miércoles, 19 de marzo de 2014

CAPITULO 129


Pedro me tomó en brazos. Levanté la mirada y sentí esa ola de emoción
de nuevo cuando sus ojos azules se encontraron con los míos. Le amaba
tanto que entendía lo que se decía del miedo. Había oído a otras personas
hablar sobre ello. Lo había leído en libros. Ahora lo comprendía. El miedo
que sientes cuando por fin entregas tu corazón a otra persona. Te hace muy
vulnerable ante la pérdida. Si nunca amas a nadie, entonces no te herirán
cuando no seas correspondido o cuando te abandonen.
Yo por fin tenía la experiencia práctica para comprenderlo.
Era un asco.
Pedro sintió lo que acababa de averiguar. Creo. Me estudió con sus
intuitivos ojos, que se veían muy azules en ese momento, y agachó la
cabeza para besarme. Me besó frente a la ventana mientras me tenía
desnuda en sus brazos. Me derretí en él y sucumbí a mis malditas
emociones.
Me llevó a través del vestíbulo hasta la habitación y se separó del beso
para dejarme sobre la cama. Entonces me vio.
—Oh, nena…, no llores —susurró al tiempo que me acariciaba la cara y
se acomodaba a mi lado.
No podía evitarlo. Había demasiado guardado en mi interior como para
dejarlo ahí.
—Es solo que te quiero tanto, Pedro… —Sollocé, y entonces cerré los
ojos en un intento de escapar un poco de mis emociones.
Él tomó las riendas de la situación, echándose sobre mí para que
nuestros cuerpos se alinearan de la cabeza a los pies, y comenzó a besarme.
Por todas partes.
—Yo te quiero más —me susurró mientras sus labios seguían el rastro
de mis lágrimas y las borraba. Continuó hacia la mandíbula, el cuello y la
garganta, y el cálido tacto de su lengua sobre mi piel me proporcionaba
algo de fuerzas para controlar mis ansias de llorar—. Sé lo que necesitas y
siempre estaré aquí para dártelo. —Su mano subió para sumergir los dedos
en mi cabello mientras su boca me agarraba un pezón y me lo lamía. Y así,
sin más, me llevó a otro mundo. Un lugar donde yo era valiosa y donde
podía olvidarme de la época en la que no me atrevía a soñar con ser
querida así.
Pedro jugueteaba con la lengua en mis pezones, pellizcándolos con los
labios, tirando de ellos y endureciéndolos hasta dejarlos ligeramente
doloridos a la vez que me agarraba el cabello con fuerza. Al tirarme del
pelo se me arqueaba el pecho hasta que se encontraba con su boca.
Necesitaba lo que me hacía, lo necesitaba tanto…
Cuando apartó la cabeza de mis pechos, protesté por la pérdida de su
boca y el placer que me daba.Pedro quería mirar lo que me hacía con las
manos. Le encantaba mirar nuestros cuerpos durante el sexo. No había ni
una parte de mí que no hubiese visto bien o no hubiese tocado de una
manera u otra. Me daba confianza cuando me miraba y sabía que le gustaba
lo que estaba viendo.
—¿Te gusta cuando te lamo tus preciosas tetas y hago que se te
endurezcan los pezones? —preguntó mientras me tiraba del pelo.
—¡Sí! Me encanta que me las lamas. —Empezaba a sentirme
desesperada.
—¿Te gusta cuando las muerdo? —Clavó los dientes sobre una, no tan
fuerte como para hacerme verdadero daño, pero lo suficiente para
provocarme una sacudida de placer junto a una punzada de dolor que me
hizo gemir—. Creo que tomaré eso como un sí —murmuró—. Eres tan sexi
cuando haces esos ruidos, joder…
Me mordió el otro pezón, lo que me hizo jadear y tener ansias de más.
Pedro me había mostrado, sin la más mínima duda, que yo era una persona
sexual. Cuando me tenía en ese estado, hasta yo me incluía en la categoría
de ninfómana.
Su mano me soltó el pelo cuando bajó para abrirme bien las piernas y
poder mirar mi sexo.
—Pero esto es lo que quiero ahora —dijo con voz ronca mientras
acariciaba mi hendidura y esparcía la humedad de mi anterior orgasmo
hacia atrás para lubricar mi otra abertura. Habíamos estado trabajando en
eso durante un tiempo y Pedro me estaba preparando poco a poco para
llegar hasta ahí. Nunca había practicado sexo anal con nadie; él sería el
primero. Era bonito ser virgen de ese modo y darle algo que no le había
ofrecido a nadie más.
Hundió dos dedos dentro de mí y me miró al hacerlo.
—Quiero esto, nena. Quiero estar en cada parte de tu cuerpo porque eres
mía y siempre lo serás.
El ardor de la presión al llenarme hizo que me doblara ante la invasión.
—Lo sé —jadeé contra sus labios, que acariciaban los míos. Sus
palabras solo me ayudaban a sentir más lo que necesitaba saber de él, así
que me centré en eso y me dejé llevar a un lugar seguro en mi cabeza. Eres
mía y siempre lo serás.
—Relájate para mí. Déjame entrar, haré que te encante. —Empezó a
acariciarme suavemente con los dedos, adentrándose un poco más con cada
penetración—. Nena…, es tan jodidamente estrecho… Lo quiero esta
noche.
—Hazlo —resollé, y eché la cabeza hacia un lado—. Quiero que… por
fin lo hagas…
Pedro me agarró de la barbilla y me giró la cabeza para que le mirara a
medida que hundía más los dedos en mi interior y tomaba posesión de mi
boca con la suya, empujando hondo la lengua con fuertes espirales.
—Te quiero —dijo con brusquedad—, tanto que no sé qué hacer sin ti la
mayor parte del tiempo, pero sé que quiero hacer esto. —Sacó sus dedos y
luego volvió a deslizarlos en mi culo virgen. —Grité por la intensidad de la
penetración, que me quemaba por todo el cuerpo—. Tengo que conocer
cada parte de ti, Pedro. Soy avaricioso y he de tenerlo todo, nena. —
Empezó a acariciar lentamente mi clítoris con el pulgar a la vez que me
penetraba con los dedos—. Tengo que estar dentro de tu hermoso y
perfecto culito porque eres tú y quiero saber qué se siente al estar ahí.
Me estremecí bajo su cuerpo y su tacto, incapaz de decir algo más que
un simple sí. En cuanto di mi consentimiento, tiró de mí y me dio la vuelta.
Se tomó su tiempo hasta colocarme como él quería. Tiró de mis caderas
hacia atrás, así que me apoyé sobre las rodillas. Mis brazos estaban
estirados e intentaban agarrarse al cabecero de la cama, y tenía las rodillas
separadas, y después… nada. Podía escucharle respirar y sabía que me
estaba estudiando de nuevo. Mi Pedro tenía un toque de voyeur que solo
conseguía excitarme más al saber que estaba satisfaciendo sus fantasías.

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