jueves, 27 de febrero de 2014

CAPITULO 62



Me desperté en una cama vacía y en un apartamento
vacío, y una auténtica pesadilla. Después de lo que
ocurrió en la noche lo último que esperaba era que se
hubiera marchado sin mi permiso.
Mi primera pista de que algo no andaba bien vino cuando rodé en la
cama y estaba vacía. Ningún cuerpo suave y cálido con aroma a flores para
presionarse contra mí y abrazarme. Sólo sábanas y almohadas. Ella no
estaba en mi cama. La llamé y lo único que recibí un ominoso silencio.
¿Anoche fue demasiado para ella?
Revisé el baño primero. Pude ver que usó la ducha. Sus cosméticos y
cepillo estaban sobre el tocador, pero ella estaba definitivamente ausente.
No estaba en la cocina haciendo café, ni en mi despacho revisando sus
correos electrónicos, ni haciendo ejercicio en el gimnasio, ni en ninguna
parte dentro del apartamento.
Metí el vídeo de la cámara de seguridad en un monitor que
registraba la puerta principal y el pasillo. Cualquier persona que viniera o
se fuera estaría en él. Mi corazón latía con tanta fuerza en mi pecho que
tenía que estar subiendo y bajando visiblemente. Rebobiné la última hora
y allí estaba ella, vestida con mallas y zapatillas deportivas, dirigiéndose
hacia los ascensores, auriculares pegados a las orejas.
—¡Joder! —grité, golpeando mi mano contra el escritorio. ¿Salió por
la mañana a correr? Jodidamente increíble. Parpadeé por lo que veía y me
pasé una mano por la barba.
—¡Dime que estás con ella ahora mismo! —grité en la línea directa
con Pablo.
—¿Qué? —Sonó como si aún estuviera tumbado en la cama y me
sentí más enfermo que antes.
—Respuesta incorrecta, amigo. Paula dejó el apartamento. ¡Para
correr!
—Yo estaba durmiendo,Pepe —dijo—. Por qué iba a estar siguiéndole
los pasos si está en el apartamento contigo…
Le colgué a Pablo y llamé a Paula a su teléfono móvil. Fue al correo
de voz, por supuesto. Casi arrojé el mío contra la pared, pero me las
arreglé para mandarle un mensaje:

¿Dónde demonios estás?

Corrí hasta mi armario, me puse algo de ropa, unos zapatos, cogí las
llaves del coche, la cartera, el móvil y me apresuré hacia la cochera. Me
lancé a la calle, los neumáticos chillando, y empecé a calcular cómo de
lejos podría ella haber ido desde que había sido registrada por la cámara
de seguridad, mi mente corriendo salvajemente con escenarios sobre cómo
de fácil sería para un profesional alcanzarla para eliminarla en esta hora y
hacerlo parecer un accidente.
Era temprano, justo después de las siete, una típica mañana
nublada en Londres volviendo a la vida para el día. Las habituales
furgonetas de reparto y los vendedores ambulantes moviéndose alrededor,
la cafetería del vecindario haciendo un buen negocio, unos pocos
corredores tempranos haciendo ejercicio en la mañana, pero ninguno era
quien yo estaba buscando. Ella podía estar en cualquier parte.
Seguí volviendo al por qué ella se habría marchado sin decírmelo.
Estaba asustado porque fuera por mi culpa. Lo que ella vio de mí anoche.
Lo que sucedió después… La forma en que yo perdí el control por Paula
era cómica. Dios sabe que ambos tenemos nuestros problemas, pero
quizás ese jodido cúmulo de emociones de anoche fue más de lo que ella
podía aguantar. Me froté el pecho y seguí conduciendo.
Mi móvil sonó. Pablo. Le puse a través del audio de los altavoces del
coche.
—No la he visto todavía. Estoy en Cromwell ahora, en dirección sur,
pero creo que he viajado más allá de lo que ella podría haber hecho desde
la hora registrada en la cámara de seguridad.
—Mira, Pepe, lo siento.
—Puedes disculparte más tarde, cuando la encuentre —Estaba
enfadado, pero no era su culpa. Paula había estado conmigo y Pablo
estaba técnicamente fuera de servicio. Culpa mía. ¡Qué jodido desastre!
—Me dirigiré al este, entonces. Muchos corredores siguen Heath
Downs por el parque.
—Haz eso, amigo.
Seguí escaneando, rezando por una señal de ella cuando me llegó un
mensaje:

¿Estás levantado? Fui a conseguir café. ¿Qué quieres
que te lleve?

¡Qué traigas tu dulce trasero a casa, mujer!
El alivio me hizo volver en sí, pero estaba tan enojado con ella por
esta estupidez. ¡Salió a conseguir un puñetero café! ¡Dulce Cristo! Me
detuve inmediatamente y apoyé la cabeza sobre el volante un momento.
Necesitaba sentarla y explicarle unas cuantas cosas sobre cómo tendría
que cambiar su vida durante los próximos meses. Y que correr en solitario
por las mañanas estaba definitivamente fuera del menú.
¡Maldita sea!
Mis dedos se sacudieron escribiendo un mensaje:

¿En qué cafetería?

Una breve pausa y entonces:

Hot Java. ¿Estás enfadado?

Pregunta ignorada.
La cafetería que mencionó no estaba a más de una manzana de mi
apartamento. Nosotros incluso habíamos ido allí juntos unas cuantas
mañanas cuando ella se quedaba a pasar la noche conmigo. ¡Paula
estuvo cerca de casa todo el tiempo! Le contesté:

¡No te vayas! ¡Te recojo en dos minutos!

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