lunes, 17 de marzo de 2014

CAPITULO 122




Una vez que salimos de la consulta del médico la rodeé con el brazo y le
besé la coronilla.
—Ha sido divertido, nena. El doctor Burnsley es un hombre encantador, ¿no
crees?
—Sí, es genial —dijo de forma sarcástica con los brazos cruzados
debajo del pecho.
—Oh, venga, no ha estado tan mal —exclamé con zalamería—. Utilizó
la sonda-plátano contigo.
—¡Oh, Dios mío, eres un idiota! —Me dio un empujón en el hombro y
se rio en silencio—. ¡Solo tú podrías hacer un chiste sobre una situación
tan delicada y que sea gracioso!
—Pero ha funcionado, y de eso se trataba —le dije mientras
caminábamos.
—Estoy un poco preocupada por mi trabajo. Nunca pensé en la
posibilidad de tener que dejarlo. —Parecía triste.
—Pero tal vez una excedencia sería algo bueno. Te daría tiempo para
planificar lo que está en camino. —Bajé la vista hasta su tripa pero intenté
ser optimista y no darle demasiada importancia. Mejor no ahondar mucho
ni recordarle que iba a tener que renunciar a algo que le encantaba durante
los próximos meses—. Sé que a mí me encantará tenerte más en casa y
seguro que necesitarás mucho descanso. A lo mejor de esta forma puedes
empezar un proyecto o algo en lo que hayas querido trabajar pero no hayas
tenido tiempo antes.
—Sí —contestó evasiva. Me pareció ver los engranajes de su bonita
cabeza dándole vueltas a las ideas. Era difícil saber cuáles eran, porque si
Paula no estaba de humor para compartirlas conmigo, entonces era
evidente que yo no lo sabría—. Ya se me ocurrirá algo.
—Por supuesto que sí. —La estrujé y la acerqué un poco más a mí.
Odiaba tener que dejarla y volver a la oficina. Quería pasar horas en la
cama enredados el uno en el otro. En realidad eso era lo único que quería.
Me detuve en la acera y la giré hacia mí.
—Pero, por favor, no te preocupes demasiado por eso. Yo os voy a
cuidar a los dos. —Puse las manos en su vientre—. Tú y el moco… so…,
eh, o sea…, guisante, ahora son mi principal prioridad.
Ella sonrió y a continuación le empezó a temblar el labio inferior y sus
preciosos ojos, que se veían muy marrones verdoso bajo el cielo de verano,
se humedecieron. Paula puso una mano sobre las mías. Observé cómo le
caía por la hermosa mejilla una lágrima solitaria.
Esbocé una sonrisa. Me encantaba tenerla de esa manera. Que necesitara
que cuidara de ella y saber que me dejaría hacerlo. En realidad no exigía
mucho. Solo su amor y que aceptara el mío y mis cuidados.
Ella puso los ojos en blanco avergonzada.
—Mírame. ¡Ahora mismo soy una trastornada emocional!
—Te estoy mirando y se te ha olvidado algo, nena: eres una preciosa
trastornada emocional. —Le sequé la lágrima con el pulgar y lo lamí—.
Quiero decir, si vas a darlo todo y a ser una trastornada, también podrías
estar preciosa mientras lo haces. —La hice reír un poco—. Ahora, ¿te
apetece un sándwich para almorzar? —Miré el reloj—. Ojalá tuviese más
tiempo para algo un poco mejor que comida para llevar.
—No, está bien. Yo también tengo que irme. —Suspiró y luego me
sonrió—. Tengo que explicarlo todo en el trabajo, por lo que parece. —Me
cogió la mano y la entrelazó con la suya mientras caminábamos.
Resultó que estábamos justo enfrente de la tienda de peces de agua
salada cuando salimos del delicatessen con nuestros sándwiches y nos
sentamos en un banco a comer. Se lo señalé a ella y le pregunté si le
importaba parar un segundo en cuanto terminásemos de comer porque
quería encargar la revisión de los seis meses de mi pecera.
Paula volvió a mirar la tienda y sonrió.
—Fountaine’s Aquarium. —Su sonrisa se hizo más amplia mientras
daba otro bocado a su sándwich de pavo.
—¿Qué? ¿Qué es lo que te hace sonreír como el Gato de Cheshire?
No respondió a mi pregunta, sino que me hizo una ella a mí.
—Pedro, ¿cuándo compraste a Simba?
—Hace seis meses, te lo acabo de decir.
—No, ¿qué día te lo llevaste?
Lo pensé un momento.
—Bueno, ahora que lo preguntas, creo que de hecho era Nochebuena. —
La miré y ladeé la cabeza de manera inquisitiva.
—¡Eras tú! ¡Eras tú! —Se le iluminó la cara—. Yo estaba buscando un
regalo para mi tía Maria y hacía un frío helador. Todavía tenía que andar
bastante, así que me metí ahí para refugiarme del frío unos minutos y
dentro se estaba muy bien. Oscuro y calentito. Miré todos los peces. Vi a
Simba. —Se rio para sí misma y negó con la cabeza con incredulidad—.
Incluso le hablé. El dependiente me dijo que estaba vendido y que el dueño
iba a venir a recogerlo.
De repente caí en la cuenta.
—Estaba nevando —dije asombrado.
Ella asintió con la cabeza lentamente.
—Yo fui a la puerta para salir y enfrentarme al frío otra vez y tú
entraste. Olías muy bien, pero no te miré porque no podía apartar la vista
de la nieve. Había empezado a nevar mientras yo estaba dentro de la tienda
entrando en calor…
—Y tú estabas estupefacta cuando miraste por la puerta y viste la nieve.
Me acuerdo… —interrumpí su historia—. Ibas de morado. Llevabas un
sombrero morado.
Ella solo asintió con la cabeza, preciosa, y tal vez un poco petulante.
Juro que Paula podría haberme tirado contra los adoquines con el
meñique si hubiera querido, así me quedé de pasmado con lo que me dijo.
Vaya con los designios del destino.
—Te vi salir a la nieve y mirarte en el reflejo de la ventanilla de mi
Range Rover antes de marcharte.
—Lo hice. —Se puso la mano en la boca—. No puedo creer que fueras
tú… y Simba, y que incluso hablaramos, dos extraños el día de
Nochebuena.
—Apenas puedo creer que estemos teniendo esta conversación —repetí;
el asombro todavía era evidente en mi voz.
—Y estaba tan, tan bonito cuando salí… —Me miró radiante mientras lo
recordaba—. Nunca olvidaré esa imagen.
—Así que olía bien, ¿eh?
—Muy bien. —Agitó ligeramente la cabeza—. Recuerdo que pensé que
la chica que pudiera olerte todo el tiempo tendría mucha suerte.
—Dios, me perdí que me olieras durante meses. No sé si me alegro de
saber esto o no —bromeé, pero en realidad lo decía bastante en serio.
Habría estado bien conocernos antes de todo este lío. A lo mejor ya
estaríamos casados…
—Oh, cariño, eso es muy bonito —me dijo mientras negaba con la
cabeza como si estuviera loco pero me quisiera de todas formas.
—Me encanta cuando me llamas «cariño».
—Lo sé, y por eso lo digo —susurró bajito de esa forma suya tan dulce.
La que hacía que me volviese loco por poseerla y tenerla tendida y desnuda
debajo de mí para poder tomarme mi tiempo y abrirme paso dentro de ella,
haciéndola correrse y correrse un poco más, gritando mi nombre…
—¿En qué estás pensando, cariño? —preguntó, e interrumpió mis
desvaríos eróticos, justo como debería haber hecho.
Le dije la pura verdad, en un susurro, por supuesto, para que nadie más
pudiera oírme.
—Estoy pensando en cuántas veces puedo hacer que te corras cuando
llegue a casa esta noche del trabajo, te tenga desnuda y esté encima de ti.
Paula no respondió con palabras a mi pequeño discurso. En vez de eso,
su respiración se entrecortó y tragó fuerte, haciendo que el hueco de su
garganta se moviera lentamente mientras el rubor empezaba a invadirle la
cara. Se me hizo la boca agua…
La suave brisa hacía que los mechones de su bonito pelo castaño
bailaran por su cara de vez en cuando, por lo que tenía que apartarlos cada
cierto tiempo. Paula tenía algo especial, una alegría de vivir muy
característica. Cuando la tenía a mi alcance de esta forma, era difícil mirar
hacia otro lado. Sabía que también era difícil para otros. No me gustaba
que la gente se fijara en ella y la mirara. Eso me daba miedo, y sabía por
qué. El hecho de despertar interés la hacía vulnerable y la convertía en
objetivo fácil, y eso era algo totalmente inaceptable para mí.

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