sábado, 29 de marzo de 2014

CAPITULO 160




Dos días después…

Oscar y yo observamos a Simon desde la rosaleda esperando que no nos
viera. Con su verdísimo traje milanés hecho a medida, organizaba a los
invitados para hacerles fotos espontáneas en todo tipo de locas posturas
vanguardistas.
—Que Dios nos ayude si esas fotos que está haciendo salen a la luz
pública. Estaremos jodidos, ¡literalmente! —dijo Oscar de forma seca
mientras hacía un gesto con la cabeza hacia las obscenas payasadas de
cierto príncipe pelirrojo y su acompañante desconocida—. ¿Por qué
diablos contrató Pedro a Simon Carstairs para hacer las fotos de la boda?
—Aaah…, bueno, esa fue una situación en la que a Pedro le dieron una
cura de humildad o, como decimos en Estados Unidos, se tuvo que tragar
sus palabras respecto a nuestro querido Simon. Pedro le llamó para
disculparse por lo sucedido y cuando terminó la conversación había
conseguido contratar al fotógrafo más gay de todo Londres, si no de toda
Europa. —Me encogí de hombros—. Hace unas fotos preciosas y al final
todo ha salido bien. —Le di un codazo a Oscar—. Simon estaba
superilusionado con ese estrafalario traje verde.
Oscar y yo nos reímos juntos y continuamos observando la fiesta. Simon
era una calamidad de la que no podías apartar la vista con su traje verde
otoño. Puso a Gaby y a Tomas juntos en algunas fotos. Me preguntaba cómo
se llevaban desde que los habíamos metido en esto juntos y les habíamos
nombrado dama de honor y padrino. Gaby estaba preciosa, como siempre,
y parecía que Tomas también lo pensaba. Tendría que arrinconarla más tarde
para que me diera la exclusiva. Veía potencial en ellos dos por su lenguaje
corporal y por cómo actuaban el uno con el otro. La química se estaba
fraguando, estaba segura.
—Yo habría hecho las fotos de tu boda, ya lo sabes —dijo Oscar.
Le miré a su preciosa cara.
—Lo sé. Pero hoy necesitaba a mi amigo, al que quiero tantísimo, para
algo mucho más importante.
—Lo sé —susurró Oscar, y me cogió las manos—, y ha sido un gran honor
para mí acompañarte hasta el altar el día de tu boda. Es… estoy sin
palabras ahora mismo, Pau. Eres tan hermosa, mi querida amiga, por
dentro y por fuera… —Me estrujó las manos—. Y verte feliz ahí delante
con Pedro ha sido tan impresionante que no soy capaz de encontrar las
palabras para decírtelo como es debido, excepto que te quiero. —Se llevó
mis manos hasta la boca para darme un beso.
—Vale…, ahora estoy llorando, Oscar. —Me reí entre sollozos—.
¿Tienes un pañuelo para la llorona de la novia con las hormonas a flor de
piel?
—Lo siento, cariño—dijo tímidamente al tiempo que me pasaba su
pañuelo.
—No pasa nada —le respondí mientras me limpiaba los ojos con
cuidado—. En realidad no tenía a nadie más a quien pedírselo. No quería
entrar sola… No sé por qué, pero sabía que mi padre hubiera querido que
tú estuvieses allí. Te tenía en un pedestal, a ti y a nuestra amistad, Oscar.
Y tú estabas allí en la galería aquella noche…, tú me dijiste que mirase al
tío bueno del traje gris con los ojos bien abiertos que me abrasaban desde
el otro lado de la sala. Tú estabas allí desde el principio, desde que nos
encontramos Pedro y yo.
—Sí, allí estaba. —Oscar también parecía tener los ojos bastante llorosos
en ese momento.
—Toma. —Le devolví el pañuelo.
Los dos nos reímos y recobramos la compostura.
—Gracias por invitar a mi madre —dijo él.
—¡Por supuesto! Me encanta tu madre. Es tan graciosa cuando se toma
unas cuantas copas…, y le encanta verte tan arreglado. Me alegro mucho
de que la hayas traído.
—Bueno, a ella también le encantas tú, y estoy seguro de que si no fuese
gay me habría obligado a casarme contigo hace años. Quiere ser abuela y
va a estar encima de ese bebé cuando llegue, así que más vale que te vayas
preparando. —Hizo un gesto con la cabeza hacia mi barriga, que estaba
empezando a hacer su aparición.
—Eso es muy bonito —dije yo mientras me fijaba en el grupo y veía a
mi madre y a Gerardo charlando con un diplomático italiano en su mesa. Las
cosas habían mejorado algo entre nosotras dos, pero no sabía si había
esperanzas de futuro para nuestra relación. Y no pasaba nada. De verdad
que no. Ahora tenía una familia que me necesitaba tanto como yo a ellos.
Todas esas personas vivían en Inglaterra. Ahora este era mi lugar en el
mundo.
Había muchos otros a mi alrededor que importaban. Mi bebé, por
ejemplo. El padre de Pedro y mi tía Maria serían los abuelos que mi madre
y mi padre nunca podrían ser. Luciana, Angel, Gaby,Tomas, Pablo y Eliana
serían los tíos y tías. Teo, Andres y Delfina serían los primos. Tanto amor a
mi alrededor…
Unos brazos fuertes me rodearon desde atrás y un vello facial muy
familiar me acarició el cuello.
—Señora Alfonso, ¿te estás escondiendo en el jardín en tu propia
boda?
—Pues sí —dije mientras me inclinaba hacia atrás con gran alegría.
—¡Ay, por el amor de Dios! Pero ¿qué hace mi madre? —gruñó Oscar en
dirección a la pista de baile donde Simon ahora estaba bailando una rumba
muy lasciva con la señora Clarkson entre los vítores de la multitud.
—Ve a por ellos, Oscar. —Pedro y yo nos reímos a sus espaldas mientras
Oscar se retiraba para ir a rescatar a su madre de las caderas de Simon.
—Por muy alocado que parezca Simon ahora mismo, ese pirado sabe
bailar —dije sin parar de reír—. Aún no puedo creer que lo hayas
contratado para hacer las fotos.
Pedro se acurrucó contra mí un poco más.
—No me lo recuerdes, por favor. Me chantajeó, lo sabes. Me dijo que
me perdonaría si le contrataba para hacer las fotos de nuestra boda. Pensé
que estaría bien, así que accedí. Luego me mandó el contrato. Créeme
cuando te digo que tu amigo Simon hoy se ha llevado una buena
compensación por sus servicios. ¡Incluso me mandó la factura de un
maldito traje a medida hecho en Milán!
Casi me ahogué de la risa.
—¡Oh, Dios mío! —Señalé a Simon, que culebreaba detrás de la madre
de Oscar con su brillante traje de seda verde—. Ahí lo tienes, cariño. Un
dinero muy bien gastado, diría yo. Simon parece taaaan feliz… —Me reí
un poco más.
—Más le vale que las fotografías sean dignas de exposición —dijo
Pedro entre dientes.
—Te he visto bailar hace un ratito con una belleza que tiene predilección
por los helados —continué, con la esperanza de distraer la atención hacia
algo más agradable.
A Pedro le cambió la cara de inmediato.
—Es tan asombrosa… Espero que nuestro melocotoncito sea igual que
ella si es una niña. —Puso las manos sobre mi vientre—. Ya puedo notar el
melocotón. Tu tripa está dura y antes no lo estaba.
—Sí. Ya lo creo que el melocotón está ahí dentro. —Puse mis manos
sobre las suyas.
—Me encanta tu vestido. Es perfecto. Tú eres perfecta.
—Tú también estás bastante guapo con ese esmoquin. Te has puesto un
chaleco morado solo por mí. Me encanta. Vamos muy conjuntados, señor
Alfonso. —Y era verdad. Mi vestido de encaje color crema llevaba un
cinturón morado atado a la espalda, y yo lucía el colgante en forma de
corazón de perlas y amatistas en el cuello. Pedro llevaba su chaleco
morado de rayas y un lirio morado oscuro en la chaqueta. Mi velo era largo
y sencillo, pero me encantaba por las fotos que me había hecho con él.
Fotos solo para los ojos de Pedro. Quería que las viese.
—Tengo un regalo para ti —dije.
—Eso suena muy bien —contestó mientras se arrimaba más a mi cuello
—, pero toda tú eres mi regalo. —Me cogió la cara con ambas manos como
me encantaba que hiciera—. ¿Qué le parecería a la señora Alfonso
marcharse de aquí y empezar la noche de bodas?

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