viernes, 14 de febrero de 2014

CAPITULO 13


   El glorioso olor a café me despertó. Miré mi reloj y supe
que no habría ningún recorrido en el puente de Waterloo
esta mañana. Salí a la cocina con mi brazo sobre mis
ojos.
—Justo como te gusta, Pau, dulce y cremoso. —Mi
ocasional compañera y querida amiga Gabriela deslizó una taza en mi
dirección, la expresión de su rostro claramente legible: Escúpelo todo,
hermana y no te lastimaré.
Me encanta Gaby, pero esta cosa con Pedro me descarriló tanto que
solo quería enterrar el conocimiento de su existencia y fingir que nunca
había sucedido.
Alcancé la taza humeante e inhalé el delicioso aroma. Me recordó a
él por algún motivo y sentí crecer la burbuja de fuertes emociones. Me
senté en la barra de la cocina y envolví mi taza de café como una gallina
madre protegiendo a su polluelo. Mientras me bajé del taburete, el picazón
entre mis piernas solo sirvió como otro recordatorio. Uno de Pedro y su
cuerpo caliente y sus miradas de modelo y el fabuloso sexo... y cómo me
desperté histérica en su cama. Abandoné la broma de tratar de ser valiente
y permití que las lágrimas vinieran.
Tomó algún tiempo, dos tazas de café y moverme al sofá para que
ella consiguiera sonsacarme la historia. Pero Gaby era bastante buena
para esto. Era implacable.
—Silencié tu teléfono hace dos horas. Esa bolsa de lona hacía tanto
maldito ruido que quería patearle. —Gabriela acarició mi cabeza
descansando sobre su hombro.
—Tienes correos de voz y mensajes de texto hasta llenar la memoria.
Creo que el pobrecito estaba a punto de explotar, lo salve de una muerte
catastrófica y desconecté al maldito.
—Gracias, Gaby. Me alegra que estés aquí esta mañana. —Y era
cierto. Ella era como yo en muchas maneras. Nativa de Londres,
estudiante de conservación y huyó de la casa de mierda que la atormentó.
La única diferencia era que su padre vivía actualmente en Londres, por lo
que no estaba totalmente sola aquí en el Reino Unido. Nos conocimos
durante la primera semana de clases casi cuatro años atrás y nunca nos
separamos. Sabe mis oscuros secretos y yo los de ella.
—Yo también —Me acarició la rodilla—. Pide una cita con la doctora
Roswell, y haz planes para irte de juerga con Oscar  y conmigo, y una
parada en una chocolateria para poder atiborrarnos de chocolate
pecaminosamente rico. —Ladeó su cabeza—. ¿Suena bien para ti?
—Suena divino. —Forcé una sonrisa e intenté mantener el control de
mí misma.
—Y quizás deberías darle una oportunidad a este chico, Pau. Es
bueno en la cama y te desea mucho.
Convertí mi falsa sonrisa en un auténtico ceño. —Has estado
cotilleando con Oscar.
Rodó sus ojos hacia mí. —O por lo menos regrésale la llamada. —
Gaby bajó su voz a un susurro—. Él no sabe nada sobre tu pasado...
—Lo sé. —Y Gaby tenía razón. Pedro no sabía nada acerca de mí.
Gaby frotó mi brazo.
—No estuve realmente loca u ofendida por él anoche. Solo tenía que
salir de allí. Desperté gritando en su cama y yo…
Las ganas de llorar ahora mismo ahora eran tan fuertes como antes.
Intenté disminuir el impulso.
—Pero suena como si él quisiera consolarte. No intentó presionarte,
Pau.
—Pero si hubieras visto su rostro cuando irrumpió en el dormitorio
conmigo aullando como una lunática. La forma en que me miró... —Froté
mi sien—. Él es tan intenso. No puedo explicártelo bien, Gaby. Pedro no se
parece a nadie que haya conocido jamás y no sé si podría sobrevivir a él. Si
lo de anoche fue alguna indicación, entonces, sinceramente lo dudo.
Gaby me miró, sus hermosos ojos verdes sonriendo con confianza.
—Eres mucho más fuerte de lo que piensas. Lo sé —Asintió
firmemente—. Te prepararás para el trabajo y luego, después de un día
productivo al servicio de las grandes obras maestras de la Universidad de
Londres, vendrás casa para alistarte para nuestra noche de decadentes
placeres. Oscar ya está a abordo. —Me empujó en el hombro con su
dedo—. Ahora, muévete, hermana.
—Lo sabía. Oscar me descubriría al instante en que me viera —Le
sonreí, la primera sonrisa genuina que sentía en doce horas y empujé mi
trasero fuera del sofá, sonriendo—. Estoy en ello, Gaby—dije, frotando
donde ella me había pinchado—, me rindo.

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