domingo, 16 de febrero de 2014

CAPITULO 25


Pedro me trajo mi café a la cama a la mañana siguiente.
Me senté contra la cabecera y tiré de la sábana para
cubrirme. Él arqueó una ceja mientras se sentaba en el
borde de la cama y me tendía cuidadosamente la taza.
—Creo que lo hice bien, pero pruébalo y me dices.
Tomé un sorbo e hice una mueca.
—Puse la mitad de crema y tres cucharadas de azúcar—dijo con un
encogimiento de hombros—. Tu misma configuraste la cafetera. Todo lo
que yo hice fue apretar el botón de la máquina.
Lo mantuve esperando durante otro minuto antes de esbozar una
sonrisa y darle otro sorbo a mi delicioso café.
—¿Qué? Solo me aseguraba de que te estás entrenado en la
adecuada preparación del café. Tengo mis exigencias —le guiñé un ojo—.
Creo que lo hizo bien, Sr. Alfonso.
—Tú, malvada mujer, burlándote de mí de esa manera —se inclinó
para besarme, con cuidado por el café caliente—. Me gusta eso de tener la
cafetera preparada desde noche anterior, me preguntó por qué nunca lo
pensé. —Se quedó cerca de mi cara, examinándome intensamente, su
cabello aún desordenado por el sueño y todo el sexo, pero aun así se las
arreglaba para parecer un dios—. Creo que deberías estar aquí todas las
noches para configurarla justo antes de venir a mi cama —Posó su boca a
la derecha de mi cuello y me rozó—. Así yo puedo llevarte tu café por las
mañanas, mientras estás desnuda y hermosa, y mi olor sobre ti tras una
noche de sexo.
Me estremecí por las palabras y las imágenes de esa realidad, pero
todavía había cosas que discutir. Y ese era un problema entre Pedro y yo.
No hablábamos lo suficiente sobre los asuntos que necesitábamos resolver.
Cuando estaba cerca de mí, la ropa volaba, mi cuerpo respondía a él, y
bueno, no había mucho que hablar después de hacer eso.
—Pedro  —dije suavemente, mi mano en su mejilla para detenerle—,
necesitamos hablar de lo que está pasando. ¿El asunto del
guardaespaldas? ¿Pablo? ¿Por qué hiciste eso y no me lo dijiste?
—Iba a decírtelo anoche después de traerte aquí, pero no se
desarrolló de esa manera —su rostro decayó y bajó la mirada—. La ciudad
está llena de extraños ahora mismo, nena. Tú eres una mujer hermosa y
no creo que sea seguro para ti tomar el metro y caminar por todas partes
por tu cuenta. Recuerda al idiota del club.
—Pero yo ya hacía eso antes de conocerte y estaba bien.
—Sé que lo estabas. Y no eres mi novia, tampoco —Me dio una de
sus miradas marca Pedro. El tipo que me hacía tensarme y esperar que
una ráfaga de aire del Ártico me golpeara—. Dirijo una empresa de
seguridad, Paula. Es lo que hago ¿Cómo puedo dejarte ir por todo
Londres cuando yo conozco todos los peligros? —Puso una mano en mi
rostro y comenzó con las caricias de su pulgar nuevamente—. ¿Por favor?
¿Por mí? —Apoyó su frente contra la mía—. Si algo te pasara, me mataría.
Llevé una mano hasta su cabello y hundí mis dedos en él. —Oh,
Pedro, quieres tanto de mí y a veces yo siento que te estoy fallando. Hay
tanto sobre mí que tú no sabes —Comenzó a hablar y le hice callar con
mis dedos sobre su boca—. Cosas que no estoy lista para compartir
todavía. Dijiste que podíamos ir despacio.
Besó mis dedos presionados contra sus labios y luego tiró de ellos
hacia abajo. —Lo sé, nena. Lo dije. Y no quiero hacer nada que nos ponga
en peligro a ti y a mí —Besó mi cuello y me mordió el lóbulo de la oreja—.
¿Podemos hablar sobre un compromiso? —susurró.
Jaloneé su cabello, así dejaría las técnicas de seducción y me miró.
—Primero, necesitas hablarme en serio y no intentar distraerme con sexo.
Eres muy bueno distrayéndome, Pedro. Solo dime qué quieres que haga y
te diré si puedo hacerlo.
—¿Aceptarías tener un chofer? —Alargó un dedo y trazó las cimas de
mis pechos donde la sábana estaba deslizándose—. No más paseos en el
metro y no más llamar taxis en la oscuridad. Tendrás un auto que te lleve
a cualquier lugar al que quieras ir —Hizo una pausa y me inmovilizó con
esos expresivos ojos que me hablaban de su deseo de protegerme—, y yo
puedo tener algo de paz mental.
Tomé otro sorbo del café que me había traído y decidí preguntarme a
mi misma sobre esa señalada cuestión. —¿Y por qué necesitas paz mental
en lo referente a mí?
—Porque eres muy especial, Paula.
—¿Cómo de especial, Pedro? —susurré porque estaba un poco
asustada de oírlo. Yo ya luchaba contra mis propios sentimientos por él.
En muy poco tiempo él me había poseído.
—¿Para mí? Más especial es imposible, nena —Sonrió con su
característica sonrisa e hizo que mi estómago aleteara.
No me dijo que me amaba. Pero yo tampoco se lo había dicho a él.
Sabía que se preocupaba por mí, sin embargo.
Bajó la mirada nuevamente y cogió mi mano libre con la palma hacia
arriba. La cicatriz de mi muñeca a la vista. De la que me avergonzaba e
intentaba esconder, pero era imposible de ocultar cuando está a la luz del
día y yo estoy desnuda. Trazó la línea dentada con la punta del dedo, tan
delicadamente que se sintió como una caricia. No me preguntó como me
hice la cicatriz y yo no me ofrecí a contárselo. El dolor de recordar, sumado
a la vergüenza, me impedía hablar de ello.
Tenía sentimientos por este hombre, pero no podía compartir eso
todavía. Mi indignidad era demasiado fea y horrorosa para exponerla entre
nosotros. Ahora mismo, yo solo quería ser amada. Pedro me quería. Y eso
era suficiente para hacer que estuviera de acuerdo. Pasos de bebé.
Aceptaría sus condiciones de un chofer y él aceptaría mi incapacidad para
compartir mi pasado con él. Iríamos despacio.
—De acuerdo —Me incliné hacia adelante y le besé en la garganta,
por encima de la V de su camiseta, los vellos de su pecho haciéndome
cosquillas en la boca, su olor masculino ya estaba familiarizado con mi
necesidad, junto con la comida, el agua y respirar—. Aceptaré el chofer y
tú me dirás por adelantado lo que estás planeando. Necesito honestidad.
Me gusta seas tan franco conmigo. Me dices lo que quieres para que yo lo
entienda…
—Gracias —Empezó a besarme otra vez. Mi café fue dejado de lado y
la sábana apartada. Pedro se quitó su camiseta y los pantalones de
chándal, los abandonó y se tendió sobre mí. Finalmente conseguí una
buena vista de su cuerpo. Completamente desnudo. A la luz.
¡Dulce, Jesús!
Desde su cincelado pecho y apretados pezones bajando hasta su
impresionante y hermosa polla, yo estaba hipnotizada. Él estaba esculpido
esmeradamente, nada raro, simplemente masculino.
Se detuvo y ladeó la cabeza. —¿Qué?
Lo empujé de nuevo, así que se sentó sobre sus rodillas y tiró de mí
hacía él. —Quiero mirarte —Arrastré mis manos sobre él, sobre sus
pezones y ese corte en V, el cual era tan pecaminosamente esculpido que
era realmente injusto para el resto de la población masculina, hasta sus
muslos duros con músculos y espolvoreados con vello oscuro. Me permitió
tocarle y controlar el momento—. Eres muy hermoso, Pedro.
Él hizo un sonido con su garganta y su cuerpo se estremeció.
Nuestros ojos se encontraron y hubo un intercambio; una comunicación
de sentimientos y un entendimiento de hacia dónde nos estábamos
dirigiendo con esta fuerza que nos conectaba.
Bajé la vista hacia su miembro, duro y palpitante. Una gota en la
punta confirmó que él ya estaba listo para mí. Lo deseaba tanto que dolía.
Quería darle placer y hacerle perder el control como él lo hacía conmigo,
hacerlo explotar en un millón de fragmentos. Bajé la cabeza y tomé su
hermosa polla en mi boca. Conseguí mi deseo unos pocos minutos más
tarde.
Explotamos en la ducha también, o debería decir que yo lo hice
cuando me apoyó en la esquina, se puso de rodillas y me devolvió el favor.
El sexo nunca tenía fin con éste hombre.
Él y yo estábamos a bordo de este tren, teníamos una tarjeta de
viajero frecuentemente. 
No había tenido tanto sexo en…

No vayas allí y no arruines éste momento con él.

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