sábado, 15 de febrero de 2014

CAPITULO 20



Pedro mantuvo su palabra. Me dio mi beso de buenas noches en mi
puerta. Por supuesto, sus manos habían tomado cierta libertad y tuve una
gran impresión de lo que él tuvo que soportar, pero después de unos
besos, me había dejado como lo prometió.
Después de una ducha caliente, tiro de mi camisa suave para dormir
y me dirijo a mi cama. Tenía la foto de Jimi Hendrix, donde él estaba
sentado en una mesa tomando té en el jardín, en frente de mí; considerada
como la última foto de él que se tomó. Me encantaba este tipo de cosas y
amaba a Jimi, así que le di mucho uso.
Decidí que era hora de reconocer el titulo de mi novio. Agarré mi
laptop, me acomodé en medio de mi cama y tecleé en Google el nombre
que vi en su licencia de conducir cuando me la mostró: Pedro Alfonso
No había tantas cosas sobre él. Tenía una página de Wikipedia y
unos links en el website de Seguridad Alfonso. Pero Wikipedia sí me
sorprendió, era más conocido por su juego de altos limites en el póker.
Había ganado un torneo mundial en las vegas hace 6 años. Con tan sólo
26 años, había generado suficiente dinero para iniciar su propio negocio. Y
con su experiencia militar en las Fuerzas Especiales, debió haber
encontrado su lugar. Ahora tiene 32, hice unos cálculos y es mayor que yo
por 8 años.
Vi algunas imágenes de él en Google, la mayoría ganando un gran
juego de póker. Me pregunto si mi padre ha escuchado de Pedro. Él ama
los torneos de póker y aún los juega.
Seguí desplazándome a través de imágenes hasta que me detuve en
una. Era una foto en donde estaba él con el Primer Ministro y la Reina
¡Jesus!… ¿El Primer Ministro Italiano y el Presidente de Francia? Sentí un
escalofrió recorrer por mi espalda. ¿Acaso Pedro era como James Bond o
algo por el estilo? ¡Qué rayos! ¿Qué tipo de seguridad hizo él? Si esas
fueron las personas que él protegió, entonces era una clientela de alto
perfil. Estaba aturdida. Nota: Preguntarle al padre de Gabriela si había
odio hablar de Pedro la próxima vez que lo vea. Él era policía de Londres y
si alguien sabia, ese era Roberto Hargreave.
No había visto ninguna foto personal de Pedro en una relación con
una mujer. Me pregunté si podía ocultar algo como eso. Como él rebozaba
de sexo, no había manera de que pudiera vivir un estilo de vida célibe, no.
Y si decía la verdad sobre no llevarlas a su casa, entonces, ¿dónde habían
tenido sexo? Ugh, mejor no quiero pensar en eso.
Cerré mi laptop, apagué la luz y me recosté en mi cama. Saqué su
corbata morada debajo de mi almohada y me la lleve a la nariz. El olor
reconfortante de él vino hacia mí al instante. Ahora me sentía aun más
pequeña. En primer lugar, como un hombre como él se fijo en mí. ¿Sólo
por mi retrato en una galería? La idea no me parece creíble.
Traté de vencer mis miedos y pensé sobre lo que me ofreció esta
noche. Y recordé lo bien que se siente cuando estoy con él y cómo enciende
mi cuerpo durante el sexo. No tenía que preocuparme sobre nada
espantoso o turbio con Pedro. Era, sin duda, brutalmente honesto. Estaba
dominada, claro. Pero me gustó. Fue necesaria la presión que tomó un
trozo de mi vida en el que celebró poca confianza. Realmente lo quería,
simplemente no sabía si él me seguiría queriendo una vez que se entere de
mi pasado.


el puente de Waterloo me castigó la mañana siguiente.
Llegué a casa con el olor celestial del café hecho por mi
compañera de cuarto. Me crucé con Gaby media hora
después mientras salía a clases.
—¿Vas a ir a la exhibición de Mallerton el día 10? —
preguntó.
—Quiero hacerlo. Estoy conservando uno suyo ahora mismo, Lady
Percival. Esperaba averiguar un poco más sobre su procedencia. Ha
sufrido quemaduras y se derritió la laca sobre el título. Realmente quiero
saber qué libro es. Es como un secreto que debo develar.
—¡Sí! —Aplaudió y saltó—. Es su exhibición de cumpleaños.
Fingí contar con los dedos. —Veamos, ¿Sir Tristan tiene como
doscientos veintiocho?
—Doscientos veintisiete, para ser exactos. —Gabriela estaba muy
metida en su disertación sobre el pintor del romanticismo, Tristan
Mallerton, por lo cual, cuando había cualquier cosa relacionada con él, ella
era la primera en la fila.
—Bien, sólo fallé por un año. Nada mal.
Sonrió ampliamente, revelando perfectos dientes blancos y labios
carnosos que me hicieron preguntarme por qué no era la modelo. Los
destellos en su cabello oscuro combinados con su complexión color oliva la
hacían verse exótica. Los hombres siempre estaban encima de mi
compañera, pero ella no quería saber nada. Igual yo, pensé. Hasta que
Pedro apareció y destruyó mi cómoda existencia.
—Planeemos ir juntas, hacerlo toda una noche. Aunque quiero un
nuevo vestido. ¿Te gustaría añadirle un día de compras? —Gaby se veía y
sonaba demasiado emocionada para que le dijera que no.
—Suena excelente, Gaby. Necesito una distracción en mi
repentinamente complicada vida. —Giré la cabeza y gesticulé la palabra
“Pedro”.
Gaby me miró y se cruzó de brazos. —¿Qué les ocurrió a ustedes
dos?
—Quiere una relación. Una de verdad, de las que dormimos juntos,
cocinamos la cena y miramos televisión.
—Y mucho, mucho sexo orgásmico —añadió Gaby y extendió los
brazos—. Ven aquí. Parece que necesitas un abrazo.
Fui a su abrazo y me aferré con fuerza a ella. —Tengo miedo, Gaby—
susurré a su oído.
—Lo sé, cariño. Pero te he visto con él. He visto como te mira. Quizás
esta vez va enserio. No lo sabrás si no lo intentas. —Tocó mi rostro—. Me
alegro por ti, y creo que debes dar un salto de fe. Hasta ahora, el señor
Alfonso está en mi lista buena. Si eso cambiara, si se atreviera a
lastimar uno solo de tus hermosos cabellos, entonces, sus lindas bolas se
transformarán en aceitunas. Por favor, dile que dije eso.
—¡Dios, te amo, mujer! —Reí y me dirigí a clases, pensando en cómo
se lo diría a Pedro.
Tres horas más tarde, él me envió un mensaje.


«Pedro Alfonso: Te extraño, Paula. ¿Cuándo te veo?»


Sonreí al leerlo. Me extrañaba y no temía decirlo. Debo admitir, el
acercamiento directo de Pedro me tranquilizó con el asunto de una
relación. Me resolví y respondí.


«Paula Chaves: Pronto, si no estás ocupado. ¿Puedo ir
a tu oficina?»


Mi teléfono se ilumino casi al instante con un SI enfático junto con
instrucciones de adónde ir, qué elevador tomar, planes para el almuerzo, el
típico modus operandi de mi Pedro. Eso me hizo sonreír. ¿Acabo de decir
mi Pedro? Sí, eso hice, comprendí mientras me metía en la estación del
subterráneo.

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