sábado, 29 de marzo de 2014

CAPITULO EXTRA


UN CUENTO NAVIDEÑO
EL PRIMER ENCUENTRO DE PEDRO Y PAULA


24 de diciembre de 2011
Londres



La calle estaba muy poco concurrida Probablemente por el maldito frío que hacía, 
teniendo en cuenta que era
Nochebuena.
la gente había sido lo bastante lista como para quedarse en casa. Era un completo cliché
eso de ir a comprar un regalo en el último momento, pero aquí estaba yo
abriéndome camino a través de las puertas de Harrods con la esperanza de
encontrar algo perfecto para mi tía Maria. Sabía que debía ponerme las
pilas, porque iba a pasar el día siguiente con ella ¡y no tenía nada con lo que
presentarme!
Resultaba difícil regalarle algo a Maria porque era única y muy poco
convencional; era casi imposible superar su estilo. Además tenía dinero
suficiente como para comprarse cualquier cosa que deseara. Me recordaba
a la tía Mame, de la película Tía y mamá, en muchos sentidos. Desde sus
exóticos viajes y el marido rico fallecido hasta los maravillosos vestidos
de su armario.
Después de tres cuartos de hora me rendí y me dirigí a la calle, tras parar
antes a comprar un café moca. Necesitaba cafeína y entrar en calor.
Salí a la calle y me bebí el café mientras miraba los escaparates de las
tiendas en busca de algo interesante. El aire helador me iba a colorear las
mejillas, eso seguro. Al menos tenía café caliente y los villancicos que se
escapaban de algún lugar sonaban bien. Muy Cuento de Navidad, y estoy
segura de que a Dickens le habría encantado saber que ciento sesenta y
ocho años más tarde, algunas de las canciones de entonces seguían
sonando. Me encantaba la historia y me hacía sonreír el pensar que algunas
tradiciones habían cambiado muy poco después de tantos años. El cambio
no es siempre bueno. Se necesita un carácter fuerte para sobrellevar el paso
del tiempo. Ojalá yo fuese así de fuerte.
Algunos días me preguntaba si aguantaría mucho tiempo aquí. A pesar
de mi determinación de independizarme en Londres, echaba de menos a
mis padres durante las vacaciones. La decoración, la repostería, las
fiestas…
Bueno, tal vez las fiestas no. Las fiestas ya no me iban mucho. Y
realmente me preguntaba si alguna vez volvería a poner un pie en San
Francisco.
Cambia de tema, por favor.
Di con una tienda que parecía interesante. Parecía una tienda de
antigüedades o de segunda mano. El nombre estaba grabado en la puerta de
cristal: «Escondrijo». Y realmente lo era. Había un montón de estas
pequeñas tiendas en Londres y algunas tenían una decoración preciosa.
Esta era una de ellas. Entré y escuché cómo sonaba una campana sobre la
puerta.
—Feliz Navidad —dijo una alegre voz.
—Feliz Navidad —contesté al sonriente rostro de un caballero mayor
que vestía el uniforme británico compuesto por un chaleco de punto y una
chaqueta de tweed.
La tienda olía bien. Como a canela. Al día siguiente haría algún
bizcocho en casa de la tía Maria y lo estaba deseando. Me encantaba
cocinar, pero perdía su gracia si no tenías para quién hacerlo. Noté que se
me escapaba un suspiro y lo reprimí.
Me acerqué a la sección de prendas de punto. Era evidente que se trataba
de una remesa nueva, no antigüedades. Juegos de bufanda y gorro en
muchos colores. Cogí uno de color morado oscuro y acaricié la bufanda.
Parecía cachemira, era igual de suave. Sin embargo, a lo mejor era lana de
oveja. Miré el precio y levanté una ceja. Pero lo quería. Maldita sea, lo
necesitaba en un día como este. Miré el precio otra vez y decidí que estaba
bien derrocharlo en mí. Al fin y al cabo era Navidad.
¿Estás de broma, boba? Aún no tienes nada para Maria.
Pensé que estaba empezando a vencerme el pánico. Suspiré y seguí
buscando.
Me di una vuelta, pero no encontré nada y decidí que era hora de irse.
Me acerqué al mostrador para pagar el gorro y la bufanda y vi el expositor
con la bisutería tras el cristal. Eso sí que despertó mi interés. Eran piezas
muy bonitas, con un toque bohemio y vintage que le iba a Maria como un
guante. ¡Bingo!
Una pieza me llamó especialmente la atención y era perfecta: un broche
de una paloma. De plata, con perlas en las alas y la cola, un ojo de cristal
negro y un pequeño corazón colgando de su pico con un cristal azul en el
centro. La paloma simbolizaba la paz, y sabe Dios que el mundo podría
tenerla más a menudo. Lo mejor era que podía visualizar a mi tía
llevándolo. Supe que le encantaría.
Pagué a toda prisa, emocionada de haber triunfado en mi angustiosa
búsqueda de regalos. Miré el reloj, consciente de que debía ponerme en
marcha, y vi que aún me quedaba un trecho hasta la estación de metro.
Hacía frío.
Un frío increíble.
Tanto frío que me puse mi nuevo gorro y me envolví el cuello con la
bufanda ahí mismo, en la calle. Comprobé rápidamente mi cara en el
retrovisor de un coche aparcado, solo para asegurarme de que no tenía un
aspecto ridículo, aunque no es que me importara mucho cuando estaba
helada.
Pasé un par de edificios hasta que no pude soportar el frío un segundo
más y entré en el primer sitio que encontré con un cartel de ABIERTO.
Acuario Fountaine. Era una tienda de mascotas. O, para ser más exacta, una
tienda de peces tropicales. Me valía. Se estaba calentito, tenía una luz
tenue y la humedad que se desprendía de las peceras resultaba un cambio
agradable comparado con donde acababa de estar. Me desenrollé la
bufanda y eché un vistazo, parándome en cada pecera para mirar y leer el
nombre de cada pez.
La sección de agua salada me recordó a un viaje que hice a Maui cuando
tenía catorce años. Fuimos a bucear y vi algunos de los peces que estaban
en esas peceras. No lo sabía entonces, pero esas vacaciones habían sido las
últimas que había pasado con mis padres juntos. Mi madre y mi padre se
separaron poco más tarde y nunca habría otro viaje en familia. Triste.
Tuvieron que luchar para ser civilizados ahora el uno con el otro. Bueno,
¿no es ese el mejor oxímoron? «Luchar para ser civilizados».
Me detuve en uno particularmente interesante. Un pez león. Los peces
león son increíbles cuando los ves así de cerca, con todas sus aletas
puntiagudas haciéndolos tan irreales. Uno de ellos parecía curioso y se
acercó al cristal y aleteó hacia mí como si quisiera que conversáramos. Era
mono. Sabía que eran venenosos si los tocabas, pero aun así resultaban
cautivadores. Pensé que un acuario de agua salada debía de llevar mucho
trabajo de mantenimiento.
—Hola, guapo —susurré al pez.
—¿Puedo ayudarla en algo? —preguntó un joven a mi espalda.
—Solo lo estaba mirando. Es un pez realmente bonito —le dije al
dependiente.
—Sí, de hecho está vendido. El dueño viene a recogerlo hoy para
llevárselo a casa.
—Ohh, bueno, entonces espero que seas feliz en tu nuevo hogar, guapo
—me dirigí de nuevo al pez—. Con suerte será alguien que te mime.
El dependiente coincidió conmigo y se rio.
Me di la vuelta, y decidí que era hora de enfrentarse al frío del exterior
otra vez e irme a casa. Aún tenía que envolver el regalo de Maria y había
pensado hornear algo esta noche, unas galletas de azúcar que llevaría al día
siguiente. Era una pequeña tradición que habíamos empezado, y era
divertido glasearlas y añadir virutas para decorarlas. Mis favoritas eran las
que tenían forma de copos de nieve.
Me dirigí hacia la puerta, ajustándome el gorro y envolviéndome el
cuello y la mitad de la cara con la bufanda, cuando alguien entró en la
tienda. Me eché a un lado para dejarle pasar y me impresionaron su altura
y su bonito abrigo, pero no le miré a la cara. Mis ojos enfocaban hacia lo
que caía tras la puerta de la tienda.
Copos de nieve.
¡Estaba nevando la víspera de Navidad en Londres!
—¿Está nevando? —murmuré atónita.
—Sí… —dijo él.
Salí al exterior y percibí en él un aroma atrayente cuando pasamos el
uno junto al otro. Como una mezcla de especias exóticas, gel y colonia.
«Resulta agradable cuando un hombre huele tan bien», pensé. «Una chica
que pueda olerte todo el tiempo tiene mucha suerte».
Me acerqué a la ventanilla de un Range Rover HSE negro aparcado en la
calle y comprobé mi gorro en el reflejo, tal y como había hecho antes. No
quería parecer un adefesio de camino a casa.
La nieve había empezado a caer con más fuerza y pude ver algunos
copos posándose en mi gorro morado, incluso a través del reflejo en la
ventana del todoterreno. Sonreí bajo la bufanda al girarme para
reemprender la marcha.
Tenía frío de camino a casa. Frío…, pero estaba extrañamente contenta.
Nieve en Navidad para una chica de California sola en Londres durante las
fiestas. Totalmente inesperado. Pero me di cuenta de algo de camino a
casa. Las pequeñas cosas de la vida son a veces los regalos más preciados
que nos pueden dar, y si los reconoces cuando llegan, entonces eres
realmente afortunado.


CONTINUARA...




5 comentarios:

  1. Hermoso Final! Espero que puedas subir la continuación muy pronto! :)

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  2. muy bueno ahora hay que esperar a que vuelvas besos

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  3. hermosos capítulos!! a esperar la continuación!!!

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  4. Muy buenos capitulos!!! a esperar la continuación Besos

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