miércoles, 19 de febrero de 2014

CAPITULO 35





Pasó una semana antes de que enviara a Paula mi carta. La más
jodida y larga semana de mi vida.
No era exactamente cierto, pero fumé los suficientes Djarum como
para declararme en bancarrota o que me diera un cáncer. Le ordené al
florista flores purpuras y que incluyera la carta. Era domingo por la tarde
cuando las ordené y el florista me dijo que serían enviadas el lunes. Se las
envié al trabajo en lugar de su apartamento. Sabía que estaría ocupada
con la universidad y quise esperar hasta que sus exámenes finales
hubieran terminado y acabado.
Paula y yo no hemos terminado y acabado. Ese es el mantra que
continúe diciéndome durante esos días porque era la única opción que
podría aceptar.


Te hacen creer cosas que no son ciertas. Te lo dicen
tantas veces que aceptas que lo que te dicen es la
verdad, no mentiras. Sufres como si fuera la verdad. La
tortura más eficaz no es la física, es la mental, por
supuesto. La mente puede imaginar pesadillas mucho
más horribles que tú nunca podrías soportar físicamente, también la
mente puede desconectarse de los dolores físicos cuando el dolor supera lo
que tu cuerpo puede soportar.

Los nervios en mi espalda gritan como si me hubieran vertido ácido
sobre mi piel destruida. El dolor me dejó sin aliento, era tan agudo. Me
pregunté cuando tiempo pasó hasta que me desmayé, y si lo hice, si iba a
despertar otra vez en esta vida. Dudé poder caminar más de unos pocos
metros. Apenas podía ver con la sangre en mis ojos y los golpes en la
cabeza. Moriría aquí, en este infierno, y probablemente pronto. Esperaba
que fuera pronto. Sin embargo, mi padre y Luciana no podían verme aquí.
Esperaba que nunca se enteraran de cómo fue mi fin. Rogué que no hubiera
un video de mi ejecución. Por favor, Cristo, no un video de eso…
La suerte es al azar. No tuve suerte cuando emboscaron a nuestro
equipo. No hubo suerte cuando mi arma se atascó. No hubo suerte cuando
no morí en el intento de evadir la captura. Esos hijos de puta aprendieron
técnicas de los rusos. A ellos les encantaban tener prisioneros occidentales.
¿Y a las Fuerzas Especiales Británicas? Era una maldita corona de joyas. Y
totalmente prescindible para mi país. La suerte del azar. Un sacrificio por el
bien común, por la democracia, por la libertad.
—Haremos que nos observes cuando la follamos. Gritará como la puta
que es. Una puta estadounidense que hace fotografías desnuda —Escupió
en mi cara y tomó un mechón de mi pelo para tirar mi cabeza hacía atrás—.
Tan repugnantes sus mujeres… que se merecen todo lo que les pasa. Ser
usada como una puta sucia. —Se rió de mí.
Lo miré fijamente y memoricé su rostro. Nunca lo olvidaré y si tuviera
la oportunidad le cortaría la lengua en primer lugar, antes de matarlo.
Incluso si matarlo era una simple imaginación en mi mente. Él desconocía lo
que pensaba. Por dentro estaba congelado de miedo. ¿Cómo permití que la
encontraran? Quería implorar pero no lo hice. Sólo miré fijamente y sentí mi
corazón latiendo en mi pecho, comprobando mi condición de ser viviente. Por
ahora.
—Cada guardia tendrá un turno entre sus muslos. Luego, cuando su
lujuria afloje, será cuando follemos su boca. Tu sabes, cuando estás a punto
de terminar —Sostuvo mi cuello y arrastró su dedo por mi garganta—. Ya
estás rogando por misericordia como el cerdo que eres… a punto de ser
sacrificado. No te sentirás orgulloso de eso —Se rió en mi cara, sus dientes
amarillos parpadeando debajo de su barba—. Y entonces mataremos a tu
puta estadounidense de la misma manera….

Me levanté de la cama jadeando, mi mano en mi pene y chorreando
sudor. Me apoyé en la cabecera y vi donde me encontraba… y agradecí
donde no estaba. Ya no estás ahí. Sólo fue un sueño. Eso fue hace mucho
tiempo…
Mi pesadilla era una recapitulación de toda la mierda que me ha
pasado en un brebaje espantoso. Cerré los ojos con alivio. Paula no fue
parte del horror de Afganistán. Ella era del aquí y ahora. Paula vive en
Londres, trabajando y estudiando por su título de posgrado. Fue solo tu
subconsciente mezclando todo lo que es malo. Paula está segura en la
ciudad.
Ella ya no esta conmigo.
Miré mi polla, dura y caliente y envolví mi puño alrededor del eje.
Cerré los ojos y me comencé a acariciar. Si mantenía los ojos cerrados
podía recordar ese día en mi oficina. Necesitaba esa liberación en estos
momentos. Tenía que correrme, así podía detener la sangrienta invasión
que me jodió en la pesadilla. Lo que sea funcionaría. Sería una solución
temporal, pero tenía que hacerlo.
Lo recordaba. La primera vez que vino a verme. Llevaba botas rojas y
una falda oscura. Le dije que se sentara en mi regazo e hice que ella se
corriera. Un espectáculo jodidamente sexy en mi oficina. Ella se veía
hermosa desmoronándose en mis brazos, por lo que le hice, por lo que le
hice sentir.
Paula se tuvo que alejar de mí y yo no quería. Recuerdo que se bajo
de mi regazo. Pero cuando se arrodilló y me tocó a través de los
pantalones, lo comprendí. Quería chuparme. Supe que la amaba en ese
momento. Lo supe porque ella era honesta y generosa sin artificios. Era
real y perfecta y mía.
Ahora no está. Te dejó.
Mantuve mis ojos cerrados y recordé la visión de sus hermosos
labios en el extremo de mi polla y tomándome. Cuan mojada y caliente se
sintió su boca cuando me tomó la primera vez. Cuan hermoso fue el
momento cuando tragó saliva y me miró de esa manera sexy y misteriosa
que tiene. Nunca sé lo que está pensando. Es una mujer después de todo.
Recuerdo todo, los sonidos que hacía, su pelo largo cayendo en su
rostro, el tobogán resbaladizo contra sus labios cálidos, ese apretón en el
eje mientras ella se retorcía y me llevaba profundo en su hermosa boca.
Recuerdo ese momento especial con Paula mientras yo llego a un
clímax vacío en mi presente patético y solitario. Tenía que recordar o me
vendría abajo. Grité cuando el esperma salió disparado de mi polla en una
carrera dolorosa por todas las sábanas de mi cama, brillante blanco contra
el negro. ¡Debería ser ella! Jadeé contra la cabecera y dejé que la liberación
se extendiera por todo mi cuerpo, enfurecido de que me acababa de
masturbar con un recuerdo de ella, como un monstruo desesperado.
No me podía importar menos el desorden. Las sábanas se pueden
lavar. Mi mente no.
Puedo recordar cada vez que estuve con ella.
El vacío que me invadió fue casi algo cruel, y el clímax
definitivamente no sustituye a uno real. Muy hueco e inútil por completo.
«¡Ni de broma, Oscar! Es demasiado atractivo como para recurrir a su
mano para tener un orgasmo»
Sí, claro. Me levanté y quité las sábanas de la cama y me dirigí a la
ducha. Solamente ella podía ser suficiente.

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