miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 103




Sus ojos se encendieron con pasión mientras su boca descendía hacia la
mía, abriéndola por completo para cubrirme los labios y devorarlos. Yo
gemí de placer y le dejé entrar. Pedro sabía besar. No me gustaba imaginar
lo mucho que habría practicado, pero valoré su talento mientras su lengua
me exploraba a fondo. La presión de su peso sobre mí no hacía sino
acentuar mi estado.
Atacó mi labio inferior, mordisqueándolo y lamiéndolo, antes de soltarlo
con un suave ruido de succión.
—Has huido de mí —me regañó, con su boca sobrevolando justo encima
de la mía.
—Me manoseaste el culo —dije con un tono indignado—, lo que hace
que salga corriendo, por cierto. No creas que voy a olvidar también esto,
Alfonso.
—No puedo resistirme a tu culo, jamás. Ahí está, lo dije como tú —
añadió mientras me lamía el lóbulo de la oreja—. A ti en cambio te gustan
mis besos.
—Sinceramente, podría vivir sin tus besos —mentí, poniendo una cara
inexpresiva que no podría sostener más de dos segundos.
—Está bien…, ¿de modo que no te importará si no te beso nunca más?
—bromeó, inclinando su frente para tocar la mía cuando giré la cabeza.
Entonces mis ojos vislumbraron la casa y no pude evitar quedarme
mirándola. Pedro siguió mi ejemplo y suspiró—. Santo cielo.
Los dos nos quedamos contemplando la grandiosa fachada de una
bellísima casa georgiana de piedra gris que se alzaba justo en el saliente
del litoral dominando el mar. Me quitó el aliento, con sus hileras de
ventanales, su tejado alto, angosto, puntiagudo. No era una mansión
enorme pero estaba situada en un lugar perfecto y tenía un diseño elegante.
Apostaba a que la vista desde las ventanas que daban al mar era
sobrecogedora.
Pedro se apartó para ponerse de pie en primer lugar y después me ayudó
a mí a levantarme.
—Guau. —No tenía más palabras que decir en ese momento.
—Está aquí oculta, tan en secreto… No tenía ni idea de que sería así…,
o ni siquiera de que existiera —dijo entrelazando su mano con la mía—.
Vayamos a echar un vistazo. Quiero contemplar las vistas desde la parte
trasera.
—Me has leído el pensamiento —contesté mientras le daba una
juguetona palmada en el culo con la otra mano.
—Y tú estás muy pero que muy traviesa hoy.
Me agarró la mano con la que le había azotado y la llevó hasta sus labios
para besarla, como había hecho tantas veces conmigo en el pasado, pero
era algo de lo que nunca me cansaba y que jamás dudaba que haría. Pedro
poseía un conjunto de dones que combinaba el chico-malo- dios del sexo
con un caballero romántico y cortés; algo tan inusual y cautivador que yo
era incapaz de resistir la atracción. Le sonreí y no dije nada.
—Tendré que pensar un buen castigo acorde con tus delitos.
—Haz lo que te plazca —le respondí con descaro mientras rodeábamos
la casa hacia los jardines. Los jardines de la parte posterior eran increíbles.
Podía imaginar a los antiguos propietarios haciendo fiestas aquí en días
soleados, con la vista de la costa de Gales al otro lado de la bahía. Pensé en
la de horas que habrían pasado pintando esta escena que yo contemplaba
justo ahora. Me apostaría todo a que muchas.
Paseé más lejos por el césped, hasta donde este se encontraba con las
piedras de la costa. Ahí, incrustada en la base, había una estatua de un
ángel. No era solo un ángel, sino más bien una sirena con alas
de ángel, con finos detalles y tranquila en medio del viento. En la base de
la estatua había un nombre tallado: Horacio.
Pedro se acercó por detrás y se abrazó a mí con fuerza, su barbilla
descansando encima de mi cabeza.
—El nombre de tu padre —dije a media voz—. La estatua es
cautivadora. Una sirena alada. Es increíble, y nunca había visto nada
parecido. Me pregunto quién sería Horacio.
—Quién sabe. Este sitio tiene como mínimo doscientos cincuenta años
de antigüedad y no creo que haya estado ocupado, incluso aunque no haya
estado a la venta estos últimos años. Luciana y Angel deben de saber si
hubo gente viviendo aquí.
—¿Quién no querría vivir en una casa tan hermosa? —dije mientras me
giraba para mirarle.
—No lo sé, nena. No me malinterpretes, me encanta la ciudad, pero el
campo también tiene su encanto —argumentó admirando de nuevo la casa
—. Quizá murió alguien, o eran demasiado mayores y no podían
mantenerla.
—Puede que tengas razón. No obstante, es triste que algo así se
desprenda del legado familiar. Imagina si Luciana y Angel hubieran
perdido Hallborough.
—Habría sido trágico. Ella ama esa casa, y es el lugar perfecto para criar
niños.
—Toda esta zona es fascinante. Estoy muy contenta de haber venido hoy
por aquí y haber descubierto este camino. Es como encontrar un lugar
secreto y escondido. —Me puse de puntillas para besarle—. Gracias otra
vez por traerme aquí. Es maravilloso estar fuera contigo.
Pedro me rodeó con sus brazos y me besó justo debajo de la oreja.
—Sí, lo es —susurró.
Comenzamos el regreso a Hallborough, con el brazo de Pedro
rodeándome suavemente. Incliné la cabeza hacia él, feliz por confiar y por
las fuerzas que me daba. De pronto algo pasó por mi cerebro. Era la
imagen de los dos, como estábamos justo aquí en este momento, con el
enorme brazo de Pedro sobre mis hombros, cerca de mí. Supe entonces que
al final se saldría con la suya. Tendría todo lo que me había pedido.
Mudarme con él, comprometernos y, seguramente, incluso la boda.
Dios mío.
Pedro era un verdadero as jugando sus cartas.

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