miércoles, 19 de marzo de 2014

CAPITULO 128



Mi cuerpo estaba todo lo tenso que podía estar, me dolían los testículos
e hice todo lo que pude por no lanzarme encima de ella y enterrarme en su
interior.
Se echó hacia delante y me tocó el pene por encima de la seda. Empujé
hacia arriba y se lo llevé a su mano a la vez que echaba la cabeza hacia
atrás. Noté los calzoncillos rodar por los muslos y salí de ellos rápido. Mi
pene estaba atrapado en una mano, mis testículos en otra. Y entonces sentí
su suave lengua en mi piel.
—Jooooder, nena… —jadeé cuando ella me agarró la polla y se la
empezó a meter y sacar en su boca en profundas embestidas. Levantó sus
preciosos ojos y se encontró con los míos mientras me llevaba hasta lo más
profundo de su garganta una y otra vez. Excitante. Profundo. De manera
experta. Quería controlar mi orgasmo, pero supe que no sería capaz si
seguía haciéndome eso. Era increíble y lo necesitaba demasiado. Estaba
perdido en ella y la sensación era tan maravillosa que no quería que me
encontraran. Quería perderme para siempre en ese momento con ella.
Podría morir felizmente en ese instante y seguro que con una sonrisa en la
cara.
—Ahhh, jodeeer, ¡me corro!
Se sacó la polla de la boca y me lamió y me apretó los testículos.
Envolví el puño alrededor de mi sexo y me masturbé con fuerza. Una. Dos.
Tres veces, y empecé a eyacular justo en su boca. La experiencia más
erótica del mundo, joder. Mi chica recibiéndome así, su boca abierta con la
lengua fuera, esperando recibir mi semen.
Santo Dios, volveré a hacer esto.
Un estremecedor rugido salió de mí cuando me corrí y perdí la noción
del tiempo.
Cuando recuperé el sentido, estaba de rodillas con Paula
acariciándome el pelo y mi mejilla descansando sobre su regazo. Aún iba a
necesitar un minuto o dos para regresar a la Tierra.
—Sabes cómo darle la bienvenida a tu chico tras un día de mierda —
murmuré mientras le acariciaba su pierna.
—Te he echado de menos esta noche —dijo con dulzura mientras me
seguía acariciando la cabeza. Su tacto siempre se sentía maravilloso.
—Yo más —refunfuñé—. Odio estar lejos de ti por las noches.
Se relajó un poco. Lo noté cuando se acomodó debajo de mí. Respiré
hondo, inhalando su perfume. El aroma floral mezclado con el de su piel
me enviaba a una confusión sexual tan primitiva y profunda que creo que
enterré parte de mi naturaleza humana. Mi bestia apareció con la fragancia
de su excitación. Hacía que me entraran ganas de hacerle cosas muy sucias.
Levanté la cabeza y mis manos fueron hasta sus rodillas. Le abrí las
piernas ante mí y miré su sexo depilado. Estaba preciosa cuando la tenía
expuesta para mí. ¿Solo para mí? Dejé a un lado ese pensamiento doloroso
y me centré en mi tesoro en ese momento.
—Dios, estás empapada, mi amor. Necesitas un poco de atención,
¿verdad?
—Sí… —susurró con la boca abierta mientras empezaba a respirar con
dificultad.
—He sido muy descuidado. —Tiré de sus caderas hasta el borde del sofá
y la mantuve abierta—. Debes disculparme.
Lamí su hendidura y adoré la respuesta que recibí: caderas ondulantes y
un suave y sexi gemido. Los sonidos que ella era capaz de hacer…
Mi polla estaba lista para más acción solo con oír ese ronroneo gutural.
Me sumergí y le lamí el sexo, separándole los labios para llegar hasta el
punto mágico y tan placentero. Arqueó las caderas de nuevo y emitió más
sonidos sexis para mí.
Me di un festín. No hay otro modo de describirlo. Chupé y lamí y
mordisqueé, y podría haber permanecido ahí durante mucho, mucho
tiempo. Su sabor siempre me hacía enloquecer.
Cuando la sentí contraerse alrededor de mi lengua y dos de mis dedos
habían encontrado el camino hasta el interior de su maravilloso sexo, me
preparé para lo que venía sin ninguna duda. Ella encima de mí.
—¿Estás lista, nena? —conseguí preguntar, con mis labios contra los
suyos.
—Síííí…
Su grito salió con suavidad y se ahogó en una respiración vibrante. Tan
hermosa para mí que casi odiaba hacerla llegar al clímax y perder ese
sonido.
—Córrete para mí. —Me centré en su clítoris y lo pellizqué con los
dientes—. ¡Ahora mismo!
Era una orden, y, como las otras veces, lo hizo a la perfección. Todo su
cuerpo se arqueó, dejando escapar un grito ahogado y tembloroso desde lo
más profundo de su garganta cuando apreté los dedos en su interior.
Observé con mis ojos, saboreé con mi lengua, oí con mis oídos y sentí
con mis dedos cómo mi preciosa chica alcanzaba el clímax. El único
sentido que no utilicé cuando se corrió fue el del habla. No había palabras
para describirla ni nada que pudiera decir con cierta coherencia en ese
momento; era una obra de arte, y yo me había quedado sin palabras.

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