sábado, 15 de febrero de 2014

CAPITULO 21



Quería detenerme en una farmacia para conseguirme una nueva
prescripción, por lo que me bajé del tren dos estaciones después.
Dirigiéndome a la calle, entre en una farmacia llamada Boots y dejé la
prescripción. Tomé una canasta y busqué otras cosas mientras esperaba
que el farmacéutico la llenara. Una idea se formó en mi mente y la seguí,
tomando cosas de los estantes en mi canasta.
En la fila para pagar, noté a un tipo grandote detrás de mí
esperando con una sola botella de agua. Bueno, en realidad, noté su
tatuaje. Tenía una belleza en la cara interna del antebrazo, una perfecta
imitación de la firma de Jimi Hendrix, el gran espiral de la J tan claro
como si lo hubiera dibujado el mismo Jimi. —Lindo tatuaje —dije,
tomando en cuenta lo realmente grande que era. Al menos uno noventa y
cinco, sólidos músculos, con cabello rubio blanquecino y un rostro que
exudaba confianza. Era un tipo con el cual no querías meterte.
—Gracias. —Sus ojos casi negros se suavizaron ligeramente y
preguntó—: ¿Eres una fan?
Su acento británico me tomó desprevenida por algún motivo,
nuevamente, contrario a su apariencia física. —Una gran fan —respondí
con una sonrisa antes de salir al metro.
Busqué mi iPod en el tren. Podría bien escuchar un poco de Jimi
mientras pensaba qué decirle a Pedro cuando lo viera.
Alfonso Security estaba en Bishopsgate, en el centro de Londres
junto con todos los otros rascacielos modernos. De alguna manera, no me
sorprendió mientras me imaginaba a Pedro detrás de un escritorio, con un
sexy traje, oliendo deliciosamente. Salí del sub en la estación de la calle
Liverpool y comencé a subir a la calle. Me tropecé con un desnivel en la
escalera y me aferré a la barandilla. Mis rodillas se detuvieron, pero mi
bolsa con las compras cayó, y su contenido se desparramó. Murmuré una
maldición mientras me volvía para inclinarme y recuperar todo, y me
encontré con el mismo tipo que había visto en la fila de la farmacia con el
tatuaje de Hendrix.
Me ayudó eficientemente con mis cosas y me pasó la bolsa. —
Cuidado por donde caminas —dijo suavemente y continuó subiendo las
escaleras.
—Gracias —grité a su espalda, cuyos músculos se marcaban bajo
una camisa negra. Apenas había llegado a la acera cuando mi teléfono
sonó.


«Pedro Alfonso: Estoy preocupado. ¿Dónde estás?»
«Paula Chaves: Casi llego. ¡¡¡Paciencia!!!»


El cartel en el vestíbulo decía Alfonso Security International en los
pisos cuarenta a cuarenta y cuatro, pero Pedro me dijo que fuera al
cuarenta y cuatro. Caminé al escritorio de seguridad y le di mi nombre. El
guardia sonrió levemente y me dio una lapicera para firmar. —El señor
Alfonso la espera, señorita Chaves. Si pasa por aquí, le haré una
tarjeta para que pueda entrar directamente en visitas futuras.
—Oh… de acuerdo. —Dejé que el hombre hiciera su trabajo y en
minutos subía al piso cuarenta y cuatro con mi propia tarjeta de
identificación de Alfonso Security. Mi corazón se iba acelerando
mientras me acercaba a mi destino. Tragué un par de veces y me acomodé
la chaqueta negra de cuero. La falda negra y botas rojas a juego no eran
ropa totalmente inadecuada, aunque tampoco fuera lo ideal para una
oficina. De repente, me sentí demasiado consciente de mí misma y esperé
que la gente no me mirara. Odiaba eso.
Con mi cartera en el hombro y mi bolsa de compras de la farmacia
en una mano, salí del elevador hacia un espacio muy moderno y decorado
artísticamente. Había fotografías con marcos blancos y negros de
maravillas arquitectónicas de todo el mundo en las paredes, grandes
paneles de vidrio con vistas a la ciudad, y una bonita pelirroja detrás del
escritorio.
—Paula Chaves , vine a ver al señor Alfonso.
Me miró bastante concienzudamente antes de levantarse del
escritorio. — La está esperando, señorita Chaves. La llevaré a su oficina.
—Sonrió mientras me sostenía la puerta—. Espero que le guste la comida
china.
La seguí y dejé pasar por alto el comentario, pero no porque no
quisiera responder, sino porque todos nos miraban. Cada cabeza en cada
punto de trabajo giró en nuestra dirección y nos miró. Quería meterme en
una grieta del piso y esconderme. Eso sería después de matar a Pedro.
¿Qué demonios había hecho? ¿Envió un correo electrónico a toda la
compañía de que su novia pasaría para darle un oral en su oficina? Sentí
mi rostro calentarse mientras seguía a la linda recepcionista, quien de
hecho tenía un anillo de compromiso en su mano izquierda.
Probablemente sólo lo noté por mi negativa al ver todos esos rostros.
—Guau… todo un comité de bienvenida—murmuré.
—No te preocupes, sólo quieren saber quién es quien llamó la
atención del jefe. Por cierto, soy Eliana.
—Paula —dije. Ella se detuvo y llamó en un magnífico set de dos
puertas de ébano antes de entrar
—Y ella es Francisca, la asistente del señor Alfonso. Francisca, la
señorita Chaves ha llegado.
—Gracias, Eliana —Francisca sonrió y me miró—. Señorita Chaves,
es un placer conocerla. —Estiró la mano y la sacudió firmemente. Me
pregunté si era muy malo estar encantada con el hecho de que la asistente
de Pedro pareciera mayor que mi madre y amara los trajes de poliéster. Mi
medidor de inseguridad bajó unos niveles y le devolví la sonrisa a Francisca.
Aun así, ella fue amable y confiada, como la dueña de su territorio cuando
me señaló el segundo par de puertas—. Por favor, entra, querida. Te está
esperando.

Abrí la puerta de aspecto pesado y entré en la oficina de Pedro.
Cerré la puerta y colapsé contra ella, encontrándome con él, tenía sus ojos
cerrados y la nariz en alto.
—Está bien. Sigue con lo tuyo. Sí. Quiero que reportes cada hora
cuando estés en el campo. Protocolo… —Estaba al teléfono con alguien.
Abrí los ojos y lo vi desde mi lugar contra la puerta. Tan confiado y
hermoso en su traje gris oscuro. ¡Y miren eso, otra corbata púrpura! Esta
tan oscura que era casi negra, pero maldición, se veía bien en ella. Colgó el
teléfono y me miró. Sentí la puerta hacer un clic detrás de mí. Sonrió con
una ceja alzada. Lo miré.
—¡Toda esa gente mirándome, Pedro! ¿Qué hiciste? ¿Enviaste un
correo a toda la maldita oficina?
—Ven aquí y siéntate en mi regazo. —Se alejó del escritorio para
hacerme espacio. Sin ninguna reacción a mi acusación. Sólo una orden
confiada de esa hermosa boca que esperaba que yo cumpliera
inmediatamente.
Bueno, obedecí. Marché con mis botas rojas hacia él y me dejé caer
donde lo ordenó. Me rodeó con sus brazos y me dio un beso. Eso
ciertamente ayudó a mi mal humor.
—Pude haberles dicho a algunas personas que vendrías. —Puso una
mano bajo mi falda, caliente para mí—. No te enojes. Tardaste una
eternidad en llegar y me la pasé preguntándole a Eliana si ya habías
llegado.
—¿Pedro? ¿Qué estás haciendo? —murmuré contra sus labios
mientras esos largos dedos seguían avanzando. Forzó mis piernas a
separarse para poder meterse entre ellas hasta mi vagina.
—Sólo toco lo que es mío, nena. —Siguió el camino hasta las bragas
rojas que llevaba y las hizo a un lado.
Tensé mis músculos en anticipación y me presioné contra él. —
¿Cuántas veces fuiste a preguntar por mí?
—Sólo unas pocas… cuatro o cinco. —Su dedo encontró mi clítoris y
comenzó a frotarlo en círculos, logrando ponerme incoherente como
siempre.
—Esas son muchas veces, Pedro… —Apenas pude decirlo cuando
fui capturada por el placer de sus mágicos dedos. Abrí un poco más las
piernas y monté su mano—. La puerta…
—Tiene cerrojo, cariño. No pienses en nada que no sea yo y lo que te
estoy haciendo. —Pedro me aferró con una mano. No tenía nada que
hacer, salvo concentrarme a donde me llevaba.

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