era lo que hacía.
Dejé mi mente vagar, yendo a un lugar donde todo era fácil y maravilloso e intentando dejar las otras cosas no tan fáciles y maravillosas lejos, en sus respectivas estanterías, encerradas en un armario espeluznante que odiaba abrir. Aquel donde ponía a descansar todas las cosas malas para que se empolvaran por un tiempo: las preocupaciones acerca de los arrepentimientos de la vida, las pérdidas y el dolor, las desesperantemente pobres decisiones que tomé y sus consecuencias.
Gotas heladas cayeron a mi hombro, sacándome de mi adormilado estado en la playa. Pedro debía haber vuelto con mi bebida. Abrí un ojo y lo vi, estaba bloqueando el sol de mi cuerpo, sin apreciar el saludo impactante, y asimilando su expresión severa. Dios, era un hombre hermoso de piel dorada y líneas duras de musculo. Podría mirarlo por años y nunca estar satisfecha con la vista. Y la completa indiferencia a lo que otros pudieran pensar de él, hacía la combinación más atractiva. Pedro no era un niño bonito que obtenía satisfacción de las aduladoras admiradoras. Las que estaban malditamente en todas partes. Y no solo mujeres. Muchos hombres admiraban a mi esposo también. Él era consciente de todo.
—¿Qué me trajiste? —Murmuré.
Ignoró mi pregunta y me entregó una botella de agua fría.
—Es hora más bloqueador, te estás poniendo un poco rosa.
—Solo dices eso para que puedas recorrer tus manos por todo mi cuerpo —le contesté.
Se sentó en la toalla junto a mí y alzó una ceja.
—Estás malditamente en lo cierto, mi bella.
Bebí un poco de agua y cerré los ojos mientras él aplicaba bloqueador por todos mis hombros y brazos, saboreando el contacto de sus manos por mi cuerpo. Sus manos. Su toque. La sensación de las manos de Pedro en mí todavía me dejaba débil. No era de extrañar que fuera incapaz de resistirme a él cuando me persiguió al principio. Había sido así desde la primera vez para mí… con Pedro. Su mirada abrasadora en mí a través de la sala, esa noche en la Galería Andersen, la coacción en la calle para que aceptara un viaje a casa de un virtual extraño, la manera en la que me dirigió con una mano firme en mi espalda hacia su Rover, y la demanda de que debería consumir el agua y la comida que me había comprado, aquel primer beso demandante en el pasillo del Edificio Shire, la manera en la que se otorgó el derecho de tocarme como si le correspondiese, sin disculpas por sobrepasar los límites sociales. Esa era la manera en la que Pedro siempre había sido conmigo.
El “reclamo” de Pedro sobre mí, ocurrió de una manera que entendí desde el principio, incluso si parecía ridículo e increíble que aquel hombre me persiguiera a mí personalmente, y siguió teniendo sentido cuando acepté mi destino con Pedro Alfonso. Él tenía una manera de marcar su territorio conmigo, cada vez que me tocaba se sentía como el cielo.
—Eso se siente tan bien.
Habló bajo su aliento:
—Estoy de acuerdo, ahora date la vuelta.
Me di la vuelta para él y tapé mi rostro del sol con el brazo. Él trabajó con el bloqueador cuidadosamente,asegurándose de cubrir muy bien cada área. Cuando llegó a mi pecho, sumergió los dedos debajo del sujetador de mi bañador y rozó mis pezones sensibles, una y otra vez hasta que se levantaron y endurecieron, haciéndome estremecerme por más.
—¿Ahora estás tomando ventaja de mí bajo la vista pública? —Pregunté.
—Para nada —respondió, deslizándose sobre mi toalla para besarme—, estoy tomando ventaja de ti en una playa muy privada, donde nadie puede molestarnos.
Movió sus manos para quitarme las tiras de mi top. Cayó abierto y su gloriosa barba rozó la zona alrededor de mi pezón cuando lo probó. Hubo una chispa interna fuerte ante su primer toque; gracias al embarazo con seguridad. Mis pezones se sintieron diferentes cuando él empezó, pero después de que esa primera sacudida se desvaneció, que me chupara y me mordisqueara se sentía igual de bien que siempre. Corrí mis manos por su cabello mientras él llovía besos por mis pechos, amando sus atenciones.
—Solo para que lo sepas, Alfonso, no va a haber nada de sexo en esta playa ahora mismo.
—Aww, nena, me acabas de despedazar. Estaba planeando tener un caliente polvo en la playa contigo por toda la luna de miel.
—Bien, si tienes alguna oportunidad mejor inténtalo después de que se oculte el sol. Estamos a mitad del día y estamos afuera, donde cualquiera puede vernos. Y no voy a ponernos para el consumo público. ¿No has visto esos shows donde esconden cámaras que filman sexo en las playas?
Él rodó los ojos y sacudió la cabeza.
—Pero si no hay ni un alma por aquí en kilómetros. Solo la arena y el mar… y dos almas. —Dijo meneando las cejas.
—Estás completamente loco, ¿lo sabías? —Tiré de su barbilla y lo besé en los labios.
Se rió de mí, viendo cómo me acomodaba las tiras del bañador y me cubría nuevamente.
—Estás completamente hermosa hasta la locura, acostada en esa toalla con tu bikini. Estoy bastante seguro de que debería ser ilegal que uses eso.
Le sonreí por la frase, esperando que sea de verdad y llevé mi mano hacia mi estómago.
—Muy pronto, no voy a querer utilizar un bañador.
Cubrió mi mano con la suya.
—Pero eres perfectamente hermosa así. Incluso melocotón lo piensa. —Le habló a mi estómago—. ¿Melocotón? Papá aquí. Dile a mamá cuán hermosa se ve con su bikini, ¿de acuerdo?
Me reí por cuán adorable y dulce estaba siendo, amándolo incluso más que antes, si eso era siquiera posible.
Puso una oreja contra mi estómago e hizo una pausa como si estuviese escuchando, asintiendo con la cabeza algunas veces en acuerdo.
—Bien. Melocotón está de acuerdo de que te ves hermosa, y tengo que decir como persona de autoridad, que argumentar contra un bebé que no ha nacido es completamente inútil.
Suspiré de felicidad.
—Te amo, loco esposo.
—Te amo, hermosa esposa —dijo con una mueca maliciosa—, pero aún creo que deberíamos tener sexo en la playa al menos una vez antes de dejar este lugar.
—Oh Dios mío, solo puedes pensar en eso. —Negué con la cabeza lentamente, una y otra vez—. Tenemos que encontrarte un pasatiempo.
Echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Nena, mi pasatiempo es follarte, en caso de que no te hayas dado cuenta aún.
Le hice cosquillas en las costillas.
—Creo que deberías tomar jardinería, o quizás caza, o algo.
Él atrapó mi mano fácilmente y bloqueó mi estrategia de las cosquillas.
—Jugaría en tu jardín en cualquier momento —murmuró entre suaves y rápidos besos en mis labios—, cazaría tu ave, también.
Me acurruqué contra él y puse mi cara en la parte superior de su pecho, respirando su esencia, lo suficientemente cerca para sentir las cosquillas de los vellos esparcidos allí.
—Me haces muy feliz, Pedro.
Mis palabras le hicieron algo, porque nunca lo había visto moverse tan rápido.
Pedro me sacó fuera de la toalla y me dijo:
—Pon tus piernas a mí alrededor.
Lo hice mientras preguntaba y me ajusté a su cintura, cruzando mis tobillos en su espalda
Nos besamos todo el tiempo mientras nos sacaba de la playa, como si nuestros cuerpos dependieran de ello para sustentarse. La fuerza de Pedro siempre me dejaba sin aliento, y tenerlo cargándome en brazos de vuelta a la villa, tuvo el mismo resultado. Sin aliento y muy encendida. Otra vez.
Las siguientes horas las pasamos enredados en cama, donde él me hizo el amor, lentamente y sin prisa…
martes, 2 de septiembre de 2014
CAPITULO 164
Pedro
Me desperté bruscamente, respirando en ahogantes bocanadas de aire.
Paula. Odiaba que el primer pensamiento en mi mente fuera lo que podría haber hecho en mi sueño, y cuál sería su reacción a ello esta vez. ¿Grité furiosas cosas que la asustaron? ¿Me agité alrededor de la cama, perturbando su sueño?
¿Traté de follarla como un loco, en una manera de venirme abajo?
Mis temores eran muy reales. Sabía que eran reales, porque había hecho todas esas cosas antes frente a ella.
Me atreví a mirarla por encima del hombro, yaciendo junto a mí, tratando de frenar mi corazón acelerado. Allí estaba ella, de su lado en toda su desnuda gloria, el cabello derramándosele salvajemente sobre las almohadas, y
oliendo al perfume floral que utilizaba, combinado con la esencia inconfundible del sexo y el semen. Su barbilla inclinada hacia mí como si me estuviera respirando.
Pacíficamente dormida.
Gracias al puto infierno.
Desastre evitado. Otra vez. No recordaba nada de lo que había soñado, pero el brusco despertar ocurría de vez en cuando, y malditamente lo odiaba, casi tanto como a los sueños que a veces recordaba.
Me moví sobre mi costado, mirando hacia Paula y deleitándome con la magnífica vista que hacía para mí. Me encantaba verla dormir después de que nos hubiéramos follado mutuamente sin sentido. Y sin ninguna duda había disfrutado cada indiscutible y orgásmico segundo de la follada que habíamos consumado en nuestra noche de bodas. El impulso de levantarme y salir a fumar hacía cosquillas en mi cerebro, pero me dije a mi mismo que era sólo mi cerebro deseando la nicotina, mi adicción de elección. Mi cuerpo seguro que no lo necesitaba, y tampoco lo hacía mi esposa e hijo.
Mi esposa era hermosa cuando dormía. Era hermosa todo el tiempo, a pesar de que ella no hacía alarde de su belleza como las demás mujeres que había conocido. Paula era diferente de todas ellas. Un tipo de belleza tenue.
No llamativa como para atraer la atención a sí misma, sino naturalmente hermosa, provocando interés sin ningún esfuerzo en absoluto. Lo supe en el instante en que la vi en la Galería Andersen aquella noche en el evento, donde
compré su retrato. Mi mente sabía que era especial antes de que mi cuerpo lo hiciera. Ahora, me aferraba a la primera visión de ella en mi cabeza. Fue un momento decisivo en mi vida. El lugar adonde regresaba cuando necesitaba nivelar las torturas demoníacas que vivían en mi subconsciente. Solo recordaría la noche en que nuestros ojos se reunieron a través de la sala. Era un lugar muy seguro en mi mente cuando lo necesitaba.
Sólo verla ahora mismo era suficiente para hacerme quererla otra vez, pero el saber que ahora me pertenecía por completo, tanto emocional como legalmente, realmente lo hacía para mí.
Sabía que algunos dirían que estaba completamente dominado por casarme tan rápido y haberla dejado embarazada, pero no me importaba lo que cualquiera pudiera pensar. Si el término se adecuaba a mí, pues bien, eso era exactamente lo que tenía que ser, porque sin duda, mi vida antes de Paula no había estado funcionando para mí. Al menos con ella a mi lado, sentía como si tuviera alguna pequeña posibilidad de ser normal.
******
La segunda vez que me desperté, supe que era de mañana, y también que alguien más estaba despierta. Lo sabía porque ella estaba acariciando mi polla con la mano y chasqueando su caliente lengua sobre mis tetillas.
—Buenos días. —Suspiré de satisfacción.
Ella levantó la cabeza y me sonrió.
—Buenos días, esposo.
—Me encanta el sonido de eso, nena. Y me encanta la forma en que me estás despertando en nuestra primera mañana como marido y mujer. —Empujé mis caderas hacia su mano para crear más fricción.
—Sin embargo, apenas estoy empezando contigo. Tú tuviste anoche para estar al mando. Ahora es mi turno —dijo.
—Bueno, soy un maldito bastardo con suerte entonces. —La arrastré encima de mí totalmente, para así tener su boca y besarla profundamente.
Después de un momento, me aparté y sostuve su rostro, en busca de cualquier signo de problemas.
—¿Todo bien, mi bella? —Solo quería asegurarme de que no había ido por la borda con ella la noche anterior. Me preocupaba follarla demasiado rudo, sobre todo ahora que estaba embarazada. Sabía que tendríamos que bajar el
ritmo conforme se acercara el final del embarazo, pero el Dr. B me había asegurado, que al menos por ahora, todo estaba sobre la mesa.
—Sí. Todo perfecto, creo. —Me sonrió, sus ojos brillando en un hermoso color dorado.
—Ayer por la noche... fue tan increíble. —Le di un beso de nuevo—. Tú estuviste totalmente increíble.
Ella tenía un poco de ese tímido rubor que tomaba lugar cuando pensaba en las cosas realmente sucias que hacíamos en la cama. Aquello me hacía estar mucho más caliente para ella. Paula me permitía tenerla como deseaba y confiaba en mí para tratarla bien. Su confianza hacía caer de rodillas, y nunca lo daría por sentado.
—También lo estuviste. —Ella acarició mi longitud con un agarre firme, tirando de él en un pequeño giro en el glande del pene, lo que me puso dolorosamente duro. —...se siente tan jodidamente bien —hice rechinar los dientes.
—Lo sé —dijo con picardía, y luego gateó hacia abajo para tomarme en su boca.
—Ahh... ¡joder sí! Sí, así es... —Perdí la capacidad de formar palabras, por lo que sólo me calle y tomé lo que ella me daba tan generosamente.
Paula sabía cómo chupar mi polla a la perfección. Ella tenía todos los movimientos. Desde los largos tirones que me llevaban hasta la parte trasera de su garganta, dejando lamidas alrededor de la vena que lo alimentaba, hasta el
apretón a mis bolas justo en el momento en que tenía que sentir la presión.
La dejé hacer su magia, eché mi cabeza hacia atrás y le permití tomar el control de mi placer.
Por poco tiempo.
Hasta que me viera obligado a hacer el cambio y tomar el control de las cosas.
Ella me estaba trabajando hábilmente, su húmeda y cálida boca chupándome profundamente en su garganta mientras sentía a mi polla hincharse y mis bolas apretarse. Decidí que quería estar enterrado dentro de su dulce coño cuando me viniera esta mañana.
La tiré fuera y arriba de mi cuerpo para que me montara a horcajadas. La levanté rápidamente y encontré mi objetivo. Ella entendió lo que quería sin preguntar y guió mi polla a casa, soportando el tragarme todo completo hasta la raíz.
Hermosa. Jodida. Perfección.
Gritó por mi invasión, echando la cabeza hacia atrás, haciendo caer su cabello detrás de ella, arqueando la espalda de manera que podía conseguir una muy buena vista de mi polla perforando su coño una y otra vez, mientras follábamos como si nuestras vidas dependieran de ello.
Ella sabía. Sabía exactamente lo que me gustaba y cómo me gustaba.
Mi perfecta diosa sexual.
Mientras cabalgaba mi polla, hacía sonidos tan cargados con sexo que sólo servían para presionarme más. Agarrando sus caderas, la trabajé perversamente rápido hasta que los pequeños gritos que ella hacía cambiaron su tono, allanando en la desesperación, lo cual me dijo que estaba muy cerca de venirse.
—Mírame, nena. Dame esos hermosos ojos tuyos cuando te vengas alrededor de mi polla. Déjame sentir tu crema por todo mi cuerpo. Quiero ver tu rostro cuando suceda.
Lo que pasó entre nosotros después de eso fue el tipo de cosas que crea los recuerdos que nunca olvidarás. Sabía que nunca olvidaría cómo lucía Paula para mí en este momento de completa posesión… con el rostro encendido de placer, sus pezones brotando apretados, temblando encima de sus costillas, su cabello reposando sobre sus hombros y fluyendo hacia abajo, los ojos ardiendo con una mirada de satisfacción. Absolutamente impresionante.
Ella llevó la cabeza hacia adelante y me miró. Sus humeantes ojos marrones se ensancharon y se aferraron a los míos. Sentí los espasmos comenzar dentro de ella, agarrándose reflexivamente a mi alrededor mientras
se venía. Sentí mi polla endurecerse e hincharse, preparándose para lanzarme hacia el olvido, en un viaje de placer, reaccioné con apenas un pensamiento de lo que haría con ella cuando la explosión golpeó. Mi polla en su coño, mi boca en su piel mis manos en su cabello… Pedro dentro de Paula No había nada más existiendo en ese momento.
No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando pude hacer coherentemente un balance del momento presente, ella estaba reposando encima de mí, todavía sosteniéndome dentro de su cuerpo, respirando profundamente. Mi boca estaba pegada a un punto en su cuello, succionando suavemente y acariciando con mi lengua.
Me aparté y me concentré. En la marca en su elegante cuello que acababa de hacer. Parecía como si la hubiera mordido, lo que había hecho antes, y probablemente haría de nuevo. No podía evitar algunas de las cosas que le hacía cuando me perdía en ella. Afortunadamente, nunca parecía estar molesta en absoluto por las marcas que hacía en su piel. Siempre me sentía culpable por perder el control con ella, sin embargo, pero me di cuenta de que la capacidad para que esto ocurriera era exclusiva y específicamente con ella.Paula era mi única experiencia en perder el control de esa manera durante el sexo. Ella era la única que me había llevado a tal nivel de exponer mi alma. Era la única persona en que confiaba lo suficiente para incluso atreverme a dar un paso hacia ese lugar.
—Te he dado una enorme mordedura de amor esta vez, nena. Siento mucho marcar...
—No me importa, ya lo sabes —me interrumpió, levantando la cabeza hacia mí.
—Es posible que te importe esta vez —me adelanté—, porque tenemos que ir a la casa grande y saludar a todos los huéspedes que pasaron la noche en la casa de Luciana y Angel—Pasé mi pulgar sobre el chupetón que florecía
entre la base de su cuello y la oreja, preguntándome lo que realmente diría cuando obtuviera un buen vistazo de él—. Soy una bestia, ¿qué puedo decir?
—Eres mi preciosa bestia y estoy segura de que, lo que sea que hayas marcado en mí, está muy bien. Solo lo cubriré con mi pelo. —Ella puso su cabeza hacia abajo y se acurrucó contra mí con un sexy bostezo.
—Alguien tiene sueño.
—Bueno, sí, eso sucede cuando no pasas mucho tiempo durmiendo en realidad la noche anterior —respondió sin pausa, llevando una mano a mis costillas como si fuera a ir por cosquillas.
Tomé su mano en una de las mías y neutralicé su potencial ataque, agarrando un encantador pedazo de su precioso culo con mi otra mano y apreté. La sensación de sus suaves curvas en mis manos hacía que cada cosa se sintiera bien en el mundo.
—Pero probablemente deberíamos ponernos en marcha, nena —le recordé amablemente, molesto porque no pudiéramos simplemente quedarnos aquí en la cama y dormir durante unas cuantas horas más.
—Espera un minuto, ¿te estoy oyendo bien? ¿De quién fue la idea de la extravagante boda de fin de semana con un desayuno en la mañana siguiente, de todos modos? Porque estoy segura como el infierno que no fue mía.
Ella tenía un punto. Nuestra boda había sido mucho más que un evento que cualquiera de nosotros hubiera preferido, pero cuando los planes se pusieron en movimiento, las razones detrás de cada cosa eran muy válidas. A
medida que las ideas se establecían, quería toda la exposición para ella como fuera posible; cuanto más alto perfil la boda de una celebridad de sociedad conllevara, habría mayor aislamiento para proteger a Paula de su acosador. En ese momento ninguno de nosotros sabía que él era un loco hijo de puta llamado Bruno Westman. Había temido en niveles mucho más altos que estuviéramos
involucrados... y que estuvieran al final de su limpieza. De eso estaba seguro.
Westman había sido eliminado por el Servicio Secreto de los EE.UU. Amenaza eliminada y extinguida... por expertos profesionales que podrían hacer que una persona solo desapareciera si querían.
En el momento en que Westman estuvo fuera de la foto, nuestros planes de boda ya estaban en un profundo movimiento, y los comunicados de prensa habían salido en las columnas de chismes. Demasiado tarde para dar vuelta atrás, o cambiar las listas de invitados, así que sólo habíamos seguido, justo como se había previsto inicialmente. Gran boda, numerosas fiestas, los huéspedes de fin de semana, una ruidosa despedida para nuestra lujosa luna de miel italiana. Todo cuidadosamente construido para dar a conocer el estado de Paula como la esposa de un guardia de élite, conectado a los niveles más profundos con el gobierno británico.
Y al parecer, la tendencia de invitar a miembros selectos a pasar la noche para desearle a la feliz pareja a la mañana siguiente era lo “de moda” en este momento. Contuve las ganas de burlarme de la idea. No podía esperar por irme con ella. Sólo nosotros. Solos en nuestro pequeño mundo, en el que cada cosa era segura y tranquila y podríamos tomar un respiro.
Le sonreí y le di un beso en la punta de la nariz.
—Fue mía, mi bella. Cúlpame a mí.
Ella inclinó la cabeza hacia arriba y abrió un ojo.
—¿Culparte por el hecho de que tengo sueño debido a una muy ocupada noche de bodas, o por la gran boda de locos que ninguno de los dos queríamos?
Me reí de su lógica.
—Por las dos cosas. Culpable de todos los cargos, Señora Alfonso.
—Bueno, así que tu castigo es tener la ducha preparada y llevarme allí, porque no creo ser capaz de caminar en este momento. Sabes lo que tus orgasmos me hacen.
Lo sabía muy bien. Por lo general se quedaba dormida por unos minutos.
—Tampoco sé si pueda después de ese épico polvo, pero voy a dar lo mejor de mí. —La hice rodar cuidadosamente fuera de mí y me arrastré hasta sentarme en un lado de la cama—. Más que un poco motivado aquí, nena. Mi plan es llevarte adonde pueda tenerte toda para mí. —Cogí mi móvil de la mesa de noche y miré la hora—. Y para que eso suceda, tengo exactamente cinco horas para subirte en un avión conmigo, con destino a la costa italiana. Si tengo
que tomar el desayuno con un montón de gente con el fin de largarnos de aquí, entonces que así sea, pero necesitas saber esto... si pudiera manejarlo, ya nos habríamos escabullido lejos e ido para ahora.
La única respuesta de Paula para mí fue observarme desde la cama mientras me alejaba para ir a preparar el agua para nuestra ducha, y no se había movido en absoluto para el momento en el que regresé; tendida allí, enredada en las sábanas, luciendo suave y enrojecida por estremecerse en mis brazos sólo unos momentos antes. Tan hermosa para mí, no tenía nada más con que compararla. Paula era la definición de belleza cuando lucía así, después de que
la había tenido.
Sus ojos se arrastraron por mi cuerpo, viendo y evaluando, como solía hacer cuando estaba desnudo. A mi chica le gustaba mirar un poco lascivamente cuando la oportunidad se presentaba. Y si no hubiéramos follado un poco de nuestras vidas, mi maldita polla habría estado de pie en posición firme y suplicando en estos momento, con la forma en que sus ojos estaban puestos en mí. Paula podía expresar mucho sin decir una sola palabra. Cómo
demonios se las arreglaba para estar tan fuera de los diagramas de malditamente sexy con sólo mirarme, nunca lo sabría. Yo era solo el bastardo con suerte que cosechaba los beneficios, supuse.
Nos miramos el uno al otro, ninguno dispuesto a apartar la vista, cuando ella dio una de sus características casi-sonrisas. El tipo de sonrisa que muestra sólo un toque de alegría, pero con Paula, me dice que estaba felizmente
complacida con cielos soleados en nuestro futuro inmediato.
—Eres absolutamente adorable en este momento, Señor Alfonso.
Negué con la cabeza hacia ella.
—Puedo pensar en algunas otras palabras para describirme en este momento, nena, y adorable definitivamente no está entre ellas. —Loco de remate tal vez pero no hay una maldita manera en que “adorable” se ajuste
—Pero para mí lo eres —dijo—. Tan frustrado por verte obligado a ser social y tener que montar un espectáculo para esa gente, como tú los llamas, que justamente sucede que son nuestros amigos y familiares más cercanos, y sólo quieren desearnos bien y mandarnos a nuestra luna de miel con estilo.
—Lo sé —admití—. Es solo que no quiero compartirte ahora... con nadie.
—Y no lo quería. Por lo menos era honesto al respecto.
Paula extendió los brazos hacia mí, y me agaché para recogerla, acomodándola contra mi pecho, acunando su trasero en mis manos mientras ella envolvía sus piernas alrededor de mis caderas. Nos metí en el cuarto de baño, besando sus dulces labios en todo el camino, contando las horas hasta que se concediera mi deseo.
Paula
Por supuesto que hubo burlas y silbidos cuando llegamos a Hallborough para el desayuno tardío de la mañana siguiente. Pedro nos habría echo trepar la ventana para escaparnos, si hubiera podido salirse con la suya, pero lo había convencido de que no tenía más remedio que aparecer. Le recordé lo feliz que haría a todos vernos esta mañana, y al final estuve bastante segura de que estaba de acuerdo conmigo, porque tenía mis métodos de persuasión, y sentí que era mi derecho utilizarlos si lo necesitaba. Pero a medida que entramos para unirnos a los demás, las miradas deliberadas en sus rostros, las especulaciones internas sobre lo que Pedro y yo habíamos estado haciendo la
noche anterior era demasiado invasivo para mi gusto. Odiaba que la gente tuviera pensamientos privados sobre mí. Entendía muy bien por qué me obsesionaba con esa idea en particular; pero eso no cambió nada para mí.
Todavía me sentía de esa manera.
Mientras trataba de sonreír y parecer feliz, el darme cuenta de que la gente en la sala estaba imaginándose todo el sexo que acababa de disfrutar con mi marido, me puso a la defensiva. Tuve que estar de acuerdo con la sugerencia
anterior de Pedro. El plan de escape, sonaba muy malditamente atractivo en este instante. Él debió sentir mi reticencia, porque me dio un pequeño apretón y susurró:
—Cuatro horas más, mi bella. Podemos hacerlo. —Presionó un beso a un lado de mi cabeza y entramos.
Con los deberes para con nuestros huéspedes a un lado, era muy consciente de cómo Luciana había ido más allá en sus esfuerzos para nuestro bien, junto con nuestra planificadora de bodas, y la asistencia perfectamente
sincronizada de Eliana, se habían asegurado de que nuestra actuación fuera a pedir de boca y no podría estar más satisfecha con la forma en que todo había resultado.
Sólo faltaba una cosa. Bueno, una persona... pero no había nadie que pudiera ayudar con eso. Te quiero, papá.
La sala formal en Hallborough se instaló casualmente con varias mesas revestidas con manteles crema, flores de color violeta, y plata vieja, que tenían que valer una pequeña fortuna. El hecho de que Pedro y yo pronto seríamos
vecinos de Luciana y Angel, y sus tres hermosos hijos, era algo que me hacía muy feliz. Tener una familia que te ame y apoye significaba todo para mí.
Habían hecho tanto por nosotros ya. Esperaba estar más cerca y pasar más tiempo juntos.
Así que me encontré parada en medio de todo el esplendor, con mi esposo a mi lado, haciendo de las suyas, dando las gracias a todos los que se quedaron en Hallborough para celebrar con nosotros. Se veía hermoso, como siempre sin apenas esfuerzo alguno, su rizado cabello húmedo en el cuello de su fino suéter crema, emparejado con jeans desteñidos y mocasines suaves de color camel. El Pedro casual lucía tan hábilmente como lo hacía con trajes.
Exquisito.
Después de nuestra ducha, nos habíamos vestido rápidamente y dirigido a saludar a nuestros invitados una última vez antes de despegar. Habíamos insistido en una reunión muy casual e informal esta mañana, la razón de
nuestros simples atuendos, jeans para Pedro, y un vestido blanco ojal con calzado de cuero para mí. Terminé usando mi cabello suelto, porque de hecho él había dejado un significativo chupetón en el lado de mi cuello, y ciertamente no tenía ganas de compartirlo con los demás la mañana después de mi noche de bodas. Sólo serviría para alimentar con más combustible a sus imaginaciones de
cómo me lo gané. Nop. Era demasiado reticente para ese tipo de tonterías. Y el remordimiento de Pedro más tarde por haberme marcado, después de los hechos, siempre me parecía también un poco sorprendente. Para un hombre tan dominante durante las relaciones sexuales, seguro que se preocupaba por mí mucho. Le había dicho una y otra vez que si alguna vez iba demasiado lejos, se lo haría saber, pero no estoy segura de que real y verdaderamente me creyera.
Oh, Pedro, ¿qué voy a hacer contigo?
Todo el tiempo, nunca quitó sus manos de mí. Mientras charlábamos de un lugar a otro en la sala, él siempre tenía un brazo alrededor de mi cintura, o una mano en mi espalda. Colocaba besos en mi cabello y lo cepillaba con la mano hacia arriba y abajo a un lado de mi brazo desnudo como si estuviéramos en reposo. Él sólo parecía necesitarlo, y por la razón que sea, la idea de que necesitara tocarme para sentir comodidad, era extremadamente poderosa en mi propio viaje de curación emocional. Me sentí muy querida y apreciada mientras hacíamos nuestro camino alrededores para agradecer a todos.
Incluso mi madre se las arregló para estar feliz por nosotros.
—Oh, cariño, pero qué bonito vestido que elegiste para irte. Me encanta el punto en el dobladillo —chirrió.
¿El punto en el dobladillo? ¿En serio?
—Ahhh, gracias, Mamá. Tú me conoces, me gustan las cosas brutalmente simples —le dije mientras aceptaba un abrazo. No se me escapó que Pedro y mi madre en realidad no se reconocían el uno al otro. Tenían una especie de tregua,cautelosos por el momento, ambos lo suficientemente inteligentes como para pasar a través de la boda sin aumentar el drama. Pobre Pedro; había heredado un monstruo-en-ley y ahora tenía que tolerarla de por vida.
Mi madre frunció el ceño ante mi respuesta, sólo un poco, pero aún así clasificó como un gesto para mis estándares, con el rostro sin arrugas ni siquiera haciendo alusión a su verdadera edad de cuarenta y cuatro. Se veía mucho más joven.
—Pero puedes usar cualquier cosa ahora,Paula. Debes tomar ventaja de ello mientras puedas. —Tan pronto como las palabras salieron de su boca, mi madre se dio cuenta de su error y comenzó a juguetear con mi cabello. Se las había arreglado para sacar el tema mi embarazo, y evadirlo como al elefante blanco en la habitación que definitivamente era, ambos al mismo tiempo. Bravo, Mamá. ¿Por qué no podía aunque sea un poquito como tía Maria? Maria no juzgaba, no me hacía sentir como una puta irresponsable por embarazarme antes de casarme, y no pretendía que no iba a ser abuela dentro seis meses.
—No sé por qué no usas tu cabello levantado, cariño; te daría el toque justo de elegancia a ese escote…
Los ojos de mamá se agrandaron. Y luego dejó caer el moño de cabello que había estado arreglando como si fuera residuos radiactivos. Cuando mi cabello se asentó alrededor de mi cuello, ella empujó a Gerardo hacia adelante, para que diera sus felicitaciones. Supongo que el chupetón gigante la había asustado la mierda de ella. ¿Era malo que tener que reprimir las ganas de decirle lo bien que se había sentido cuando Pedro me lo dio?
Deseé por un pequeño momento poder disfrutar de una de esas mimosas que la gente estaba bebiendo con su desayuno.
Mi padrastro, Gerardo, me dio un beso en la mejilla y me dijo que era una hermosa novia. Por más que traté de apreciar su gesto, sentí un dolor repentino arañando por mi propio padre, quien no estaba aquí. Y al que nunca volvería a ver.
Pedri les agradeció a ambos por venir y sintió mi necesidad de seguir adelante. Era tan bueno leyéndome. No sentí más que alivio cuando nos dirigíamos hacia Pablo y Eliana
—Todavía caminas, compañero —bromeó Pablo, dando una palmada cordial en la espalda de Pedro.
—De hecho lo estoy. —Pedro le devolvió un medio abrazo, media palmada en la espalda a su amigo y compañero.
Pero Pedro no había terminado con las bromas, estaba bastante segura.
Había visto a estos dos en acción durante los últimos meses, e iban de ida y vuelta todo el tiempo.
—Entonces, ¿cómo lo hizo él, Paula? —Me preguntó Pablo, antes de estallar en una sonora risa—. Te ves absolutamente brillante esta mañana por cierto.
Eliana golpeó el brazo de su novio y le dijo que se callara.
Me reí de nuevo y le dije a Pablo que una dama nunca cuenta, antes de aceptar los abrazos y besos de nuestros amigos más cercanos como una pareja.
Pablo trabajaba con Pedro como socios en Alfonso Security, mientras que Eliana y yo habíamos congeniado desde casi el primer día. Ellos vivían al otro lado de nuestro pasillo en Londres, así que teníamos un montón de cenas y pasábamos tiempo juntos.
—En seis semanas más o menos haremos esto de nuevo, sólo que entonces serán ustedes dos los que se defiendan de comentarios insinuantes de la noche de bodas —le dije a Pablo, recordándole que su propio día especial estaba a la vuelta de la esquina.
Pablo sonrió ampliamente y acercó a Eliana contra su gran cuerpo.
—Lo sé, y estoy contando los días hasta que pueda hacer de esta una mujer honesta.
—Ja, es más como que Eliana hará a un hombre honesto de ti, amigo mío —replicó Pedro.
—Eso es cierto, pero finalmente conseguirás llevar a Paula a Escocia para que pueda ver el lugar
—Confía en mí, Pablo, daría casi cualquier cosa para estar allá, en la bella Escocia en estos momentos, ver tu casa y disfrutar de tu desayuno después de la boda —le dije con sinceridad.
Miré a Pablo y compartimos una sonrisa cómplice, ya que había sido originalmente idea de ellos tener la celebración durante el fin de semana en primer lugar. Pablo era dueño de una gran finca en Escocia, y puesto que la gente iría todo el camino hasta allí, se había organizado una fiesta con estadía para los invitados de su boda, también. Sonaba como una buena idea en ese momento.
—¿Por qué es eso?— Pablo y Eliana preguntaron juntos.
—Ya lo verás —contestamos Pedro y yo inocentemente.
*****
—Y Gaby, ¿dónde está? Necesito decir adiós. —Examiné la habitación varias veces por mi mejor amiga, pero ella no estaba en ningún lugar que yo pudiera ver.
—Esa es una muy buena pregunta —respondió Pedro—. De hecho, ¿en qué parte del infierno está Tomas?
Me encogí de hombros.
—Parece que nuestro padrino y dama de honor han abandonado esta fiesta por pastos más verdes. —Me reí—. Puede ser que la hayan abandonado juntos. Eso sería interesante.
— Lo sé, ¿verdad? Gabriela es del tipo de Tomas sin duda.
—Podría jurar que estaba percibiendo vibras entre ellos anoche, cuando estaba con Oscar, y estábamos acechándolos mientras Simon tomaba fotografías espontáneas. ¿Crees que tu primo y mi amiga podrían tener algo “pasando” entre ellos?
—Si lo hacen, Tomas no ha dicho ni una palabra al respecto. Pero, hubo esa noche en la Gala Mallerton cuando sonó la alarma. Siempre me pregunté qué pasó con ellos dos, porque yo los vi, solo con segundos de diferencia entre ellos,salir de la misma dirección cuando todos estábamos corriendo. Puede ser que estuvieran juntos...
—Nunca me dijiste eso, Pedro—Sacudí la cabeza con incredulidad—. Honestamente, ustedes los hombres no cuentan bien los detalles en absoluto.
—Bueno, no era importante en ese momento, nena. Estaba un poco preocupado por encontrarte. —Él me atrajo hacia sí y me besó firmemente en los labios, haciéndome olvidar que estábamos en una habitación muy pública, con personas que nos observaban, hasta que el tintineo de los cubiertos contra el cristal sonó para recordárnoslo. Sentí mi rostro sonrojarse, y oí Pedro gemir cuando nos separamos, murmurando algo entre dientes—: Cuatro jodidas horas
más.
—Ahí están. El Sr. y la Sra. Alfonso han llegado por fin. —El padre de Pedro, Horacio, abrió los brazos y nos unió en un abrazo de tres vías—. Lo hicieron, queridos míos. Y muy bien también, por cierto. —Él me dio un beso en la mejilla y dio una palmada en la espalda a Pedro, encontrándose ojos con ojos, hombre a hombre, en un momento de comunicación silenciosa, que ambos entendían sin una sombra de duda.
Sólo podía tratar de adivinar lo que ambos estaban pensando, pero tenía mis teorías. Ellos estaban pensando en la madre de Pedro como si estuviera aquí con ellos, en esta ocasión especial a lo largo del viaje de su vida. Horacio miró hacia el techo por tan sólo una fracción de segundo, antes de asentir a Pedro. Vi a Pedro devolver el gesto a su padre, y en ese momento sentí un apretón de su mano.
Mi mano que se había mantenido unida tan fuertemente en la suya, porque él nunca la soltaría.
Así que comenzamos nuestro matrimonio, en un día de verano a finales de agosto, apenas cuatro meses después de que nuestros ojos se pusieran el uno sobre el otro por primera vez. Todo había comenzado a través de una
habitación llena de gente, una noche de primavera en una galería escondida en una calle de Londres, cuando el destino había intervenido y cambiado para siempre el curso de nuestras vidas.
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