miércoles, 19 de marzo de 2014

CAPITULO 127






El apartamento estaba a oscuras y en silencio cuando entré. Lo único que
quería era ponerle las manos encima. Siempre sufría un momento de
pánico si entraba y sentía el lugar vacío, pero era una estupidez porque
llegaba tardísimo a casa del trabajo y acababa de liberar a Leo de sus
quehaceres en la puerta. ¡Por supuesto que estaba en casa! Estaría dormida
y la casa a oscuras.
Me deshice de la chaqueta y empecé a desanudarme la corbata según me
dirigía al dormitorio. Me alegré de no llegar a entrar, porque habría sufrido
un ataque al corazón al encontrar la cama vacía.
Me quedé de piedra cuando la vi estirada en el sofá, con su e-reader
descansando sobre su vientre y el iPod conectado con música, y
simplemente la contemplé. Miré sus largas piernas enredadas en una
manta, su brazo estirado sobre la cabeza, su cabello suelto bajo el cuerpo.
Lo único que iluminaba la habitación eran las luces de la ciudad que
entraban por los ventanales, pero era suficiente para verla. Llevaba puesto
uno de mis calzoncillos negros de seda y un pequeño top verde que
mostraba lo suficiente de sus suaves curvas como para excitarme. De todos
modos, no se necesitaba mucho para devolverme a la vida. Cuanto más
tiempo estábamos obligados a pasar separados, peor llevaba mis
necesidades irracionales. La deseaba. Todo el tiempo. Querer. Necesitar.
Desear. Estaba perdiendo la cabeza y estaba bastante seguro de que Paula
lo sabía. Se preocupaba por mí y eso me hacía quererla mucho más. Por fin
tenía a alguien que se interesaba por mí, no por mi aspecto o por cuánto
dinero tenía.
Sus ojos se abrieron y me encontraron.
Me quedé inmóvil a dos metros de ella y me quité los zapatos. Ella se
recostó en el sofá y se estiró, arqueando la espalda y el pecho hacia mí a
modo de invitación.
No nos habíamos intercambiado una palabra todavía pero ya nos
habíamos dicho un montón de cosas. Íbamos a hacerlo como bestias y sería
increíble. Como siempre.
Entonces…, haremos un estriptis a la vez, ¿eh?
Me parece perfecto.
Yo primero. Yo tenía más ropa que quitarme que ella. Creo que no dejé
de sonreír. Aunque no se notara por fuera, por dentro estaba sonriendo de
oreja a oreja.
Me desabroché los botones de la camisa lentamente, mientras veía cómo
me miraba a medida que sus ojos se iban encendiendo. Me quité la camisa
y dejé que cayera al suelo. La aparté de una patada y le guiñé un ojo a
Paula.
Te toca, preciosidad.
Hizo un movimiento que me encantó, uno que hace tan bien que debería
ser ilegal. Levantó los brazos y cruzó las manos detrás del cuello y las
arrastró entre su pelo hacia arriba, estirando el cuello antes de volver a
bajarlas hasta el borde de su camisetita verde. Me miró e hizo una pausa.
De mi garganta salió un leve gruñido. Puramente instintivo e imposible
de contener. Necesitaba devorarla en ese mismo momento.
Con lentitud se subió ese trozo de tela verde, revelando la sedosa piel de
su estómago, y la camiseta hizo una ligera parada sobre los montículos de
sus pechos, que a continuación tuvieron una pequeña caída cuando se
liberaron a medida que la tela volaba ligeramente por el aire. Ella estiró los
brazos y puso las manos en el sofá.
Me acerqué un paso mientras me quitaba el cinturón, que cayó al suelo
con un golpe seco. Me relamí los labios al tiempo que pensaba en el
maravilloso sabor de sus tetas cuando las tuviera en mi poder. Dulce.
Me desabroché el botón, me bajé la cremallera y dejé que los pantalones
se deslizaran por mis caderas. Recibieron la misma patada en el suelo que
la camisa.
Paula se metió dos dedos en la boca y los sacó lentamente, trazando
círculos alrededor de uno de sus pezones, ahora erizado y de color rosa
oscuro.
Dios, esta noche muero, seguro.
La sujeté fuerte, deseando que me entendiera.
Necesito esa boquita tuya en mí, nena.
Me miró con ojos cansados e interceptando el mensaje. Coló las manos
bajo la cinturilla de los calzoncillos que tanto le gustaba ponerse y elevó
las caderas para bajarlos por sus largas piernas. Dejó caer la tela de seda
negra por la punta de sus dedos y se acostó como una diosa en un pedestal
con las piernas ligeramente flexionadas, un brazo estirado, el otro doblado.
Era una pose. Como las que hacía cuando la retrataban. Pero esta pose era
solo para mí.
Estaba tan hermosa que casi no quise moverme. Necesitaba beberla
primero. Necesitaba emborracharme de ella. Nunca podría cansarme de
mirar a Paula.
Di un paso y me deshice de uno de mis calcetines. Un paso más y perdí
el otro. Ya solo quedábamos mis calzoncillos y yo.
Paula se mojó los labios cuando me acerqué al borde del sofá y esperé
a que me tocara.

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