miércoles, 19 de febrero de 2014

CAPITULO 37




El sol comenzaba a ponerse cuando la vi. Sus pantalones cortos
abrazaban su cuerpo como una segunda piel. Estaba de espalda a mí
mientras se inclinaba sobre la barandilla para contemplar el río, el viento
soplaba su coleta hacia un lado, una larga pierna doblaba hacia la
barandilla con sus manos descansando elegantemente en el borde.
Reduje la velocidad porque simplemente quería disfrutar de su
imagen. Finalmente la veía después de una semana de hambre. Estaba
justo frente a mí. Paula.
Necesitaba poner mis manos en ella. Hormigueaban por abrazarla y
tocarla. Pero ella se veía diferente —delgada. Cuanto más cerca estoy, más
notable es. Cristo, ¿Dejó de comer desde la semana pasada? Debió haber
perdido casi tres kilos. Me detuve y la miré fijamente, ira mezclándose con
preocupación, pero entendiendo que toda la mierda con su pasado era
mucho más grande de lo que yo había pensado. Afortunadamente para
nosotros, podemos estar jodidos juntos.
Se giró y me encontró. Nuestros ojos conectaron y algún tipo de
poderosa comunicación fluyó a través de la brisa entre nosotros. Paula
sabía como me sentía. Debía de saberlo. Se lo dije muchas veces. Sin
embargo, ella nunca pronunció las palabras que yo le dije. Aún esperaba
escuchar esas dos palabras provenir de ella. Te amo.

Dijo mi nombre. Lo leí en sus labios. No pude escuchar el sonido a
través del viento, pero vi que ella, efectivamente, dijo mi nombre. Parecía
tan aliviada como yo me sentía al verla en una pieza y a unos cuantos
pasos de distancia el uno del otro. Y absolutamente hermosa para mí,
como ella siempre lo era y siempre lo sería.
Pero yo me detuve en mi lugar. Si Paula me quería debía caminar
hasta aquí y demostrarme como se sentía. Me mataría si ella no lo hacía,
pero el consejo de mi padre era cierto. Todo el mundo tiene que seguir su
corazón. Yo seguí el mío. Ahora Paula necesita hacer lo mismo.
Se bajó de la barandilla y mi corazón dio un vuelco cuando ella se
detuvo. Casi como si estuviera esperando a que yo hiciera un gesto o fuera
a buscarla. No, nena. No sonreí y ella tampoco, pero ciertamente hicimos
contacto.
Vestía un top deportivo color turquesa que abrazaba sus pechos y
me hizo pensar en ella desnuda y debajo de mí, mis manos y boca
tomándola. La deseaba tan fuerte que dolía. Supongo que enamorarte de
alguien te provoca eso —Un tipo de dolor que no tiene cura. Paula era mi
cura. Imágenes de ella y yo haciendo el amor pasaron por mi cabeza
mientras esperaba por ella; las escenas de mis deseos rodaban sin cesar
con un anhelo que me quemaba desde adentro hacia afuera. Estoy
quemándome por Paula.El Sr. Keats seguro sabía de lo que hablaba en
sus poemas.
Extendí mi mano y posé mi mirada en la suya, pero mis pies se
quedaron plantados.Y luego vi el cambio. Un parpadeo en sus
encantadores ojos. Entendió lo que yo estaba pidiéndole. Lo comprendió. Y
nuevamente recordé cuan bien nos entendíamos en el nivel más
fundamental. Paula me comprendía, y eso sólo incremento aún más mi
hambre por ella.
Caminó hasta que extendió su brazo. Acercándose hasta que
nuestros dedos se tocaron, su pequeña y elegante mano descansando
entre la mía, mucho más grande. Mis dedos envolvieron su muñeca y le di
un apretón firme para tirar de ella el resto del camino. Justo en mi pecho,
cuerpo a cuerpo. Envolví mis brazos alrededor de ella y hundí mi cabeza
en su pelo. El aroma que conocía y ansiaba subía por mi nariz y entraba
en mi cabeza otra vez. Tenía a Paula de nuevo.

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