miércoles, 3 de septiembre de 2014

CAPITULO 165



PAULA

30 de Agosto


Riviera Italiana


El sol italiano brillando sobre la villa de Porto Santo Stefano me puso cálida y aunque la vista de las islas rocosas en la pequeña cubierta era impresionante, no quería abrir los ojos y verla, estaba demasiado cómoda y adormilada, demasiado perfectamente contenta para siquiera pensar en algo además de permitirme esta paz que por fin habíamos encontrado. Increíble la diferencia que podía hacer una semana.


Pedro y yo estábamos en un lugar perfecto en ese momento… donde no teníamos que entrar en pánico por lo que necesitamos hacer, o las cosas malas que nos podían pasar, o estar conmocionados por las cosas que ya nos habían pasado.


Sí, mi vida no se podía comparar con la que había sido hace solo cuatro meses, pero entonces otra vez, estaba felizmente enamorada de mi nuevo esposo y, después del choque inicial de saber que íbamos a ser padres, estaba enamorada de esa idea también. Alcancé mi barriga y la froté gentilmente. Tendríamos un durazno por dos días más, ¿después de eso? Estaríamos en el territorio del limón. No tendría mi próxima cita con el Dr. Burnsley hasta el próximo mes, y aunque en la ecografía podría mostrarnos el sexo del bebé ya mismo, estaba determinada a no saberlo. Quería ser sorprendida, y nadie me haría cambiar de opinión. Le dije a Pedro que podría averiguarlo si quería, pero que sería mejor que se guardara el conocimiento para sí mismo. Él solo me había dado una mirada desconcertada que probablemente significaba algo como, Te amo pero ahora mismo me estás asustando, nena, y había cambiado de tema. Qué hombre. Pero era mí hombre, y eso era lo más importante. Ambos íbamos a pasar por el proceso aterrador de convertirnos en padres juntos.


Entonces ahí estaba yo, tomando el sol en una playa privada italiana en una exclusiva villa, esperando a que mi hombre me trajera una bebida fría cuando terminara de nadar. Nada mal, Señora Alfonso. Aún me costaba creer que el nombre era real, la parte de Señora Alfonso era algo que Pedro se tomaba a pecho porque sin duda lo decía mucho.


Miré hacia mi anillo de bodas y lo giré alrededor de mi dedo. Estoy casada ahora. Con Pedro. Vamos a tener un bebe a finales de febrero. Me preguntaba cuándo, y si la incredibilidad nunca desaparecería.


Giré mi cabeza hacia el otro lado, reajustándome en mi lado, volviendo a cerrar los ojos, preparada para tomar más del glorioso sol italiano, tan abundante aquí, y tan escaso donde vivíamos. El otoño estaba a la vuelta de la esquina, y los días tristes del invierno Londinense llegarían rápido. El tiempo para disfrutar el sol maravilloso era ahora, así que eso era lo que hacía.


Dejé mi mente vagar, yendo a un lugar donde todo era fácil y maravilloso e intentando dejar las otras cosas no tan fáciles y maravillosas lejos, en sus respectivas estanterías, encerradas en un armario espeluznante que odiaba abrir. Aquel donde ponía a descansar todas las cosas malas para que se empolvaran por un tiempo: las preocupaciones acerca de los arrepentimientos de la vida, las pérdidas y el dolor, las desesperantemente pobres decisiones que tomé y sus consecuencias.





Gotas heladas cayeron a mi hombro, sacándome de mi adormilado estado en la playa. Pedro debía haber vuelto con mi bebida. Abrí un ojo y lo vi, estaba bloqueando el sol de mi cuerpo, sin apreciar el saludo impactante, y asimilando su expresión severa. Dios, era un hombre hermoso de piel dorada y líneas duras de musculo. Podría mirarlo por años y nunca estar satisfecha con la vista. Y la completa indiferencia a lo que otros pudieran pensar de él, hacía la combinación más atractiva. Pedro no era un niño bonito que obtenía satisfacción de las aduladoras admiradoras. Las que estaban malditamente en todas partes. Y no solo mujeres. Muchos hombres admiraban a mi esposo también. Él era consciente de todo.


—¿Qué me trajiste? —Murmuré.


Ignoró mi pregunta y me entregó una botella de agua fría.


—Es hora más bloqueador, te estás poniendo un poco rosa.


—Solo dices eso para que puedas recorrer tus manos por todo mi cuerpo —le contesté.


Se sentó en la toalla junto a mí y alzó una ceja.


—Estás malditamente en lo cierto, mi bella.


Bebí un poco de agua y cerré los ojos mientras él aplicaba bloqueador por todos mis hombros y brazos, saboreando el contacto de sus manos por mi cuerpo. Sus manos. Su toque. La sensación de las manos de Pedro en mí todavía me dejaba débil. No era de extrañar que fuera incapaz de resistirme a él cuando me persiguió al principio. Había sido así desde la primera vez para mí… con Pedro. Su mirada abrasadora en mí a través de la sala, esa noche en la Galería Andersen, la coacción en la calle para que aceptara un viaje a casa de un virtual extraño, la manera en la que me dirigió con una mano firme en mi espalda hacia su Rover, y la demanda de que debería consumir el agua y la comida que me había comprado, aquel primer beso demandante en el pasillo del Edificio Shire, la manera en la que se otorgó el derecho de tocarme como si le correspondiese, sin disculpas por sobrepasar los límites sociales. Esa era la manera en la que Pedro siempre había sido conmigo.


El “reclamo” de Pedro sobre mí, ocurrió de una manera que entendí desde el principio, incluso si parecía ridículo e increíble que aquel hombre me persiguiera a mí personalmente, y siguió teniendo sentido cuando acepté mi destino con Pedro Alfonso. Él tenía una manera de marcar su territorio conmigo, cada vez que me tocaba se sentía como el cielo.


—Eso se siente tan bien.


Habló bajo su aliento:
—Estoy de acuerdo, ahora date la vuelta.


Me di la vuelta para él y tapé mi rostro del sol con el brazo. Él trabajó con el bloqueador cuidadosamente,asegurándose de cubrir muy bien cada área. Cuando llegó a mi pecho, sumergió los dedos debajo del sujetador de mi bañador y rozó mis pezones sensibles, una y otra vez hasta que se levantaron y endurecieron, haciéndome estremecerme por más.


—¿Ahora estás tomando ventaja de mí bajo la vista pública? —Pregunté.


—Para nada —respondió, deslizándose sobre mi toalla para besarme—, estoy tomando ventaja de ti en una playa muy privada, donde nadie puede molestarnos.


Movió sus manos para quitarme las tiras de mi top. Cayó abierto y su gloriosa barba rozó la zona alrededor de mi pezón cuando lo probó. Hubo una chispa interna fuerte ante su primer toque; gracias al embarazo con seguridad. Mis pezones se sintieron diferentes cuando él empezó, pero después de que esa primera sacudida se desvaneció, que me chupara y me mordisqueara se sentía igual de bien que siempre. Corrí mis manos por su cabello mientras él llovía besos por mis pechos, amando sus atenciones.


—Solo para que lo sepas, Alfonso, no va a haber nada de sexo en esta playa ahora mismo.


—Aww, nena, me acabas de despedazar. Estaba planeando tener un caliente polvo en la playa contigo por toda la luna de miel.


—Bien, si tienes alguna oportunidad mejor inténtalo después de que se oculte el sol. Estamos a mitad del día y estamos afuera, donde cualquiera puede vernos. Y no voy a ponernos para el consumo público. ¿No has visto esos shows donde esconden cámaras que filman sexo en las playas?


Él rodó los ojos y sacudió la cabeza.


—Pero si no hay ni un alma por aquí en kilómetros. Solo la arena y el mar… y dos almas. —Dijo meneando las cejas.


—Estás completamente loco, ¿lo sabías? —Tiré de su barbilla y lo besé en los labios.


Se rió de mí, viendo cómo me acomodaba las tiras del bañador y me cubría nuevamente.


—Estás completamente hermosa hasta la locura, acostada en esa toalla con tu bikini. Estoy bastante seguro de que debería ser ilegal que uses eso.


Le sonreí por la frase, esperando que sea de verdad y llevé mi mano hacia mi estómago.


—Muy pronto, no voy a querer utilizar un bañador.


Cubrió mi mano con la suya.
—Pero eres perfectamente hermosa así. Incluso melocotón lo piensa. —Le habló a mi estómago—. ¿Melocotón? Papá aquí. Dile a mamá cuán hermosa se ve con su bikini, ¿de acuerdo?


Me reí por cuán adorable y dulce estaba siendo, amándolo incluso más que antes, si eso era siquiera posible.


Puso una oreja contra mi estómago e hizo una pausa como si estuviese escuchando, asintiendo con la cabeza algunas veces en acuerdo.


—Bien. Melocotón está de acuerdo de que te ves hermosa, y tengo que decir como persona de autoridad, que argumentar contra un bebé que no ha nacido es completamente inútil.


Suspiré de felicidad.


—Te amo, loco esposo.


—Te amo, hermosa esposa —dijo con una mueca maliciosa—, pero aún creo que deberíamos tener sexo en la playa al menos una vez antes de dejar este lugar.


—Oh Dios mío, solo puedes pensar en eso. —Negué con la cabeza lentamente, una y otra vez—. Tenemos que encontrarte un pasatiempo.


Echó la cabeza hacia atrás y se rió.


—Nena, mi pasatiempo es follarte, en caso de que no te hayas dado cuenta aún.


Le hice cosquillas en las costillas.


—Creo que deberías tomar jardinería, o quizás caza, o algo.


Él atrapó mi mano fácilmente y bloqueó mi estrategia de las cosquillas.


—Jugaría en tu jardín en cualquier momento —murmuró entre suaves y rápidos besos en mis labios—, cazaría tu ave, también.


Me acurruqué contra él y puse mi cara en la parte superior de su pecho, respirando su esencia, lo suficientemente cerca para sentir las cosquillas de los vellos esparcidos allí.


—Me haces muy feliz, Pedro.


Mis palabras le hicieron algo, porque nunca lo había visto moverse tan rápido.


Pedro me sacó fuera de la toalla y me dijo:
—Pon tus piernas a mí alrededor.


Lo hice mientras preguntaba y me ajusté a su cintura, cruzando mis tobillos en su espalda


Nos besamos todo el tiempo mientras nos sacaba de la playa, como si nuestros cuerpos dependieran de ello para sustentarse. La fuerza de Pedro siempre me dejaba sin aliento, y tenerlo cargándome en brazos de vuelta a la villa, tuvo el mismo resultado. Sin aliento y muy encendida. Otra vez.


Las siguientes horas las pasamos enredados en cama, donde él me hizo el amor, lentamente y sin prisa…

No hay comentarios:

Publicar un comentario