miércoles, 19 de febrero de 2014

CAPITULO 36




Me llamó esa tarde a mi móvil. Perdí su llamada por culpa a una
tonta reunión. Quería golpear a los idiotas que ocuparon mi tiempo, pero
en cambio escuché su voz en el correo de voz.
—Pedro, yo… yo recibí tu carta. —Su voz sonó débil y la necesidad
de ir a su lado era tan grande que no sé como me las arreglé para
contenerme—. Gracias por enviarla. Las flores son hermosas también.
Sólo… sólo quería que supieras que hablé con mi papá y me contó algunas
cosas…
Perdió su compostura. Pude oír los sonidos de llanto ahogado. Me
rompió el corazón. —Me tengo que ir… quizás más tarde podemos a hablar
—susurró lo último—: Adiós, Pedro. —Y luego colgó.
Pensé que rompería la pantalla de mi móvil apretando los botones
para volver a marcar, orando que contestara y hablara conmigo. El tiempo
pasó interminablemente mientras la llamada conectaba. Uno, dos, tres. Mi
corazón latía con fuerza y la necesidad de aire iba aumentando…
—Hola. —Sólo una pequeña palabra. Pero era su voz y se estaba
dirigiendo a mí. Podía oír ruidos de fondo. Como tráfico.
—Paula… ¿cómo estás?Parecías triste en el mensaje.Me
encontraba en una reunión… —Me detuve al notar que comenzaba a
divagar. Obligué mi boca a cerrarse y desesperadamente deseé un amado
cigarro de clavo negro.
Respiró fuerte en el interceptor. —Pedro, dijiste que llamara si algo
extraño sucedía…
—¿Qué paso? ¿Estás bien? ¿Dónde estás? —Sentí que se me helaba
la sangre con sus palabras y el sonido de su voz—. ¿Estás afuera?
—Estoy en la calle en estos momentos. Tuve que salir un rato y
tomar un descanso.
—Voy por ti. Dime dónde estás.
Se mantuvo callada. Podía oír los autos moviéndose a su alrededor y
odiaba verme obligado a soportar la visualización imaginaria de donde se
encontraba en ese momento. Sola en la calle. Vulnerable. Sin protección.
—¿Puedes decirme, por favor? Necesito verte, tenemos que hablar. Y
quiero oír lo que te preocupaba lo suficiente como para llamarme y
dejarme un mensaje. —Más silencio—. Nena, no puedo ayudarte si tu no
me lo permites.
—¿Lo viste? —Su voz cambió, llegando a ser dura.
—¿Ver qué? —Juro que sólo quería ir con ella y tenerla en mis
brazos. Su pregunta no la entendí al principio. El frío silencio en el otro
extremo me ayudó a entenderlo.
—¿Lo viste, Pedro? Responde mi pregunta.
—¿El sex tape tuyo y de Pieres?
Ella hizo un sonido de angustia.
—¡Mierda, no! Paula… —El hecho de que incluso me preguntará tal
cosa me molestó—. ¿Por qué iba a hacer eso?
—¡Es escasamente un sex tape! —gritó en mi oído. El pecho me dolía
como si un cuchillo hubiera sido empujado.
—Bueno, ¡eso es lo que tu padre me dijo que era! —le grité de vuelta,
confundido por su cuestionamiento y por la jodida conversación que
estábamos teniendo. Si pudiera hablar con ella en persona, hacer que me
miré a los ojos y me escuche, entonces tendría una oportunidad. Pero este
argumento se ha roto y no nos lleva a ninguna parte. Traté de hablar en
un tono más razonable—. Paula, por favor, dime donde estás.
Lloraba otra vez. Podía oír el suave sonido de ella contra los sonidos
más tenues del tráfico. No me gustaba que estuviera conduciendo sola,
tampoco. Los autos de la calle pasándola con exceso de velocidad, los
hombres mirándola, indigentes pidiendo su limosna….
—¿Qué demonios te dijo, Pedro? ¿Qué te dijo mi padre de mí?
—No quiero hacer esto por teléfono…
—Cuéntame. —Y luego el silencio.
Cerré los ojos con miedo, sabiendo que no aceptaría más que la
brutal verdad, odiaba como el infierno decirle, pero sabía que tenía que
hacerlo. ¿Cómo empezar? No sabía de otra manera que sencillamente
soltarlo. Envié una oración silenciosa a mi madre para que me diera
fuerza.
—Me dijo que tú y Pieres salieron en el instituto. Cuando tenías
diecisiete Pieres hizo un video sexual sin tu conocimiento y lo difundió.
Abandonaste la escuela y tuviste problemas después de eso. El Senador
envió a su hijo a Irak, y tú viniste acá para estudiar y empezar de nuevo.
Ahora el Senador está tratando de ganar la elección como vicepresidente y
quiere asegurarse de que nadie nunca vea el video… o escuche de él. Tu
papá me dijo que uno de los compañeros de Pieres ha muerto en una
inusual circunstancia y le preocupa la gente conectada a ese video…
incluyéndote a ti. Le preocupa lo suficiente como para contactarme y
pedirme un favor, que te cuide y esté pendiente de que nadie se acerque a
ti.
Qué no daría por un cigarro ahora mismo. El silencio en el otro
extremo fue doloroso de soportar, pero después de unos pocos latidos
interminables oí el sonido de las palabras que quería escuchar. Palabras
que podía trabajar. Algo que comprendía y que yo podía hacer algo al
respecto. —Eso me asusta.
Alivió se apoderó de mí al escuchar eso. No es que ella estuviera
asustada, pero sonó como si me necesitada. Como si me dejara volver a
entrar. —No dejaré que nada ni nadie te lastime, nena.
—Recibí un mensaje extraño en mi celular hace dos días. Un
hombre. De algún periódico. No sabía que hacer, y luego, cuando recibí tu
carta hoy… leí que dijiste sobre llamarte si alguien hacía algo que me
molestara.
La sensación de alivio se desvaneció al instante. —¡Basta de esta
mierda, Paula! ¿Dónde estas? ¡Voy a buscarte! —Me arrastraría por el
jodido teléfono si las leyes de la física me lo permitieran. Necesitaba llegar
a ella y eso era todo, y punto. Al demonio con el desastre sangriento,
necesitaba a Paula a mi lado donde pudiera poner mis manos en ella.
—En el extremo sur del puente de Waterloo.
Por supuesto que estás ahí. Rodé mis ojos. Sólo oír la palabra
Waterloo me molestaba.—Me voy ahora.¿Puedes ir a Victoria
Embankment y esperarme ahí? Puedo encontrarte más rápidamente de
esa forma.
—De acuerdo. Iré al obelisco. —Sonó mejor para mí. Con menos
miedo y el sentimiento hizo maravillas a mi nivel de estrés. Iría a buscar a
mi chica. Puede que ella no lo supiera todavía, pero de hecho, eso era lo
que sucedería.
—Con eso basta. Si alguien se acerca a ti mantente en espacios
abiertos donde hay gente cerca —Seguí hablando con ella mientras se
abría camino hacia la Aguja de Cleopatra a pie, a la vez que yo conducía
como un demonio y evitaba una manifestación.
—Estoy aquí —dijo.
—¿Hay personas a tu alrededor?
—Sí. Hay gente corriendo, algunas parejas y personas paseando a
sus perros.
—Bien. Estoy estacionándome ahora. Te encontraré —Terminé la
llamada.
El corazón latía con fuerza en mi pecho mientras encontraba un sitio
para estacionarme y comenzaba a caminar hacia el terraplén. ¿Qué
pasaría? ¿Se resistiría a mí? Yo no quería reabrir nuestras heridas, pero
joder, no dejaría esta situación para otro día. Le pondría fin ahora. Hoy. Lo
que sea que tuviéramos que arreglar se solucionaría aquí, en este
momento.

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