jueves, 20 de marzo de 2014
CAPITULO 132
Me detuve ante la casa de ladrillo rojo en Hampstead donde había
crecido y aparqué en la calle.
—Esta es la casa de mi padre.
—Es preciosa, Pedro. Un elegante hogar inglés, justo como lo había
imaginado. El jardín es muy bonito.
—A papá le gusta trabajar la tierra con las manos.
—Siempre he admirado a las personas con mano para las plantas. Me
gustaría tener un jardín algún día, pero no sé demasiado sobre el tema.
Tendría mucho que aprender —dijo ella desde el coche con cierta
melancolía—. ¿Te sientes bien cuando vienes? ¿Lo consideras aún tu
hogar? —Me pareció que hablaba con nostalgia.
—Bueno, sí. Es el único que tuve hasta que conseguí el mío. Y sé que mi
padre estaría encantado de enseñarte lo que hiciera falta. El jardín de mi
madre está en la parte de atrás de la casa. Eso sí que quiero que lo veas. —
Recorrí con la mirada a Paula; estaba preciosa, como siempre, con un
vestido de flores y unas botas moradas. Dios, me encantaba que llevase
botas. La ropa se podía ir, pero las botas podían quedarse… siempre—.
¿Estás nerviosa?
Asintió.
—Lo estoy… y mucho.
—No tienes por qué, nena. Todos te quieren y piensan que eres lo mejor
que me ha pasado. —Le di un suave beso en los labios, saboreando su
dulzura antes de que tuviésemos que estar en público y de que la constante
necesidad de tener mis manos sobre ella hubiese de ser contenida durante
las horas siguientes. Es un asco ser yo en esos momentos—. Y lo eres —
añadí.
—Oh, vamos… Recuerdo cuando mi padre te interrogó… y cómo te
falló la voz —dijo riéndose—. Su cara no tenía precio, ¿verdad?
—Supongo. En realidad no recuerdo su cara. En lo único que podía
pensar era en lo agradecido que estaba por tener miles de kilómetros entre
nosotros, ya sabes, para evitar que me cortara las pelotas.
—Pobrecito mío —me consoló mientras se reía con una mano sobre el
estómago.
—¿Te encuentras bien? ¿Cómo se está portando nuestra frambuesa esta
tarde?
Paula me acarició la mejilla.
—La pequeña frambuesa está cooperando por ahora, pero nunca sé lo
que vendrá en un rato. Por alguna razón la noche es mi enemiga. Tan solo
tengo que tomármelo con calma.
—Estás preciosa esta noche. Mi padre va a estar entusiasmado. —Le
cogí la mano, le di un beso en la palma y después la presioné contra su
vientre.
—Vas a hacerme llorar si sigues por ese camino. —Me cubrió la mano
con las suyas.
—No. Nada de lágrimas hoy. Es un momento feliz. Piensa en lo feliz que
estaba tu padre anoche cuando se lo dijimos. Bueno, al menos lo estuvo
después de percatarse de que se hallaba demasiado lejos como para
castrarme. —Le guiñé rápidamente el ojo.
—Te quiero, Alfonso. Me haces reír, y eso es mucho. Terminemos
con esto.
—Sí, jefa. —Salí, di la vuelta al coche, saqué a mi chica y la acompañé
hasta la puerta. Llamé al timbre y esperé. Sentí un cálido roce en mi
pierna. El gato había crecido desde la última vez que vine.
—Soot, tío. ¿Qué tal estás? —Le cogí en brazos y le presenté a Paula
—. Este es Soot, el autoproclamado dueño de mi padre. Podría decirse que
él le ha adoptado.
—Ohh…, qué gatito tan lindo. Qué ojos más verdes. —Paula se acercó
a acariciarle cuando Soot agachó la cabeza hacia su mano—. Es muy
amistoso, ¿eh?
—Sí que lo es.
La puerta se abrió y se interrumpió ese momento que estábamos
viviendo. La tía de Paula, Maria, estaba en el porche de mi padre con una
sonrisa de bienvenida.
—Sorpresa —dijo Maria—. Me apuesto lo que sea a que no esperaban
verme aquí, ¿verdad?
Yo reí incómodo, en realidad me había pillado algo desprevenido, pero
me recuperé enseguida a pesar de mi asombro.
—Maria, si esta no es la sorpresa más agradable del mundo, no sé cuál
podría ser. ¿Estás ayudando a mi padre con la cena?
—Exacto —respondió ella—. Por favor, entren.
Nos saludó a los dos con besos y abrazos. Paula y yo intercambiamos
una rápida mirada. Apostaría todo mi dinero a que Paula estaba tan
sorprendida como yo de ver a Maria ahí.
En cuanto atisbé a mi padre, supe que ocurría algo. Se limpió las manos
con un trapo de cocina y nos saludó. Un cálido abrazo y un beso en la mano
para mi chica y un más bien frío gesto con la cabeza hacia mí. Soot saltó de
mis brazos y se marchó a alguna parte.
—Maria y yo ya habíamos quedado para cenar aquí esta noche antes de
que llamaran para venir —explicó mi padre.
¿De verdad?Paula y yo intercambiamos otra mirada y resultó obvio
que estábamos tratando de disimular. ¿Así que papá y Maria estaban…?
Bien. Seguía pensando que Maria era muy atractiva para ser una mujer
madura. La idea de que mi padre tal vez estuviese molesto por haberle
interrumpido su noche romántica cruzó por mi mente. Bueno, mierda.
—¿Por qué no lo dijiste entonces? —pregunté—. No teníamos por qué
venir esta noche.
Mi padre sacudió la cabeza hacia mí y se quedó en silencio. Si no le
conociese tanto, diría que me estaba ignorando. Pero solo a mí, no a
Paula. Le dirigió una cálida sonrisa y dijo:
—Creí que debían venir esta noche, hijo.
¿Qué demonios? ¿Sabía ya algo? Iba a partir un par de cabezas si mi
hermana o Luciana se habían ido de la lengua. Le miré fijamente. Él se quedó
impávido.
Maria rompió la tensión. Gracias, joder.
—Paula, querida, ven a ayudarme con el postre. Bizcocho de
frambuesa, y va a estar de muerte.
Me entraron ganas de sonreír cuando dijo «frambuesa» y mi mirada se
encontró al instante con la de Paula. Me guiñó un ojo y siguió a Maria a
la cocina.
—¿Por qué estás así de seco, papá? ¿Hemos interrumpido tu noche o
algo? Podías haberme dicho que hoy no te venía bien, lo sabes.
Mi padre apretó la mandíbula y levantó ambas cejas, haciéndome saber
quién mandaba en esa pequeña discusión. Es increíble cómo un padre tiene
ese poder. Era capaz de llevarme a mi adolescencia y recordarme cuando
me sentaba y me echaba la bronca por meterme en algún lío.
—En realidad sí has interrumpido mi noche, pero eso no tiene nada que
ver. Siempre me alegro de ver a mi hijo. No, lo que no me puedo creer es
que tenga que esperar a que me llames, Pedro. —Me apuñaló con la
mirada.
—¿Podemos dejar de hablar en código? Obviamente estás molesto por
algo.
—Oh, sí, algo —respondió cortante.
—¿Qué quieres decir con eso? —solté un gallito. ¡Joder! Estaba metido
en un lío. ¿Lo sabía mi padre? ¿Cómo?
—Creo que lo sabes, hijo. De hecho, sé que lo sabes.
—¡Lo sabes! —Sí, mi voz seguía cambiando de tono como un cantante
de ópera en escena—. ¿Cómo es posible?
Suavizó un poco su expresión.
—Parece ser que un montón de cosas son posibles, hijo. Imagina mi
sorpresa cuando llamé a Luciana y mi nieta me contó alegremente que el
tío Pedro y la tía Paula están embarazados.
¡Oh, Dios! Me froté la barba de inmediato.
—Así que el pequeño monstruo te lo contó, ¿verdad?
—Desde luego. —Mi padre aún mantenía una expresión severa—. Delfina
tiene bastante que decir al respecto.
Me agarré las manos en señal de rendición.
—¿Qué quieres que diga, papá? Ha sucedido sin más, ¿vale? No fue
intencionado, ¡y te puedo asegurar que nos sorprendió tanto como al resto!
Se cruzó de brazos, sin parecer afectado por haberme pillado
desprevenido.
—¿Cuándo es la boda?
Miré al suelo, de repente avergonzado. No tenía respuesta para él.
—Estoy en ello —murmuré.
—Por favor, dime que te casarás enseguida. —Levantó la voz—. ¡No
puedes esperar a que nazca el bebé como hacen algunos famosos!
—¿Puedes bajar la voz? —le rogué—. Paula está…, bueno, se siente
recelosa con respecto al compromiso. Le da miedo… por su pasado.
Mi padre me lanzó una mirada que mostraba bastante bien lo que
opinaba de mi explicación.
—Demasiado tarde para eso, hijo —resopló—. Ya están todo lo
comprometidos que pueden estar. Tener a su hijo sin los beneficios de
un matrimonio legal será incluso más aterrador, te lo aseguro. Para ti y
para Paula. —Sacudió la cabeza—. Olviden el pasado, tienen que pensar
en el futuro. —Me miró como un perro miraría un filete—. ¿Le has
propuesto matrimonio siquiera? No veo ningún anillo en su dedo.
—Ya te he dicho que estoy en ello —le contesté. Y, joder, de verdad que
lo estoy, papá.
—El tiempo no espera, Pedro.
—¿De verdad, papá? Gracias por el consejo. —Mi sarcasmo me habría
supuesto un bozal en la boca durante mis años mozos. Ahora solo recibí
una mirada severa y más frialdad. De repente se me ocurrió que tal vez ya
había compartido nuestra noticia—. ¿También lo sabe Maria? —pregunté
altivamente.
—No. —Mi padre me regaló otra mirada hostil unida a una hacia el
cielo antes de dirigirse a la cocina con Paula y Maria.
Observé cómo se marchaba enfadado y decidí que poner algo de
distancia ahora sería lo mejor. Carecía de sentido tener una pelea familiar
y enfadar a todo el mundo. Mejor lo sufría yo solo. Planté mi culo en el
sofá y deseé un cigarro. O un paquete entero.
Es gracioso lo diferente que reaccionaron nuestros padres a nuestras
noticias. Miguel Chaves se alegró por nosotros, después del asombro inicial,
creo. No nos exigió una fecha de boda, sino que simplemente quería ver
que éramos felices y que yo quería a su hija y estaba dispuesto a cuidar de
ella y de nuestro hijo. Incluso sugirió venir a hacernos una visita a finales
de otoño, algo que entusiasmó a Paula.
La madre de Paula tampoco preguntó por la fecha de la boda. La
señora Shultz era otro cantar, de verdad, pero el caso es que yo no le
gustaba, y estoy seguro de que no le agradaba tampoco el hecho de
convertirse en abuela. Era su problema. Un silencio helador fue lo que
recibimos del otro lado de la línea cuando llamamos para darle la noticia.
Paula no había querido decírselo a su madre por Skype como había hecho
con su padre, y ahora entendía el porqué. Su madre nos habría dedicado un
par de miradas malvadas al oír nuestras noticias y mi dulce chica no
necesitaba verlas en absoluto. Ya había sido bastante malo consolarla
después de colgar el teléfono. Sí, había marcado los límites y le había dado
mi opinión. La madre de Paula era una amargada criticona que
claramente se preocupaba más de su posición social que de su hija. Por
suerte, nuestros encuentros serían mínimos.
Así que sí, la instantánea hostilidad de mi padre ante la falta de fecha
para la boda me había pillado por sorpresa. Sobre todo cuando un mínimo
de paciencia habría puesto fin a sus preocupaciones.
Tras unos momentos Soot encontró mi regazo y se puso cómodo. Se
quedó mirándome con sus ojos verdes mientras yo le acariciaba el brillante
pelaje y me preguntaba cómo era posible que en una noche agradable
hubiese acabado recibiendo la corona al rey de los idiotas en un cojín de
terciopelo.
—Tengo un plan —le dije al gato—. Lo tengo, solo que aún no se lo he
dicho a nadie.
Soot me guiñó uno de sus ojos verdes en señal de total entendimiento y
ronroneó.
CAPITULO 131
—Princesa, estás tan guapa… Me encanta verte cara a cara por aquí. ¿A
qué debo este honor, y qué narices haces despierta a la una de la mañana?
Sonreí a mi padre y sentí mariposas en el estómago ante la idea de
contarle nuestras noticias. De algún modo sabía que se alegraría por mí.
Nunca me había juzgado en el pasado y no lo haría ahora.
—Dios, te echo de menos. Daría lo que fuera por tenerte frente a mí para
esto, papá. —Mi guapo padre llevaba una toalla de piscina alrededor del
cuello y el pelo mojado.
—Acabo de hacer diez largos y me siento genial. Mi fin de semana ha
empezado muy bien. El tiempo ha sido muy agradable y me he podido dar
un baño en la piscina. Ojalá estuvieses aquí para disfrutarlo conmigo.
—A mí también me gustaría. ¿Te estás tomando las pastillas para la
tensión como se supone que debes hacer?
—Por supuesto que sí. Tu viejo padre está en plena forma.
—Oh, por favor, estás lejos de ser un viejo, papá. Cuando imagino a un
viejo, tú no eres la imagen que me viene a la cabeza. Incluso recibí un
mensaje de Jesi por Facebook en el que me decía que te ve en el gimnasio
y que eres encantador. Seguro que tienes que quitarte a las mujeres de
encima cuando entrenas.
Se echó a reír y evitó mi comentario. Siempre me preguntaba por esa
parte de su vida. Nunca hablaba de citas ni mujeres, así que no sabía
mucho. Debía de sentirse solo a veces. Los humanos no hemos sido hechos
para estar solos. Deseaba que encontrase a alguien que le hiciera feliz.
—Jesi es una chica muy dulce. Sobre todo hablamos de ti, Paula. No
me has contestado a mi pregunta. ¿Por qué estás levantada tan tarde?
—Bueno, Pedro y yo tenemos algo importante que contarte y no quiero
que pase más tiempo antes de hablar contigo.
—Vale…, estás sonriendo, así que creo que deben ser buenas noticias.
—Levantó la barbilla y miró de manera engreída.
Mi seguridad flaqueó un poco, hasta que sentí que Pedro se acercaba a
mi espalda y se sentaba. Me puso las manos en los hombros y se echó hacia
delante para que mi padre pudiese verle en la pantalla.
—Eh, Pedro, así que vas a pasar con mi hija por el altar, ¿eh? ¿Es lo que
queríais anunciarme?
—Ehh…, bien, mmm…, queríamos decirte un par de cosas en realidad,
Miguel.
—Bien, me muero de ganas de oírlas —dijo mi padre, encantado de
tener a Pedro sufriendo por Skype, con una enorme sonrisa en la cara. Dios,
esperaba que se alegrara una vez lo supiera.
Me lancé a ello. Me estaba tirando en plancha al fondo de la metafórica
piscina que era mi vida.
—Papá, vas a ser abuelo.
Noté que los dedos de Pedro se agarraban más fuerte a mis hombros y
vimos cómo la enorme sonrisa de mi padre se transformaba en una cara de
completo asombro.
miércoles, 19 de marzo de 2014
CAPITULO 130
Me quedé expectante cuando me envolvió, su pecho presionando sobre
mi espalda, su boca en mi oído.
—¿Estás segura? —preguntó con el cálido roce de sus labios mientras
me lamía el lóbulo de la oreja.
—Sííííí. —Dejé escapar mi respuesta con un largo jadeo.
Sus labios se encontraron con mi nuca y me recorrió la columna en una
deliciosa caricia. Cuanto más se acercaba a su destino, más se encendía mi
cuerpo con sensaciones que me nacían bajo el vientre. Empecé a temblar.
—Tranquila, preciosa, te tengo. —Me presionó con la mano en los
riñones y después me acarició una de las nalgas—. Eres bellísima de esta
manera —murmuró, y rodeó el otro cachete para agarrarme la cadera—.
Absolutamente bella y perfecta.
Noté que se movía detrás de mí y escuché abrirse el cajón de la mesilla
de noche. Escurridizas gotas de lubricante cayeron sobre mi piel mientras
él lo extendía.
—Respira por mí, ¿de acuerdo? Voy a tener mucho cuidado.
Asentí para hacerle saber que le oía, pero no podía hablar. Todo lo que
pude hacer fue tomar aire e imaginarme cómo sería sentirle ahí.
La punta de su pene se adentró entre mis pliegues y se deslizó de manera
placentera a lo largo del clítoris, encendiéndome de tal manera que me
eché hacia atrás en busca de más contacto.
—Sí, nena. Lo vas a tener. —Empujó contra mí con su sexo. La presión
era enorme y no pude evitar que se me contrajeran los músculos—.
Relájate y respira. —Empujó de nuevo y la punta estaba dentro, de modo
que mi hendidura se estiró para acomodarse a su tamaño—. Una vez más,
nena. Ya casi está. Voy despacio pero firme, ¿de acuerdo? —Sus manos me
sujetaban las nalgas mientras su pene se adentraba más, impulsado por el
deseo de ambos de completar esta unión. Había algo de dolor, pero era una
sensación muy erótica que liberó algo dentro de mí. Quería sentirlo. De
verdad. Necesitaba entenderlo, así que necesitaba entregarme más a Pedro.
La inmensa presión aumentaba y producía una respuesta en mí que me
llevaba hacia el orgasmo. Empujé hacia su sexo para hacerle saber que
podía continuar.
—Ahhhh…, oh, Dios —dije temblando mientras él embestía de nuevo,
sintiendo cómo la dilatación se transformaba en un dolor incalculable y mi
cuerpo empezaba a arder. Entonces, de repente, me llenó por completo con
una embestida aguda que le llevó muy dentro de mí. Cerré los ojos cuando
gritó y la sensación me dejó helada.
—¡Joderrr, qué gusto! —Se quedó quieto y me acarició las nalgas—.
Nena…, oh, fóllame…, ¿vale?
Pedro estaba teniendo problemas a la hora de hablar y yo lo entendía. Yo
tenía problemas para mantenerme quieta y podía notar cómo regresaban
los temblores. Las convulsiones no eran causadas por el dolor, sino
reacciones involuntarias al increíble asalto a mi zona erógena. El dolor era
mínimo porque Pedro me había preparado poco a poco para esto,
tratándome con cuidado, como hacía con todo.
—Mira, estás temblando. —Me acarició las caderas con veneración—.
Pararé si me lo pides. Nunca querría hacerte daño, nena —dijo claramente,
pero yo podía oír la tensión en sus palabras—. Qué gusto. Es…, es…,
¡joder, es increíble! —Podía notar que sentía lo mismo que yo ahora que se
había detenido, a la espera de mi reacción. Pedro y yo siempre habíamos
conectado muy bien en lo que al sexo se refiere. No sé por qué todo era tan
fácil, pero así era y siempre lo había sido.
—Es… estoy bien —tartamudeé—. Quiero que sigas.
—¡Joder, te quiero! —gruñó bruscamente.
Pedro se separó despacio, volví a sentir chispas en mi interior y después
empujó hondo de nuevo. Cada penetración era lenta y controlada. Cada
entrada un poco más profunda que la anterior. Me asombró cómo
aumentaba el placer en mi interior a medida que él tomaba un ritmo
constante. Sus manos me sujetaban y su sexo era mi dueño en todo
momento, hasta el final.
Algo crecía en mi interior y se dirigía hacia algo explosivo, y podía ver
que Pedro se encontraba en la misma situación apremiante. Empezó a decir
frases sucias y respiraba de manera agitada mientras una de sus manos se
deslizaba hacia mi clítoris para acariciarlo en círculos.
Su tacto en ese cúmulo de sensaciones me volvió loca.
—¡Voy a correrme! —sollocé. Cuando agaché la cabeza contra las
sábanas para recibir esa avalancha de placer sentí una dureza inhumana
crecer dentro de mí mientras sus embestidas continuaban con un ritmo
incesante.
—¡Oh, jodeeerrr! ¡Yo también! —gritó entre las estocadas que nos unían
una y otra vez.
Me sacudí debajo de su cuerpo y me corrí, sin poder moverme siquiera,
capaz tan solo de dejarme llevar mientras él continuaba con su propósito.
Un momento después noté cómo se separaba de mí y me daba la vuelta, mi
cuerpo aún tembloroso tras la explosión de placer más increíble que había
experimentado en mi vida.
—¡Mírame! —ordenó.
Abrí los ojos y los fijé en su mirada azul y feroz. Su aspecto era
magnífico. Parecía un Dios pagano, resbaladizo por el sudor y con todos
los músculos en tensión cuando se arrodilló entre mis piernas, se sujetó el
pene y eyaculó sobre mis pechos y garganta. ¡Estaba tan guapo en ese
momento!
Un segundo más tarde escuché correr el agua de la bañera y abrí los ojos.
Sentía el cuerpo pesado, adormilado y satisfecho. Pedro estaba allí,
observándome, con expresión seria e intensa mientras sus dedos jugaban
con mi pelo.
—Aquí está mi chica. —El gesto severo se suavizó cuando se inclinó
para acariciarme los labios con la nariz—. Te quedaste dormida después de
hacer que te corrieras.
—Creo que necesitaba una pequeña siesta después de eso.
Frunció el ceño.
—¿Ha sido demasiado? Lo sien…
Le callé tapándole la boca.
—No —dije sacudiendo la cabeza—. Si hubiese sido demasiado lo
habría dicho.
—¿Te gustó? —preguntó con suavidad mientras se atisbaba un gesto de
preocupación en sus preciosas facciones.
—Oh…, sí.
—¿Te hice daño? —El tono de preocupación de su voz hacía que me
derritiese más y más.
—Solo de manera agradable —contesté con sinceridad.
El ceño fruncido desapareció y lo sustituyó una mirada de alivió.
—¡Oh, joder, Dios, gracias! —exclamó mirando al cielo como si
estuviese rezando, y luego volvió a mí, lo que resultaba absurdo:
¿agradecer al cielo por el sexo anal y soltar un taco al dar las gracias
cuando yo había dado mi consentimiento?—. Porque de verdad quiero
hacerlo de nuevo alguna vez. —Se le veía tan aliviado y es posible que
hasta un poco engreído. Yo estaba contenta de haberle hecho feliz y
satisfecha de demostrarle, de nuevo, que podía confiar en él con mi
corazón y mi cuerpo. Se superaba a la hora de cuidarme. No me había dado
cuenta de lo mucho que él quería hacerlo y de lo bueno que era. Tanto
sexual como emocionalmente.
Pedro era muy honesto con ciertas cosas, a veces tanto que su franqueza
me ruborizaba. Sin embargo, para mis adentros sabía que era una de las
razones por las que funcionaba tan bien conmigo. Aunque también tenía
que reírme un poco. Solo Pedro conseguía sonar dulce al hablar acerca de
sus esperanzas de tener más sexo anal y sin que sonara grosero o brusco.
¿Cómo narices lo hacía?
Mi sucio, malhablado y romántico caballero inglés. La combinación
perfecta, en mi opinión.
—Vale… —le dije, y me acerqué para besarle.
Me besó durante un rato de manera suave y delicada, como solía hacer.
Me moría de ganas por la sesión de besos que seguía al sexo. Pedro
siempre quería besarme después, y parecía que me estuviese haciendo el
amor otra vez, solo con sus labios y su boca. Me abrazó y me sujetó bajo su
esculpido cuerpo, sus caderas entre las mías, sus labios por todo mi cuerpo:
mis labios, mi garganta, mis pechos… No paraba hasta que se sentía
completamente satisfecho.
Pedro sabía cómo pedirme las cosas. Y estoy bastante segura de que sus
instintos son solo órdenes innatas y primarias que no puede evitar
complacer. Lo creo porque a mí me ocurre lo mismo. Quiero aceptar todo
lo que me da, y entregarme durante el sexo es una manera de darle a Pedro
esas cosas que me pide con tanta franqueza. Además me excita mucho.
Adoro las cosas que dice y que me pide cuando estamos sumidos en el
acaloramiento del sexo.
Levantó los labios y me miró con ojos vidriosos.
—Te quiero tanto que a veces me asusta. No…, me asusta casi todo el
tiempo. —Sacudió la cabeza—. Odio dejarte sola aquí tanto tiempo. No
está bien. —Suspiró profundamente—. Lo odio con todas mis fuerzas. Me
he convertido en una especie de loco, y espero que todo esto no sea…
demasiado. Que yo no sea demasiado. —Me tocó la frente con la suya—.
Cuando te veo tengo que estar contigo así. —Me recorrió el pecho con la
mano y la posó sobre los restos de su orgasmo, que parecían haber sido
limpiados de mi piel en algún momento. Tal vez lo hizo mientras yo
dormía. Me había quedado tan fuera de mí después del abrumador clímax
que no tenía ni idea.
—Bueno, yo no me quejo. —Le agarré la cara—. Me gusta tu versión de
loco, si así es como lo llamas, y, para que lo sepas, me sentía muy sola esta
noche, te echaba de menos y me preocupaba todo, pero entonces llegaste a
casa y parecía que ibas a morir si no me tenías y…, bueno, era lo que
necesitaba para sentirme mejor. Cuando estoy sola con mis pensamientos
tiendo a preocuparme por cosas que no debería. La duda aparece. Tú eres la
primera persona que realmente me ha ayudado con mis dudas. Cuando me
tocas y me demuestras cuánto me deseas haces que desaparezcan.
Se quedó mirándome, con los ojos muy abiertos.
—¿Eres real? —me preguntó al tiempo que me acariciaba la cara con los
dedos con ternura—, porque siempre te desearé.
Pedro ya me había hecho esa pregunta con anterioridad y me encantaba.
—Cuando dices cosas como esas se me acelera el corazón.
Me posó la mano sobre el pecho.
—Puedo sentir tu corazón. También es mi corazón.
—Es tu corazón, y yo soy muy real, Pedro —asentí—. He querido todo
lo que hemos hecho juntos y mi corazón ahora te pertenece. —Le acaricié
la cara, a tan solo unos centímetros, mientras me ahogaba en sus ojos.
Pedro suspiró hondo, pero sonaba más a alivio que a preocupación.
—Vamos, preciosa, date un baño conmigo. Necesito lavarte y abrazarte
un rato. —Me cogió y me llevó al baño de mármol travertino y me metió
en la bañera. Tras colocarse detrás de mí, me estiré y me apoyé sobre su
firme pecho. Sus brazos se movían para mojarme los pechos y hombros.
—Llamé a Oscar esta noche —dije después de un rato.
Pedro puso jabón en una esponja y la deslizó por mi brazo.
—¿Cómo está Oscar? ¿Quiere hacerte más fotos?
—No hemos hablado de eso.
—Pero lo hará. —La respuesta de Pedro no era nada nuevo. No le
gustaba que posase y tampoco llegaba a entender lo mucho que yo lo
necesitaba. No le solía sacar el tema porque no quería que se enfadase y se
volviera de nuevo irracional. Cada vez que iba a una sesión de fotos se
volvía loco, así que era mejor no recordárselo.
—Creo que Oscar empieza a sospechar, y estoy segura de que Gaby
también lo haría si me viese en persona, pero solo hemos hablado por
teléfono.
Pedro me pasó la esponja por el cuello.
—Es hora de decírselo, nena. Quiero hacer el anuncio y ha de ser a lo
grande. Eso lo tengo claro.
—¿Cómo que a lo grande?
—¿Prensa londinense? ¿Invitados famosos? ¿Un lugar de lujo? —Me puse
tensa en sus brazos. Me abrazó fuerte y susurró—. Ahora no te vaya a
entrar el pánico, ¿de acuerdo? Nuestra boda ha de ser un… acontecimiento
de interés para que se entere todo el mundo.
—¿Incluso el senador?
—Sí —dijo e hizo una pausa—. Creemos que Fielding también está
muerto. Lleva desaparecido desde finales de mayo.
—¡Oh, Dios! Pedro, ¿por qué no me lo contaste? —Me eché hacia
delante y me giré para mirarle de manera acusadora.
Me abrazó más fuerte y presionó los labios contra mi cuello. Estaba
intentando tranquilizarme, supongo, y por suerte para él sus tácticas
normalmente funcionaban. Pedro era capaz de calmarme solo con un ligero
roce.
—Me lo acaban de confirmar. Lo sospeché cuando estábamos en
Hallborough y tú estabas tan enferma… No te enfades. Tuve que contarle
todo a Pablo. Sabe que vamos a tener un hijo. Y antes de que te enfurezcas
conmigo, has de saber que está muy contento por nosotros. Sabes todo lo
que tienes que saber, Paula. —Me besó en el hombro—. No más secretos.
Mi cerebro empezó a asimilarlo todo y la mera idea me puso la piel de
gallina.
—¿Te preocupa que intenten ir a por mí y crees que si nuestra relación y
nuestra boda se convierten en un acontecimiento famoso entonces no se
atreverán? —Podía oír el miedo en mi voz y lo odiaba. No podía imaginar
que el senador Pieres me quisiese muerta. ¿Qué había hecho yo mal
excepto salir con su hijo? Era Facundo Pieres quien había hecho todo el
daño, ¡no yo! ¿Por qué tenía que vivir con miedo por algo que no hice? Yo
era la víctima aquí y, por mucho que me repugnase la idea, era la verdad.
—No puedo arriesgarme contigo y no lo haré, nunca. —Pedro me besó
en el cuello y me pasó la esponja por el vientre—. Siempre te digo que eres
maravillosa porque lo eres. ¿Lo entiendes entonces?
—Sí, lo entiendo. Entiendo que un poderoso partido político puede que
quiera matarme, pero eso no significa que me tenga que gustar la idea de
que nuestra boda sea una tapadera. —Noté cómo Pedro se ponía tenso a mi
espalda y me imaginé que no estaba contento con lo que estaba diciendo.
—Ya te lo he dicho, haré lo que haga falta para protegerte, Paula Te
prometo que el lugar y la lista de invitados no cambian para nada lo que
siento. No para mí. En absoluto —dijo bajando la voz—. Y quiero que el
hecho de que vayamos a tener un bebé sea parte del anuncio. Eso te
convierte en una joya aún más valiosa. —Me sacudió ligeramente—. Algo
que ya eres.
Sí, mi chico no estaba feliz en absoluto. Sonaba algo herido, y me sentí
culpable una vez más por ser una desagradecida. Supongo que era un punto
a tratar con mi terapeuta. Aunque apreciaba mucho que Pedro se quisiera
casar conmigo y se hiciera responsable de nuestro hijo, odiaba que las
amenazas de a saber quién fueran el motor de su proposición.
—Lo siento. Sé que no te lo estoy poniendo fácil, Pedro. Ojalá pudiese
pensar distinto sobre esto —lo deseo con todas mis fuerzas—, pero
deberías saber que no es el sueño de toda chica celebrar una boda porque
puede que alguien quiera matarla.
—Lo quiero hacer por muchas otras razones —gruñó—, y lo sabes. —
Pedro tiró del tapón y salió de la bañera. Me ofreció la mano para
ayudarme a salir y parecía un poco enfadado, un poco herido… y
guapísimo así de desnudo y mojado.
Sí, un bebé por accidente también es otra de las razones.
Acepté su mano y dejé que me sacara de la bañera. Acercó una toalla y
empezó a secarme de arriba abajo. Cuando llegó al vientre se arrodilló y
me besó justo ahí, donde el bebé estaría creciendo.
Sollocé y sentí que las lágrimas brotaban otra vez, incapaz de controlar
mis emociones y preguntándome cómo iba a sobrevivir a todo eso. ¿Por
qué tenía que ser tan débil?
Levantó la mirada.
—Pero te amo, Paula, y quiero estar contigo. ¿No es eso suficiente?
Perdí el control. Completa y totalmente, por una maldita millonésima
vez. Lágrimas, sollozos, hipos, todo al completo. Pedro se había llevado
todo el paquete emocional esta noche. Pobrecito.
Sin embargo, mi llanto no parecía inmutarle y me metió en la cama, se
echó a mi lado y me acercó a él. Hundió los dedos en mi cabello y
sencillamente me abrazó sin pedir más, sin preguntas ni indagaciones. Me
dejó en paz, ofreciéndome generosamente su apoyo y fuerza sin pedirme
nada a cambio.
Estaba pensando. Podía escuchar cómo giraba la maquinaria dentro de su
cabeza reflexionando sobre mí. En realidad Pedro hacía eso mucho, pensar
sin decir nada.
Yo también lo estaba haciendo. Recordaba algo que la doctora Roswell
me había dicho una vez. Cuando le expresé mis miedos acerca del futuro
contestó: «Lo superarás paso a paso y con el día a día, Paula».
Era otro cliché, sí, pero uno que daba en el clavo, como Pedro decía a
veces. Justo en el clavo.
Superaré esto paso a paso y Pedro estará ahí para ayudarme.
—Es suficiente, Pedro —le susurré. Sus dedos seguían en mi pelo—. Es
suficiente para mí. Estar contigo es suficiente.
Me besó con suavidad y ternura, su lengua deslizándose poco a poco
como si no hubiera nada en el mundo que pudiese preocuparnos en ese
momento. Noté las palmas de sus manos sobre mi vientre y las mantuvo
ahí, cálidas y protectoras.
—Vamos a estar bien, nena. Lo sé. Los tres.
Le acaricié el pecho con la nariz.
—Cuando lo dices, te creo.
—Lo estaremos. Lo sé. —Me levantó la cara y se dio unos golpecitos
con el dedo en la cabeza—. Tengo premoniciones, igual que tú tienes esos
superpoderes a la hora de razonar de los que me hablaste una vez. —Me
guiñó el ojo.
—¿De verdad? —añadí con más sarcasmo, solo para que supiese que ya
no estaba molesta por lo de la boda y que podía llegar a aceptarlo.
—Sí. Tú, yo y nuestro pequeño guisante seremos felices para siempre.
Negué con la cabeza.
—Ya no tenemos un guisante.
—¿Qué pasó con el guisante? No me digas que te lo has comido. —
Fingió asombro.
—¡Idiota! —dije dándole en las costillas—. El guisante ahora es una
frambuesa.
—¿De dónde has sacado esa información? —preguntó arqueando una
ceja.
—De una página web llamada Embarazo puntocom. Deberías echarle un
vistazo. Te dice todo lo que necesites saber sobre frutas y verduras.
—Me encanta cuando juegas conmigo —dijo después de reírse mientras
me cogía de la barbilla—. Sobre todo cuando veo ese brillo en tus ojos y
pareces feliz. Es todo lo que quiero: que seas feliz conmigo, con nosotros,
con nuestra vida en común.
—Tú me haces feliz, Pedro. Siento cómo estoy últimamente. Soy un
despojo de hormonas llorando por todo, deprimida, poniendo las cosas
difíciles, arghh… Odio cómo sueno incluso disculpándome ahora mismo.
—No. No eres así para nada. No necesitas disculparte, nena. Todo lo que
tienes que hacer es decir que sí al anuncio de nuestro compromiso. Lo he
escrito hoy. Está preparado para ser enviado.
Parecía convencido de su petición y me di cuenta en ese momento de
que el miedo que me daba el matrimonio, el bebé, el acosador, todo lo que
me asustaba, había desaparecido por completo. Seguir adelante con nuestra
vida era la única opción ahora.
—De acuerdo. Estoy lista.
—¿Lo estás? —Pedro estaba más que sorprendido—. Así, sin más,
¿ahora estás preparada?
—Sí, lo estoy. Sé que me quieres y que cuidarás de nosotros. Por fin le
admití a la doctora Roswell que te necesito. Te quiero y te necesito. —Le
acaricié la mejilla—. Hagámoslo.
Recibí una de esas espectaculares y raras sonrisas de Pedro que hacían
que todo mereciese la pena. De verdad adoraba hacer a este hombre feliz.
Me llenaba, me hacía sentir bien.
—Necesitamos decírselo a tus padres y familiares. ¿Cómo y cuándo
quieres dar la noticia? —me preguntó con dulzura.
—Hmmm…, buena observación. —Miré el reloj de la mesilla, que
señalaba la una de la mañana—. ¿Qué tal ahora? —dije.
—¿Ahora? —Se le vio inseguro durante un momento antes de caer en la
cuenta—. Quieres decírselo primero a tu padre. —Podía notar cómo hacía
cálculos mentales—. Son las cinco de la tarde de un viernes, ¿crees que
podrás dar con él?
—Estoy bastante segura de que sí. Vístete.
—¿Eh?
Salí de la cama y empecé a ponerme unos pantalones de yoga y una
camiseta.
—Quiero decírselo por Skype. —Sonreí con satisfacción, muy contenta
con mi idea—. Dudo que le gustara oír que va a ser abuelo contigo desnudo
a mi lado, viéndote como estás ahora —dije mientras le miraba su cuerpo
desnudo y musculoso—. Así que vístete, por favor. No puedo garantizarte
que no quiera hablar contigo en cuanto le diga lo que me has hecho.
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