viernes, 14 de febrero de 2014

CAPITULO 15


Los clubs de Londres son jodidamente impresionantes. No
los visitamos a menudo, pero un buen club era justo lo
que yo necesitaba. Mi pobre psique estaba sobrecargada,
en un conflicto de emociones, miedos, y culpas.
Necesitaba bailar, beber y reír, pero la mayor parte de
todo era que necesitaba olvidarme de toda la mierda. La vida era
demasiado corta para detenerse en las partes oscuras, o al menos eso es lo
que mi terapeuta decía. Tenía una cita con la doctora Rosswell mañana a
las cuatro y una cena con Pedro después. Nuestro primer paso en nuestro
acuerdo de iremos-lentamente que llegamos por teléfono. Me dijo que
quería poner las cartas sobre la mesa y tenía que admitir que eso me
gusto. La verdad funciona mejor para mí. En realidad, yo no tengo nada
que ocultar; era más precauciones lo que yo quería compartir. Y aún no
sabía que tanto debía compartir con Pedro. No había ningún mapa guía
para ayudarme. Tenía que montarme en la ola y esperar no chocar contra
un arrecife y ahogarme.
—Prueba esto. Es magnífico. —Oscar me dio una bebida
anaranjada—. Lo llaman la Llama Olímpica.
Tomé un sorbo. —Agradable —Ambos vimos a Gaby empujar de la
pista de baile a un tipo qué definitivamente no tenía suerte esta noche.
Habíamos ido a tres clubs hasta el momento y mis pies comenzaban a
protestar. Mis botas de color purpura lucían geniales con mi vestido floral
de un hombro, pero tres clubs y ya quería quitármelas—. Creo que mi
fetiche sobre botas volvió para atormentarme. —Sonreí a Oscar y levanté
una bota.
—Tienes como diez pares —Se encogió de hombros—. Creo que se ven sexys. Ya sabes —dijo Oscar pensativamente—, desnuda y sólo con botas serían unas fotografías increíbles —Asintió con la cabeza rápidamente—. Tu cuerpo y tus botas. ¿Correcto? Quiero hacerlo. Con una
iluminación muy oscura y en contraste con unas botas en color. Hay
muchos tonos diferentes…. amarillo, rosa, verde, azul, rojo. Quedarán
geniales. Solo arte, nada evidente. —Me miró—. ¿Lo harás, Pau?
—Bueno… Seguro que lo haré. Si crees que serán buenas fotos,
entonces, por supuesto que firmaré una autorización para mis botas. —Le
saqué la lengua—. Mi madre tendrá un infarto. —Esperé un comentario
sarcástico.
—Tu madre necesita una buena follada. —Oscar no me defraudo.
—Diablos, nadie dijo que tienes que tener un orgasmo para quedar
embarazada, estoy bastante segura que mi madre sólo tuvo sexo una vez
con mi papá.
—Creo que podrías tener razón, cariño —dijo Oscar. El había
conocido a mi mamá un par de veces, así que sabía de lo que yo estaba
hablando—. Si sólo lo hicieron una vez, por lo menos lo hizo bien y te tuvo.
—Bromeó Oscar y me eché a reír más.
Mis padres se divorciaron cuando tenía catorce años
probablemente por la falta de sexo y al descubrir que no tenían
absolutamente ningún interés el uno en el otro, pero para ser justos,
estuvieron juntos hasta que me gradué de la secundaria. Mi madre
cruzaba del charco a Londres cuando su estado de ánimo era bueno y
quería deleitarme con chismes de mis amigos, su estilo de vida y odiosidad
en general hasta que se fastidiaba de está visita. Su nuevo marido, Gerardo,
era mucho más viejo que ella, mucho más rico que mi padre, y
probablemente encantado de que ella lo dejará en San Francisco en cada
uno de sus viajes. Dudo que también tenga mucho sexo con Gerardo. Tal vez
El tiene aventuras cuando ella está viajando, pero seguramente ella
estaba enterada. Mi madre y yo estábamos en desacuerdo la mayor parte
del tiempo.
Ahora, papá es una historia diferente. Siempre fue muy apegada a
mi padre. Me llamaba regularmente y apoyaba mis decisiones. Me quería
por quien yo era. Y en mis momentos más oscuros, es él la única razón por
la cual sigo caminando sobre la tierra. Me pregunté qué pensaría papá
sobre Pedro.
Oscar se puso a charlar con una linda rubia o posible-acostón y yo me
quedé allí, bebiendo mi Llama Olímpica.
—Hola, señorita encantadora, son unas botas muy lindas las que
usas. —Un chico enorme, pelirrojo, luciendo su propio par de botas,
pantalones vaqueros, y una hebilla de cinturón con la forma y el tamaño
de Texas se cernía sobre mi mesa. Un americano con alta autoestima.
Había un montón de gente en Londres por los Juegos Olímpicos y éste
chico definitivamente lucía como un virgen en Europa.
—Gracias. Colecciono botas vaqueras —Le sonreí.
—¿Coleccionas vaqueros, eh? —Sus ojos me recorrieron
lascivamente—. Entonces, supongo que vine al lugar correcto —Se sentó a
mi lado, su gran cuerpo apretándome en mi asiento—. Seré tu vaquero si
quieres —murmuró con su aliento alcoholizado—, puedes montarme.
Me deslicé sobre el asiento y me alejé.
—¿Cuál es tu nombre, encanto?
—Mi nombre es: «No-estoy-interesada» —Puse mi cara de póquer—.
Y mi segundo nombre es: «Tienes-que-estar-bromeando-borracho-
asqueroso»
—¿Esa es la amable recepción que le dan a sus invitados
americanos? —El cerdo se inclinó más cerca y colocó su brazo sobre el
respaldo del asiento, empujándose contra mi costado, su pierna yaciendo
junto a la mía, su aliento soplando en mi rostro—. No sabes lo que te estás
perdiendo.
—Creo que tengo una idea bastante buena —Me eché hacia atrás lo
más que pude y me deslicé más abajo en el asiento—. ¿No les enseñaron
en Texas que a las chicas no les gusta que los borrachos empalagosos
hagan proposiciones en público?
El pelirrojo no se dio por aludido, o tal vez era demasiado estúpido
para comprender mi pregunta, porque tomó mi mano y se puso de pie,
jalándome. —Baila conmigo, cariño.
Me opuse, pero su agarre era tan fuerte que no tenía ninguna
posibilidad en contra de su enorme masa. Era como un cavernícola peludo
con demasiado alcohol, sacudiéndome contra su cuerpo y deslizándonos a
la pista de baile. Su mano cubrió mi trasero y comenzó a levantar mi falda.
Ahí fue cuando usé mi bota y enterré el tacón tan fuerte como pude en su
pie.
—Quita tu mano de mi culo antes que pisoteé tus pelotas. Tienes
dos bolas y yo tengo dos botas —un tacón para cada bola. —Le di una
falsa sonrisa.
Me gruñó y entrecerró sus ojos. Noté que él contemplaba si iba en
serio o no, y luego hizo una mueca y dio marcha atrás. —Cálmate, perra
inglesa —murmuró, zigzagueando entre la multitud, para acosar a alguna
otra pobre chica.
—¡Soy americana, idiota! ¡De la parte buena del país! —Grité a sus
espaldas antes de girar a la dura pared de un pecho masculino. Un pecho
contra el que yo había estado antes. Un cuerpo que llevaba un aroma de
intoxicación para mí. Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario