miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 107


Por qué los peces no van a la escuela? —me preguntó Delfina.
Me encogí de hombros con un gesto exagerado.
—No tengo ni idea de por qué los peces no van a la escuela. ¿Tú lo
sabes?
Ella asintió con la cabeza muy seria.
—Porque se les mojan los libros.
Me reí de su carita engreída, manchada de helado de fresa, que atacaba
por un nuevo ángulo su cucurucho medio derretido.
—¿Quieres un poco, Rags? —Le ofreció su manjar al golden retriever
que estaba sentado de manera fiel bajo la mesa al aire libre.
Rags dio un par de lametazos con su larga lengua rosa y yo fruncí el
ceño. Delfina me miró para ver lo que iba a decir, menudo diablillo era. Yo
me encogí de hombros.
—No me importa si quieres babosos gérmenes de perro en tu helado.
Haz lo que quieras.
Ella soltó una risita y dio patadas a la silla al mover las piernas.
—Paula habla raro.
—Lo sé. Se lo llevo diciendo desde hace mucho tiempo, pero no me hace
caso. —Negué con la cabeza con tristeza—. Lo sigue haciendo. —Saqué el
móvil para hacerle unas fotos y comenzó a posar en el momento en que se
dio cuenta de lo que estaba haciendo. Me partía de risa con Delfina, era
indomable. A sus padres les esperaba una buena cuando llegara a la
adolescencia. Dios mío.
Más risitas.
—Habla como las palabras de Bob Esponja.
Abrí la boca fingiendo sorpresa.
—¿Sabes qué? ¡Tienes razón! ¿Se lo dirás? —Ella se encogió de
hombros—. Es simpática y creo que no puede evitarlo. —Delfina me echó una
mirada de censura y volvió a su helado de fresa. Parecía querer decir: Solo
un auténtico gilipollas se burlaría de la forma de hablar de alguien, idiota.
No podía negar que era hija de su madre.
—Bien hecho, Pepe. Dejar a tu sobrina compartir el helado con el perro. Lo
he visto todo desde el escaparate de la tienda. —Luciana parecía indignada
con los dos cuando llegó—. Me voy un par de minutos…
—Ha dicho que no le importaba, mamá —interrumpió Delfina, que me
vendió sin pensarlo.
—Oh, yo creo que Ragssey está bastante sano. —Le di al perro una
palmadita en la cabeza—. ¡Y tú eres una pequeña traidora! —Señalé a Delfina
con el dedo—. Pues denúnciame, Lu. Yo aquí solo soy el tío. Dejarla
campar a sus anchas sin miramientos es mi trabajo.
—Sí, bueno, yo no tengo el trabajo de tía permisiva… todavía.
Le lancé una mirada y distinguí algo en su expresión. No estaba seguro
de qué, pero reconocía la sospecha en mi hermana solo con verla. Tenía la
mente ocupada.
—¿Qué significa ese comentario tan críptico?
—Tú y Paula. —Negó un poco con la cabeza—. Esto es realmente
serio, ¿verdad? Nunca te he visto así.
Miré hacia el mar, con sus millones de ondas cegadoras, y me ajusté las
gafas de sol.
—Quiero casarme con ella.
—Me lo imaginaba… Bueno, suponía que ibas a ir por ese camino. Lo
que he hablado con ella esta mañana prácticamente lo ha confirmado, y
luego, cuando ha dicho que necesitaba una siesta, he empezado a atar
cabos.
¿Y qué tiene que ver en esto que Paula necesite una siesta?
—Entonces ¿lo apruebas? —pregunté.
Luciana me miró con curiosidad.
—¿Que si apruebo que Paula y tú se casen? Pues claro que te apoyo.
Quiero que seas feliz y si la quieres y ella te quiere a ti…, bueno, pues
entonces así es como tiene que ser. —Me alcanzó la mano por encima de la
mesa—. Esto pasa muchas veces. Nadie es perfecto. Angel  y yo empezamos
de la misma forma,Pepe, y no cambiaría absolutamente nada de nosotros o de
cuando llegaron nuestros hijos. Son una bendición.
Le cogí la mano y le di un beso.
—De verdad que lo son, y puede que algún día…, pero una familia no
entra en los planes ahora mismo. Solo estoy intentando que se acostumbre
a la idea de atarse para empezar.
Luciana pareció aliviada.
—Oh, bien. Ahora me cae aún mejor. Debo admitir que estaba
preocupada por si te habían atrapado y odiaba pensar que te pasara eso,
hermanito. Me alegro por ti si es algo que quieres.
Resoplé.
—Sí, claro…, ella es la que necesita que la atrapen. Es muy difícil hacer
que Paula se comprometa y le asusta tener una relación. Seré afortunado
si consigo llevarla al altar de aquí a un año. Estoy intentando convencerla
de que un noviazgo largo funcionará mejor.
Luciana asintió lentamente con la cabeza, como si estuviera asimilando
la información.
—Así que esperaran hasta después para celebrar la boda… Es una
opción, pero papá lo va a odiar. Recuerda cómo se puso cuando Angel y
yo nos precipitamos con Teo. Papá nos hizo casarnos en un mes. —Se
burló de las palabras que dijo mi padre en aquel entonces—. «¡Ningún
nieto mío será un bastardo! A tu pobre madre se le rompería el corazón si
estuviese aquí para verlo…».
—¡¿Qué?! —Me quedé boquiabierto—. Paula no está…, o sea, estás
muy equivocada si eso es lo que estás insinuando. —La fulminé con la
mirada, estupefacto por sus elucubraciones—. Creías que… —Negué
enérgicamente con la cabeza—. ¡No, Lu! Mi chica no está embarazada.
Es imposible. Ha sido muy cuidadosa con la píldora. La veo tomársela cada
mañana. Joder, estoy seguro de que la he escuchado esta mañana en el baño
cogiendo sus pastillas.
Luciana negó lentamente con la cabeza; sus ojos grises parecían
compasivos y extrañamente sabios, pero aun así no me lo tragaba.
—¿Crees que está embarazada? ¿Y que por eso me quiero casar con
ella? —Estaba realmente estupefacto y me pareció un insulto que mi
hermana nos imaginara tan irresponsables—. No podrías estar más
equivocada, Lu. ¡Dios! Oh, mujer de poca fe —dije con desdén mientras
cogía mi café.
—Entonces quizá ustedes dos deberían hablar con Angel —comentó
ella—, porque yo me apostaría mi casa a que Paula está muy embarazada
y a que van a ser padres te guste o no.
Me atraganté con el café y asusté al perro, que se dio contra la pequeña
mesa y la hizo repiquetear en mitad del patio adoquinado.
Luciana bajó la vista hacia Delfina, que para todos los efectos parecía estar
escuchando cada palabra de nuestra conversación.
—Sé buena y lleva a Rags al césped para que juegue, ¿vale?
Delfina reflexionó un momento antes de decidir que enfrentarse a su madre
era inútil y se marchó con Rags como le había pedido, con el helado
derretido en la mano.
Se me aceleró el ritmo cardiaco al instante y sentí miedo combinado con
ansiedad y entusiasmo, todo al mismo tiempo.
—No vamos a hablar con Angel…, ¡espera un puñetero segundo,
Luciana! Pero ¡¿qué narices?! Quiero saber lo que te hace estar dispuesta a
apostar tu magnífica casa a que está embarazada. —Ahora estaba gritando
—. ¡Dímelo! —Me pasé la mano por la barba y sentí brotar el sudor
mientras miraba enfurecido a mi hermana y esperaba que dejara ya ese
equivocado intento de gastarme una broma.
Luciana miró alrededor de la zona del patio de la tienda de golosinas y
sonrió con amabilidad a los demás clientes, que ahora nos ponían mala
cara.
—Frena, hermano. ¿Y si damos un paseo? —Cogió sus bolsas, se puso
de pie y me brindó una mirada paciente que decía claramente: Escucha a tu
hermana mayor, pedazo de idiota.
Pensé en dejar a mi hermana y a mi sobrina allí mismo, en el centro del
pueblo, volver corriendo a la casa a por Paula, subirla en el Range Rover
y conducir de vuelta a Londres. Podríamos alejarnos de aquí y fingir que
todo esto solo había sido un extraño e imposible sueño o malentendido. Lo
pensé en serio. Durante unos cinco segundos.
De algún modo me puse de pie a pesar de que de repente me fallaban las
rodillas, cogí la bolsa con la compra de la tienda de antigüedades en la que
habíamos parado antes y seguí a mi hermana.
—¿De cuánto es el retraso? —preguntó Luciana mientras andábamos.
—¿Retraso? ¡Joder, yo no sé nada de esas cosas! Dijo que las pastillas
que se toma hacen que se le retire la regla algunas veces.
—Ah, entonces no se enteraría si tuviese un retraso. Tiene sentido. Me
ha contado que anoche vomitó. Ha dicho que tuviste que parar a un lado de
la carretera. También ha mencionado que anoche además estaba mareada.
—Sí, ¿y qué? —dije yo a la defensiva—. A lo mejor fue algo que le
sentó mal.
Luciana me dio un golpe en el hombro.
—No seas tonto. He tenido tres hijos, Pepe, conozco los síntomas del
embarazo y mi marido es médico. Sé de lo que estoy hablando.
Sentí una línea de sudor por mi espalda.
—Pero… no puede ser.
—Oh, deja de quejarte y cuéntame los hechos. Te aseguro que puede ser.
¿Qué pasó cuando Paula se mareó?
—Tuvo que sentarse y dijo que tenía sed.
—La sed es un síntoma —explicó Luciana con sonsonete.
—Joder, y después de eso tuvo que vomitar. Oh, Dios.
—Algunas mujeres tienen náuseas matutinas por la noche —anunció—,
Angel incluso te dirá que es muy común.
—¿Qué más te pasaba a ti?
—Me podría muy malhumorada y sensible. Es por las enormes
cantidades de hormonas descontroladas.
Visto. Mi broma sobre su transformación en Medusa de hacía un par de
semanas de repente ya no le hacía gracia.
—Extremo cansancio, necesidad de siestas. —Giró la cabeza todo lo que
pudo hacia un lado—. Nunca en mi vida he dormido la siesta excepto las
tres veces que he estado embarazada.
Visto. Paula estaba durmiendo ahora mismo en casa de mi hermana.
Yo quería un cigarro y luego otro, y seguir hasta terminarme el paquete
entero.
—Los pechos se vuelven muy sensibles al tacto, un poco doloridos. De
nuevo, son las hormonas que están empezando el proceso de lactancia para
alimentar al bebé.
Me quedé pasmado mirándola, estoy seguro de que tenía la boca abierta
de par en par como el tonto del pueblo mientras hablaba de hormonas y
pechos y producción de leche. Esto no puede estar pasando. No puede. No
ahora.
Pero mi hermana siguió divagando, aterrándome con cada frase que salía
de su boca.
—Esta última parte es algo que pasa y, créeme, preferiría no decirlo,
pero supongo que debo contártelo de todas formas ya que me has
preguntado. —Levantó la mano para que no le hablase—. No quiero
escuchar si es verdad o no. De verdad que no necesito saberlo.
—¡¿El qué?! —le grité—. ¡Deja de andarte por las ramas y dímelo,
joder!
Luciana me lanzó una mirada asesina y luego poco a poco la cambió por
una sonrisa de superioridad.
—Las mujeres embarazadas se excitan mucho y quieren sexo todo el
tiempo. Por lo general los hombres son demasiado estúpidos para darse
cuenta de por qué tienen la suerte de contar con esos polvos de más. —
Estoy seguro de que le encantó decirme eso—. Definitivamente son las
hormonas. —Luciana se cruzó de brazos y esperó.
—Tenemos que volver —dije con una extraña voz. Incluso para mis
oídos, no soné normal. Todo lo que podía ver era a Paula suplicándome
que la follara en la ducha. Oh, Dios mío. Hablar de conmoción petrificada
no cubría ni de lejos el impacto de esta bomba.
Mientras estaba allí de pie junto a mi hermana, mirando la costa de
Somerset en un cálido día de verano, con mi sobrina persiguiendo a un
perro sobre el césped, supe dos cosas que eran verdades irrefutables.
La primera era que Paula no se tomaría la noticia nada bien.
De la segunda parte me di cuenta enseguida y con una extrema claridad.
La reafirmación de que era un hombre muy, muy afortunado por razones
que solo podía decirme a mí mismo. Ni siquiera se lo contaría a Paula.
Solo podía saberlo yo y mantenerlo en privado. Una lógica muy simple, en
realidad. Y cuanto más lo pensaba, más fácil era aceptar la posibilidad.
Si Paula realmente va a tener un hijo mío…, entonces nunca podrá
abandonarme.

4 comentarios:

  1. wowwwwwww, se vienen unos caps apasionantes!!!!!!!!!!!

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  2. siii tenia razon creo que en este ultimo año estube leyendo tantos libros de embarazadas que al minimo sintoma me entra la duda jajaj buno todavia no feste jajaj, te mando besos me encantaron los cap espero el siguiente

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  3. Por fin me puse al día! cuantas cosas!!! está embarazada!!! me encantaron los capítulos, tooodos! Me encanta lo apasionada que es esta historia!

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  4. Wow buenisimos los capitulos,uno mas interesante que el otro. Segui subiendo!!!

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